“Me parece un caso muy interesante de los trabajadores que se pusieron al hombro la recuperación de la fábrica”, explicó el candidato a Presidente Daniel Scioli a ANCCOM sobre la ex Cristalux. La experiencia fue elegida por el gobernador bonaerense Daniel Scioli para realizar su tesis de grado de la Licenciatura de Comercialización en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE). En la fábrica desconocían que dicha tesis estaba en proceso. Antonio Bucci, gerente general de la cooperativa, se enteró el mismo día de la presentación por un llamado telefónico del propio Scioli: “Me comentó toda la información que tenía, estaba muy bien informado de algunas cuestiones y me preguntó si había algo más que agregar. Le conté del nuevo proyecto que tenemos en marcha, una máquina que vamos a recibir en diciembre, la estamos comprando de Italia para fabricar frascos. Es un producto distinto, con las mismas características de la vajilla, a precio razonable y con la mejor calidad. Seguramente vamos a tener éxito y le vamos a servir al mercado”, detalló Bucci. Scioli, además, visitó la fábrica el pasado 17 de octubre de 2014. “Quizás algo de lo que vio o de lo que le comentaron los funcionaron lo motivaron para desarrollar la tesis”, agregó Bucci.
La vajilla Durax es un ícono de la industria nacional y hoy sigue en pie gracias a los trabajadores que sin certezas de éxito pero tomando como bandera el eslogan de la marca, apostaron con sus cuerpos por la recuperación de una fábrica que había sido saqueada, producto de la decadencia de los años ‘90. En 2002, luego de una vigilia de dos meses en carpa y a partir de la expropiación por parte de la provincia de Buenos Aires, formaron la Cooperativa Cristal Avellaneda, ejemplo de lucha y reconstrucción que hoy continúa viva y en constante crecimiento.
Hace dos años, la cooperativa también había participado de un proyecto de la Gobernación de Buenos Aires que se llamó Experiencia Exportadora. Junto a otras nueve empresas, recibieron ayuda profesional para armar un departamento de exportación: “Le pusimos mucha garra, mucho empuje –enfatizó Bucci–. Aceptamos todas las sugerencias del profesional para hacer las modificaciones aconsejadas. Viajamos, ofrecimos, insistimos. Hoy estamos exportando activamente a Uruguay y Paraguay, y en diálogo con la gente de Bolivia”.
Otro impulso importante para el crecimiento de la fábrica fue la sustitución de importaciones que establece un porcentaje de compra nacional. Empresas grandes se acercaron a Durax para cumplir con esta obligación. “Nos utilizaban, éramos su pasaporte para poder importar. Nosotros que podíamos abusar de esa situación, hicimos todo lo contrario, tratamos de afianzar un vínculo para que les sirva el negocio como negocio. Y hoy siguen con nosotros”, explicó Bucci.
“Hasta el ruido se habían llevado”
Osvaldo Donato, secretario de la cooperativa, entró a Cristalux en 1979 cuando había 2.200 obreros trabajando, cuatro hornos y una docena de máquinas en funcionamiento. Lejos estaban esas épocas de esplendor cuando, en 1999, se decretó la quiebra y 600 personas quedaron sin trabajo.
Durante los dos años que estuvo abandonada, la fábrica fue completamente saqueada. “Los vecinos nos avisaron de los supuestos saqueos pero nosotros no podíamos saber si era verdad o no”, contó Donato. Los obreros decidieron instalar un campamento en el portón del frente del edificio, sobre la avenida Hipólito Yrigoyen al 2008 en la ciudad de Avellaneda. En la carpa estuvieron desde el 25 de mayo hasta el 19 de julio de 2002 (“a las cinco menos cuarto”, recordó Donato) cuando se otorgó la tenencia del predio a la Cooperativa Cristal Avellaneda. “Cuando ingresamos, hasta el ruido se habían llevado –graficó Donato casi gritando sobre el ruido actual de la fábrica–. Este ruidaje siempre fue parte nuestro, lo teníamos como camiseta”.
