Por Agustina Pilar Gálvez
Fotografía: Milagros Gonzalez

Mishka Palacios de Caro ofrece un taller de producción de videojuegos en instituciones de encierro. Un espacio de transdisciplinar de expresión y una posible salida laboral. El gaming como política pública.

La industria del gaming y de los deportes electrónicos pegó un salto evidente en el 2020 con el inicio de la pandemia y la necesidad de encontrar estímulos desde casa. A partir de ese momento, vimos marcas desesperadas por entrar en el tag “gaming”, competencias de deportes electrónicos que se volvieron mainstream vía Twitch, y hasta el Kun Agüero creó su propio plantel de deportistas. Más tarde llegaron los medios y los festivales de música a disputar un espacio en ese terreno. 

Pero, ¿por qué el Estado tomó la posta?¿Qué pueden aportar los videojuegos en tanto política pública? Una respuesta posible se encuentra en el Programa de Desarrollo de Videojuegos en Cárceles, una iniciativa transdisciplinaria que parte del Ministerio de Cultura y el Ministerio de Justicia de la Nación en articulación con la cooperativa En Los Bordes Andando (ELBA) y la Fundación Argentina de Videojuegos (FUNDAV). ANCCOM dialogó con Mishka Palacios de Caro, parte de FUNDAV y coordinadore de contenidos de los talleres del programa. 

¿Cómo se armaron los talleres?

Los talleres se dan en las unidades 24 y 26 de Marcos Paz y en la 31 de Ezeiza. Las dos primeras son de jóvenes adultos varones y la 31 es, dentro de la cárcel de mujeres, la unidad de las mujeres que son madres; muchas están con sus hijos en la cárcel. Se armaron salas de tecnología dentro de las penitenciarías, cuando tenemos taller los chicos acceden y tenemos una conexión a internet blindada, por supuesto. Siguen estando presos entonces tienen limitados los accesos y demás: a redes sociales no pueden acceder, por ejemplo. Pero sí estamos trabajando online y, de hecho, estamos proponiendo para el año que viene que empiecen a armar estudios dentro de las penitenciarías pero que puedan tener comunicación interna. Porque los chicos y chicas que participan de los talleres en las distintas unidades están teniendo formaciones diferentes.

 

¿Las formaciones varían por sus intereses o por los contextos? 

Primero hacemos un poco de exploración vocacional entre los y las chicas y después también vemos qué docentes tenemos en qué lugar y cuáles son las disciplinas para las que son más idóneas esas personas que están dando las clases. Los videojuegos son transdisciplinares: necesitan música, arte, escritura, programación, un montón de cosas. En base a lo que vemos que les interesa a les pibis pensamos cómo podemos formales en eso y empezamos a trabajar.

 

¿Por qué vincular la industria de los videojuegos con la política pública?¿Qué viste como oportunidad ahí?

Cuando empecé a trabajar, en 2011, con mis colegas decíamos, entre otras cosas, que estaba empezando a aparecer una escena competitiva de algunos deportes electrónicos que en Argentina antes eran medio inexistentes y en ese momento era también bastante amateur . Entonces comentábamos: esto hubiera sido nuestro sueño en la adolescencia (ya no éramos adolescentes, estábamos en los treintas). Ahí entendimos que había que pavimentar el espacio para que les pibis de la nueva generación logren hacer algo que no se estaba pudiendo hacer acá de una forma un poco más ordenada. Ya para 2014 veíamos una parte industrial y empresarial muy instaurada, pero los independientes y la gente que se estaba formando muchas veces salían de las universidades y quedaban ahí boyando viendo qué pasaba en una nebulosa medio extraña hasta que bajaba una empresa, los agarraba y decía: vos me servís, como si fuese la garra de Toys Story.

 

Y ahí empezaron a armar el colectivo que hoy es FUNDAV… 

Claro, porque veíamos que había una parte de la formación profesional, que es la formación técnica, que estaba faltando: los primeros pasos, cómo tener una entrevista, cómo negociar un sueldo o hacer proyectos. Hay muchas universidades en donde te enseñan a hacer videojuegos y no hacés un videojuego en toda la carrera, es rarísimo. A la par de eso que estábamos formando, tuve la suerte de viajar a capacitar grupos y trabajar en colonias tecnológicas, talleres de videojuegos y jams con adolescentes y preadolescentes en varios lugares del país. Ahí me enfrenté con distintas realidades: viajé por Bahía Blanca, Tucumán, Mendoza, Jujuy, Tierra del Fuego. Pensaba eso de que la tecnología está más democratizada, y la verdad es que no hay una democratización absoluta, sí se habla de eso pero esa democratización es del consumo, no de la producción. Muchos acceden a Netflix, pero ¿cuánta gente puede producir una serie para Netflix? 

 

¿Esa es la visión que trae FUNDAV? 

