Por Elías Fernández Casella
Fotografía: Julieta Ortiz
En Confesión, su próximo libro, una niña se enamora de un Videla adolescente.

Martín Kohan es uno de los escritores argentinos más vigentes y activos. Docente, escritor, ensayista y crítico literario, entendió a los doce años que no tendría futuro como arquero porque era, en sus palabras, “bajito y enclenque”: “Tuve una segunda oportunidad en la cancha de fútbol cinco”, dice mientras se acomoda los anteojos con el meñique y el pulgar en un gesto que va a repetir durante toda la charla. Avisa que va a gesticular mucho con las manos. Que habla muy rápido y se va por las ramas. Que no le gustan los cafés literarios y que prefiere ir a leer en lugares como La Orquídea, donde se encuentra ahora. En más de una hora de conversación, habla sobre la figuración del escritor, el Plan Nacional de Lecturas 2020, los dos nuevos libros que publicará este año y de cómo Twitter puede ser un terreno de controversia más fértil que dañino.

Este año publicás dos libros: Confesión y Me acuerdo.

Me acuerdo es un formato de escritura que inventó un escritor norteamericano llamado Joe Brainard. Yo leí primero el de un escritor francés, Georges Pérec, que hizo su propio Me acuerdo a partir del de Brainard. Y a mí no me gusta la escritura autobiográfica.

Solés crear protagónicos muy distintos a vos.

Y narradores que no me expresan. No me atrae ni expresarme ni narrarme. La ideología que yo tengo, está. Pero no hay alguien que expresamente la toma y la enuncia. A mí narrar cosas que me han pasado es lo que menos me interesa. El formato de Me acuerdo es distinto. Tiene que ver con hacer listas. El Me acuerdo es una lista de recuerdos. Es algo tan abierto… ni siquiera como la memoria, que te da otra articulación, una selección. Tampoco es narrativo. Eso fue muy estimulante. Hay cosas mías, pero solo enumera cosas que siguen el orden del recuerdo, que es arbitrario. Respeté el orden en que los recuerdos fueron apareciendo. La memoria social selecciona lo relevante. El listado de recuerdos no tiene un criterio de relevancia. Algunas cosas son importantes para mí y para nadie más, otras para nadie. Otras para todos.

¿Y en cuanto a Confesión?

Difícil de explicar: la novela tiene tres partes. En la primera y en la última hay confesiones. Hay una chica de 12 años en un pueblo de la provincia de Buenos Aires que es Mercedes. Lo que aparece en la novela es su despertar erótico, que es ambiguo porque la edad es ambigua. Y hay un vecino que ella ve pasar por la puerta de su casa. Ese vecino que pasa es Videla, que era de Mercedes. Y que tiene en ese momento 16. Después hay varias capas. Si le dieras la palabra a la niña sería una cosa, pero el que narra es el nieto de ella, que narra lo que la abuela recuerda. Eso me permitió jugar con lo que la chica advierte y no advierte que le pasa, lo que la adulta ya grande advierte y no advierte que le pasaba y el narrador, que es el nieto. Ni la mujer adulta explica lo que pasaba del todo, ni el narrador lo explica del todo. En el medio se narra un atentado que hubo contra Videla en el 77’, una bomba puesta bajo la pista del aeropuerto.  Y en la tercera parte hay otra confesión.

Me acuerdo, el otro texto que Kohan lanzará este año, se basa en una lista de hechos que recordó de su vida.

Dijiste una vez que te descubriste escritor. Que estabas más ligado al acto de escribir que al de ser uno.

Lo decía en función de los que piensan en una fantasía de infancia: “¿Cuándo decidiste o te propusiste ser escritor?” Y yo creo que nunca. Y por contraste escucho muchas veces a quienes dicen: “Yo de chico lo veía a Cortázar, de chico fui a la Feria del Libro y pensé qué lindo sería estar ahí”. Ese deseo no lo tuve jamás. Me refiero a una cierta identidad social. La condición de escritor no me atrajo nunca. A cambio, desde muy chico, escribir me gustaba muchísimo. Y en sexto grado algo que yo había escrito circuló entre mis compañeros y la situación de que me leyeran se me grabó. De alguna forma mi impulso sigue siendo que escribir me apasiona, y no todo lo que se juega en el orden de la figuración social del escritor.

