Por Natalia Rótolo
Fotografía: Valentina Gómez y Rocío Prim

La comunidad travesti-trans realizó una sentada frente al Congreso de la Nación para exigir la aprobación de la Ley de Reparación que les otorgaría una pensión por las históricas vulneraciones a sus derechos.

A las 10.30 Congreso se mueve igual que siempre: bocinazos, autos, citybus turísticos y varios idiomas resonando por el aire. Históricas Argentinas convocó a una sentada este jueves 5 de octubre. En la vereda de Rivadavia, Marcela y Mónica cuchichean. Las dos rondan los 50 años, pero eso en la comunidad trans las hace “adultas mayores”. Entre ellas hay un parlante alto y un micrófono inalámbrico.

– Podríamos ir más a la esquina y nos ponemos con el Tercer Malón de la Paz, así somos más – dice entre risas Mónica-. Muchas no podían venir hoy porque están trabajando.

Desde Entre Ríos llegan cuatro personas más. Mónica se agacha con sus piernas flacas y agarra la bandera: “Las Históricas Argentinas – Travestis trans sobrevivientes ¡Ley de Reparación Histórica ya!”. La pegan en una de las paredes del Congreso. Ahora, Mónica y Marcela se paran con más firmeza.

Marcela, vestida toda de negro salvo por un pañuelo fucsia, toma el micrófono: “Necesitamos la reparación hoy porque nos estamos muriendo, gracias a un Estado inexacto. Necesitamos que den a conocer los resultados del Reconocer y Reparar porque estamos hartas de esperar. El Estado tiene que repararnos. No nos vamos a mover hasta tener una respuesta”.

El proyecto de ley entró a Diputados en 2021 y se aprobó en la comisión de Mujeres y Diversidad, pero todavía falta que se debata en otras comisiones, como la de Finanzas. La ley crea una pensión para las personas trans argentinas que les asegure una vejez digna y repare las sistemáticas violaciones de derechos humanos que sufre este colectivo. Desde 2018, con la Ley Integral de Acceso a los Derechos para las Personas Trans, el Estado lo reconoce como en situación de vulnerabilidad.

Ummis, de unos 30 años y un pelo rubio impecable, graba un vídeo para convocar a más gente: “¿Hasta cuándo hay que esperar y hasta cuándo nuestra comunidad trans tiene que padecer? Hoy más que nunca nuestras compañeras adultas mayores nos necesitan y tenemos que alzar la voz”.

Mónica da vuelta un cartel y acerca una lapicera: “Firmá, dale. Que quede guardado en la historia que hoy estuvimos acá. No nos tenemos que olvidar nunca más porque ahora es ahora”. Desde la muerte de algunas compañeras, realza el presente: “nosotras somos sobrevivientes. No fuimos a Malvinas, pero también somos excombatientes de la sociedad, de la persecución en dictadura y en democracia”. La última vez que detuvieron a Marcela por una contravención fue en 2002: tenía unas fotos de desnudo artístico en la cartera y la encarcelaron una semana para que dé explicaciones.

Las cirugías hechas con aceite de avión y silicona, con el tiempo, son dolorosas. “Mi cuerpo la aceptó bien, pero el de algunas compañeras no. La ciencia avanzó mucho, pero muchas quedaron en el camino”, dice Mónica con la mirada perdida hacia el final de Av. Rivadavia. Durante y después de la pandemia, muchas compañeras intentaron suicidarse. Para ella, es por el estigma y el haber crecido y transicionado con miedo.

Alejandro, de más de 50 años, estuvo en transición toda su vida, pero desde hace cuatro meses está adecuando su cuerpo a su identidad. “En los 90 iba a las marchas con máscara para que las familias no nos reconozcan en los medios. Voy a llegar a los 80 porque hice el cambio de grande, pero la mayoría de las compañeras no está en la misma situación” comenta Mariana, una mujer rubia de sonrisa amplia.

Dos policías de la Federal se acercan con una oficial de la ciudad. Euge, una de las organizadoras, les da el documento mientras dice: “Aviso que si somos más cortamos la calle”. La gente que pasa por Rivadavia mira con asombro y con una risa que tiene más de 35 años de expectativa de vida. Desde la puerta lateral del Congreso otros policías miran de costado.

Cerca de las 12, las compañeras empezaron a gritar “¡La Reina! Llegó nuestra presidenta”: Marlene Wayar cruza Rivadavia en diagonal. Ya había cerca de 20 personas. Luana, mucho más petisa que sus compañeras, viene con la fuerza de un remolino. Vuelven a encender el micrófono: “Vecinos, vecinas no sean indiferentes se mata a las travestis delante de la gente. Acá estamos la última generación de travestis-trans, reivindicando la lucha de Lohana Berkins y Diana Sacayán”. El aplauso de sus compañeras la hace detenerse.

Mónica se acerca dulcemente y le toca el antebrazo, felicitándola “Muy bien. Con furia porque sino, no nos escuchan”. Marlene empieza a llamar a todas a la sombra: “Dos minutitos. Hagamos una asamblea”. Propone acercarse y dar apoyo al Tercer Malón de la Paz. Mónica asiente levemente con la cabeza. Luana recuerda con vigor que la actividad es una sentada: hay que sentarse en la puerta de las oficinas cinco minutos simbólicamente. El acuerdo es inmediato.

En la esquina de Rivadavia y Entre Ríos confluye más gente. El Tercer Malón de la Paz no esperaba eso en la jornada: con ojos incrédulos miran a las personas que se acercan, Marlene les da la mano. Uno de ellos agradece la presencia y tras cantar juntos, dice: “Todos somos humanos, todos somos hermanos. Voy a bendecir a todos los presentes”. El semáforo cambia y se produce un embotellamiento: un chino que vende helados en bicicleta queda en la mismísima esquina con cara de desconcierto. Él tampoco se esperaba ver travas y jujeños sahumando e invocando a la Madre Tierra.

El grupo trans cruza la calle y se dirige a las oficinas. Mariana sostiene la bandera de un lado y mira preocupada hacia los costados. Los federales miran con desagrado, pero se quedan en la puerta. Las Históricas se sientan y empiezan a cantar: “Olé, olé, olá, para las travas Reparación”. A diferencia de las otras personas que pasan apuradas, una señora cis las mira a los ojos. Las aplaude sin detener sus pasos, les sonríe y entra a las oficinas. Las travas sonríen sorprendidas. Con timidez, un chico de 25 años y una mujer de 30 se unen a los cantos. La comunidad trans no está sola y, en estas décadas, se saben sujetas de derechos.