Por Daniela Hernández Cuervo
Fotografía: Sofía Barrios

La tradición de La Alasita, un festejo del pueblo boliviano que se cumple cada 23 de enero en La Paz, se trasladó al Parque Indoamericano, en Villa Soldati. Colores, aromas, comidas, y sobre todo, ekekos para cargarlos de deseos que deberán cumplirse, según la leyenda.

La Tradición de Alasita, una festividad que tiene lugar cada 24 de enero en la ciudad de La Paz, Bolivia, y que se prolonga por semanas, fue trasladada a la Ciudad de Buenos Aires. El festejo tuvo lugar en el Parque Indoamericano, en el barrio de Villa Soldati. Desde el mediodía, bolivianos, argentinos, y personas de otras nacionalidades acudieron a los predios a la celebración ancestral en honor a la deidad Ekeko que se realiza desde 1781 y gira en torno a tradiciones indígenas.

Las alasitas son miniaturas que representan deseos -dinero, negocios, casas, autos, títulos académicos-, y que son encomendadas al Ekeko, la deidad de la abundancia, para que los materialice.

“Los artículos vienen de Bolivia, mayormente vienen de La Paz, de Copacabana, todo es bien nativo -explicó a Anccom Emiliano Fernández, uno de los artesanos bolivianos que en su puesto vendía alasitas-. El toro simboliza el trabajo, la fuerza. El elefante es la suerte, la plata. Lo que hace cada uno al comprarlo es llenarlo mes a mes, lo junta y cada 23 de enero a la noche se lo rompe y con lo que juntó dentro se compra nuevamente y renueva lo que se compró. Se compra para recrear esa fe y que se haga realidad.”

«Hoy todos vamos a recibir la bendición, porque lo que nos une es la fe » resonaba en los parlantes como bienvenida al evento. La apertura de la celebración fue marcada por la canción tradicional interpretada por Manuel Monroy Chazarreta, que con sonidos tradicionales habla del simbolismo que representan las alasitas.

“Esta fiesta se realiza en honor al dios de la abundancia, que es el Ekeko, puedes comprar todo lo que desees, tal vez estás en deuda, puedes comprar billetes en dólares, la cantidad que debes y hacerlos sahumar con el objetivo de poder pagar la deuda en el transcurso de este año. El día de hoy es la fiesta de los deseos”, dijo Esperanza Vargas, organizadora del evento.

Las compras fueron acompañadas por música tradicional y grupos de la colectividad que salían a representar danzas típicas vestidos con los trajes tradicionales pintados de amarillo, rojo, blanco, y azul. Niños y adolescentes de entre 12 y 17 años recuperaban las tradiciones bolivianas. El sector gastronómico se desplegaba con puestos de comida típica, refrescos y ensaladas de frutas.

Alasita, significa “cómprame”, sin embargo no solo se adquirían deseos de bienes materiales, también había figuras de animales en barro, que podían ser grandes o pequeñas, repletas de simbolismos. Adornadas con papeles que imprimen dólares, pesos argentinos y bolivianos. “Como si fuera una vaca al matadero, tiene mucha carne, es abundante. El toro es una alcancía así que al año al llevarlo al matadero traerá abundancia, con todo el dinero ahorrado”, explicó un asistente, que ya había comprado su toro y lo llevaba montado en el cochecito de su hijo.

En pleno calor de verano algunos árboles hacían sombra, el olor a incienso, palo santo y carboncillo usado por los chamanes “Yatiris” en sus rituales armaban la mística de la celebración.

En las carpas, se encontraban los puestos con las alasitas para la venta. Los compradores, impulsados por la fe la llevaban sin regatear. Se dice, que entre más se gaste mayor será la abundancia que traerá.

Familias, parejas, y amigos, iban atravesando la feria comprando de todo lo que se exponía. Un título para la hija, un auto para el padre, dinero para la madre y una canasta llena de alimentos en miniatura. Compraban para sí mismos o para regalar a personas a quienes se les desea buen augurio.

Los deseos miniaturas, eran envueltos en un tari (un pequeño aguayo cuadrado, semejante al que las mujeres bolivianas envuelven a sus críos para colgarlos de su espalda) y en familia iban a formar enormes filas para hacerlos challar (una ceremonia de reciprocidad con la Pachamama).

Los integrantes de la familia se organizaban alrededor del Yatiri (el que sabe), -quien vestía con un rojo encendido y preparaban las miniaturas para la Challa- y con las manos en ofrenda recibían una mezcla de azúcar, arroz y lentejas que fueron cayendo en el tari. Luego, con una rosa roja impregnada de alcohol y de vino, los salpicaba. El Yatiri indicaba luego de realizar el rezo que froten sus manos con todo aquello que les quedó y en un movimiento simbólico lleven el dinero a los bolsillos y carteras.

Carboncillo, incienso, vino, alcohol medicinal, hojas de coca, y pétalos de flor son los ingredientes habituales para la ofrenda a la naturaleza. Rituales que pasan de generación en generación y que resultan una acción primordial para que la miniatura alcance la eficacia simbólica del poder benefactor de Ekeko.

Fredi Llanos, Yatiri de la comunidad boliviana, comentó acerca del ritual que se hacía que “todo tiene significados, hay arroz, azúcar, lentejas, sinónimo de bienestar, de llamar la buena energía, la buena vibra. Mientras tú tengas fe, y esa confianza, todo va a hacerse realidad, porque cada mañana te vas a despertar y vas a decir quiero ese auto, o ese terreno, y te va a dar esa fortaleza. Eso es lo que hacemos nosotros con todo eso. El alcohol sana, el vino da fuerza -agregó-, la creencia es de Challarle para que no le falte el dinero, se pide que tenga trabajo y que no le falte. Y lo más importante, es la salud, que tenga salud y que haga realidad todos sus sueños y lo que está viniendo a pedir en este día.”

Las comidas típicas y la música le dieron color al lugar. Para las familias fue “como traer una parte de la tradición” y para aquellos que llevan muchos años viviendo lejos fue “inevitable no sentir nostalgia por lo que te hace recordar”.

Alrededor de las 16 aquellos que ya habían completado el camino, se echaron sobre algunas mantas extendidas en el suelo, en familia, sacaron algunos envases de comida para compartir entre ellos, almorzaron disfrutando de la música, los bailes, el calor, mientras los niños correteaban y jugaban. Así se fue yendo el festejo de La Alasita en Buenos Aires.