¿Qué problema hay con esa figuración social?

La encuentro contradictoria. Me llama la atención la fascinación por los escritores. Por verlos, por fotografiarlos, escucharlos hablar, por su nombre. En las ferias del libro se nota muy claramente cuándo ese vínculo con los escritores tiene su articulación con la lectura y cuándo en cambio ocupa el lugar de la lectura. Que es cumplir con el ritual de un capital cultural adquirido por alguien a quien la literatura no lo entusiasma. Muchas veces eso se ve compensado o hasta reemplazado con ir a la Feria del Libro. Escuchar charlas, actividades que cubren esa zona de capital cultural de quien necesita sentir que tiene cultura literaria. A mí esos espacios me interesan y participo de ellos porque los concibo como espacios de intercambio literario. Discutir sobre literatura me gusta. Pero no los pienso como espacios de figuración.

El caso de Borges es paradigmático: el lugar social de los escritores puede ser más fuerte que el de la literatura. Borges era más conocido y admirado que leído. Y cuando era deplorado por razones políticas, solo se ponía en cuestión el carácter ideológico de su literatura: se suponía que era elitista. Así y todo no de lo desconsideraba literariamente. Había una combinación de admirar al escritor y desconocer su obra. “Borges: un genio”. Cuando era chico había un programa llamado “Grandes valores del tango”. Era bastante decadente, como el tango de ese momento.  Conducía Silvio Soldán. Borges fue a ese programa y en mi casa lo vieron como un momento de repunte cultural: estaba Borges. Pero si eso no traspasa, no contacta con la lectura de los libros de Borges, no significa demasiado.

Dialoga con la construcción de un ícono nacional y ya.

A veces una cosa va en contrapunto con la otra en lugar de reforzarla o incluirla: El ícono. A veces es el fetiche del escritor lo que se pone en juego. O el fetiche de ser escritor. Y de leer y escribir poco o nada.

«Me llama la atención la fascinación por los escritores. Por verlos, por fotografiarlos, por escucharlos», se sorprende,

Este año se retoma el Plan Nacional de Lecturas. En una edición participaste con “Muero contento”, un cuento sobre el sargento Cabral. Saltando ese fetichismo por el “haber leído” del que hablábamos, ¿qué considerás que podría ser útil para promover la lectura en este Plan Nacional?

Que los libros lleguen es una condición. No es suficiente, pero es necesario.

Primero lo material.

A mí me toca, por un laburo en FLACSO, ir a distintos lugares del país y ver cuáles son los distintos libros que hay en distintas ferias del libro. O cuales son los stands de las librerías o de la librería, porque a veces hay solo una en una ciudad donde de todos modos se hace una feria del libro. ¿Qué clase de feria del libro hay en una ciudad donde casi no hay libros? O llegan desactualizados, o solamente los del circuito más comercial. A veces llegan las novedades pero querés leer algo de hace cinco años y ya no está. Ni hablar de libros y autores que no son del circuito que mueven las grandes editoriales por su rendimiento económico. Más el precio del libro.

Un país como el nuestro es muy extenso y desigual geográfica y socialmente. Ahí tenemos un punto de partida indispensable: Si no hay libros no hay lectura posible. Y aunque las nuevas tecnologías abren otras posibilidades, tampoco esas tecnologías están al alcance de todo el mundo.

Reintegrar el Plan de Lecturas respecto de su desintegración o debilitamiento a manos de Macri me parece un paso a valorar enfáticamente. Que los libros lleguen y nadie los lea no prueba que el Plan de Lectura haya que desarticularlo, que es lo que hicieron. Ahora: no basta con que los libros estén ahí. Hay una serie de instancias que tocan a los docentes, críticos, bibliotecarios, todos aquellos que podemos y tenemos que estar involucrados en el estímulo, y en crear condiciones de posibilidad para la lectura. Que es algo muy accesible.

