Por María Belén d'Ambrosio Romero
Fotografía: TELAM

En el marco de una polarización a nivel global, con la consolidación de la extrema derecha y el neofascismo como fuerza con peso político electoral, la segunda vuelta del 30 de octubre entre Lula y Bolsonaro tendrá impacto en toda la región. ¿Bolsonaro reconocerá el resultado?

En Brasil reina la violencia y la incertidumbre. El pasado 23 de octubre un exdiputado aliado de Bolsonaro, Roberto Jefferson, se atrincheró en su casa y disparó balas y granadas a la policía que cumplía con el mandato del Supremo Tribunal Federal de detenerlo por violar la prisión domiciliaria que debe cumplir por impulsar un golpe de Estado en 2021.

La última encuesta divulgada por la consultora Quaest revela que Lula encabeza los pronósticos con un 53 por ciento contra un 47 de Bolsonaro. Sin embargo, la agencia Paraná Pesquisas presenta un escenario de empate técnico. La primera vuelta del 2 de octubre estuvo marcada por el sorpresivo desempeño del actual presidente que acumuló varios puntos más que lo que vaticinaban los sondeos, un 43,2 por ciento de los votos, a tan sólo 5 de Lula, que recolectó el 48,4 por ciento.

El fortalecimiento de la extrema derecha responde a una serie de fenómenos estructurales que se combinan con un contexto internacional cada vez más polarizado. Alejandro Frenkel, investigadoar del CONICET, politólogo y docente de la Universidad Nacional de San Martín, es categórico: “Yo daría por descontado que Bolsonaro va a desconocer el resultado y que se va a abrir un período de conflicto, incertidumbre, negociación, donde el posicionamiento de muchos actores va a ser clave para reconocer a Lula si acaso es electo por poco margen. Probablemente, los gobiernos a nivel internacional lo reconozcan y eso va a jugar a favor. Pero después está el rol de otros partidos, sobre todo el llamado Centrão y los militares”.

“El bolsonarismo está allanando el terreno para embarrar la cancha, no reconocer la elección y después de una primera vuelta con la sorpresiva colecta de votos de Bolsonaro, más de lo que se pensaba, se envalentona más las posibilidades de que pueda ganar, con lo cual va a hacer que una derrota sea menos digerible todavía”, agrega Frenkel.

Sobre este aspecto particular de la primera vuelta, un voto vergüenza u oculto a Bolsonaro, la investigadora y docente en el Área de Relaciones Internacionales de FLACSO/Argentina, Juliana Peixoto, afirma: “En Brasil se constata una conciencia creciente en la población que escapa a los métodos de recolección de información clásicos. Está la posverdad, esta idea de que todo es una opinión y ese rechazo a la ciencia, a la investigación, a los métodos científicos. Hay rechazo a la encuesta, y el voto vergüenza sorprendió bastante porque en realidad estábamos esperando un voto oculto a Lula también”.

El clima político y social en Brasil guarda muchísimas diferencias con el que se vive en Argentina. El crecimiento de la ultraderecha bolsonarista empalma con una serie de cuestiones más estructurales que constituyen el imaginario de la sociedad brasileña. Según Peixoto, “el voto vergüenza también tiene que ver con la construcción muy arraigada del enemigo comunista, del enemigo PT, del enemigo rojo, que habla de una inmensa ignorancia política. En comparación con Argentina, en Brasil no existe estudiar la Constitución en la secundaria, que parece algo formal pero no lo es tanto. Hay mucho menos formación ciudadana, menos debate político y menos política en las calles. Hay muy poca movilización. Con lo cual eso es un caldo de cultivo para ese tipo de movimientos”.

El proceso dictatorial en Brasil también tuvo otras características y tampoco hubo un Nunca Más como en la Argentina. “El hecho de que Bolsonaro haya reivindicado a un torturador de la dictadura durante el impeachment a Dilma, por ejemplo -señala Peixoto-. Esto es gravísimo para sectores específicos de la sociedad, porque fue otra dictadura, otro proceso de amnistía, no hubo revisionismo, no hubo condena social, la problemática de los torturados y asesinados (porque en Brasil el principal problema fueron los torturados) es poco visibilizada”. Y destaca: “Las Fuerzas Armadas tienen mucha legitimidad, de hecho la policía que está en las calles es llamada ‘policía de represión’. Está la policía civil, que colabora con cuestiones judiciales y administrativas, y está la de represión, el patrullero que está en la calle”.