Las imágenes de ese momento, que pueden verse en un DVD editado por la cooperativa en 2010, son desoladoras. Una voz en off, notoriamente dolida, relata los faltantes y los destrozos con los que se va topando mientras recorre el edificio con una cámara en mano. Las máquinas estaban rotas, se habían robado las herramientas, los motores; los bancos de trabajo estaban destruidos. “Los trabajadores pasaron de la alegría de la posibilidad de ingresar a su lugar de trabajo a la desazón de ver en qué condiciones estaba todo. Les habían sacado el estaño, el cobre, el bronce, todo lo valioso que encontraron lo sacaron y lo que no sacaron lo destrozaron. Fueron saqueos dañinos”, resumió Bucci.
Fueron 200 los obreros que participaron del primer ingreso pero, luego de ver el estado de destrucción y saqueo, sólo 40 obreros continuaron con el proceso de resistencia. “Acá los inicios fueron muy bravos. Teníamos la fábrica hecha pedazos y un país hecho pedazos”, recordó con tristeza Donato y contó anécdotas propias de cuando salían a “manguear” y no les creían que “semejante fábrica” no estaba funcionado, e historias de compañeros que simulaban ser vendedores ambulantes para viajar en tren sin pagar.
“Mucha gente dice que fue arrancar de cero o de menos diez pero fue mucho más abajo. Las mujeres estaban incansablemente picando porque el vidrio se pega al bloque y lo tenían que dejar liso”, contó Donato. Lo que tenían que dejar en condiciones eran bloques de las paredes del horno para reutilizarlos porque estaba arruinado. “Cerrar los grifos del gas es destruir los hornos. Los hornos funden a 1550 grados de temperatura y tanto el encendido como el apagado tienen que ser muy paulatinos, a través de los días, porque los ladrillos que lo forman no soportan un cambio de temperatura tan brusco. Ellos cerraron el gas con toda la materia prima adentro. Como se dice en la jerga, se congeló el vidrio adentro del horno y quedó inutilizado”, explicó Bucci.
Primero construyeron varios hornos chicos con los materiales reciclables de los hornos viejos, así trabajaron el vidrio de forma artesanal para juntar algo de plata vendiendo adornos. En 2005 consiguieron armar un horno de 32 toneladas y dos líneas de fabricación automática para fabricar platos y vasos. Pero se empezó a deteriorar y tuvieron que volver a los hornos más chicos, mientras acumulaban deudas cada vez más grandes.
El horno es el corazón vital de toda fábrica de vidrio. Los trabajadores pusieron el cuerpo para recuperarlo y defenderlo. En algún caso, incluso, llegaron a amenazar con prenderse fuego. Pero, independientemente de las deudas con Metrogas, la planta era insegura porque la precaria instalación de gas estaba llena de pérdidas y el servicio fue cortado por precaución.
En un acto en el año 2009 y durante un descuido de la custodia, Osvaldo Donato logró acercarse a la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner para decirle: “Presidenta, somos la gente de Durax, necesitamos ayuda, se nos cae la fábrica a pedazos”, mientras la tomaba del brazo. “Se me salía el corazón por la boca –recordó el secretario de la cooperativa–. Son palabras que no me voy a olvidar. La presidenta ya nos conocía porque había estado con nosotros en la exposición de Fábricas Recuperadas en 2008. ¡Gracias a Dios se acordó!”. De esta manera, los obreros consiguieron una cita con Guillermo Moreno, el entonces secretario de Comercio Interior. A partir de esa reunión, se organizó un gerenciamiento encabezado por Antonio Bucci. “Lo que noté desde el primer día en que empecé a caminar la fábrica es que había una necesidad y unas ganas de no quedarse sin trabajo. Yo contaba con esa ventaja enorme de las ganas de salir adelante de la gente y nos pusimos a trabajar. Fue fundamental la ayuda de Moreno en ese momento, que nos abrió la puerta para negociar con Metrogas el tema de la deuda”, contó Bucci quien, una vez cumplido el ordenamiento principal, eligió quedarse en la cooperativa al tiempo que se incorporó un equipo de profesionales para fortalecer el área de administración – la licenciada Cora Pena, el contador Jesús Barral Sánchez-. “Se quedaron en una fábrica que todavía estaba hecha pedazos, no es que estaba funcionando. Siempre digo la misma frase: se cargaron una fábrica al hombro”, destacó Donato.
