Por Sebastián Ackerman y Natalia Romé. Especial para ANCCOM
Fotografía: Romina Morua

Étienne Balibar visitó Buenos Aires en el marco del 50 aniversario del libro que escribió junto a Louis Althusser, Para leer El Capital, uno de los textos fundamentales de la renovación del marxismo europeo a mediados del siglo pasado.

Actualmente Balibar es profesor emérito de la Universidad París X-Nanterre, profesor visitante en la Universidad de Columbia, Nueva York, y como profesor distinguido en la Universidad de California. Además, integra el Comité de apoyo del Tribunal Russell para Palestina desde hace seis años. Afiliado al Partido Comunista durante dos décadas, sus intervenciones en el campo del marxismo apuntaron a sacar a Marx de la lectura doctrinaria en la que las directivas de la ex URSS lo habían encerrado. Su actividad intelectual combina con notable lucidez el desarrollo conceptual y el análisis político. Su obra abarca campos y tradiciones sumamente complejos como la teoría marxista, la filosofía de Baruj de Spinoza, la ontología de Gilbert Simondon, entre los sus recientes desarrollos y una amplia serie de estudios e intervenciones orientados reflexionar sobre las formas de la subjetividad política y de sociabilidad configuradas en el marco del capitalismo neoliberal y a denunciar sus tendencias desdemocratizadoras.

Invitado por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, la Universidad de San Martín y el Centro Franco Argentino junto a la embajada de Francia, Balibar participó de una intensa semana de conferencias, talleres y mesas de discusión.

Étienne Balibar estuvo en Buenos Aires.

– Este año se celebra el cincuentenario de la publicación de Lire le Capital, trabajo colectivo que usted escribió con Louis Althusser. ¿Se podría pensar que la «crisis del marxismo», que Althusser destacó como una oportunidad para inducir un recomienzo de la teoría marxista, tiene hoy una nueva oportunidad?

– Es algo muy extraño para mí, que ese trabajo sea tratado actualmente como un objeto de celebración, una especie de «lugar de memoria». Esto quiere decir  que ya no soy tan joven, tal vez incluso pertenezca al pasado… Pero es muy interesante ver que la huella de este trabajo colectivo no ha sido totalmente borrada. Cuando (Álvaro) García Linera estaba en prisión, utilizó la concepción althusseriana de los «modos de producción», al mismo tiempo que otros trabajos de procedencia marxista, para inventar una estrategia política fundada en el reconocimiento de las luchas de los habitantes locales como elemento determinante del combate contra el imperialismo. La herencia althusseriana tiene que ser un instrumento de desestabilización del marxismo tradicional que pertenece a una tradición completamente eurocéntrica y que se alió en parte a formas de organización política que ya no parecen estar vigentes.

– Usted ha desarrollado a lo largo de varios años el concepto de «igualibertad» (égaliberté) ¿Podemos pensar la existencia de una relación de igualdad/libertad capaz de superar las dicotomías entre la defensa de las libertades individuales y la aspiración a la igualdad? ¿Cree usted que esta idea puede iluminar las experiencias de América Latina en sus condiciones actuales o en las posibilidades futuras?

– No hay ninguna formulación absoluta, única, en particular ninguna formulación que sea la propiedad de una sola cultura y de una sola historia. Es importante decir esto cuando uno es francés, porque los franceses que hicieron hace tiempo una revolución ejemplar en nombre de la igualibertad, están demasiado convencidos  de ser para siempre los únicos intérpretes autorizados… La igualibertad, tal cual yo la entiendo, es el eterno problema de la política. Originalmente, yo la había formulado para tener en cuenta a la vez la crítica de los movimientos comunistas del siglo XX, que sacrificaron la libertad en pos de la igualdad pero finalmente no la establecieron, y las contradicciones del liberalismo burgués, que se autodenomina defensor a ultranza de las libertades, incuso al precio de sacrificar la igualdad, pero que tiene una concepción extraordinariamente selectiva, limitativa, incluso represiva de la «libertad». Pero repito, a mi forma de ver no hay solución, hay un problema permanente. Sin embargo, estoy persuadido de dos cosas a la vez por experiencia y por el razonamiento. Primero, no se puede separar libertad e igualdad como defensa por un lado de intereses individuales y por otro de valores colectivos. Las libertades colectivas (incluidas las libertades políticas) son tan importantes como las libertades individuales -es lo que dice la tradición republicana o tradición de la «ciudadanía»-. Y la igualdad es un factor de autorrealización para el individuo tanto como la solidaridad social. El egoísmo no está inscripto en la naturaleza humana. En segundo lugar, hay al menos una evidencia negativa del hecho que, en una perspectiva de emancipación, no se puede oponer estos dos principios; la evidencia es que donde las desigualdades están creciendo, las libertades son pisoteadas, y donde las libertades individuales y colectivas (incluso las libertades «burguesas», «derechos humanos», «libertad de conciencia», etc.) son destruidas, las desigualdades de poder, estatus y riqueza están creciendo … Por lo tanto hay que insistir con tenacidad, en reclamarlas ambas.

– En su opinión, ¿qué es ser  de izquierda hoy en día?

Étienne Balibar dijo que «no se puede separar libertad e igualdad como defensa por un lado de intereses individuales».

– En un texto reciente, muy generoso para conmigo y tal vez un poco irónico, Antonio Negri dijo que yo ocupaba «el centro de la izquierda». Estoy dispuesto a asumir esta fórmula en el siguiente sentido: ser de izquierda implica sostener varios requisitos que son heterogéneos e incluso contradictorios entre sí y hacerlo de manera radical.

Por ejemplo, hay que luchar por una transformación y una redemocratización del estado por las razones que he indicado anteriormente.Y hay que comprometerse a la vez, con los múltiples movimientos de emancipación que no pueden definirse en relación al estado pero sí en relación a la sociedad, a la cultura e incluso tal vez a la religión. Muchos  de éstos no son ciertamente convergentes entre sí (se vio claramente en el pasado, con el conflicto del feminismo y del movimiento obrero, después del feminismo con los movimientos de independencia nacional que se prolongan en la actualidad, o en la gran contradicción entre la cuestión de la lucha contra el racismo y las luchas por los derechos de las mujeres o contra la discriminación de las identidades sexuales minoritarias).

Básicamente, ser de izquierda es querer «transformar el mundo», es decir transformar  la sociedad, y proporcionar los medios de tal manera, que varios objetivos de emancipación puedan lograrse conjuntamente. Sobre estos medios, quisiera insistir particularmente en la dimensión «internacionalista» o cosmopolita, lo que me conduce a otra fórmula: ser de izquierda es encontrar las alternativas a la globalización capitalista, que sean ellas mismas globales, yendo más allá de las fronteras. Es enfrentar el capitalismo pero también el nacionalismo.