Por Agustina Morello Eckerdt
Fotografía: Captura de pantalla de La Retaguardia

En una nueva audiencia virtual del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús, declararon los sobrevivientes Rubén Fernando Schell, Rebeca Krasner y la testigo Graciela Nordi.

El Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de La Plata juzga a 18 represores que actuaron en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús, entre ellos Miguel Osvaldo Etchecolatz, el exmédico policial Jorge Antonio Bergés y Juan Miguel Wolk, responsable del Pozo de Banfield durante la última dictadura. 

La primera en dar testimonio en la audiencia de este martes fue Rebeca Krasner, secuestrada a sus 27 años, en su domicilio, junto a su pareja Luis Alberto Santilli de 26 años. El operativo tuvo lugar el 18 de agosto de 1977 entre las 20 y las 20.30. Ambos fueron llevados al Pozo de Quilmes y Rebeca fue liberada al día siguiente.

Krasner narró que ese día cuatro hombres vestidos de civil golpearon violentamente la puerta de su casa. Su papá fue quien les abrió. En su relato expresó: “Subieron por las escaleras con armas largas. Uno solo hablaba, preguntaba dónde estaba mi marido. Yo le dije que no tenía, porque no estábamos casados. En ese momento, Luis Alberto llegó del trabajo y ellos nos hicieron preguntas. No fueron violentos en ese momento, luego vendaron nuestros ojos y nos tiraron a un auto”. La víctima agregó: “Mi papá le preguntó dónde me llevaban y ellos dijeron que al Regimiento de Patricios”.

Al llegar, Krasner comentó que escuchaba muchas voces. La llevaron escaleras arriba a un calabozo, pero sola, sin Luis Alberto. Al rato, comenzó a escuchar los gritos de su pareja y una radio muy fuerte que trataba de opacar su voz. Luego de un largo silencio, abrieron la puerta de su calabazo y la llevaron a la sala de tortura. La víctima relató que Luis Alberto pidió que la llevaran a su casa y que se queden con él a cambio, agregó que su pareja le suplicó: “Rebeca seguí adelante con todos nuestros proyectos”. En ese momento, el “jefe” del operativo aceptó y la retiraron de la sala. “Me sacaron gritando que lo amaba”, expresó.

En su testimonio, Krasner afirmó que al otro día realizó la denuncia en la Comisaría N°1 de Quilmes, junto al hermano de Luis Alberto, Norberto Santilli, quien afirmó años más tarde que el comisario que lo atendió le dijo “olvidate de tu hermano porque los vamos a matar a todos”. Por más que intentaron cerrar la causa en el Juzgado de La Plata, Rebeca nunca se rindió y llegó al juicio de hoy. La víctima cerró su relato sentenciando: “Desde entonces mi vida está rota, desgarrada. Lo único que me sostuvo fue mi carrera de Psicología y mi trabajo. Uno aprende a soportar lo insoportable. La reparación que sentimos las víctimas es la justicia, porque cuando me soltaron, no me liberaron. La liberación viene a través de la justicia. Tuve que esperar 45 años para llegar hasta acá”, además agregó que “los hermanos de Luis Alberto dieron muestras de sangre al equipo de arqueología que lleva adelante la investigación y hasta ahora no hay novedades. Él sigue desaparecido”.

Luego de un corto cuarto intermedio, el segundo testimonio de la jornada fue prestado por Graciela Nordi, quien declaró por el caso de Susana Beatriz Mata Freixas, su compañera de militancia. La testigo afirmó que ambas eran maestras y que se conocieron en una asamblea, luego de una manifestación en donde se exigía un aumento salarial. En ese lugar, las dos decidieron sumarse a la idea de formar un sindicato docente y comenzaron a militar. Luego de estudiar mucho sobre el tema, llegaron a ser dirigentes gremiales. 

Nordi explicó que en 1974 los sindicatos comenzaron a correr peligro. Afirmó que dejó de ver a Susana con la misma recurrencia, ya no se reunían en su casa para protegerse. Sólo se veían en las actividades gremiales, en donde se entera que Mata estaba embarazada. La testigo comentó que a finales de ese año el marido de Susana, Juan Alejandro Barry, fue detenido en un bar de Lomas de Zamora. Además, agregó que debido a esto, “ella abandona las actividades de la escuela, iba a las reuniones del sindicato con mayores cuidados por miedo y por su embarazo. Fue alojada en la casa de unos amigos en Adrogué, por su seguridad”. 

La testigo afirmó que, a fines de 1974, Susana llama a la casa de Nora Muñoz, su compañera del sindicato, y sintió que su voz era rara. Detrás del teléfono, Nora le decía que no vaya a su casa. Susana se preocupó y fue igual. Ahí la detuvieron, según afirmó Nordi, “la estaban esperando”. La llevaron a Olmos, La Plata. 

Al paso de los días, la testigo aseguró que se enteró que su compañera estaba internada en el Hospital de Clínicas por pérdidas y fue a visitarla. La encontró esposada a la cama, con un embarazo avanzado y custodiada. Pudieron hablar un rato, luego la sacaron. Nordi se enteró que ella dio a luz a su hija Alejandrina en condiciones terribles, en el penal donde se encontraba privada ilegalmente de su libertad.

Graciela comentó que ocho años más tarde, apareció en la puerta de su casa Susana con su hija, “me pidió que se la cuidara por un rato, no quise hacer preguntas. Lo único que me contó fue que salió con libertad condicional”, expresó la testigo. Al atardecer, Susana volvió y le contó algunas vivencias de la cárcel: “Sus compañeras la ayudaron con su bebé, fueron muy empáticas con ella”, aseguró. Después de ese día Nord,i no la vio más. Por medio de sus compañeros del sindicato se enteró que se fue de Buenos Aires, pero no sabía dónde. 

