Por Sofía Mercau
Fotografía: Valentina Gomez

El escritor Martín Kohan advierte sobre la violencia del discurso político gobernante y la continua denigración de las instituciones culturales, a las que llama “curros” y “kioscos”. “Hay que insistir con la práctica de la discusión y el intercambio, recuperar la percepción social de que insultar y denigrar es un papelón: esa es una forma de resistencia”, plantea.

“Las formas y los actos de la crueldad ya existían, pero el modo en que ciertas prácticas se generalizaron y se familiarizaron son un elemento de esta época que puede ser singular”. El escritor, ensayista y profesor universitario Martín Kohan es un lúcido observador de la escena cultural y política, y sus definiciones sobre el gobierno de Javier Milei y el clima social son portadoras de sensibilidad y agudeza. “Porque ciertas prácticas y formas de la crueldad que conocemos no dejaban de alguna manera de irrumpir y desentonar en una escena donde el registro medio no era ese, entonces cuando alguien ponía en circulación una expresión y un regodeo de la crueldad eso era disonante respecto de la atmósfera dominante. Un poco nos hemos ido habituando a la agresividad, a la humillación, al basureo y esto cambió el tenor”, dice en esta entrevista con ANCCOM que transcurre en el bar Sócrates, a una cuadra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en la calle Puán, donde Kohan da sus clases de Literatura Argentina.

¿Qué ocurre con el discurso estatal?
Ha habido un traspaso al discurso estatal de estas modalidades, lo cual lo vuelve especialmente grave porque acompañan ciertas prácticas. Tristemente, en la Argentina ha habido muy a menudo políticas que traen dolor y perjuicio a la población. Pero ya no son medidas dolorosas que se acompañan, aunque sea por hipocresía, por discursos que al menos fingen acompañar ese dolor; hay un giro particular que es, primero, que se disfrute del dolor que eso ocasiona, y segundo, que se exponga ese disfrute. Se toman ciertas medidas por las cuales una cantidad de gente pierde su trabajo y queda en la calle, y que desde el propio Estado se exponga la gratificación por el sufrimiento que se está ocasionando, a mí me parece que merece una señal de alarma.

Es la lógica de las redes sociales llevada al Estado
Mi impresión es que sí. Si uno trata de ver zonas, planos de circulación de discursos, todo indica que aunque no quepa hacer una consideración absoluta porque hay intervenciones y registros diferentes, los especialistas en la materia coinciden en señalar que se ha instalado sobre todo en Twitter una convivencia cotidiana con la violencia, con la humillación, con la denigración y con el basureo. Muchas personas pasan muchas horas del día ejerciendo eso o expuestas a eso. El Presidente pasa muchas horas. Si antes existía algo así como un termostato que saltaba ante una sobrecarga de energía negativa de agresividad, hoy ese termostato no existe más. Son niveles muy altos de agresividad que se transitan cotidianamente de una manera naturalizada.

¿Qué cambios observás?
Hay ciertas condiciones que hicieron posible que esto asumiera estas características, por eso para mí el punto de partida es de qué modo ciertos discursos, ciertos registros se generalizaron y se naturalizaron en la sociedad porque esta demostración del disfrute un poco sádico por el sufrimiento en muchos casos suscita consternación, malestar, rechazo pero también suscita adhesión. El actual Presidente de la Nación es en la política argentina probablemente quien mejor captó y aprovechó esas condiciones. Obviamente no tuvo ningún interés ni necesidad de contrarrestarlas, a mí me parecería deseable socialmente hacerlo. Claramente Milei fue quien captó eso, que es una sintonía de época, porque no es un fenómeno solo argentino y la asumió personalmente con una eficacia muy especial. Es muy bueno agrediendo, humillando y basureando al otro, lo hace muy bien. Y porque las condiciones previas son las que son, obtiene un nivel de adhesión

¿Qué lugar queda para la discusión?

Las condiciones generales, no absolutas, pero sí muy extendidas de las que estamos hablando impiden la discusión. Porque si alguien acude a una escena, sea una conferencia de prensa o Twitter, se propone dar una discusión y lo que obtiene inmediatamente son agresiones, denigraciones, humillaciones, ninguna réplica ni refutación a lo que puede estar planteando sino solamente una práctica de basureo, no solamente no hay una discusión sino que se la impide. No pienso que lo contrario a este estado de agresión y agresividad más o menos generalizada sea un estado apacible de condiciones de acuerdo y consenso. Lo que me resulta insatisfactorio del estado generalizado tal como lo estamos describiendo no es que impidan el acuerdo, el consenso y la confraternidad, impide la discusión también, pelear ideas y polemizar proyectos porque no se puede ni siquiera discutir en esos términos. Son sucesivas escenas de intercambio de violencias y no hay discusiones, muy pocas discusiones hay en este tiempo.

 

¿Qué pasa en el campo de la cultura?

