Por Franco Ojeda
Fotografía: TELAM

El 2 de mayo se cumplieron 40 años del hundimiento del crucero General Belgrano. Jorge Massin y Jorge Luis García viajaban abordo cuando los ingleses torpedearon la embarcación. Aquí recuerdan cómo fue ese momento.

 

El 2 de mayo de 1982 fue un antes y un después para la Guerra de Malvinas. Esa jornada, el Crucero General Belgrano recibió dos impactos de torpedo provenientes del submarino britanico HMS Conqueror que provocaron su hundimiento. Trescientos veintitrés de sus mil noventa y tres tripulantes murieron allí. Dos de los sobrevivientes de ese evento son Jorge Luis Massin y Jorge Alfredo García, soldados que estaban dentro de la embarcación y que recuerdan con Anccom los sucesos ocurrido en esa jornada de la cual se cumplieron 40 años.

 En la década del 1930, el General Belgrano era una embarcación de la Marina de los Estados Unidos llamada “USS Phoenix”. En la década siguiente fue utiilizado en la Segunda Guerra Mundial y operó en las islas del Pacifico de Pearl Harbor, de dónde escapó de los bombardeos aéreos efectuados por Japón en 1941.

 En 1951 el crucero fue adquirido por Argentina. Recibió la denominación de General Belgrano en 1955 durante el gobierno de facto de Pedro Aramburu.

 Massín y García coinciden que si bien la embarcación era un poco antigua y no disponía de un sistema de detección de alerta por ataque submarino, había pasado por un período de preparación previo al desarrollo del conflicto y se encontraba apta para su circulación y para la distribución de armamentos y misiles.

El cambio de suerte

 

La guerra marcó un punto de inflexión para Jorge Massin, un hombre oriundo de la localidad santafesina de Avellaneda, que a sus 20 años pasó de estar trabajando en un campo familiar a oficiar en el área de comunicaciones dentro del crucero general Belgrano. La historia de Massin con el Crucero General Belgrano se retrotrae a su ingreso al Servicio Militar Obligatorio y al número “937”, por el cual debió ingresar en el área de la Marina.

Luego de unos meses de instrucción en la Base Naval de Puerto Belgrano, más precisamente en el campo Sarmiento, localizado en la zona de Punta Alta, provincia de Buenos Aires, fue enviado al General Belgrano.

El 2 de abril, fecha en donde se anunció la ocupación de las Islas Malvinas, Massin se encontraba en Puerto Belgrano, donde la embarcación estaba en reparación. Allí observó un movimiento poco usual, sobre todo traslados de  pertrechos hacia el puerto: “Nunca imaginamos que era por la toma de Malvinas. En un principio creímos que era una práctica de tropas, que era común hacer con otros buques en mar abierto”, afirma Massin recordando esos momentos previos a la guerra.

El ex soldado recuerda que el Belgrano pudo zarpar  el 15 de abril de 1982, después de tres intentos fallidos por distintas complicaciones, sobre todo en la zona de calderas. “Nosotros estábamos en un hermetismo total. A nosotros nos llegaba información escasa a pesar de que estábamos en guerra”, afirma Massin analizando esos días de 1982.

El 1 de mayo, después de varias jornadas trasladando municiones, el crucero ingresó a zona de combate. El ex combatiente recuerda que esa noche sus superiores le informaron que la navegación estaba en estado de alerta, ante un eventual ataque aéreo de los ingleses. 

En la madrugada del 2 de mayo, nadie pegó un ojo; todos estaban expectantes por un posible movimiento de los ingleses. Después de varias horas, los superiores dictaron la orden para abandonar la zona de combate  Massin se encontraba en el área de los baños, después de haber oficiado de servicio esa noche, esperando su turno, cuando una explosion en el área de maquinaria sacudió todo el crucero: ”Las explosiones me agarraron a mitad de camino”, recuerda con voz entrecortada el ex soldado.

Los navegantes no habían superado el primer impacto, cuando un segundo torpedo lanzado por los británicos volvió a sacudir el crucero. Massin recuerda que en pocos minutos el crucero empezó a inclinarse verticalmente, y que provocó la caída de cientos de soldados que combatían contra la gravedad. “A nosotros se nos doblaban las piernas”, recuerda con dolor Massin.