Algo que aúne lo logístico, lo pedagógico…

Es un hábito, una práctica. Y hay, producto de ciertas formas del prestigio social que la literatura tiene -prestigio fuerte y hueco a la vez- un efecto de inhibición. De nuevo la referencia es Borges. Bajo la formulación de la admiración, se constituye una suerte de tótem inalcanzable. En vez de ser un factor de atracción para la lectura, pasa a ser un factor de disuasión. Eso se puede extender a varios autores o a la literatura misma. “Es difícil, no voy a entender, me distraigo, no me concentro”. La tarea de revertir ese tipo de posiciones, de reconvertirlo en algo atractivo y estimulante, son los pasos siguientes a que los libros estén ahí.

Y la industria editorial, ¿cómo juega?

En términos generales, es difícil pensar que de no haber rédito económico podemos contar con la industria del libro. Las editoriales más chicas van a tener las limitaciones de sus propias posibilidades. Ahí es donde la función del Estado es crucial. Vos podés promover una feria del libro que no esté surtida solamente por los grandes sellos editoriales. Y eso en muchos casos se hace.

Muchos de los libros más interesantes de estos años han salido en sellos medianos o pequeños. Mucha parte de la porquería comercial se está publicando en editoriales grandes. Hay un margen de maniobra en escuelas, bibliotecas, festivales, ferias del libro. Pero en un país como el nuestro, las políticas de Estado son decisivas. Para el circuito comercial, cierto tipo de libros “no vale la pena” llevarlos a cierto tipo de lugares donde probablemente haya un lector o dos para esos libros. Y a mí esos dos lectores me interesan.

¿Creés que sea posible?

Las condiciones del gobierno de Macri me parecen difíciles de empeorar. En gobiernos democráticos, ¿podría haber algo culturalmente más empobrecedor que lo que ocurrió durante el macrismo? Que ganara Biondini, quizás. Pablo Avelluto es una persona muy capaz. Es alguien que viene de la industria del libro, que la conoce. Por lo tanto, es un cínico. Aunque él obviamente alega que no es así, y que las condiciones no habrían empeorado.

Otro debate: qué literatura forma parte de ese canon. Cómo se promueve, qué editoriales, de qué modo se eligen los autores. Pero ya es un debate al interior del campo literario, o de la discusión de una política cultural. Y cómo romper la distancia de la veneración. Tenés que quebrar primero ese fetiche del escritor y de la lectura. Porque todo fetiche pone una combinación de veneración con distancia. Así que necesitamos una literatura más concreta, sencilla, real, auténtica. Es raro que de todo lo que existe en la literatura que no te guste nada. Hay libros que son un embole. Reformulalo en estos términos: “Pasá a otro. Si a vos te gusta este tipo de serie, este tipo de música, este tipo de cine, es muy probable que te guste este tipo de literatura. Fijate, me parece que la vas a pasar bien”.

¿Y cómo reformulamos esto, por ejemplo, con Twitter?

Yo leo mucho Twitter. Y me parece que es una disputa que hay que dar. No creo que los 240 caracteres te obliguen a la formación de lo elemental, a la agresividad, la violencia, la tosquedad. Los que son violentos es porque son violentos. No le echen la culpa a Twitter. Hay aforismos que son inteligentísimos y el aforismo tiene el formato de un tweet. Hay tuiteros que plantean, que desarrollan y articulan sus ideas y hay intercambios que demuestran que no es el medio el que te condena a ser un violento o a ser un imbécil. Los violentos que asuman su violencia y los imbéciles que asuman su imbecilidad.

Muchas de las formas de expresión de las redes tienen una predisposición a la violencia, que es la impunidad del anonimato. Poder decirle cualquier ferocidad a otro. Ese otro se sabe quién es y el que enuncia no. Entonces estás en una posición de francotirador. Kennedy está ahí y vos sos nadie. Entonces el dispositivo puede atraer al cobarde. Lo podés humillar y agredir públicamente estando a salvo. Hay gente que no tiene ninguna dignidad.

Pero lejos de una condena en pleno, yo creo que hay que disputar ese espacio y esa tecnología. No estamos condenados a que sea solamente eso.