Por Micaela Ciaño
Fotografía: Sofía Barrios

Una semana después del calendario oficial, se llevó a cabo la 2ª Edición del Carnaval Sustentable, que busca divertir y concientizar en partes iguales.

La vereda de la calle Magallanes del barrio La Boca no tiene las características escaleras en cada esquina, que elevan las veredas para evitar inundaciones. Igualmente, hoy no hay peligro: la cuadra que aloja al Carnaval Sustentable está bañada de sol. 

Entre Carlos Melo e Irala está cortada la circulación de vehículos, porque desde las 14 y hasta las 19, la calle está ocupada con talleres, actividades y música. Eso sí, no quedará ni un papel en el piso, ni una botella vacía en la vereda, ni siquiera restos de espuma y serpentinas: como su nombre lo indica, este carnaval es sustentable. 

En la entrada, dan la bienvenida dos animales: un pavo real de cuerpo azul y plumas verdes, naranjas, rojas y doradas, y un dragón completamente rojo, con detalles turquesas. Ambos están hechos con trozos de plástico reciclado, de la cabeza a los pies. 

 

Al avanzar por la cuadra, se escucha más fuerte el volumen de la música en vivo, pero hay mucho para ver antes de llegar a la banda, acomodada en la próxima esquina. A la derecha, la estación de “Reciclab – Laboratorio de Reciclaje” está en plena exposición: se agrupa el público en el frente y se escuchan claras las voces del equipo científico, que explica a grandes y chicos cómo funciona el proceso de reciclado de materiales. Más adelante pueden verse los miles de colores de la estación de Circo Reciclado, el grupo que combina el arte, la educación y lo lúdico para promover el cuidado ambiental. Se trata de “Resignificar los símbolos del carnaval desde la sustentabilidad”, explica Solange Rodríguez, miembro de TACHA, espacio dedicado al arte sustentable, y organizadora del Carnaval. 

Al caminar hay que andar con atención: trajes listos para ser vestidos, hechos completamente de materiales reciclados, se alinean uno al lado del otro. Brillan tanto como los animales de la entrada y hay uno que hasta casi parece un camaleón, por las distintas tonalidades que le arranca al sol. Y, a los pies de los trajes, en una vorágine de esa energía que solo generan los carnavales, corren sin parar los más chiquitos. Una nena disfrazada con un antifaz rosa corre a un nene que viste alas grandes de color naranja. Otra, ya dormida, aprieta fuerte su antifaz verde para no perderlo. Claro, los más pequeños ya participaron de los talleres: “Construcción de maracas y antifaces”, dictado por TACHA; “Construcción de títeres”, por VanDando; y “Construcción de instrumentos musicales”, por Hacelo Sonar. 

Lo que suena dentro de las maracas es material descartado recibido por TACHA, desde su investigación y formación hasta su exhibición, una de las organizaciones promotoras del Carnaval en conjunto con el Club Planetario, y otros colectivos artísticos. Cada uno ofrece distintas formas de interpelar a las personas, en gran medida a través del arte, para generar conciencia respecto de la importancia de nuestras acciones en su impacto ambiental. Solange Rodríguez, explica: “Consideramos que el carnaval -en su versión más multitudinaria- genera muchísimo desperdicio y malogra mucho los recursos. Queremos demostrar que lo podemos hacer desde una mirada sustentable, podemos cuidar al planeta y divertirnos”. 

En la misma línea, Ariel Saidón, de Club Planetario cuenta: “El carnaval es un festejo popular muy arraigado, todos se pueden juntar a disfrutar y es una oportunidad para que la gente se contacte de otra manera, que sepa que hay otras formas de celebrar, no por cuestionar las otras, simplemente por concientizarnos: todo lo que hacemos tiene su correlato en el medio ambiente, que está siempre en riesgo”. Y amplía: “Cuando la cosa te llega desde otro lado sensible, como es la cultura popular, el arte o la música, llega mucho más. Nosotros sabemos que el cambio lo pueden generar los chicos y las familias, por eso los convocamos a través de un montón de cosas que ayudan a la sensibilización”. 

