Juan Ignacio Provéndola es periodista, docente y autor de varios libros. Recientemente publicó “Operativo Tilcara”, un racconto del increíble viaje que organizó Carlos Bilardo en 1986 con el objetivo de preparar a sus jugadores para el Mundial de México.
La Copa del Mundo de 1986 se iba a disputar en tierras mexicanas, donde diez de los doce estadios seleccionados estaban a más de 1500 metros sobre el nivel del mar. El doctor Carlos Salvador Bilardo, conocido por sus brillantes delirios, encontró ahí el primer problema a resolver, quizás el más importante de todos. Para afrontarlo, convocó a un grupo de catorce jugadores de la élite del fútbol local (José Luis Brown, Ricardo Bochini y Claudio Borghi, por nombrar a algunos) y diseñó un plan tan disparatado como exitoso: un viaje al pueblo jujeño de Tilcara, donde durante diez días la base de la Selección del 86 enfrentaría todo tipo de condiciones adversas antes de partir hacia la tierra prometida. Juan Ignacio Provéndola es periodista, docente y autor de múltiples libros; el último de ellos es Operativo Tilcara. Entre viejas postales de rock y un video de las playas de su Villa Gesell natal, el escritor dialogó con ANCCOM sobre cómo “entre canchas de ripio, agua por turnos, un solo teléfono en todo el pueblo y el calor sofocante de la altura, Bilardo estableció en Tilcara el auténtico kilómetro cero de un camino que culminó en el 29 de junio de 1986 en el Estadio Azteca”.
¿Qué te llevó a escribir sobre un acontecimiento que quizás es muy famoso para el fútbol argentino por el mito de la promesa a la Virgen de Copacabana pero que a la vez es muy desconocido en cuanto a los detalles de su historia?
Una casualidad, porque yo no conocía Jujuy hasta que viajé en 2017 por distintos laburos. Yendo desde San Salvador a La Quiaca, me estaba llevando un amigo de Jujuy en su auto y hacemos una paradita técnica en una ruta de Tilcara porque había una estación de servicio. Yo aproveché y me fui a dar unas vueltas por los comercios y construcciones y vi que había un potrero de tierra. Entonces me saqué una selfie para mandar a amigos de Gesell -porque allá también tenemos equipos locales que juegan en canchas precarias- y cuando me subo al auto le muestro la foto a este amigo jujeño para preguntarle de quién era la cancha. Él me cuenta y me agrega: “Acá vino Bilardo con varios de los que fueron al Mundial de México a prepararse”. No le creí. Yo que soy del interior también sé que a veces exageramos un poco las historias para impresionar a los forasteros. Después vi que había un montón de notas al respecto y me generó la inquietud. Cuando volví a Buenos Aires le pedí a un colega el teléfono de Bilardo y al mes de insistir me atendió. Le cuento esta historia y le digo que me costó creerla. Me dijo que sí, que era cierto. Estuvimos hablando como una hora, increíble el narigón. Arrancó a recordar un montón de cosas increíbles, fabulosas, disparatadas, bizarras, alucinantes. Ahí empezó todo.
¿En base a qué otras fuentes construiste tu relato?
El segundo que se acordó mucho y se copó fue el Checho Batista. Después, tilcareños que fueron parte de Pueblo Nuevo, un club recién fundado en ese momento, que es donde la Selección entrenó. Además, como Bilardo llevó catorce jugadores, (iba a llevar diecisiete pero al final tres se lesionan) si quería hacer un picado no le alcanzaban los números. Entonces le preguntó a los de Pueblo Nuevo si armaban un equipo de once y los tipos obviamente le dijeron que sí, más vale. Ellos también fueron una fuente importante porque convivieron todos los días. Fui cuatro veces a Jujuy, cinco con esta parada que es la que originó todo. Después revisé diarios de la época. Más allá de Clarín, La Nación y El Gráfico, que fueron los medios nacionales más importantes que mandaron corresponsales, me parecía interesante ver cómo había sido el registro de los locales como para corrernos un poco de el porteño-centrismo en la construcción de una historia.
¿Encontraste muchas diferencias entre el relato que se contaba en Buenos Aires de lo sucedido y lo que veía la gente de Tilcara?
