Por Emiliano Acevedo
Fotografía: Sabrina Nicotra

 

El ambiente del rock argentino tras la crisis del 2001 y la tragedia de Cromañon, sin dudas, ha sufrido cambios paradigmáticos que van desde las formas de su producción hasta las maneras de su consumo.

Con un pie en la investigación y otro en el análisis, el sello Clara Beter Ediciones editó La Campana de la División. Escribir sobre las ruinas del rock argentino, un libro que mediante cinco ensayos ofrece un estudio sobre estos últimos 20 años a través las categorías  “sensualidad”, “urbanidad”, “onirismo”, “valvularidad” y “trovadurismo”. El volumen fue compilado por el licenciado y profesor en Letras Emiliano Scaricaciottioli, quién además forma parte del Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC), un espacio nacido hacia fines de 2018 como una respuesta para pensar las apuestas, contradicciones y dilemas que plantea el rock argentino a partir de la crisis de 2001.

¿Cómo surgió la idea de este nuevo libro?

Nosotros descreemos del concepto de “rock nacional”, surgido a partir de 1982 del Festival Latinoamericano de Solidaridad, en el marco de la guerra entre Argentina e Inglaterra por las Islas Malvinas. A partir de 1983, hay un estallido y el rock argentino pasa a confluenciar y a conformarse con otras poéticas y géneros. Es decir, empieza a dialogar consigo mismo y se delinean dos tendencias: una reguladora, que tiende a lo conservador y otra desreguladora, que identificamos en ciertas micro poéticas de artistas contemporáneos. Por eso el libro está dividido en cinco capítulos que trabajan con poéticas de autor en las que se ve el movimiento de contracción y de amplificación permanente del rock respecto de su realidad y de su propia historia.

¿Cuáles fueron los criterios que tomaron a la hora de compilar los diferentes ensayos que componen el libro?

En principio, el libro está dividido en capítulos temáticos que describen micro poéticas. El capítulo de Carla Daniela Benisz tiene que ver con la sensualidad en el rock argentino contemporáneo y se centra en la figura de Sara Hebe. El capítulo de Daniel Gaguine es sobre el trovadorismo y tiene como protagonista a Lisandro Aristimuño. Mi capítulo es sobre onirismo, basado en la banda Catupecu Machu. El capítulo de Nancy Gregof habla sobre la valvularidad y se analiza a Divididos, entre otras bandas. Y finalmente, el capítulo escrito por Daniel Talio sobre urbanidad y el fenómeno de El Kuelgue. Así, el libro está configurado como una confluencia de tópicos, temáticas, ejes, vibraciones que están sucediendo hacia el interior de lo que llamamos rock.

¿Por qué se eligió el 2001 como punto de partida?

Porque ese año fue un momento de quiebre y de saturación de las grandes referencias. Y el rock, claramente, fue parte de ese contexto.  Diacrónicamente, el rock también tiene distintos momentos de quiebre y fractura.

¿Por qué eligieron ese título?

El título viene del disco de Pink Floyd, The Division Bell (1994). Este álbum es interesante para observar momentos de ruptura respecto de eso que nosotros llamamos el humanismo como proyecto de la progresía a nivel mundial, la caída de las grandes utopías y los grandes proyectos colectivos. Me gusta el concepto, bastante nietzscheano, de ese disco que tiene que ver con la imposibilidad de volver a aquel lugar glorioso, a aquella época de oro que dejaste atrás. Por un lado, la campana lo que hace es dispersar. Por otro lado, hace revisionar aquello que quedó después de que algo explotó o se puso en crisis. Nosotros celebramos la crisis en el rock porque cada vez que esto pasa, luego vive de una manera distinta. Pensamos que el rock es un fenómeno que se va reescribiendo y que va adoptando nuevas identidades, nuevos disfraces y nuevos movimientos. El rock es como un rizoma, un movimiento inagotable y, al mismo tiempo, apasionante si uno lo vive dentro de esa ritualidad que se va actualizando.

«El rock se va reescribiendo y que va adoptando nuevas identidades. El rock es como un rizoma», dice el autor.

¿Puede reinventarse el rock dentro de su crisis actual?

La gran pregunta pasa por las orientaciones que son las grandes referencias. Nos parece que estamos en un momento de grandes consignas pero sin grandes referencias. Por un lado, la atomización de propuestas musicales tiene una valencia positiva relacionada con celebrar el ir en contra de la moderación, contra ese clima del presente que refiere a tener que estar de acuerdo con que hay que sellar la grieta, o el pasado. No estamos de acuerdo para nada con esa concepción de que hay que sellar, al contrario. Por el otro lado, también, es cierto que dentro de cada movimiento, el rock tiene al mismo tiempo subgéneros, en algunas poéticas mayúsculas se vienen dando fenómenos nuevos. Por ejemplo, en el heavy metal, en el hardcore punk y hasta en el rock cristiano o evangélico, y, a nivel trasversal, en el trap y en el hip hop. Estos dos últimos géneros que mencioné, pasan a ser los grandes protagonistas de este presente en el que el rock se identifica. Aunque algunos no les guste demasiado esta idea, a las pruebas me remito.

¿Cómo vivenciaron el proceso de escritura?

Como trabajamos el formato de ensayo, tratamos de reponer lo menos posible aquello de lo que ya se ha encargado el periodismo o Wikipedia. Realizamos una crítica indirecta a aquellas editoriales que tratan de historizar al rock argentino para sellarlo. Insisto con el concepto, porque construyen un nicho. Es decir, otorgan un carácter institucional a cada fenómeno nuevo del rock. Nosotros estamos en las antípodas de aquellos proyectos editoriales que cierran procesos que están todavía abiertos. Por eso no historizamos. Lo que encontramos en el proceso de escritura de este libro es lo que nos va sucediendo con las micro poéticas, poéticas mayúsculas, líricas… Experiencias que van más allá del fetiche antropológico de ir a un recital para ver “lo que está pasando” en determinados fenómenos nuevos. Nos interesa qué nos pasa a nosotros y nosotras dentro de esos espacios como sujetos activos de la escritura. Estamos generando un fenómeno crítico pero no para que esto quede documentado sino para que esto se cuestione, se critique, se dialogue y se discuta; que es lo que, generalmente, no sucede en los marcos universitarios. Nosotros tratamos que los signos estallen, no que se instalen. Como investigadores, buscamos corrernos de ese lugar porque cuando eso pasa, hay algo que está mal.