“Alumbrar la historia que permanece oculta”, dice Romina Zanellato en el prólogo de su último libro. Brilla la luz para ellas (Editorial Marea) que es parte de una búsqueda incasable por revelar las historias no contadas. En un género musical dominado por las voces masculinas, la autora pone el foco en aquellas mujeres y disidencias que también fueron parte del nacimiento del rock nacional y su desarrollo hasta estos días.
Como periodista especializada en música y militante feminista, Zanellato sabe bien lo difícil que es insertarse en un campo tomado por varones. Junto a otras compañeras, conforma el portal digital LatFem, donde a diario construyen un relato de acceso gratuito y con perspectiva de género. Brilla la luz para ellas es el segundo libro de la escritora y fue realizado a partir de un proceso artesanal para encontrar las voces que fueron calladas durante seis décadas. Esta genealogía de mujeres en el rock argentino está hecha “con el interés y la responsabilidad de saber de qué estoy hablando como militante y periodista musical”, dice Zanellato.
Respecto al panorama musical actual, resalta que los varones hacen música gracias a las inversiones de las discográficas. En cambio, las mujeres componen a pesar de no tenerlas. Y agrega: “Es una infantilización muy grande hacia nosotras creer que el talento no tiene una inversión detrás”. Sin embargo, destaca que cada vez son más los espacios donde se da lugar a nuevas voces e identidades, y eso “es a beneficio de todos”.
¿Cómo nació la idea de este libro?
En LatFem, con mis compañeras, intentamos siempre repensar la historia y todas las historias posibles desde una perspectiva feminista. Sostenemos que las historias oficiales fueron contadas por varones y si no hay mujeres es porque no se las consideró como voz válida. Entonces, el ejercicio que hacemos, comprometidas con crear una memoria feminista, es repensar quiénes fueron las que estuvieron y contar esa historia. Un poco eso fue lo que me motivó a escribir el libro. Y otro poco fue que yo, como periodista de música, no tenía tan clara la genealogía de las mujeres en el rock. Era un libro que quería leer y no lo encontraba. Hay un único libro anterior de mujeres en el rock, que salió en el ‘90, que es de una colega que se llama Karim Gonzalez, Mina de Rock. Entonces dije: “Bueno, tal vez lo tenga que escribir”. Con el interés y la responsabilidad de saber de qué estoy hablando, porque no puedo ser periodista de rock y feminista sin tener idea de quiénes son las primeras mujeres. Así nació.
Recién decías que la historia está escrita por varones. ¿Cómo es el proceso de encontrar esas otras historias que no están contadas?
Fue complejo y muy emocionante. Ese proceso de investigación fue la mejor parte. Hice unos afiches en la pared donde tenía una línea de tiempo por partes. Cada libro que leía y había el nombre de una mujer lo subrayaba, lo localizaba en esa línea de tiempo y me ponía a investigar a full quién era en los archivos de la revista Pelo, de las Pinap, del Expreso Imaginario, de Semana Gráfica. Agarraba los libros de los primeros años del rock nacional. Hay unos libros de Ezequiel Ábalos, que se llama Rock de Acá, que menciona a varias mujeres. Obviamente el de Marcelo Fernández Bitar, Historia del Rock en Argentina, también menciona algunas. Pero son apenas menciones; entonces, era tomar esa información y después ampliarla con lo que podía aparecer en alguna revista vieja, preguntándole a gente, escuchando los discos, localizarlas y entrevistarlas. Todo ese proceso fue muy lindo y me llevó mucho tiempo. Fue muy artesanal.
¿En qué momento decidís que es suficiente información y te pones a escribir?