El contexto era desolador: los bombardeos habían dejado sin electricidad a la embarcación; el humo y el fuego dificultaban la visibilidad dentro del lugar, mientras que a los alrededores había cuerpos de soldados heridos, mutilados y hasta incinerados por las llamas.

“Es imposible mantenerlo a flote. Hay que abandonar el crucero”, rememora Massin que escuchó aquel 2 de mayo.

En medio del shock, comenzó el operativo para abandonar el crucero. Mientras un grupo se encargaba de la búsqueda de balsas para escapar de la embarcación, otro  arrojaba tambores de combustible al mar para evitar un potencial incendio. En ese momento, a pesar de los intentos de los trabajadores navales de reparar las filtraciones del crucero, los superiores les dijeron a los soldados: “Es imposible mantenerlo a flote. Hay que abandonar el crucero”, rememora Massin.

El excombatiente señala que luego de lidiar con el oleaje y los fuertes vientos, pudo lanzar su balsa al mar para poder abandonar el crucero. Allí, Massin comenzó a rescatar de forma acelerada a sus compañeros que cayeron al agua. La misión se demoró por unos momentos, porque un soldado temeroso por las condiciones del mar no se lanzaba a la balsa. “Le decíamos de todo, hasta que lo amenacé con dejarlo en el crucero, porque ponía en peligro a mis compañeros”, dijo el ex conscripto. Así fue como lo convenció.

Después de unos minutos, los 17 tripulantes de la balsa abandonaron el área del crucero dirigiéndose hacia un destino incierto. “Estábamos en el medio del mar. No veíamos nada alrededor”, señala el ex combatiente. En alta mar, los tripulantes debieron lidiar con las tempestades del viento y el agua helada. “Nuestro mayor temor era que el bote se diera vuelta”, recuerda.

Cuarenta y ocho horas debieron esperar los tripulantes de la balsa para ser rescatados por el ARA Gurruchaga, en la madrugada del 4 de mayo. “Estábamos destruidos física y mentalmente”, rememora Massin y agrega “No tenía fuerzas ni para pararme. Me tuvieron que llevar en andas”. En el crucero recibió una frazada, ropa seca y una taza de chocolate hirviendo para retomar fuerzas. “A ese chocolate le salía vapor de lo caliente que estaba, pero en ese momento no tenía noción de mi cuerpo y lo tomé de un tirón”, recuerda el ex combatiente.

En el ARA Gurruchaga, Massin empezó a preguntar qué había ocurrido con sus camaradas de barco. ”Uno pregunta, ‘lo viste a este’ y empezás a ver que algunos compañeros tuyos no están”, explica sin poder contener el llanto del otro lado de la línea. Después del rescate fue enviado a su provincia para ver a su familia por una semana y luego retornar a la base naval para ponerse nuevamente a disposición y continuar el combate.

A 40 años de suceso, Massin señala que “estas fechas son complicadas para los soldados, porque cuando uno habla, un montón de imágenes se le pasan por la cabeza al recordar ese momento y es difícil separar la emoción del relato”, y agrega: “A uno le hace mal porque murieron muchos amigos y compañeros con los que compartimos cosas”.

En los últimos años, Jorge Massin recorrió diferentes establecimientos educativos para contar a los alumnos sobre su experiencia en Malvinas: “Muchas veces se te complica hablarlo, pero es necesario para nuestros compañeros, amigos y para que el mundo sepa cómo se vive una guerra”, afirma el veterano y señala que el objetivo en cada recorrido escolar es “lograr que la causa Malvinas siga siendo algo que permanece en la conciencia nacional de futuras generaciones”.

El relato de García

Jorge Luis García es presidente del Centro de combatientes de Malvinas de Salta y recuerda cada día lo ocurrido en 1982. Tenía solo 19 años cuando sobrevivió el hundimiento del Crucero General Belgrano. Momentos antes del bombardeo inglés, el marino se encontró con un vecino de su barrio a quien no veía hacía mucho tiempo y que el azar o el destino quiso que ese encuentro le salvara la vida.