Si uno se atiene a las iniciativas que el gobierno manifestó respecto al campo de la cultura, yo no distingo un proyecto alternativo para el funcionamiento de una institución como el Fondo Nacional de las Artes, del manejo del Programa Sur de literatura argentina o del INCAA, lo que propusieron es cerrarlos. Una discusión de una batalla cultural sería sobre criterios y parámetros culturales para gestionar espacios de promoción cultural del cine, la literatura y el teatro. Entonces, bienvenida la discusión sobre estéticas, lineamientos y corrientes. Discutir qué literatura queremos difundir, qué cine, cómo manejar esos fondos, de donde obtenerlos y cómo gestionarlos. Lo que se planteó desde el jefe de Estado fue no solo el anuncio de eliminarlos, que últimamente son más amenaza/extorsión que anuncios, sino que esto fue acompañado de una denigración de las prácticas culturales y de quienes las llevamos a cabo. Si dicen que hay curros en tal o cual lugar, señalen cuáles, quiénes son los responsables y se tomarán medidas al respecto y soy el primero que acompañaría gratamente. Lo que uno registra en el discurso del poder político gobernante es denigrar todas las prácticas culturales llamándolas curros y todas las iniciativas culturales llamándolas kioscos. La idea es que alguien que se presenta al Fondo Nacional de las Artes o que defiende su existencia está defendiendo curros. Como hay una familiarización a la que yo no pienso prestarme ni plegarme, un acostumbramiento a que todo el mundo se vea humillado, basureado o denigrado, esto puede haber sido pasado por alto. A mí me sigue pareciendo grave, proviniendo del jefe de Estado, que tuvo expresiones de enorme descalificación para las distintas prácticas culturales y artísticas en el país. ¿Cómo pensaríamos en una batalla cultural? ¿Cuál sería la discusión de los proyectos culturales? Está basureando, denigrando y humillando y está amenazando con cerrar lugares. ¿Cuál es la propuesta de la política de promoción cultural de la literatura que tiene este gobierno? ¿Qué idea o lineamiento con respecto a las estéticas cinematográficas piensan promover? Yo no detecto que haya planteos consistentes al respecto, solo defenestración y amenazas.

Lo que me resulta insatisfactorio del estado generalizado no es que el insulto y la agresión impidan el acuerdo, el consenso y la confraternidad; impide la discusión también, pelear ideas y polemizar proyectos porque no se puede ni siquiera discutir en esos términos.

Martín Kohan

¿A qué lógicas responde?
Es la premisa de que todos los espacios, todas las prácticas, todos los vínculos sociales se regulan bajo la lógica del mercado. Solo existiría un cine, una literatura, una música, un arte enteramente comercial y mercantil. Si recapitulamos la historia del arte, del cine, de la música argentina, la mayor parte de las expresiones reconocidas y más valoradas, más prestigiosas, no existirían, porque no es el cine, la literatura, el arte, la música del mercado. Existe una lógica comercial y es perfectamente válida, el problema se presenta ante la idea de que esa sea la única que existe.
Recapitulemos la historia argentina del siglo XX. ¿Qué habría sido de Borges con esa lógica? Un escritor que no tuvo impacto comercial hasta pasados sus 70 años. ¿Qué sería de Saer, de Mujica Lainez, de Sara Gallardo, de Hebe Uhart? Y en el cine es lo mismo. ¿Cuál sería el único cine que funcionaría bajo esa lógica del mercado? El de Lisandro Alonso no, el de Lucrecia Martel tampoco. Como planteo y como formulación es sorprendentemente básico, dado que hay una larga tradición de elaboración conceptual teórica y crítica sobre las relaciones entre arte y mercado con posiciones y resoluciones muy diferentes entre términos de integración, antagonismo, infiltración, alternancia para tener que discutir hoy si debe o puede haber arte por fuera de la estricta lógica del mercado. Es elemental y básico hasta lo deprimente que se pretenda presentar como argumentación que la sola regulación del mercado va a ser satisfactoria para la dinámica de la producción de arte de un país, es de un nivel de desconocimiento muy alto tal como fue formulado por el Jefe de Estado.

¿Cómo se responde a esa lógica?
A esa lógica socialmente dominante se le ofrece resistencia. Si una intervención o una postura va a abrir una discusión o va suscitar una serie de agresiones, ahí hay un primer punto sobre el cual resistir. En este estado de cosas, hay que resistir e insistir con la práctica de la discusión y el intercambio. Cualquier discusión hoy, incluso la más álgida y vehemente, solo por el hecho de desarrollarse como tal y no como un intercambio de insultos y denigraciones es una forma de resistencia. Reestablecer la posibilidad no solo de dialogar sino también de discutir y pelear ideas. El exabrupto ya existía pero era un papelón que pasara eso. El punto es que se perdió ese efecto vergonzante, empieza a tener un halo de valoración positiva. La pregunta es ¿qué está pasando que dejó de ser un papelón que a alguien le pregunten algo y se desencaje y empieza a gritar desaforadamente y hasta sea celebrado y aceptado? Recuperar la percepción social de que es un papelón eso, esa es una forma de resistencia. Confío que con el tiempo volveremos sobre ciertas escenas que transcurren sin sobresalto y diremos:“Qué papelón”.