En realidad escribí mucho más y tuve que borrar porque me pasé, me emocioné. El libro tiene 500 páginas, es muy extenso, y escribí 200 más que tuve que cortar porque si no era ilegible. El proceso de escritura tiene mucho de reescritura y edición. Yo me daba cuenta de que me estaba yendo a otro lugar y empezaba a cortar. El libro habla de las mujeres en el rock, de las mujeres músicas, las trabajadoras, de las periodistas, de la mujer en el rock. Y paralelamente es la historia de los feminismos porque tiene un corte feminista todo el texto, desde la primera palabra. No es un libro sobre los varones en el rock y eso lo tenía que recordar todo el tiempo. Porque hay tanta información y tanto que sabemos sobre esos momentos desde que existe el rock me iba sola ahí. Entonces me decía: “Esto ya fue contado millones de veces, volvé a tu eje”. Ese es un ejercicio que tenía que recordarme todo el tiempo: que estaba hablando de las mujeres, no de las canciones de los varones ni de cómo eran los vínculos entre hombres. Todo eso ya estaba retratado. Cada dos por tres tenía que volver al cauce porque uno tiene un montón de información que fue acumulándose en la vida y de las mujeres no hay prácticamente nada. Eso me costó pero creo que lo logré.
Y debe haber sido particularmente difícil en las primeras décadas que aborda el libro porque muchas mujeres aparecen gracias a que tienen vínculos con varones; esposas, por ejemplo.
Sí, igual eso hace a la historia de las mujeres. Por ejemplo, en la década del ‘70, las mujeres que logran grabar un disco son las que, en general, eran pareja o hermanas de ciertos músicos consagrados. Entonces eso lo tengo que contar porque en realidad lo que estoy diciendo es que el acceso al estudio de grabación estaba completamente limitado para las mujeres. Únicamente a través de sus novios, parejas o hermanos podían llegar a grabar un disco. Eso habla del techo de cristal, el inacceso a herramientas técnicas, a tecnología, a la inversión de dinero para grabar un disco.
¿Era una particularidad del rock? Porque había acceso de mujeres en otros géneros musicales.
Sí, por supuesto. Había muchas mujeres en el pop; por ejemplo, El club del clan. Siempre hubo mujeres haciendo música, ni hablar del folklore. El rock tiene esa característica: desde el inicio quienes fueron reconocidos como voces autorizadas eran varones. Todo el libro habla sobre eso, sobre la discriminación y sobre lo complejo que fue para esas mujeres que persistieron e igual quisieron hacer su música, hacerlo en un ambiente completamente hostil, machista y que las expulsaba.
En el libro mencionás la beatlemania y cómo eso le permitió a la mujer expresar su deseo sexual.
La sexualidad sigue siendo algo privado ahora, imaginate en los ‘60. Hasta ese momento las mujeres no podían llegar a la universidad, solamente eran maestras o enfermeras. Recién ahí empiezan a entrar a otras carreras no tradicionales para la mujer en ese momento. A partir de ahí empieza a producirse la independencia de la mujer, aparece la píldora anticonceptiva, coger por placer. Y aparece John Lennon. Me parece que fue muy revolucionaria esa demostración de histeria, de amor, de calentura en público. Lo ves en las filmaciones de esa época, como cuando Los Beatles bajan del avión en Nueva York y las imágenes de la BBC hacen un paneo del público. Las minas están gritando, también los tipos. Eso me parecía alucinante: una demostración pública de la lujuria sexual que antes no se posibilitaba. Pasó algo importante con el rock como cultura, no solo como música.
Al principio del libro hablás sobre cómo las letras describen a las mujeres. ¿Creés que se generó un estereotipo de mujer?
No sé, lo que quise hacer es el ejercicio de mostrar cómo fueron plasmadas, sin juzgar. Y menos bajo el paradigma de hoy, porque ya pasaron seis décadas y tenemos otra forma de pensar las cosas. Quería dejar un análisis o un retrato de cómo fueron contadas las primeras mujeres en el rock. Y lo que veo es que se reproducen esos estereotipos que estuvieron desde los Rolling Stones, Los Beatles, toda la historia del rock: la mujer musa, la groupie. Me parece que era la rendija donde una podía meterse en eso que le apasionaba. Ahora tenemos otro punto de vista pero en ese momento esas mujeres eran muy valientes. Por ejemplo, Silvita Lachupa, que podría ser la primera groupie, dentro de ese grupo del rock nacional, ejercía su libertad sexual como ella quería. Me parece valiente poder experimentar de esa forma. Ahora, cómo la retratan ellos habla del machismo.
