Por Fabián Kovacic
Fotografía: Bernardino Avila

Llegó hasta segundo año del secundario y decidió salir a buscar la vida en los rincones más intrincados, donde llegan los que saben mirar. Se formó en los viejos cafés que tapizaban el Montevideo de la posguerra, en la década de 1950, mientras escuchaba a los republicanos españoles exiliados despotricar contra el dictador Francisco Franco. Por la tarde se sentaba a la mesa de Juan Carlos Onetti y el inmenso Paco Espínola, a quienes consideró sus maestros en el arte de narrar. De día trabajó de obrero en una fábrica de insecticidas y después de empleado bancario, mientras dibujaba sus caricaturas para el diario socialista El Sol. Con veinte años llegó a las páginas del mítico semanario Marcha, conducido por Carlos Quijano que lo nombró secretario de redacción. Esa “experiencia formativa”, como el propio Galeano la consideró, lo marcó para siempre y supo así que el periodismo era su forma de “estar en el mundo, entre los demás”.

Viajó por América latina y el mundo, para registrar la revolución china a comienzos de los años sesenta que desafiaba a la Unión Soviética recién liberada del stalinismo, en una competencia por hacerse con la pureza ideológica del socialismo. Cruzó el océano y se metió en la selva guatemalteca para entrevistar a los guerrilleros que luchaban contra las dictaduras títeres del imperio norteamericano. En Cuba después de abrazarse con el Che Guevara, se lanzó a recorrer y denunciar las bestiales condiciones de vida de millones de latinoamericanos en Venezuela, Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Chile, Paraguay y Brasil. Y fue procesando esas vivencias en sus futuros textos.

Siempre consideró a la escritura como un territorio libre de etiquetas y fronteras. Por eso cada uno de sus libros es un corrimiento y ruptura de límites para mezclar al periodismo con la literatura, el testimonio con la metáfora que universaliza situaciones. Escribió Las venas abiertas de América latina en noventa noches para presentarlo en el concurso Casa de las Américas, donde fue desestimado en 1970, aunque un año después se convirtió en pieza de culto para la Nueva Izquierda latinoamericana y una denuncia documentada que pegó en el corazón del capitalismo malherido de los arrabales del mundo. Después de ese ensayo siguió rompiendo límites con La canción de nosotros, y sus denuncias sobre la cárcel, la tortura y el exilio de miles de sus compatriotas. Él mismo tuvo que cruzar el Río de la Plata para escribir ese libro en Buenos Aires, donde con apenas una brisa de aire se dio tiempo y voluntad para crear la revista Crisis en 1973, un espacio de encuentro para la cultura latinoamericana y del llamado Tercer Mundo. Esa aventura duró tres años y volvió a partir al exilio español donde concibió su trilogía Memoria del Fuego que con la vuelta democrática en Argentina, en 1983 cautivó a una nueva generación, hija de Las venas abiertas… Pasó con mirada atenta los años de las transiciones democráticas en el continente y fue duro con la década del noventa y la primavera neoliberal que volvió a arrasar la región. Festejó la llegada de gobiernos progresistas pero sin dejar de marcar sus críticas a su entrañable Cuba, y sus nuevos hijos Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil y su paisito Uruguay convencido que –como decía su maestro, Carlos Quijano- “los amigos son los que critican de frente y elogian por la espalda”.

Dos veces esquivó la muerte. A los diecinueve años no soportaba su crisis existencial y buscó morir. “La muerte me soltó”, diría años después. A los treinta, mientras recorría la selva venezolana para registrar la infrahumana vida de los mineros, la malaria lo agarró para llevarlo al otro mundo, pero “la mandé a la puta madre que la parió”, escribió años más tarde. “Ya no me quería morir. Sentí que tenía un par de buenas historias para contar y que mi vida era ser un cazador de palabras para convidarlas a los demás”, confesó.

El lunes 13 de abril la muerte lo abrazó definitivamente para llevarlo a recorrer para siempre toda la América latina y sembrarla de esas palabras que supo cazar con delectación de artesano.