Sí, porque en ese momento no existía la televisión por cable, es un fenómeno de los noventa. El único contacto que había con imágenes en movimiento eran canales de aire que se veían a lo sumo en San Salvador. Tilcara no tenía televisores y había un solo teléfono. Ricardo Bochini tenía treinta y dos años en ese momento y ya era una leyenda. Siendo un prócer total del fútbol argentino, en Tilcara la primera vez que lo ven en movimiento es en la cancha de Pueblo Nuevo. Lo más cercano eran las fotos en blanco y negro de los diarios. Entonces me preguntaba cómo registraban ellos el contacto con jugadores que solo conocían por fotos. Fue una conmoción para la provincia. Otra cosa que me interesaba era ver cómo relataban la cotidianidad de los jugadores de la Selección. Una cosa era como lo reflejaba el enviado del diario Clarín, que estaba muy perturbado por el estado de la cancha y en todas las notas decía: “es un peligro, Bilardo es un irresponsable, los jugadores se pueden romper”. Para los jujeños eran normales esas canchas, entonces no veían eso, el eje estaba puesto en otro lado. Los medios porteños, como todos los criados en el llano, hablaban mucho de los efectos de la altura y el calor. En cambio, para los jujeños eso es parte de la normalidad y relataban más cuando los jugadores salían a pasear por el centro, el rasgo más humano, cómo iban a la plaza a la hora de la siesta a tomar mates. Quizás una intimidad que hoy es muy difícil.
En el libro mencionás que Bilardo tenía un doble objetivo a la hora de preparar el viaje: el principal era preparar a los jugadores para la altura de México pero también buscaba consolidar el grupo. ¿Cuál fue el que marcó la diferencia en los resultados que después obtendría el equipo?
Creo que las dos cosas. No sé si viste Héroes. Ahí vas a notar cómo se arma el grupo humano. Ellos tenían una cámara ahí en el Distrito Federal y en ese documental ves realmente la cotidianidad de la concentración que fue muy larga, casi dos meses, es un montón. Así que sí, creo que el viaje ayudó mucho a armar el grupo porque en Tilcara es donde Bilardo empieza a armar la lista que él quería. Hasta el ochenta y cinco era una combinación de jugadores que él quería probar con otros que se imponían por historia. Pero por otro lado, el tema de la altura es importante. Bilardo fue el único entrenador que reparó en eso, a pesar de que ya había habido un mundial en México y varias de las selecciones que fueron al 86 ya habían jugado ahí en el 70. Fueron los únicos mundiales en la historia que se jugaron en altura. Para los sudamericanos puede ser algo relativamente familiar por las eliminatorias en La Paz o en Quito, pero sigue siendo un escenario que mete bastante miedo. Imaginate para los europeos. Sin embargo, en el 86 lo vuelven a desatender. A tal punto que Alemania casi se queda afuera en la primera ronda por subestimar ese dato, lo mismo Inglaterra.
¿El viaje cumplió su objetivo?
Si bien no fue una aclimatación, porque para eso tendrían que haber ido inmediatamente antes de México, el viaje sirvió para que los jugadores le pierdan el miedo a la altura. No solo por la falta de aire. A veces te agarra taquicardia, unas jaquecas terribles, sentís una cosa muy incómoda que no la podés resolver y eso te da nerviosismo. De los catorce de Tilcara, doce fueron al mundial. Ya habían estado diez días en un escenario parecido, por lo que cuando van a México y la altura empieza a molestar se calman porque saben que a los dos o tres días el cuerpo se plancha. Es la imagen de Jorge Burruchaga en el último gol contra Alemania, que parece que todavía hoy sigue corriendo. Corre solo, no lo marca nadie, los defensores estaban con la lengua larga. Los alemanes hacen ese empate y se les acaba la nafta automáticamente. Hago la inversa, me pregunto si hubiese sido igual el devenir del Mundial de México para Argentina sin ese viaje a Tilcara. No lo sabemos. Los que fueron en el 86 lo viven como una experiencia repositiva, más allá de la altura, de la precariedad y la austeridad en el día a día. Eso ya te demuestra que generó un buen semblante, así que yo creo que es un poquito de cada cosa.
