Por Juana Lo Duca
Fotografía: Sabrina Nicotra

Según una encuesta publicada por la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el 45% del alumnado abandonó en 2020 alguna o varias materias debido a factores anímicos. Asimismo, un 35% señaló no haber contado con condiciones anímicas adecuadas para seguir los estudios. La evaluación, que indagó sobre la situación de cursada durante el segundo cuatrimestre, repitió resultados similares a los que arrojó la encuesta del primer cuatrimestre. ¿Qué pasa con la salud mental de la juventud en pandemia?

El grupo etario que corresponde a la categoría “joven” se ubica entre los 18 y 29 años, según los criterios sociológicos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y UNICEF. Hablamos de personas que finalizaron sus estudios secundarios y se encuentran formándose en educación superior y/o trabajando. En Argentina, el 49.2% de jóvenes en aglomeraciones urbanas es pobre, según INDEC. Un informe reciente sobre los efectos de la pandemia en los empleos, la educación, los derechos y el bienestar mental de los jóvenes concluye en varios puntos que resultan alarmantes: por un lado, la pandemia habría exacerbado la desigualdad económica, lo que repercute sobre la dificultad para conseguir empleos decentes. Al mismo tiempo, la interrupción de la educación y formación habría reducido el potencial productivo.

Un 27% de los jóvenes entrevistados por UNICEF siente más ansiedad de la que manejaba antes de la pandemia.

En este panorama, si bien el impacto de la covid-19 en la salud física de la juventud parece ser menor que para las generaciones mayores, la primera es más vulnerable a las repercusiones económicas, sociales y culturales que la pandemia está dejando. La encuesta de la OIT revela que los jóvenes perciben una reducción en los ingresos por disminución de horas trabajadas. Asimismo, la brecha se expande según género: las mujeres suman horas de trabajo doméstico al quedar a cargo de hijos, hijas o familiares menores que continúan el aprendizaje de manera virtual en sus hogares.

Otra intersección a contemplar es la regional: la transición a los estudios en línea y a distancia, parece estar más generalizada entre los jóvenes que viven en países de ingresos altos, lo que pone de relieve las grandes brechas digitales según la ubicación periférica o central del país en el que se reside.

Salud mental y crisis

Un sondeo de UNICEF sobre jóvenes y salud mental en Latinoamérica y el Caribe reportó que casi uno de cada dos de los entrevistados tiene menos motivación para realizar las actividades que normalmente disfrutaba. Además, un 27% identifica más ansiedad de la que manejaba antes de la pandemia. Sobre este tema, Florencia Zara, psicóloga y terapeuta cognitivo-conductual, asegura que la pandemia disparó estados de ansiedad al crear nuevos estresores: estímulos que generan estrés e inciden sobre la calidad de vida.

La encuesta de UNICEF señala que el 73% de los jóvenes sintió la necesidad de pedir ayuda para su bienestar físico y mental

Entre las consultas que recibe de pacientes en la franja etaria en cuestión, el miedo a contagiar a familiares resulta un tema frecuente. La tristeza, el aburrimiento y la sensación de soledad son otras de las emociones habituales. Asimismo, identifica la frustración, debido a la imposibilidad de realizar actividades de la manera habitual, y la impotencia, por la situación que escapa al control individual, como otras inquietudes que suelen aparecer.

Según la especialista, la pandemia y las medidas de aislamiento supusieron una transformación en las rutinas de los jóvenes que incide directamente sobre la salud emocional. Normalmente, los ciclos del día se orientan según los horarios determinados de trabajo y/o estudios. Con la virtualidad y el teletrabajo, las actividades habituales se vieron afectadas según los nuevos ritmos y problemáticas domésticas. Otras consecuencias que acarrea esta alteración son trastornos del sueño, como insomnio, y de la alimentación. Una investigación de la Universidad del Siglo XXI identificó recientemente que 7 de cada 10 argentinos tienen dificultades medias-elevadas para conciliar el sueño antes de dormir.

La encuesta de UNICEF también expuso que el 73% de los jóvenes sintió la necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental pero que, pese a lo anterior, el 40% no solicitó asistencia profesional. Zara afirma que existen varias causas que podrían explicar este desfasaje: por un lado, las creencias que se tienen acerca de la terapia. En el sentido común aún persisten dudas sobre lo que se puede lograr en un proceso terapéutico, cómo se lleva a cabo, desconocimiento acerca de los distintos tipos de terapias que existen y la evidencia científica sobre ello.

El factor económico también resulta determinante para el acceso al sistema de salud, debido al costo de los tratamientos. Una tercera causa es la subestimación de las propias emociones. En palabras de la terapeuta: “Muchas veces las personas minimizan lo que les pasa, creen que no es para tanto, que ya se les va a pasar, que eso no es suficiente para iniciar un tratamiento. La realidad es que si algo interfiere tu calidad de vida, te genera malestar, es lo suficientemente importante como para poder hacer la consulta y evaluar qué tratamiento es el adecuado”.

Cuidar las emociones

Al comienzo de la pandemia, la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires elaboró una guía de recomendaciones psicológicas para afrontar la crisis por la covid-19. En caso de necesitar ayuda, lo importante es poder consultar con un profesional idóneo, que realice un adecuado diagnóstico y evalúe qué tratamiento es necesario para la problemática que esté padeciendo la persona. Zara asegura: “Existen distintas herramientas que uno puede obtener en el espacio terapéutico para poder transitar las inquietudes inherentes a la pandemia de una mejor manera. Sobre todo, para que interfieran lo menos posible en el día a día”.

La encuesta de la OIT revela que los jóvenes perciben una reducción en los ingresos por disminución de horas trabajadas.

Dentro de lo que podemos hacer, resulta clave tener establecida una rutina. Si bien con la pandemia las rutinas se tuvieron que flexibilizar, cambiar o adaptar, es importante mantener un ritmo. Por ejemplo: establecer ciertos horarios para dormir, para comer, para realizar ejercicio, para distraerse. Asimismo, acotar el consumo de noticias a una franja horaria fija para evitar sobreexponerse a información que pueda despertar más ansiedad. Aunque parezcan cosas pequeñas, cambiarse el pijama y lavarse los dientes son actividades que ayudan a mantener organizado el ciclo del día en aquellos que aún no retomaron sus actividades presenciales.

A nivel afectivo, se recomienda tener una red de contención emocional con familiares y amigos al menos virtualmente. También es importante poder etiquetar la emoción por la cual se está atravesando: ¿enojo? ¿tristeza? ¿impotencia? Reconocer las propias emociones y poder comunicarlas mejora el estado de ánimo ya que produce una sensación de alivio. Si se convive con menores, se sugiere hablar con ellos sobre cómo se sienten y poder compartir cómo uno se siente. Normalizar las emociones sirve para enseñarles a gestionar sus estados de ánimo, mostrándoles las formas que tenemos los adultos de manejarlas.

Por último, son necesarios los límites: para el teletrabajo, para los estudios, para el consumo de información. Se puede establecer con horarios, así como también se aconseja reservar un espacio físico para dedicarse al trabajo o la facultad, que esté ubicado en un lugar diferente a donde se duerme. Si no se puede, sostener la diferenciación a través de horarios claros. Suena sencillo pero en la práctica se puede perder de vista. En caso que se considere necesario, no dudar en pedir ayuda profesional.