Con la hegemonía de las plataformas en la industria musical, los modos en que los artistas independientes construyen su público cambiaron. Las nuevas formas de distribución prometen sencillez y efectividad, pero siguen sin resolver la necesidad de utilizar intermediarios.
La música por streaming cambió los pasos que un artista tenía que seguir para mostrar su trabajo. La llegada de las plataformas hizo necesario que un nuevo actor medie entre el artista y la audiencia: las distribuidoras o agregadoras digitales. Estas empresas, en su mayoría extranjeras, se presentan como una forma sencilla, rápida y justa para que cualquier artista que quiera (y tenga algunos dólares a mano) reparta sus canciones entre Spotify, Itunes, Youtube Music y otros rincones de la música digital.
En la teoría, las plataformas parecen listas para difundir una canción hecha en casa: es la ilusión de llegar al mainstream con “una computadora de Conectar Igualdad”. Sin embargo, en la práctica, producir, distribuir y exponer música no ha perdido su complejidad.
No te olvides de lo artesanal
«Las bandas grabábamos discos, como ahora, pero esas grabaciones se ponían en un soporte físico, que en mi caso era el CD», cuenta German Alperowicz, promotor, manager de artistas y docente de Comercialización en la Escuela de Música de Buenos Aires. Recuerda que años antes de Spotify, “la distribución independiente era artesanal, con un circuito de disquerías amigas en Buenos Aires, el conurbano o el interior del país. Cada vez que tocabas había un puesto con los discos. Todo aquello no era para nada malo: era invertir en la grabación, en la fabricación de un soporte y después salir a venderlo. Venderlo generaba un contacto con el público».
Datos de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica muestran que, en 2022, la industria musical grabada facturó 17.500 millones de dólares en plataformas de streaming. Esto cuadruplica los ingresos de la música en formato físico, que el año pasado fueron de 4.600 millones de dólares.
De ese carrito que empujaba el propio artista ahora se ocupan las distribuidoras que, si bien tienen la potencia para exportar la música independiente a todo el mundo, ¿ofrecen un vínculo similar al que construía vender un CD justo después del show? Para Alperowicz , el desafío es interesante: «El objetivo es tener al público cautivo en esta nueva era digital, donde hay muchísima oferta y donde la demanda es distinta. Yo creo que sigue habiendo fanáticos de la música, fanáticos de artistas, de bandas. Pero, al haber mucha oferta, se hace más complicado generar una comunidad».
Para Leandro, un músico que prefiere no dar su apellido, quién también es productor e ingeniero en sonido, las plataformas de streaming y las distribuidoras significan un avance enorme. «Antes, la única posibilidad de pegarla era que te descubriera un cazatalentos y que invierta plata en vos. Hoy en día, podés ocuparte de todo el proceso desde tu casa, desde crear un tema hasta distribuirlo para que suene en Japón. Dependés más de vos y de tus estrategias».
No obstante, depender de uno no elimina las exigencias de la industria musical, las reconfigura: «Al tener independencia es uno quien arma su calendario de lanzamiento. Antes te lo imponía un sello, ahora te lo impone esta nueva mentalidad de ‘como todos tenemos las herramientas, todos van a estar sacando música, así que yo también’”. Sea un disco por año o un single por mes, el ritmo lo pone el mercado.
Según Leandro, el consumo de música se “inmediatizó”, por lo que el artista debe atender a múltiples demandas, rápido y por su cuenta: “Si querés seguir la ola, tenés que subir contenido todo el tiempo. Y eso es medio una cagada para el artista; es el capitalismo extremo aplicado a la música. Para responder a la demanda tenés que producir más y eso influye directamente en lo que hacés, porque estás más apurado”.
¿Cuánto duele?
