Por Antonella Bellino y Juan Harriague
Fotografía: Guido Ieraci Spoltore

La “Confitería del Molino” cerró sus puertas en 1997. El edificio fue descuidado por muchos años, pero el Congreso lo adquirió por ley y se hizo cargo de su restauración. ANCCOM pudo entrar en esa cápsula del tiempo y observar cómo avanzan las obras de “la Tercera Cámara”.

Corren los años 30. La Confitería del Molino es un lugar de encuentro de grandes figuras porteñas. Un cliente fiel se sienta en su mesa preferida junto a un amigo y le pide a Cayetano Brenna, pastelero italiano y uno de los fundadores de la confitería, que prepare algo nuevo para su invitado. Los cocineros saben que deben crear algo especial: el cliente fiel es Carlos Gardel y su amigo el jockey uruguayo Irineo Leguisamo. Arman un postre con base de milhojas, dulce de leche, merengue, crema de almendras, marrón glacé y fondant. El “postre Leguisamo”, como se lo conoce desde entonces, terminó siendo uno de los tantos emblemas de esa esquina porteña. 

Año 2022. Es un día soleado en la Ciudad de Buenos Aires. Una persona llega a la esquina de las avenidas Rivadavia y Callao, en el barrio de Balvanera, saca una foto y la sube, tal vez, a una historia de Instagram u otra red social. Esto se está volviendo algo cotidiano: quienes frecuentan esas calles se sorprenden cuando ven este edificio, que estuvo en estado de desidia durante décadas y ahora parece volver a sus momentos de esplendor. 

Un lugar perdido en el tiempo

Luego de ingresar por la puerta de Callao 32, al primer lugar al que accede ANCCOM es la confitería en la planta baja: la parte más conocida y más referenciada cuando se habla de “El Molino”. La confitería, con todos sus aledaños, la zona de producción, el salón de fiestas y demás, ocupa aproximadamente dos mil metros cuadrados. Pero es solo una parte, si tenemos en cuenta que toda la construcción cuenta con un total de ocho mil. “Con lo cual cuando uno habla de todo el edificio en el proceso que estamos haciendo de restauración, habla de una tarea que excede ampliamente la confitería”, desarrolla Ricardo Angelucci, el secretario técnico a cargo de la Comisión Bicameral Administradora del Edificio del Molino.  

Su historia comenzó a fines del 1800, cuando la “Confitería del Centro”, que estaba en Rivadavia y Rodríguez Peña, se cambió el nombre por el de “Antigua Confitería del Molino” en homenaje al Molino Lorea, el primero de la ciudad que estaba destinado a la producción de harina. En 1905 se trasladó a la esquina actual y fue reinaugurada justo para el primer Centenario del Día de la Independencia, un 9 de julio de 1916, con el nombre que la transformó en ícono: “Confitería del Molino”.  

Siguiendo el recorrido, en el primer piso está el Salón de Fiestas. Este lugar se utilizaba para recepciones, casamientos, cumpleaños de 15 y otros festejos. “Nuestro objetivo es mantener la idea original del edificio”, dice Liz, quien se encarga de guiar a ANCCOM durante todo el trayecto.  

En todos los pisos del edificio las vistas son privilegiadas, desde el más pequeño de los balcones se puede observar de forma única el edificio del Congreso Nacional y su plaza. De hecho, durante muchos años, la confitería fue conocida como la «Tercera Cámara», ya que era un espacio de encuentro habitual entre senadores y diputados del Congreso. “El Molino” también fue un testigo privilegiado de los conflictos políticos y sociales que se sucedieron en Argentina. En 1930, la Confitería tuvo que cerrar por un año luego de sufrir un incendio durante el golpe de Estado que derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen.  

Los pisos del segundo al quinto tienen dos alas, una sobre Rivadavia y otra sobre Callao, que los propietarios usaron como departamentos para renta. En estos pisos sucedieron muchas cosas desde el cierre de “El Molino”, en 1997, hasta hoy. Tal es así que en las paredes se pueden identificar graffitis con dibujos o frases propias de alguien que hace propio un lugar. Esto tiene un motivo: durante el tiempo en que la confitería estuvo cerrada, hubo personas viviendo en el edificio de forma irregular, como puede verse en el documental “Las Aspas del Molino”, de Daniel Espinoza.  

