Por Nicolás Andrada
Fotografía: Daniela Yechua

Tendrá la forma de una mujer imponente saliendo de la tierra, dando un paso hacia adelante para surgir y mostrar sus manos grandes, la ropa pesada y lanosa, el rostro encendido por una nobleza largamente cultivada. El monumento no está terminado, pero se sabe que tendrá la forma del torso de una mujer de unos setenta años, la postura de una luchadora ancestral con dosis suficientes de entereza y orgullo. Faltan sólo unos meses de trabajo para que se termine el monumento a la mujer originaria, pero se sabe, sobre todo, que será la escultura en bronce más grande del país con diez metros de altura y varias toneladas de peso. Una obra cuya construcción no se sostuvo por la intermediación del dinero, sino que lo hizo gracias a la participación colectiva de cientos de miles de personas que donaron una llave, un pequeño objeto casero que encerraba, en muchos casos, una gran historia familiar.

“Hay distintas maneras de abordar el motivo por el cual sería necesario un monumento a la mujer originaria”. Es sábado. Andrés Zerneri recibe a ANCCOM en su taller de Palermo. “Una obra así nos permite sobrepasar barreras coyunturales e ir hacia un acuerdo un poco más genérico. Permite superar las posturas del oficialismo y el no oficialismo que hay dentro de los pueblos originarios, y lograr consenso”. El taller rebosa de dibujos, cuadros, telas, libros, un gato que se sube a un escritorio y se queda inmóvil, concentrado, como si estuviera posando. “Con el monumento se genera también mayor conciencia, especialmente en personas que no saben sobre su propia identidad. En Argentina, muchos no están enterados que somos 40 naciones, que se hablan 20 idiomas nativos y que hay un 61 por ciento de gente que tiene sangre originaria. Tenemos toda esa pluralidad y seria bueno que nos enteremos”.

Llaves donadas por personas de todo el país para la producción del Monumento a la Mujer Originaria.

Llaves donadas por personas de todo el país para la producción del Monumento a la Mujer Originaria.

El mes pasado la obra ingresó en la etapa final del tallado. Zerneri y su equipo de colaboradores ultiman los detalles en uno de los galpones de la ex ESMA. Si todo sale bien y el proyecto logra el apoyo legislativo necesario, en tres meses, la escultura podrá ser vista por todos, en Diagonal Sur y Perú, donde hoy está emplazado todavía uno de los tantos monumentos al general Julio Argentino Roca. “Sacar del pedestal a una figura como Roca no supone destruirla. No significa desaparecer a Roca, que de hecho es quien más monumentos tiene en el país, sino llevarlo a otro lado y resignificar ese espacio”, aclara el escultor. “El ejercicio de la reparación de la memoria no es solo con el pasado, sino también hacia adelante, para poder pensar cómo transmitimos a las futuras generaciones”.

La historia de una pareja de exiliados que al momento de irse de Alemania llevaba consigo una llave y poco más. La de un hijo que donó la cruz de su padre y la de su madre fallecidos para que se fundieran juntas. La de un músico que donó sus primeras púas; la de una joven que entregó una medalla escolar. Se juntaron alrededor de 200 mil llaves. Toneladas de bronce, que fueron guardados en tachos, para después ser fundidos en hornos grandes como una habitación. Son llaves y objetos detrás de los cuales se esconden historias. Relatos que serán recogidos en un libro por el colectivo de fotógrafos La colectiBA y que fueron parte fundamental de la obra: “La gente donaba, en su mayoría, objetos valiosos, que lograban desprenderse para que pudieran estar resignificados en este espacio. Me pareció la forma más legítima de construirle un monumento a la mujer originaria, sin la participación del dinero, y con la intervención de múltiples sectores”.