En el home-studio que armó en su living, Tomás (quien también prefiere no dar su apellido) hace trabajos de producción y mezcla para artistas independientes: «Si querés hacer una sola canción y no tenés el equipamiento necesario, te puede salir 100 lucas: 30 en la mezcla, 15 en el mastering, una jornada de grabación de 5 horas 15 lucas, comprar una instrumental 10 o 15. Esto solamente para hacer la canción, sin contar la distribución y todo lo demás. De entrada, es un hobby caro. Yo eso me lo puedo ahorrar ahora que tengo el equipo… pero tuve que servir mucho café».
Tomás también tiene su proyecto musical, que ronda los 500 oyentes mensuales y las 20.000 reproducciones en Spotify. Como eso no alcanza a transformarse en dinero concreto, el músico lo toma como una inversión casi obligatoria para atender a otros modos de financiamiento, principalmente shows en vivo: «Que tus temas estén sonando en Spotify implica más llegada al público y el día que hagas una fecha, que es donde realmente está la plata, capaz podés recuperar algo de lo que invertiste. Pero si tu música no está en ningún lado, vas a tocar siempre para dos amigos».
Su portal de Distrokid (la distribuidora que contrató) indica que, por cada reproducción en Spotify, Tomás se lleva menos de 0,0003 dólares. Curiosamente, el número varía según el país de origen: si la canción se escucha en Estados Unidos o en Europa, genera unos milicentavos más que de ser escuchada en Argentina.
El primer trimestre de 2023, Spotify reportó un total de 510 millones de usuarios mensuales, de los cuales 210 millones son suscriptores premium: con esos números lidera el mercado holgadamente. Los ingresos totales de la plataforma crecieron en un 14%, alcanzando los 3.000 millones de euros, un récord para un trimestre. Esos volúmenes requieren intermediarios que sumen a cientos o miles de artistas y simplifiquen su tarea.
Hay alternativas
Si bien hoy entre los artistas independientes el sistema predominante va del estudio a la distribuidora digital y de esta al catálogo de plataformas dominantes, en nuestro país está tomando forma otro tipo de iniciativas en favor de los músicos que, por lógica de mercado, no tienen tantas reproducciones.
Entre ellas está BeatHey, una plataforma argentina, cooperativa y colaborativa para artistas y seguidores de la música independiente, que permite compartir música sin intermediarios. Además de ser representante de BeatHey, Nicolás Beldi también es artista, sube sus canciones a las plataformas convencionales y afirma que «la repartición de regalías es totalmente desigual. La mayoría de los artistas que se llevan la plata pertenecen a tres multinacionales muy conocidas que son las que manejan todo el mercado y que casualmente son las mayores accionistas de estas plataformas».
En contrapunto, la idea de BeatHey es promover un pago más justo y equitativo entre los artistas, sin distribuidoras que se lleven un porcentaje y con una tasa de ganancia por reproducción que supere los “0,00026 dólares promedio” de Spotify. Esto funciona mediante un sistema de suscripción que, según Nicolás, también fomenta el desarrollo de una comunidad: «Permite escuchar música, pero también publicarla, armar listas, participar en concursos, eventos que son curados con artistas dentro de la plataforma, una revista digital y campañas de promoción. Uno puede ir conectando y sintiéndose parte de una comunidad independiente. Se empiezan a armar nichos en diferentes ciudades, provincias, regiones y nos vamos juntando todos pensando desde el mismo lado». Hoy, BeatHey cuenta con aproximadamente 5.000 artistas y 40.000 suscriptores.
Por otra parte, el Instituto Nacional de la Música (INAMU) presentó en septiembre la primera agregadora digital de música argentina: AMA. A través de un convenio con el Ministerio de Cultura de la Nación, se pondrá en funcionamiento a fin de este año, y permitirá a los artistas distribuir su música sin costo, conocer en detalle cuánto generan sus reproducciones y concretar sus derechos intelectuales. En un comunicado institucional, se sintetiza: «Queremos que los músicos puedan subir sus canciones de forma sencilla y que cobren lo que les corresponde». Con esto, puede pensarse el desarrollo de AMA como parte del fomento a la actividad musical, establecido en el primer artículo de nuestra Ley Nacional de la Música.