Por Pablo Pagano
Fotografía: Laxmi Asnani

Simpatizantes del PT se congregaron en las puertas de la UOM para seguir el escrutinio a la distancia y celebrar el regreso de Lula a la presidencia.

Son las 5 de la tarde y Lula Da Silva no es, todavía, el presidente de Brasil. 

En Alsina al 400, al pie del edificio de la Unión Obrera Metalúrgica y delante de la casa de Luca Prodan, el Partido de los Trabajadores de Brasil convoca a un búnker abierto.

54,04% para Bolsonaro. 45,96% para Lula.

A esta hora hay poca gente. 10 compañeros de la CGT pegados a la pared de la UOM, una brasileña envuelta en una bandera roja con una estrella amarilla y la sigla PT al medio y unas 30 personas más, la mayoría con un sticker de Lula pegado en sus abrigos. 

El resultado sigue intacto en la pantalla, la gente llega cada vez con más intensidad.   

Dando la espalda a la casa de Luca Prodan, se montó una pantalla que ocupa media cuadra y proyecta a la CNN de Brasil. Con una ansiedad contenida entre charlas y vino tinto, se llena la calle Alsina. 

Pasadas las 6 de la tarde, el sol deja de darle color a la cuadra. Ya hay más de 1.000 personas que parecen querer robarle metros a la mítica casa sindical y a su respectivo chino de enfrente. No se puede hacer un paso sin tener que pedir perdón tres veces. El color lo aporta la mezcla entre brasileños residentes en Argentina, brasileños residentes en Argentina y militantes del PT, argentinos amantes de la Patria Grande, algún despistado que pregunta por qué carajos hacen tanto ruido y un frentista que intenta salir de su casa sin éxito.

La fiesta está asegurada con muchos Alma Mora y Brahma en lata, pero en la espera se siente calma y angustia.

El único lugar por el que se puede circular es la vereda de enfrente a la UOM; la del chino. Solo se puede pasar a comprar cuando se hayan ido una cierta cantidad de personas. Todos salen con vino, birra y papas: hay festa. El supermercado dispuso tres personas para que la heladera de cervezas nunca se quede vacía, que las birras estén frías es otra cosa.  

“No queremos un búnker, queremos una fiesta popular en la calle”, le dice el coordinador del Partido dos Trabalhadores en Buenos Aires, Paulo Pereira, a ANCCOM.  

 50,91% para Bolsonaro. 49,09% para Lula.

Cada poroto que suma Lula y le achica la distancia a Bolsonaro se festeja como un gol en Argentina: Un grito de alivio bien fuerte y muy cerca del grito del de al lado que termina con un abrazo posterior que todavía se guarda lágrimas.    

El clima es el de un cierre electoral que quedó trunco desde abril de 2018 cuando Lula, en plena carrera por la presidencia, fue detenido y quedó vaciado de sentido el voto que se llevaba su figura. De ahí hasta la fiesta en la vereda de la UOM Lula pasó 580 días de prisión.    

50.1% de votos para Lula Da Silva. 

Antes de las 7 de tarde ya se desata la fiesta en Buenos Aires. El dato no lo dio la CNN, la pantalla seguía en 49,09% para Lula. Al costado, desde la vereda del chino, se escucha un grito unísono de cuatro personas y una levanta abruptamente su teléfono para arriba. El grito ahora es de una sola persona que expulsa el 50.1% bendito. Me encontré abrazado a tres brasileños. El llanto es incontenible porque es producto de lo difícil que fue llegar acá y lo que va a costar sostener esta alegría. 

Ya oscureció y todavía falta el 43% de las mesas por escrutar. Abajo de la pantalla se prepara un escenario improvisado y aparecen bombos, saxofones y trompetas.

Bolsonaro vai tomar no cu por fin. 

Con el resultado en la bolsa, solo queda festejar. ¿Qué? 

“Que por muy poquito, pero Brasil le da la espalda al fascismo”, dice una brasileña ya muy entrada en llanto. Un desahogo que muestra los dientes de un futuro explícitamente complejo.

 

Nos espera un Brasil absolutamente envuelto en una estructura de odio. Lula es la persona que puede restaurar la normalidad política en Brasil, no significa que eso va a ser fácil pero es el único capaz de promoverlo”,  dice Paulo Pereira para ANCCOM. 

Solo queda esperar el resultado definitivo y el discurso de Lula. La música y el baile son protagonistas. La pantalla ya no importa más porque la fiesta está acá, en la calle del edificio de la UOM.