No sólo hablás de los músicos y de la escena, sino también de los medios y el rol de las mujeres en el periodismo musical.
Sí, es parte de lo mismo: intentar analizar cómo llegamos a tener un ambiente tan hostil, machista y sesgado. Lo que terminó pasando en el rock, y sobre todo en el periodismo de rock, es que quienes están escribiendo, quienes están seleccionando la música, quienes hacen los rankings y quienes fichan a gente en la discográfica terminan siendo el mismo grupo poblacional: tipos blancos, de clase media alta, con ciertos privilegios. Y nadie más que ellos. No hay una pluralidad de voces ni de intereses, gustos o cultura. Entonces me parecía interesante retratar si eso fue así siempre y cómo se llegó a eso. Muchas de las músicas que entrevisté me dijeron que la mayor exclusión que ellas sufrieron no fue de parte de sus colegas músicos o sus amigos. Todo lo contrario, se sentían muy apoyadas por ellos. Pero sí sentían una infantilización de parte de los medios de comunicación, los periodistas, los empresarios de las discográficas. Les decían que no las iban a contratar porque las minas no venden.
Y eso también queda reflejado cuando Marilina Bertoldi recibe el Gardel de Oro en 2019 y en el libro vos decís que fue posible gracias a que cambió la distribución de quienes votaban.
Exacto. Antes votaban únicamente varones y ahora abrieron la representación a otras identidades y votaron de una manera más plural. Además de que es el mejor disco de ese año, no hay mucha más vuelta que darle. Pero pasa eso, cuando vos abrís las representaciones aparecen otras figuras y eso es una buena noticia. Porque el rock cada vez tiene menos público y que aparezcan nuevas caras que movilizan a otras personas es positivo. Pero al mismo tiempo hay una reacción muy conservadora de negar ese contexto. Lo mismo de siempre. Cuando creen que sus privilegios están siendo amenazados, reaccionan y no se trata de eso, es lo contrario. Es a beneficio de todos. Si hay más gente escuchando esa música va a haber más público para todos. No significa que solamente van a tocar mujeres, todo lo contrario. Pero no lo ven de esa forma, ven amenazado su lugar de privilegio, de toma de decisiones y validación.
En 2019 se aprobó la Ley de Cupo Femenino en Eventos Musicales y muchos productores rechazaron la idea, incluso diciendo que iban a tener que dejar afuera otros talentos.
Esa es la misma idea de los productores de que las mujeres no venden. Sabemos muy bien cómo funcionan todos los mercados: las discográficas invierten y le dan plata a un montón de músicos para que puedan hacer sus discos. Hay alguien que está poniendo plata para que la banda pueda grabar bien, que el disco tenga bueno sonido, una buena puesta en escena, buen vestuario, que tenga un buen productor, que pueda dedicarse a no trabajar formalmente y haga música. Y no lo hacen con las mujeres. Ellas hacen música a pesar de todo eso. Sabemos perfectamente que quienes están en los puestos mainstream son quienes reciben inversiones de las discográficas o incluso de tantos años de cobrar sus derechos de reproducción y autoría. Las mujeres no tienen plata para grabar sus discos de la mejor manera, ni cuatro meses para componer y no tener que hacer nada más que eso. Por eso los discos suenan distinto y no tienen la misma banca para sonar en radios y plataformas. Si invertís siempre en varones, siempre ellos van a ser rentables. Pero si empezás a invertir en otros grupos eso va a dar rédito. Porque así se generan los hits. Es una infatilización muy grande hacia nosotras creer que el talento no tiene una inversión detrás. Las mujeres no solo estamos en desventaja por ser mujeres sino que también cualquier música además tiene tareas de cuidado de sus hijos, cocinando, limpiando la casa. Hay un montón de tareas que los hombres no las tienen. Y ellas hacen música igual.