Romina, de Reciclab, comparte: “Cuando una es grande, construir el hábito de separar la basura cuesta mucho más. Les niñes entienden todo. Nosotros hacemos talleres de compost y los ves metiendo las manos buscando lombrices, impresionados porque todo después se transforme en tierra. Está buenísimo”, dice Romina que viste un collar hecho de tapitas de gaseosa y su vincha de bombillas. Mientras tanto, los últimos seis niños y niñas que quedan en el taller de máscaras terminan de pintar: a las 18.30 llega la murga del Padre Daniel -desde la Villa 21-24- y hay que empezar a levantar las mesas de los talleres.  

En La Boca ya están todos listos, cada infante con sus maracas y el antifaz puesto, vestidos para la ocasión. “Uno necesita estas cosas después de tanto tiempo encerrados y tenerlo en la puerta de casa es lindo. La música no molesta, es más, cuanto más ruido mejor”, confiesa sonriendo una vecina de la cuadra, que, desde su reposera en la puerta de su casa y mate en mano, disfruta del carnaval. El sonido de su llegada es inconfundible: bombos, redoblantes y platillos cada vez más fuertes, por ahora sin voces. La comparsa fundada en 2005 -que sale de la parroquia de Caacupé- inunda la calle de azul, blanco y dorado. Son alrededor de 100 personas, pero se mueven con la coordinación de un mismo cuerpo: la columna avanza de a poco, sin soltar el ritmo de la música, quienes bailan primero y los bombos al final. 

Las bailarinas están como en trance, algunas muy sonrientes y otras casi solemnes, todas igual de concentradas, acertando cada paso con los golpes de los bombos. Brillos, flecos y colores, cada cuerpo decorado distinto al resto. Los escudos de fútbol y logos de bandas de música que se vne en más de un traje demuestran que la murga los une. Nicole, de 17 años, dirige su parte de la comparsa. Sin interrumpir su baile, levanta el brazo derecho: “Son tres pasos, con los dedos los vamos marcando”, explicará después. La transición es perfecta, todas se mueven a la par, con toda la energía de la que son capaces. Aquellas que cargan niños no parecen sentir su peso. 

Y, de golpe, se escucha una voz: una de las bailarinas está arriba del escenario y canta con una potencia que impide concentrarse en algo más. A lo largo de las canciones, se suman nuevas voces a acompañarla. 

“¡Abrimos acá!”, ordena firme otra de las murgueras. Se callan las voces, sube el volumen de los bombos y se abre un gran espacio, como un segundo escenario, que ocuparán por turno los distintos grupos que conforman la comparsa. Es el momento en el que cada uno demuestra la velocidad de sus pasos y lo alto de sus saltos. La mujer del micrófono las desafía constantemente al canto de “Arriba, más alto, mueva murguera mueva”. 

Con los pies ya quietos y pegados al piso, uno de los organizadores de la murga -Maximiliano Valdiviezo- invita: “Nosotros siempre le decimos a la gente que se sume después de vernos a nosotros. Pero a cualquier murga, no necesariamente a la nuestra”. También, agradece a Solange: “La murga está vestida gracias a ella. Apostó a la murga Padre Daniel y nos dio una mano grande que nadie nos puede dar”. 

Maxi piensa en las últimas salidas de la murga y cuenta que no dicen que sí a todas las propuestas que les llegan. La del carnaval es una causa que los moviliza: “En nuestro barrio el reciclado está muy implementado y nos pareció muy copado participar”. 

Con la Segunda Edición del Carnaval Sustentable ya por finalizar, Solange sonríe: “Fue muy maravilloso porque de a poquito todo el barrio se fue enterando y se acercaron y participaron. Para nosotros, fue saber que estamos brindándole algo al barrio”. Ariel reflexiona: “Espero que la gente se vaya con la alegría de haber pasado un día bien en familia y con una pequeña semillita de concientización. Cada cosa que nosotros hacemos tiene su secuela y lo que hace cada uno desde su casa es importante, pero es más importante concientizar para después poder reclamar y exigir a los Estados, a los gobiernos y a las empresas, que realmente tomen esa conciencia y hagan otras cosas”.

Dana y Fiorella, mamás de niños de entre 4 y 8 años, reconocen: “Ellos son re conscientes, ven que alguien tira un papel y dicen que está mal. Hoy participaron de los talleres de máscaras y se van a casa habiendo descubierto ideas nuevas, con juguetes nuevos”.

Ya es casi de noche y la murga avanza de regreso a los micros mientras se reparten packs de botellas de agua entre los bailarines. A lo lejos, se escucha el aviso: “No tiren las botellas al suelo”.