El excombatiente tuvo su primer acercamiento a las fuerzas armadas en 1979, cuando por necesidad económica abandonó el secundario y viajó a Buenos Aires para  alistarse en la Armada Argentina e iniciar una carrera de suboficial. Sus estudios los comenzó en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mismo lugar donde se llevaba adelante el plan sistemático de tortura, desaparición y exterminio de personas. En diciembre de 1981, García se recibió en el Área de Telecomunicaciones de la Armada y fue enviado a trabajar en el Área de Comunicación del crucero General Belgrano hasta que se inició el conflicto bélico.

García señaló que durante ese período la principal complicación que tuvo el Belgrano estuvo relacionada con el sistema de calderas, pero que operativamente funcionaba muy bien. Así fue que el 16 de abril de 1982 zarparon hacia Puerto Belgrano para integrarse a las labores operativas de la guerra. García trabajaba en el Área de Comunicación Radio 12 junto al cabo Jorge Yacante y al conscripto Fabian Siri.

Fueron pocos días hasta que sintió la guerra en su propio cuerpo. La noche anterior al bombardeo estuvo en servicio, en estado de alerta constante debido a que habían ingresado a zona de ataque.

El 2 de mayo, la jornada parecía ser tranquila. Luego de haber salido de la zona de ataque, los tripulantes del crucero estaban más aliviados. En ese momento García había terminado su descanso y se encontraba en la cocina preparando unos mates para luego entrar en servicio. En ese entonces aparece sorpresivamente en la cocina Elio Moya, un vecino que no veía hacía mucho tiempo y por casualidad se habían reencontrado en ese lugar. En esa cocina, iniciaron una larga y distendida conversación, mientras tomaban mate. El exmarino recuerda que en medio de la conversación apareció Siri para decirle que ya estaba preparado el recambio. “Decile a Yacante que espere un minuto que ya voy para allá”, fueron las palabras de García a su subordinado, que abandonó esa sala. Segundos después, se escuchó la primera explosión en su zona de trabajo. “Por cuestiones del destino ni yo ni mi amigo de salta morimos ese día”, enfatiza García, emocionado al recordar ese momento y afirma que durante los bombardeos, junto a su amigo, se escondió debajo de una mesa presuponiendo que fue un ataque aéreo

            Luego de la explosión, el área estaba en llamas y llena de humo. La capacidad operativa del crucero se encontraba disminuida por la falta de electricidad. Las cubiertas comenzaron a llenarse de agua producto de las filtraciones generadas por los torpedos. A pesar del aturdimiento por el impacto, García comenzó el protocolo por hundimiento. En medio del ruido de alarma, el salteño abrió los portones que había en el crucero para que sus compañeros pudieran abandonar el área. 

En medio del operativo se encontró con un suboficial, que le entregó una balsa y un abrigo. “Solo andaba con una remera de grafa”, recuerda García. Minutos más tarde, después de pelear con la inclemencia y luego de que sus superiores le anunciaron que “no había nada que hacer”, dio inició al operativo de abandono en balsa. El excombatiente afirma que la zona donde debían ubicar la balsa estaba “empetrolada”, por los barriles que  de petróleo que un grupo de soldados había lanzado para evitar un incendio. “Muchas balsas se habían roto por el fuerte oleaje”, enfatiza y agrega que el operativo de salida se realizó en la misma zona en donde los torpedos impactaron sobre el crucero.

El exmarino afirma que fue el primero en tirarse a la balsa y que enseguida detectó que tenía una filtración. “Los que estábamos ahí, ya no teníamos fuerza ni para agarrarnos de los costados del bote”, recuerda mientras su voz se entrecorta en el teléfono. En el mar, las correntadas y el fuerte viento transformaban a la balsa en una bola de flipper que iba de un lado a otro. En ese momento, el suboficial Emilio Torlaschi solicitó a los tripulantes de la balsa que se acercaran a otros botes para colocar a los heridos. El titular del centro de combatientes de Salta afirma que después de luchar contra la inclemencia del clima pudieron acercarse a un bote en donde podían colocar a los lesionados. En cuestión de minutos, una fuerte ola impactó sobre el bote en donde viajaba García, que provocó que el suboficial Torlaschi tomará una decisión drástica: “Cortar los cabos que unen a los botes”. En ese momento, dudó de hacerlo, pero los gritos de sus compañeros pidiéndole “Cortá los cables que se nos rompen” fueron suficiente para cortar la soga y separar definitivamente a los soldados. “Los integrantes de la primera balsa se perdieron en el mar. Para mí son héroes de la patria”, enfatizó emocionado García.