La precariedad que mencionás, jugar contra equipos amateur de la zona, canchas de tierra y en malas condiciones. ¿Todas esas particularidades que tuvo el viaje pueden haber contribuido a su éxito?
Sí, creo que ayudó mucho porque cuando ellos van a concentrar al América de México en la estadía del Mundial ven que no alcanzaban las camas. Entonces le agregan un anexo que era un quincho, quizás la austeridad de Tilcara ya los fue un poco amoldando. Por eso yo señalo el viaje a Tilcara como el kilómetro cero. Siempre para los futboleros el inicio del mundial es el sorteo, que es donde ya sabemos cuáles van a ser los rivales de nuestras selecciones. Ahí ya entrás en un auténtico clima premundialista. El viaje a Tilcara fue veinte días después del sorteo. Fue el comienzo de ese proceso final donde ya no había margen de error para nada. Creo que por eso también Bilardo viaja a Tilcara, porque era un lugar que al estar más desconectado del resto del país le aseguraba cierta intimidad y calma para poder hacer experiencias físicas y tácticas que no hubiese podido hacer en Buenos Aires con los medios permanentemente sacándole fotos y observando.
Una situación de aislamiento, condiciones extrañas e incómodas, un técnico cuestionado, un equipo que para algunos todavía generaba dudas pero que logra consolidarse. ¿Observás un paralelismo, salvando las distancias, entre el viaje del 86 a Tilcara y la concentración de la Copa América 2021 que Argentina gana en Brasil?
Nunca lo pensé, pero ahora que lo decís vos, sí. Lo veo muy comparable, sobre todo en la contribución a un espíritu de grupo. El aislamiento es similar, en ambos casos estaban alejados de sus familias y con poca comunicación. Creo que el grado de imprevisibilidad es un punto de comparación también porque en el 86 nadie conocía Tilcara y en el 2021 nadie había experimentado nunca una concentración similar. Está esa escena de Messi en el vestuario valorando la convivencia y haber compartido una experiencia grupal. Muy probablemente lo del año pasado les templó un poco el ánimo. Los jugadores ya estaban ahí, semanas adentro, con toda la manija de querer ganar algo, de querer salir campeones. Quizás Scaloni conoce esta historia de Tilcara y algo podría haber influido, habría que preguntarle.
¿Cuál es tu anécdota favorita de Operativo Tilcara?
La verdad es que todo es una anécdota con un wow gigante, de principio a fin, pero la que más gracia me da es cuando Bilardo me cuenta que se vistió de mujer coya. Más allá de que parezca gracioso que se viste de mujer, él hizo particular énfasis en que para disimular con los jugadores se pone a bailar. Entonces me dice: “Mirá pibe que yo bailo muy bien, ¿querés que te muestre?”, se para y como que empieza a moverse. Y yo digo: “no, Carlos, no hace falta” y la gente miraba. Después, cuando yo contaba la anécdota a amigos y colegas, nadie me creía; hasta que finalmente sale la serie documental de Bilardo. Ahí hay una escena buenísima en México cuando todo estaba medio picado en el grupo y él para distender se pone a bailar y logra que todos se rían. Bailaba igual que como me quiso bailar a mí. Me alucinó eso porque me permitió entender en esa microanécdota la capacidad de liderazgo que tenía Bilardo. Ordenar, ordena cualquiera, el tema es persuadir. El Narigón tenía esa cosa de obsesivo y cabulero por un lado, pero después tenía una gran condición humana para empatizar y quizás quitarle un poco la tensión a la cosa. Yo me imagino que cuando de repente todos se enteran que esa esa señora vestida de chola era Bilardo le habrá generado algo en la cabeza a los tipos. Si este tipo, que es grande, que es doctor, que salió campeón con estudiantes; corre el riesgo de hacer ridículo para controlarnos, ¿nosotros no vamos a hacer un esfuerzo de entrenar atrás de una pelota tres veces por semana? Me parece que lo termina graficando bastante como es él en toda su complejidad. Por eso creo que fue lo que fue y cambió el fútbol argentino, ¿No?