En su testimonio, Graciela explicó que con el Golpe de Estado de 1976 el sindicato fue cerrado. Ella estaba embarazada de su tercer hijo. En mayo de ese mismo año, la testigo fue secuestrada, afirmó que le hicieron preguntas sobre el sindicato, “yo no pude contestar mucho, dejé de ver a mis compañeros luego del cierre del gremio” y agregó “nunca supe donde estuve porque siempre permanecí vendada. Esa misma noche, me subieron a un auto y me bajaron cerca de mi casa”. Por miedo, Nordi se refugió en la casa de un vecino por cinco días. Pero luego, gracias a la ayuda económica de su mamá, se exilió a España con sus hijos. En diciembre de 1976, recibió una carta que expresaba que Susana había sido asesinada en Uruguay junto a su marido. Cerró su testimonio afirmando: “Nosotras nos habíamos prometido que si algo nos pasaba íbamos a cuidar de nuestros hijos, pero no pudimos hacerlo. Agradezco a la vida haberlos conocido, fueron excelentes personas, apostaron por un cambio positivo en el país, lucharon hasta el final”.

El último testimonio estuvo a cargo de Rubén Fernando Schell quien fue secuestrado y privado de su libertad a sus 23 años el 11 de noviembre de 1977 y estuvo cautivo en el Pozo de Quilmes hasta el 21 de febrero de 1978. Actualmente, es director general de Derechos Humanos en ese municipio, su oficina se encuentra en el ex Pozo de Quilmes. Sus declaraciones las dio desde ahí, con un fondo lleno de fotos de las personas desaparecidas en ese centro clandestino de detención.

Schell afirmó que, en el momento de su secuestro, estaba llegando a su casa del trabajo, que estacionaron tres autos, bajaron aproximadamente doce personas, con armas largas, todos vestidos de civiles y se dirigieron a la puerta de su domicilio. Ahí mismo lo redujeron, sin necesidad de ingresar a su casa. La víctima explicó que le envolvieron la cabeza con un pulóver y lo tiraron al piso del auto. Al llegar, lo llevaron directamente a la sala de tortura, le dieron golpes y usaron la picana eléctrica, desarrolló: “Me pegaban y pedían nombres. Eso hacían con todos. A mí me entregó Omar, un amigo de la infancia y militante peronista como yo”. 

En su testimonio, la víctima explicó que después de la extensa tortura, lo hicieron subir a una celda, esposado y con sus ojos vendados. Schell afirmó: “Al rato escucho voces que provenían de otras celdas, eran compañeros que estaban en mí misma situación. Me arrimé donde se escuchaban voces y se presentó el Colorado. Él me enseñó a como pasar las esposas adelante, ya que las tenía en la espalda. Como él, conocí a muchos detenidos con sus nombres de guerra -apodos-. Los que eran capturados pasaban a la sala de tortura. Otros venían de otros centros clandestinos muy lastimados y directamente los pasaban a las celdas”. Agregó también: “Había en algunos momentos uno por celda o, si venían muchos, hasta cinco. Desde ahí se escuchaba muy fuertes las torturas”.

“Cada vez que había un traslado -afirmó Schell- teníamos una costumbre, silbar la introducción de la 9na Sinfonía de Beethoven, la alegría como canto de esperanza”.

El testigo comentó que les daban de comer “guisopa”, una comida que no se definía entre el guiso y la sopa. Otros días comían un “mazacote” de fideos hervidos y a veces polenta. Aseguró en su declaración que era incomible, pero el hambre y la ansiedad de estar encerrado no le dejaba otra opción. Aprendió a hablar con las manos, “el lenguaje de los presos”. Así pudieron contarse entre los detenidos de dónde eran y sus apodos. Por uno de ellos, la víctima afirmó haberse enterado de que estaba en la Brigada de Quilmes. En ese momento, los captores lo identificaban como Chupadero Malvinas.

En su declaración, Schell expresó que cuando lo liberaron y volvió la democracia, recorrió varios organismos para denunciar lo que le sucedió a él y a sus compañeros, pero no obtuvo respuesta. Cuando se formó la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), pudo denunciar. Además, agregó: “Me llamaron a una cita para reconocer este sitio, ahí me reencontré con compañeros que pensé que habían desaparecido, muchos que pensé que ya no estaban con nosotros. Fueron 102 días, que resultaron eternos, tanto que los sigo viviendo”.

La víctima, al finalizar su testimonio, sentenció: “Muchos de los sobrevivientes están muriendo, fueron 45 años de espera del juicio, el tiempo nos va ganando. Se van los inocentes y los culpables, sin haber visto la justicia. Pero sigo siendo fiel creyente, aunque aún no la haya visto, necesitamos justicia, no venganza”.

En esta causa, que tuvo su primera elevación a juicio en abril de 2012, son querellantes las Abuelas de Plaza de Mayo junto a los nietos restituidos, Carlos D’Elía, Victoria Moyano Artigas, María José Lavalle Lemos y su hermana María Lavalle. También Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices y Graciela Borelli Cattaneo, hermana del uruguayo Raúl Edgardo Borelli Cattaneo, víctima del Plan Cóndor. El juicio investiga a los responsables de 18 mujeres embarazadas que dieron a luz en cautiverio y que estuvieron detenidas en esos centros clandestinos de detención dependientes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. 

El juicio continúa el martes 24 de mayo, a partir de las 8:30, con los testimonios de Norma Esther Leanza, Ramon Raúl Romero y Diana Estela Guastavino. Ricardo Basílico, el juez del Tribunal Oral Criminal Federal N°1, afirmó que a partir de junio van a incrementar la cantidad de testigos por audiencia.