Peixoto, por su parte, le asigna un papel determinante a las cadenas como O Globo, “que si bien no cierra con Bolsonaro, apoyó el impeachment y defenestró al PT y sus gestiones, a pesar de haber apoyado a Lula en 2002, con lo cual es ese ‘bicho’ que va para donde lleve la marea”. “El apoyo en 2002 de O Globo fue clave para que Lula ganara -opina-. La campaña, más el descontento con los últimos años de gobierno del PSDB, fueron muy interesantes, pero el toque fue el apoyo masivo tuvo en los medios, se veía que era una ola imparable, entonces O Globo se subió al tren”.

La correlación de fuerzas tras la primera vuelta, el 2 de octubre, dio aire a Bolsonaro y a los sectores ultra reaccionarios, que crecieron en el número de bancas en Diputados y Senadores. El Partido Liberal de Bolsonaro pasó a tener el bloque más grande en la cámara baja con 99 parlamentarios. El bloque conocido como “la bala”, conformado por exmilitares integrantes del movimiento que promueve el uso civil de armas, aumentó de 28 a 36. En las gobernaciones de los principales estados se configuró una mayoría afín a la ultraderecha de Bolsonaro y sus aliados: obtuvieron 9 de las 15 que se disputaron, mientras que 5 quedaron en manos de candidatos aliados al PT.

«Me imagino un gobierno muy complicado», pronostica Frenkel.

Está pendiente la definición de los gobiernos regionales de 12 estados que se elegirán este domingo, entre ellos la gobernación del estado de San Pablo, el más poblado y rico del país, donde el exministro de Bolsonaro Tarciso Gomes Freitas fue el más votado en primera vuelta (42,32 por ciento) y se enfrenta a Fernando Haddad (35,70 por ciento). Para Peixoto, “la correlación de fuerzas es algo dinámico, el PT ha crecido en diputados y gobernaciones. El PT es un partido muy pequeño que siempre depende de coaliciones para gobernar, y eso es un problema del sistema de partidos en Brasil”. Esta situación político-institucional plantea un panorama incierto sobre cuáles serán los recursos del PT para llevar adelante su agenda y lidiar con una oposición de ultraderecha consolidada si se llega a imponer en el balotaje.

“Me imagino un gobierno muy complicado, con mucho conflicto -sostiene Frenkel-. Por un lado, Lula va a tener mucha oposición desde lo institucional: el bolsonarismo con mayoría en el Congreso, los sectores conservadores, la bancada de ‘la bala’. Va a tener que negociar con otros sectores la gobernabilidad. Y al mismo tiempo, va a tener las presiones de su propio partido, de sectores más a la izquierda, y ahí va a aparecer la habilidad política de Lula, pero también se van a ver cuáles son los límites estructurales”.

La presión social en las calles es clave a la hora de pensar el desarrollo de los acontecimientos. Frenkel infiere que “va a ser muy complicado en términos sociales. Una particularidad del Brasil de los últimos años es que se acostumbró a tener movilizaciones callejeras, algo no muy tradicional en la historia del país excepto por el Movimiento de los Sin Tierra (MST) o los sindicatos, pero ahora protagonizadas por el bolsonarismo. Entonces Lula va a enfrentar un clima social de convulsión con sectores con capacidad de movilización y de producir violencia política”.

Sobre los aspectos más estructurales que sostienen la economía en Brasil, como el crecimiento del agronegocio y la consecuente destrucción de la Amazonía, o las reformas regresivas implementadas desde el gobierno de Temer, los índices de desocupación y pobreza que aumentaron exponencialmente bajo el gobierno Bolsonaro, tanto Frenkel como Peixoto coinciden en que es difícil que un gobierno del PT pueda revertir el rumbo, aunque sí confían en medidas paliativas que lo frenen.

“El tema económico Lula lo va a matizar, va a haber asistencia a la pobreza, pero no creo que pueda tocar lo estructural, los temas ambientales, el agronegocio, quizás haya más control. Lo que está pasando en el gobierno de Bolsonaro con la Amazonía es tremendo. La tasa de deforestación es de 18 árboles por segundo”, remarca Peixoto. En el mismo sentido, Frenkel observa que Lula va a asumir heredando un programa económico neoliberal blindado, en cierta medida, por la “ley del techo de gastos”. “Eso implica un limitante, va a tener que negociar para derogarla, o encontrar los resquicios si pretende aumentar el gasto social. Va a tener las limitaciones del modelo económico que deja Bolsonaro”, asegura. La ley del techo de gastos fue aprobada bajo el gobierno de Michel Temer en 2016, al igual que la reforma jubilatoria, pese al fuerte rechazo de la sociedad brasileña. En tanto, en sus últimas declaraciones, Lula ha anticipado que el suyo será un gobierno de centro, en un gesto al empresariado y los sectores del establishment.

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