Cuando lo público está en la hoguera del Gobierno nacional, la Orquesta Escuela Villa Argentina, en Florencio Varela, avanza en la formación musical de niños. Dos veces fueron convocados para los recitales de Roger Waters.
Es un sábado hostil: llueve y el viento remolinea. La Escuela Secundaria N°5 de Florencio Varela está abierta. En el hall, una veintena de niños agarra violines con impaciencia. Una profesora entrega copias de una nueva partitura. Son las diez de la mañana. Arriba, por las escaleras, comienza a sonar el opening de Harry Potter. Estamos en la Orquesta Escuela Villa Argentina.
“Años atrás era impensable que un chico de Villa Argentina, de Florencio Varela, pudiera tocar el violín, el oboe… -deja deslizar Soledad Noferi, coordinadora de la Orquesta-. No sólo por el valor de los instrumentos, que son de poco acceso para los trabajadores, sino porque no estaban estos espacios: tenías que ir con tu instrumento a un conservatorio. Hemos descubierto que acá hay buenos violinistas, fagotistas, violistas… Tenemos exalumnos tocando en el exterior, en el Teatro Colón, en el Teatro Argentino de La Plata o que siguieron otro camino, pero que aprendieron algo fundamental de la orquesta: trabajar con responsabilidad, organizadamente y en solidaridad con el otro”.
Los chicos de la orquesta inicial comienzan repasando una de las canciones que tocaron la semana pasada. Para algunos, con menos de un metro de altura, ese fue su primer concierto. Parecen conservar el calor de los aplausos en los ojos y el orgullo en la forma de agarrar el instrumento. Uno, con lentes y mirada preocupada, observa el violín y la partitura nueva. A esta sí la tiene que mirar, no la sabe de memoria. Sus compañeros acomodan bajo el mentón el violín, decididos. Con pánico, llama a la profesora. Ella explica cómo va a ser la canción y le acerca un atril fino al nene. Ahora, con todo en su lugar, puede empezar.
Todos los sábados, las seis orquestas escuela del distrito se llenan de música y vida. “Vimos la necesidad de que las orquestas se armen en los barrios más alejados porque había muchos pibes que no llegaban al centro de Varela”, resalta Noferi. La de Villa Argentina tiene un ensamble de guitarra, una orquesta inicial y una avanzada, un coro inicial y uno avanzado. En total, alberga a 260 chicos y jóvenes.
“Encontré lo que me gustaba, mi lugar. La gente siempre fue muy copada, siempre me ayudó. Es un segundo hogar, un lugar seguro. Fuimos a ver un montón de conciertos y a tocar en el Teatro Colón, en el CCK, en el Luna Park y con Roger Waters”, detalla Benjamín con la voz emocionada. Desde los 6 años va a la orquesta: acompañó a la hermana y se quedó.
Del grupo que estuvo en el escenario con el artista inglés es el que lo recuerda con más emoción, pero a todos les cambia la mirada cuando se acuerdan del concierto en el Estadio Único de La Plata en 2018. No se comparaba con la cantidad de público a la que estaban acostumbrados y las luces y el vestuario no ayudaban. “Teníamos unos atuendos y una máscara que en un momento nos teníamos que sacar. ‘Ya veo que me saco un pie’ pensaba”, dice entre risas Maxi. Su hermano, Axel, lo completa: “El miedo era sacarse la máscara en otro momento (habíamos visto vídeos donde pasaba en otros países) o que se trabe el atuendo, pero después estuvo lindo. No nos olvidamos la letra ni nos equivocamos con la coreo”. El grupo sonríe y todos enderezan las espaldas, orgullosos.
“Primero cantaba Roger y nosotros estábamos quietos con la cara tapada. Aún así, veías todas las luces y te ponías todo nervioso. Cuando te sacabas la máscara era peor, se te llena cada vez más el pecho, pero después es ‘wow, ¿en qué momento llegué acá?’”, asegura Benjamín con el pecho inflado, volviendo a vivir en presente aquel momento.
Doce chicos, de entre diez y quince años, de un coro varelense frente a más de 40 mil personas, cantando la mítica Another Brick in the Wall. “Estaba cagado en las patas”, sincera Leonel en un susurro. “Me retemblaban las piernas, cuando me saqué la máscara vi a toda esa gente”, agrega. Sus compañeros se ríen, pero él tiene ganas de sacar otras máscaras: “Yo no lo conocía, ninguno lo conocía, aunque parece que era muy conocido mundialmente -ironiza-. Después lo escuché y supe su historia”.
Roger Waters volvió a invitarlos para ver su concierto en 2023. En el camarín, lo abrazaron con ganas. Ahí, el inglés guardaba una foto de ellos que usó para comparar cómo habían cambiado esos nenes, ahora adolescentes. El coro inicial del que salieron tiene 16 niños y 16 preadolescentes. Cuando el profesor se sienta en el teclado, una voz aguda pregunta: “Profe-profe, ¿podemos cantar la del pescador?”. Con una sonrisa, asiente: “Sí, hoy vamos a agregarle la segunda voz, pero primero vocalizamos”. Caras de preocupación recorren el salón. Las notas salen del teclado, las cabezas se empiezan a mover y por sectores empiezan a cantar. Alguien está demasiado agudo.
– Lo tenés que sacar del pecho. Es más abajo el tono. Sentilo acá – apunta el profesor, presionando su propio pecho y haciendo una mueca como de quien no encuentra metáfora más clara.
En la clase de vientos, sucede algo similar. Hoy comienzan una nueva canción, “Danza brasilera”. Una chica mira de costado a la partitura: una nota tiene tres Fs. Iván, su profesor, le explica: “Es la nota más fuerte que puedas tocar. Tenés que sentir que el aire se suelta con más facilidad. Abrí la garganta”. Con señas trata de expandir la explicación, pero se resume a eso: sentir en el cuerpo el instrumento.
“Sentilo en el pecho” o “sentilo en la garganta” son frases que no descolocan a nadie. Es una nueva naturalidad, otros saberes que recorren los cuerpos. Así como se siente el sol picar preparando el cemento y así como se dobla la espalda de las costureras, se puede sentir una canción. El mundo de lo posible se expande con un par de notas. “Era todo desconocido, nunca había visto un violín, un cello, un trombón. Fue impresionante verlo… y después escucharlo”, relata Axel sobre la primera vez que conoció la orquesta. En 2017 fueron a su escuela y tocaron la canción de la Pantera Rosa. En ese momento, decidió que también quería tocar y arrastró a su hermano con él.
En un aula, Benjamín confiesa: “Estoy empezando mi mundo laboral con la Orquesta Municipal. Me gustaría ser profesor en algún momento de mi vida para pasar el conocimiento que me pasaron”. Minutos después, sube las escaleras y va a un taller. Se sienta al lado de un nene de diez que también toca el corno. En ese salón, los otros cinco chicos se dedican a la trompeta. Mientras la profesora se detiene a que una trompetista de nueve años encuentre el re sostenido, Benjamín le marca la partitura a su pequeño compañero. Soplando bajo, le muestra el camino.