“Tácito imperfecto” combina el absurdo y la filosofía en un monólogo que desacostumbra nuestra forma de pensar el tiempo ¿Cuántas paradojas puede abrir el teatro? ANCCOM lo piensa junto a Enrique Federman y Mauricio Kartun.
Un hombre temeroso aunque de muchos saberes entra en una peluquería venida a menos. La luz es tenue y el lugar, a priori, no parece el más indicado, pero es el único posible para su loca conferencia. En el centro, una mesa pequeña con varios objetos, algunos evidentes y otros escondidos: un cuaderno, un vaso con dados, una carta, silbatos de distinto tenor. El hombre ensaya con rapidez y pide al espectador que tome nota, porque la obra ha comenzado y el tiempo se escurre en más de una dirección. Escrita e interpretada por Enrique Federman con el asesoramiento de Mauricio Kartun, Tácito imperfecto es una paradoja constante que combina el absurdo con la filosofía, la tesis con el teatro, citas apócrifas con preguntas honestas: ¿Cómo se calcula el porvenir? ¿Quién determina lo que es fugaz? ¿Realmente puede medirse el tiempo?
Del papel a las tablas
Acostumbrado al teatro y con mucha experiencia en el ámbito clown, escribir cuentos, poesías y disertaciones que circulan en Tácito imperfecto fue para Federman algo absolutamente novedoso. Todo ese material tomó la forma de un «ensayo apócrifo», donde un hombre con supuestos saberes expone sus interrogantes e ideas sobre el tiempo, con todas las paradojas, contradicciones y fracasos que nuestro lenguaje permite. En diálogo con ANCCOM, el autor revela que al principio pensó en hacer de este ensayo un libro, pero que el reconocido dramaturgo Mauricio Kartun (con quien comparte una amistad de años y algunos proyectos como Perras y No me dejes así) le sugirió convertirlo en una obra de teatro unipersonal. «Entre todos los textos que tenía encontré un hilván, la idea del tiempo, y decidí llevar aquél ensayo a la práctica como una conferencia, una clase dada en un lugar absurdo para tal fin, como lo es una peluquería», añade.
Pero en Tácito imperfecto lo absurdo no se limita a esta primera disonancia. De hecho, para dar forma al peculiar protagonista que él mismo interpreta, Federman pone en juego diversos elementos del clown, un estilo del cual es referente: «Yo me considero un pre-clown. La movida del clown en Argentina comenzó a mediados de los ochenta, y yo ya trabajaba de payaso antes, cuando ‘payaso’ era casi una mala palabra. Pude organizar el primer festival de clown en Argentina: «El Narizazo«, que era algo así como una explosión de narices. Hacía un teatro sin palabras, con pitidos, que me permitían comunicarme en Japón, Singapur, en Italia, donde fuera», recuerda. Con el tiempo se distanció de la práctica, y fue también Kartun quien le aconsejó que retome aquellos trucos para interpretar los textos de su nueva producción: «Entonces fui a la vieja valija de esos años, que tenía muy guardada, y me encontré con pequeñas cosas que me permitieron darle un tono personal a la ‘formalidad’ que tiene el texto, por más absurdo que sea, atravesarlo con lo que yo llamo ‘la clownidad‘«.
«Todo lo que el teatro independiente disfruta lo consiguió a partir de la movilización. Perderlo sería una tragedia y la única forma de defenderlo es la resistencia», dice Mauricio Kartun.
En las salas y en la calle
Consultado por las posibilidades del arte independiente, en un contexto donde el gobierno nacional muestra claras intenciones de desfinanciar la cultura, Federman no olvida que el teatro tiene capacidad de resistencia: «El teatro siempre estuvo del otro lado. Durante la dictadura del 76, un momento más difícil que este, existió el Teatro Abierto, un espacio donde podíamos encontrarnos quienes estábamos en contra de lo que sucedía. El teatro siempre está ahí, siempre tiene una opción; se puede hacer en una casa con diez personas, sin escenografía, sin vestuario, sin música, en cualquier lugar. En ese sentido es como inmortal, invencible».
Mauricio Kartun también compartió su punto de vista con ANCCOM y expresó que «todo lo que el teatro independiente disfruta lo consiguió a partir de la movilización, de la insistencia. Por ejemplo, La Ley de Teatros fue largamente peleada y se dio a partir de un dificultoso consenso. Perderlo sería una tragedia y la única forma de defenderlo es la resistencia, que está en las salas, en los escenarios y, por supuesto, en las calles».
La paradoja
La música, el cine, el teatro y todas las expresiones artísticas peligran bajo la vara del éxito comercial como parámetro definitorio de su calidad estética, su utilidad social y, como se ha visto en el cuerpo de la Ley Ómnibus, su permanencia en la inversión pública. ¿Cómo puede el arte soportar estas presiones?.
Kartun observa que «mientras que el arte comercial responde a exigencias de mercado, y necesita buenos resultados rápidamente con la menor inversión posible, en el arte independiente ocurre definitivamente lo contrario. Mi contador nunca termina de entender por qué si una obra se puede dirigir en dos meses yo utilizo un año entero para montarla. Y es que el arte independiente es escandalosamente antiresultadista, porque sus resultados van más allá del equilibrio de una ecuación. Trabaja en honor a un viejo concepto que vale la pena recuperar: ‘por amor al arte’».
Cambio y adaptación, resultadismo y antiresultadismo son algunas de las paradojas que circulan por la obra de Federman. Él mismo reconoce su lugar en el péndulo: «Uno hace las cosas para intentar vivir de esto, que llegue a más gente, que se expanda. Muchos intentos salen mal y mueren en el camino, algunos duran un poco más. El resultado está en la continuidad… el resultado sigue siendo la incógnita».
Tácito imperfecto está disponible todos los viernes hasta el 26/04, a las 22:30 en Beckett teatro (Guardia Vieja 3556, CABA)