La noche más larga

El clima y el viento fueron impiadosos con nosotros”, recuerda el hombre que formó parte de la marina hasta 1984. García debió moverse a un tercer bote para poder encontrar estabilidad en el viaje.

En esa balsa, pasó la noche del 2 y la madrugada del 3 de mayo, en donde junto a sus compañeros soportaron las fuertes olas, las bajas temperaturas y un viento sur que impactaron sobre esos cuerpos húmedos y cansados.

“Fueron las noches más largas de mi vida”, destaca García, que recuerda que en esas jornadas anochecía a las 17 y que recién aparece el sol a las 8 de la mañana.  

En la tarde del 3 de mayo, un avión apareció en el cielo de Malvinas. En ese momento, los soldados tiraron unos tarros de pintura en el mar con el objetivo de generar señal que permitiese al avión detectar la presencia humana. “El mar era tan grande que no veíamos nada. Solos no nos hubiésemos salvado”, destaca García.

Esos minutos de felicidad fueron escasos, porque la noche volvió aparecer en Malvinas. “En ese momento, muchos creímos que otra noche más no la pasábamos y muchos se apegaban a la religión, porque necesitaban algo en que creer”. En ese ambiente nocturno, la desesperanza y pesimismo se articulaban con el cansancio físico de los tripulantes, que aguantaron estoicamente esa noche.

García se emociona al recordar el momento en que el Crucero Gurruchaga apareció para rescatar a la flota. Los tripulantes de la balsa usaron las pocas fuerzas que disponían para remar hasta el barco que los rescató en la jornada del 4 de mayo. “Nosotros no teníamos fuerzas ni para mantenernos en pie”, recuerda con emoción.

A pesar del rescate, García no estaba tranquilo. El temor ante un posible ataque de los ingleses estaba latente. El 5 de mayo, el ARA Gurruchaga llegó a Ushuaia, en donde los sobrevivientes del Crucero General Belgrano fueron trasladados tanto a diferentes hospitales zonales como a sus respectivas bases militares.

García, desde ese entonces, no fue el mismo. Continuó en la fuerza hasta 1984, cuando decidió abandonar su carrera de marino para radicarse en Salta y conformar el Centro de Combatientes de Malvinas, en donde ayuda a otros excombatientes y a sus familias otorgando capacitaciones laborales, becas, viviendas y hasta apoyo psicológico. En este sentido, García critica el tratamiento del Estado argentino hacia los excombatientes, enfatizando que la falta de apoyo en materia psicológica provocó el suicidio de muchos soldados.

El presidente del Centro de combatientes de Malvinas de Salta se emociona al recordar a sus compañeros caídos en batalla: “Nosotros nos sentimos orgullosos por lo hecho en Malvinas, porque también nos mantuvimos de pie a pesar de que muchos compañeros ya no están entre nosotros por la desidia del Estado”, enfatiza García.

El exintegrante de la marina se siente dolido cuando relacionan a los excombatientes de Malvinas con la dictadura militar: “Muchos de los pibes que estaban con nosotros, antes de la guerra trabajan para darle de comer a su familia, estudiaban o jugaban a la pelota, y se metieron en una trinchera peleando por su Argentina, por su bandera, por su patria, jamás por la Junta Militar”, enfatiza García.

Jorge García se emociona al rememorar lo vivido en las islas en 1982 y al recordar a sus compañeros de combate caídos. “Es imposible no recordar, no renegar, ni ilusionarse. Ojalá que algún día suceda y nosotros podamos descansar tranquilos. Hicimos lo que pudimos”, concluye el combatiente.