Exacto. Lo que incentivamos es el desarrollo independiente y con caracteres más artísticos. Entendemos, a partir del trabajo con desarrolladores independientes que están en sus primeros proyectos, que la formación en videojuegos no es siempre de ámbitos profesionales, es decir, a través de las universidades o institutos. Hay muchas personas que entran en los videojuegos con una formación de oficio, haciendo. Y si tenemos los recursos necesarios es muy fácil trasladar eso a cualquier lugar: en este caso a las penitenciarías.

 

¿Por eso el Programa es de desarrollo de videojuegos?

Sí. Todo el mundo juega videojuegos en el celular, todos saben que en Argentina se hacen videojuegos porque existe el Preguntados. Pero cuánta gente sabe que se puede hacer videojuegos en Argentina y que, encima, puede hacer su propio videojuego.Cuando entramos en la cárcel, el primer choque con los chicos es ese: este es un taller de videojuegos. ¿Vamos a jugar? No, vamos a hacer videojuegos. Después de eso viene entender cuál es el alcance de un videojuego, que no tiene por qué ser super visual, ni 3D ni flashero. Con los chicos estamos haciendo aventuras de texto…

 

¿Como un Elige tu propia aventura?

Pero automatizado en la web. 

 

¿Sobre qué escriben?

Los primeros juegos o cosas que tienen para contar son autorreferenciales, hay como unas temáticas repetidas o distintos lugares comunes que van encontrando y que está buenísimo explorar. Cuando empiezan a soltarse y entienden más los alcances de la herramienta surge “quiero hacer algo que hable de un soldado en Ucrania que no quiere ir a la guerra entonces se va a una granja escondida en no sé dónde” y está muy bueno. Por ejemplo, hay un proyecto nuevo que el chico que lo está haciendo no quería contar porque quiere hacer un romance entre un pibe que está en la cárcel y su novia que está afuera, entonces tiene el celular de contrabando y se mandan mensajes, tiene que ver cuándo lo puede cargar y todo eso. Él no lo quería contar porque tenía miedo de que sus compañeros del taller lo burlen; pero hace poco se animó, lo contó y estaban todos re copados dándole ideas. Ahí te das cuenta que los preconceptos que tenemos sobre las identidades que están en las cárceles son unos y las realidades que te encontrás son otras. Incluso les pasa a ellos mismos.

 

Ahí de nuevo la importancia de hacer el énfasis no en jugar los videojuegos, sino en hacerlos. Sus historias siempre las contaron quienes no las viven, ¿no? 

También, así como pasa en la cárcel pasa en todos lados. ¿Cuántos juegos hemos visto sobre pibis trans en pueblos chicos? Además, al nivel del consumo pasa que ya no importa si el juego es para Playstation 4 o 5, si se ve mejor o peor, la gran diferencia es la historia que me estás contando. Por eso, empezaron a aparecer un montón de juegos independientes, experimentales, que ganan un montón de pulsión en el mercado y un montón de tracción y tienen que ver directamente con cuál es la narrativa que están contando.

 

¿Y ayuda a tener una herramienta para la reinserción?

Sí, de hecho desde FUNDAV y en articulación con los ministerios nos estamos contactando con estudios para que el día de mañana cuando les chiques salgan en libertad tengan un trabajo garantizado. Porque una de las cosas que vemos o que nos cuentan es que hay mucha gente que es reincidente y un gran grado de esa reincidencia tiene que ver con que cuando salen, como tienen antecedentes, no consiguen trabajo, nadie los toma. Y la gente igual necesita comer, pagar sus facturas y alimentar a su familia… Por eso, cuando hablamos con algunos representantes de los estudios nos decían: a mí no me importa si el chico, la chica, tiene antecedentes, me interesa que sepa trabajar. La industria tiene un superavit de empleabilidad: hay más empleos que trabajadores calificados. Si yo puedo formar pibes adentro de la cárcel y el día de mañana cumplen la condena y salen, una parte de la reinserción es conseguirle un trabajo. Ahí el Ministerio de Cultura y el de Justicia están intentando articular con el Ministerio de Trabajo para ver si podemos darles alguna facilidad a estos chicos para cuando salgan o a las empresas que los contraten.

 

¿Cómo ven la repercusión de los talleres entre les pibis?

Hay de todo, hay pibes que vienen porque quieren participar del taller, aprender y formarse y están remanijas, si tuviéramos la posibilidad de hacer el taller dos o tres veces por semana o más horas el mismo día estarían ahí. Otros chicos lo usan más como un espacio de expresión, o de relajación. Depende del día, a veces ven si pueden escuchar algún tema de música o si pueden ver las noticias de sus localidades, lo usan de contacto con la realidad; hay unos pibes, por ejemplo, que siempre me preguntan cómo está la calle. Después también hay gente que encuentra su vocación y empiezan a hacer exploración, encuentran de qué quieren trabajar y nos piden: quiero hacer música, videojuegos, otras cosas. Y obviamente también hay gente que deja de venir, ¿no? Los talleres son opcionales, depende de distintas cuestiones en sus legajos pueden acceder o no al taller. Ellos se anotan y el servicio penitenciario después define quién puede acceder y eso. Hay algunos que se anotan y se quedan, otros pierden el interés y dejan de venir.