Liz comenta que “la salida de los inquilinos se resolvió bien” y Ricardo explica que cuando recibieron el edificio había un estado de deterioro muy grande. “Durante los primeros dos años – agrega – lo fundamental era asegurar el edificio, porque había peligro de derrumbe, no había electricidad y no funcionaban las conexiones de agua y desagüe”. 

La expropiación se dio en 2014, por la Ley 27.009 sancionada por el Congreso Nacional, gracias a un proyecto del senador Samuel Cabanchik, que declaró al edificio de “utilidad  pública, por su valor histórico y cultural”. Cuatro años después, se constituyó la Comisión Bicameral Administradora del Edificio del Molino y, en julio de 2018, el Congreso tomó posesión del edificio para iniciar las tareas de recuperación.  

Por otro lado, la Ley de expropiación resolvió que los subsuelos y la planta baja van a ser concesionados como confitería, restaurante, pastelería o similares. El resto será destinado a un museo dedicado a la historia de la confitería y a la sociedad de sus primeras épocas, y un centro cultural que se llamará “De las Aspas”, para difundir y dar a conocer la obra de artistas jóvenes.

Recuperando la historia

Hoy, en uno de los departamentos se encuentra el taller de arqueología urbana. Allí los técnicos recuperan los objetos encontrados luego de la expropiación. Botellas, cajas, sifones, carteles de época, y otros elementos sorprendentes que no terminaron en Mercado Libre, serán parte de la puesta en valor de la confitería. Lo más impactante es el trabajo artesanal para rescatar decenas de vitraux. 

Durante la visita de ANCCOM, los técnicos estaban recuperando un papel viejo de un bolsón de harina que encontraron en el primer subsuelo. Lo que se hace en este taller es estabilizarlo con una goma especial para preservarlo y guardarlo sin que se deteriore el papel.  

Además de los objetos que fueron encontrados en los subsuelos y los departamentos, también se agregan otros donados por la gente que alguna vez concurrió, y los atesoraron como recuerdo. Entre ellos se pueden observar cajas de pan dulce, latas, postales y servilletas. «Hay cosas que tienen la insignia de El Molino y otras que no pero lo representan. Los guardamos porque marcan una época», dice Liz.  

Otro lugar fundamental de la recuperación del edificio es el mencionado taller de vitrales. Allí se hacen las tareas de fichaje y restauración integral de los 12.000 metros cuadrados de esas piezas artísticas que hay en El Molino. Una de las trabajadoras, que hace siete años se especializó en Francia, remarca “el nivel de laburo que hay en esto”, y Liz coincide: «el trabajo que hacemos es muy minucioso y complejo, y tiene muchos detalles”.  

El taller se encarga de recuperar varios vitrales al mismo tiempo, que corresponden principalmente a la marquesina y la guarda perimetral, que atraviesa la confitería de modo decorativo. La restauración de la marquesina fue un trabajo en conjunto con el Astillero Río Santiago. “La marquesina que bordea el edificio es una estructura de hierro, que tiene una parte de realidad gruesa y otra parte de realidad fina, y el Astillero tiene una especialidad increíble en eso”, desarrolla Ricardo Angelucci. 

Un gigante de viento

Por todo este trabajo, la confitería está cerca de volver a abrir sus puertas después de 24 años. “Que se haya llegado a este punto, de volver a tener un edificio tan maravilloso desde el punto de vista estético y poder ver todo lo que se está haciendo y que lo van a poder ver todos, es un orgullo”, concluye Ricardo.  

El último lugar del recorrido es la cúpula, que tiene punta en aguja y es cerrada con vitrales multicolores, con las figuras de los molinos que homenajean escenas del famoso libro “Don Quijote”. Para llegar a la punta hay que subir por una escalera en caracol, que para los cinéfilos puede traer el recuerdo del film de Hitchcock Los 39 escalones 

Justamente en la cúpula se encuentra el famoso “molino” del edificio, cuyas aspas volvieron a girar en enero de este 2021, después de sesenta años, y que ahora se iluminan todas las noches, para el deleite de todos aquellos que pasan por esta esquina. Donde hace unos años había un edificio casi abandonado, hoy hay futuro.  

“Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino”, escribió alguna vez Miguel de Cervantes Saavedra, a pesar de nunca haber probado las delicias de esta confitería, en donde pronto volverán sus salones a ser transcurridos, con diputados y senadores discutiendo leyes, acompañados de un café o un postre.