Por Maru Conde
Fotografía: Milagros Gonzalez

La Selección vivió una histórica jornada de festejo donde las calles se tiñeron otra vez de celeste y blanco. El triunfo ante Panamá 2 a 0 pasó a ser anecdótico. Las horas previas y posteriores fueron pura argentinidad al palo.

A tres meses de salir campeones en la Copa del Mundo, los jugadores del plantel argentino volvieron a sus tierras para honrar el gran triunfo. Las calles se tiñeron de celeste y blanco abrazadas a los cánticos famosos que se escucharon durante todo el Mundial. Las familias se congregaron en las puertas del estadio Más Monumental para esperar la llegada de los ídolos y disfrutar el increíble partido que los reencontró con su pueblo.

“Ser campeones del mundo es una experiencia que me da ganas de llorar”, afirmó Genaro, un niño de 10 años que esperaba ansiosamente la apertura de las puertas sobre la Av. Guillermo Udaondo y Tte. Gral. Pablo Ricchieri. Los corazones de miles de chicos se movilizaron al verse campeones a tan temprana edad y experimentaron una alegría renovada con los amistosos que organizó la selección con Panamá y Curazao. Como era de esperar,  querían ver a Messi pateando la pelota y haciendo uno o varios goles.

Pasadas las 20, la mirada sobre el mejor jugador según los pomposos Premios The Best le sumó un poco de ritmo de hinchada. Una vez más “Muchachos” sonó previo al partido. Messi no fue el único preferido de los pibes: el “Dibu” Martínez rompió en llanto mientras la tribuna y el resto del plantel cantaron orgullosamente las estrofas del Himno Nacional. Cada uno de los jugadores se encontraba acompañado de sus hijos, algunos en brazos y otros de la mano. 

Con el calor del estadio cerca de 80.000 fanáticos acompañaron la emoción del plantel. “Para conseguir las entradas nos pusimos en la fila virtual. Conseguimos el número 13.541”, sonrió alegremente Claudia de 54, luego de recordar que no jugó el número en la quiniela. Aunque prometió en cumplir esa saga cavalera muy argentina, siguiendo la tradición de apostar por números que pueden considerarse de la suerte. Su familia es de Venado Tuerto y la pasión por el fútbol y su país los trajo a Buenos Aires el martes 21 de marzo para retirar las entradas en persona. Algo ofuscada con la falta de implementación del código QR, aseguró : “Estamos a 320 kilómetros, se podía hacer y valía la pena”.

La Selección mueve los corazones y a las personas mismas, que no tuvieron inconvenientes en hacerlo todo para ver al plantel que volvió campeón. “Es un momento único, no se va a volver a repetir con estos jugadores”, concluyó Claudia antes de ingresar al encuentro. 

Entre cánticos, murgas y abrazos, familias, amigos y parejas atravesaron una ciudad revolucionada con el crepúsculo al amanecer en una película de la que fueron protagonistas.  Infaltables, las camisetas con tres estrellas vistieron las calles. Esas camisetas tocaron cornetas, aplaudieron, y portaron como estandarte réplicas de la Copa que se transformaron en realidad.

En las puertas del Estadio River Plate no faltaron  quienes buscaban entradas con el precio de la gloria. “Estamos esperando a ver si pasa un milagro”, aseguraron unos jóvenes vestidos con grandes turbantes y túnicas negras, simulando la memorable premiación y entrega de la Copa Mundial de la FIFA. 

No faltó el lado oscuro de la reventa. Al comienzo del partido, la picardía de los estafadores de almas causó grandes disgustos. No pocos hinchas se quedaron con entradas falsificadas en las puertas de la ilusión.

Una vez pasadas las vallas de seguridad, el barrio respiró calma, por supuesto antes de la tormenta, con los colores de la bandera. Las calles estaban cerradas y los vecinos miraban desde los balcones el gran operativo con un movimiento popular que desbordó uno de los barrios más opulentos. “Desde ayer pusieron las vallas, pero recién hoy cortaron”, confirmó Mónica de 73 años, una habitante del Barrio Parque General Belgrano. Con cara de resignación, afirmó que los vecinos siempre saben que hay cortes cuando hay partidos. “No sabemos las calles, pero sabemos que es así”, concluyó. 

Si bien en esa suerte de santuario todo parecía tranquilidad mientras caía la tarde, poco a poco un murmullo desde dentro de la cancha adelantó la celebración. Las pruebas de sonido habían comenzado y un coro de práctica que gritaba “gol” coronaba el ambiente.

El plantel llegó en combis bajo un protocolo secreto. La Policía de la Ciudad de Buenos Aires, la Agencia Gubernamental de Control (AGC), el escuadrón antibombas, el personal de SAME y bomberos compartieron la responsabilidad de prevenir incidentes en el exterior. Por su parte, la empresa TECH Security  se ocupó de los accesos internos.

Genaro, el niño que aparece al comienzo de esta historia le aseguró a ANCCOM: “Ser campeones del mundo es una experiencia que me da ganas de llorar”, como todo un estadio ampliado a un país, que al cierre del partido guardó esas lágrimas doradas. Esas que sólo pueden verse en el reflejo de la Copa.