Volver al origen
Cuando el único servicio que tenían era una canilla de agua, Amalia fue una de las cocineras que hacía magia en una olla grande que les habían prestado. Con lo poco que iban consiguiendo, sobrantes de carnes, bolsones de verduras y pan duro que recalentaban, fueron sobrellevando los peores momentos. “Ella era una de las cocineras –contó Donato–, estaba colorada porque se quemaban para que nosotros pudiéramos comer, rescatábamos lo que sea. Nos cagamos de hambre, de frío… Me saco el sombrero varias veces mientras respire y esté de pie por todo lo que se hizo acá”.
Amalia hace 32 años que trabaja en la fábrica: “Me siento orgullosa por lo que hicimos y le agradezco a mi familia que me apoyó muchísimo”, dijo con una sonrisa. Hoy ella arma las cajas que rezan “Hecho en Argentina” mientras de la comida se encarga Lucas, un cocinero que hasta abril estuvo trabajando en España y ahora organiza el menú semanal de la cooperativa: un almuerzo y una cena nutricionalmente equilibrados, que se sirven cada día en platos y vasos Durax.
Un desafío actual de la gerencia es no perder ese espíritu que los caracterizó: “Sobre todo al comienzo, se vivió el verdadero sentido de la palabra cooperativismo. Cuando el hombre se encuentra herido, vulnerable, es cuando más se abraza al resto para hacer un frente común al problema. Hoy en día nuestro principal objetivo es tratar de rescatar esa esencia. Por eso el nombre del comedor: ‘Volver al origen’ –explicó Bucci–. Hoy el comedor tiene dos plasmas, pero me gustaría recuperar la mística de cuando había una olla y lo poquito que había se compartía. El ser humano, a medida que va solucionando los problemas, se torna más individualista y egoísta. Se hace a veces difícil concientizar y no perder de vista cuales son los objetivos”.
En el momento de la quiebra fue difícil reinsertarse, el oficio del trabajador de vidrio es muy específico. Los obreros más calificados tuvieron mayores posibilidades de inserción en otras fábricas. En este sentido, es interesante observar que, en muchos casos, esas personas están volviendo de a poco a Durax. “Reincorporamos a Félix que se había formado en la época de Cristalux. Nunca había participado en la cooperativa pero es una de las personas que más saben de vidrio en Argentina y hoy está feliz de estar con nosotros”, señaló Bucci. O el caso de Daniel Canosa, que trabajó diez años en Cristalux, cuando quebró estuvo trabajando en empresas multinacionales y desde hace tres años volvió para desempeñarse como coordinador de Calidad. “Cuando yo me fui la fábrica estaba caminando bien. Y uno se emociona mucho por lo que era la fábrica y cómo la encontró después. Cuando todavía uno recorre algunos rincones de la fábrica da mucha pena. Cuando llegué, lo que ahora es mi oficina estaba llena de gatos, de mugre, toda derrumbada. Y hoy hay cuatro computadoras, microscopios, sala de ensayos. No había nada y hoy ver todo eso armado da mucha alegría”, detalló Canosa visiblemente emocionado.
Y es que la profesionalización del oficio y el compromiso con un proyecto que fuera más allá de la productividad debieron ir de la mano en este camino de recuperación. Mientras Bucci subrayó el importante crecimiento de la cooperativa, Donato rescató la libertad con la que van a trabajar y el amor por la camiseta: “En un momento donde las empresas crecen poco, nosotros estamos creciendo enormemente, porque no tenemos la especulación que existe en una empresa de capital donde el dueño regula todo”.
Recorrer la planta de la cooperativa Cristal Avellaneda es descubrir una historia de esfuerzo compartido que se esconde detrás de cada vaso y plato de vidrio. La emoción está a flor de piel en las paredes de una fábrica que está viva gracias a los trabajadores que decidieron hacerle frente a las leyes más violentas del mercado neoliberal de los ´90. Allí donde se intentaron saquear capitales y esperanzas y romper los lazos sociales es donde comienza la reconstrucción de un tejido que se apoya en la ayuda mutua, la responsabilidad, la democracia, la igualdad, la equidad y la solidaridad.