Zerneri nació en 1972, en la localidad de Marcos Paz, provincia de Buenos Aires. Su madre fue una enfermera de hospital y su padre un comerciante que militaba en el peronismo y del cual heredó, dice, cierta sensibilidad social. “Saber dibujar o pintar eran mis posibilidades y mis medios para hacer algo por los demás”, dice el escultor. Nunca cursó estudios artísticos en institutos ni universidades, apenas unas materias de Derecho cuando vivía en Tucumán, donde se radicó junto a su madre, durante la adolescencia y la primera juventud, tras el fallecimiento de su padre. Su obra incluye pinturas, dibujos, escenografías para teatro –dos de ellas distinguidas con los premios “ACE” y “Estrella de Mar”-, y tres esculturas. La del Che Guevara, emplazada en 2008, en Rosario. La de Juana Azurduy, encargada por el presidente boliviano y que ocupará el lugar del ya desplazado Cristóbal Colón, detrás de la Casa Rosada. Y la última, quizá la que cierra definitivamente el ciclo de obras colosales de Zerneri, la de la mujer originaria.

Galpón de trabajo del Monumento a la Mujer Originaria en el Espacio Memoria y Derechos Humanos Ex-Esma.

Galpón de trabajo del Monumento a la Mujer Originaria en el Espacio Memoria y Derechos Humanos Ex-Esma.

El proyecto surgió en el 2009, durante una charla que el historiador y periodista Osvaldo Bayer dio en el Centro Cultural de la Cooperación. Zerneri, que hacía poco había presentado el monumento al Che en Rosario, estaba entre el público de la charla. Bayer, sobre el final de la disertación, sugirió, al pasar, la posibilidad de realizarle un homenaje a los pueblos originarios. El escultor recogió la propuesta y al poco tiempo se reunió con Bayer en su casa y delinearon la iniciativa.

El comienzo, sin embargo, no fue fácil. Tras volver de un encuentro con representantes de pueblos originarios en Junín, Zerneri y equipo se sintieron abochornados. ¿Una obra de arte? ¿Para qué queremos nosotros una obra de arte? En el marco de una lucha signada por los acampes, los cortes de ruta y el hostigamiento constante de las fuerzas de seguridad, una obra de arte, un monumento en homenaje a los pueblos originarios parecía en principio una propuesta accesoria. “Nos vimos como un grupo de porteños que proponían una pavada”, reconoce el escultor.

Hubo, entonces, que repensar algunas cuestiones. El monumento no sería a los pueblos sino a la mujer originaria. El dinero no intervendría en el proyecto, sino que sería solventado por la colaboración colectiva, a través de la donación de llaves. Su emplazamiento en pleno centro porteño fue justificado porque así generaría una mayor repercusión, tal vez nacional. Con el aval definitivo de los referentes de los pueblos originarios, Zerneri y su equipo pusieron manos a la obra.

Recolectaron las llaves, diseñaron los bloques de telgopor. Los revistieron en yeso y los enceraron con fibra de vidrio; extrajeron los moldes. Esas láminas fueron llevadas, junto a otras, a los hornos grandes como una habitación. Se calentaron durante cinco días, el tiempo necesario para que el material deje un hueco de un centímetro de espesor, por donde se volcó el bronce derretido. Una vez enfriado el bronce se retiraron las láminas y luego se fueron soldando, una por una. En eso están Zerneri y su equipo. La técnica se llama fundición a la cera perdida y permite, según el escultor, construir obras muy nobles y perdurables, sencillas de reparar ante el daño.

“Como pueblo hemos repetido siempre que somos hijos de europeos, o que somos el pueblo más blanco de Latinoamérica. Me parece que ahora estamos abriendo los ojos a una perspectiva más latinoamericana”, dice Zerneri. El escultor y sus colaboradores esperan ahora que la Legislatura porteña apruebe la norma que autoriza la remoción de la escultura de Roca y su reemplazo por el de la mujer originaria. La confianza, aclara Zerneri, es total. “Pero existe una instancia que es la del veto del jefe de gobierno. Por eso queremos que este proyecto crezca y sea acompañado por toda la opinión pública”.

El escultor Andrés Zerneri en el Galpón de trabajo del Monumento a la Mujer Originaria.

El escultor Andrés Zerneri en el Galpón de trabajo del Monumento a la Mujer Originaria.