Por Agustina Verdi
Fotografía: Gentileza Centro Comunitario Rodrigo Bueno

La cuarentena en Argentina atraviesa la semana número diecinueve, el aislamiento obligatorio, aunque más flexible, se sostendrá -por lo menos- hasta el 16 de agosto. El 31 de julio, a través de una conferencia de prensa, el presidente Alberto Fernández junto a Axel Kicillof, gobernador de la provincia y Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de Ciudad de Buenos Aires,  anunciaron la extensión del confinamiento. Reforzaron, una vez más, la importancia de “quedarnos en casa” para el cuidado y la prevención en la propagación del virus, como lo sugirieron en las fases anteriores. 

En los barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires, el distanciamiento social se hace más difícil. Situaciones de hacinamiento habitacional en los inquilinatos y viviendas; cocinas, baños y espacios comunes compartidos entre muchas personas que imposibilitan el aislamiento total. El trabajo a distancia no es posible por las debilidades en la conectividad de la red de internet y quedarse en casa no es opción cuando los salarios se perciben de forma informal. Algunas familias amortiguan el impacto con el cobro del IFE (Impuesto Familiar de Emergencia) y muchas otras, con irregularidades en la documentación, deben exponerse al virus para llevar alimento a sus hogares ¿Cómo es el accionar de los vecinos de los barrios para enfrentar la pandemia?

En este tiempo de cuarentena, e incluso desde antes de la pandemia, en el barrio Rodrigo Bueno la organización de la comunidad fue el paliativo para responder a las falencias estatales y las consecuencias agravadas por el contexto. Es un barrio con pocos habitantes en comparación a otras villas y asentamientos de CABA. Sin salita de emergencia pero con mucha organización vecinal, desde el inicio de la cuarentena los vecinos reforzaron la red de cuidados. Promotoras de salud, cocineras de ollas populares y otras figuras, hicieron de la voluntad de ayudar la salvación para que la situación no sea aún más crítica. 

El rol -voluntario- de las promotoras de salud es indispensable para hacer nexo entre el Estado y el barrio. Gloria Sánchez es una de ellas, forma parte del Club Rodrigo Bueno, y junto con otras organizaciones del barrio, se organizaron al inicio de la pandemia para tomar medidas de prevención frente al virus y todas las complicaciones que trae aparejadas.

“Al ser un barrio chico, nos conocemos todos y eso ayuda a trabajar y abordar varias cosas: acompañar y contener familias, hacer seguimiento social. Antes el Covid significaba muerte, el aislamiento significaba dejar las casas solas, muchas personas no se querían irse y eso nos dificultaba el cuidado, pero se pudo resolver hablando con los vecinos para que cuiden las casas de los que se iban al aislamiento, también con la presencia de la policía, para poner custodia y que tengan vigilancia”, detalla Sánchez.

El vínculo y la coordinación del cuidado van más allá del barrio, el CESAC 15 que está en San Telmo suma acciones de prevención para personas de riesgo que no pueden acercarse al Centro de Salud a buscar medicamentos. “Hicimos una vinculación con el IVC (Instituto de Vivienda de Ciudad) y el CESAC para tomar los datos de las personas con enfermedades crónicas y llevar medicamentos a los domicilios. También entregamos leche a menores de seis años y personas embarazadas”, explica la promotora del Club Barrio Rodrigo Bueno.

María Vilca, además de promotora de salud, es líder de la mesa política de Rodrigo Bueno y cuenta cómo se estructura la organización barrial: “No somos de organizaciones políticas sino vecinas organizadas. Nos sumamos como promotoras de salud por la necesidad de la comunidad, más allá de no tener contrato del Ministerio”.

La situación sanitaria encuentra organizadas a las vecinas que se incorporan como promotoras porque vienen cubriendo, desde hace años, los baches estatales. Desde el 2012 que se acercó una brigada de salud al barrio, reclaman un espacio para atención, pero las prioridades del Ejecutivo porteño parecen ser otras: “Acá hay mucha población de riesgo, han fallecido muchos en el barrio antes de llegar al Argerich, que es el hospital más cercano”.

En este sentido, la pandemia funcionó como una oportunidad porque, a partir del Plan DetecAr, los vecinos pudieron pudieron conectarse con el Ministerio Salud para sellar el compromiso de crear una salita de primeros auxilios en la zona.

El DetectAR es un dispositivo de búsqueda activa de contactos estrechos con personas con Covid-19 que se insertó en el barrio frente a los primeros casos que aparecieron. El objetivo es la detección temprana del virus para luego aislar a las personas positivas y a los contactos estrechos durante diez días.

Rosario Cárdenas, antropóloga y trabajadora social que lleva adelante el DetectAR en CABA, cuenta cómo se implementa el programa en Rodrigo Bueno: “Nos encontramos con un barrio en el que las organizaciones estaban predispuestas a colaborar y donde se podía trabajar bien porque había un lenguaje común en la búsqueda de cuidado”.

Para los trabajadores del DetectAR, la pandemia también es una oportunidad para acercar un concepto de salud diferente. Dado el contexto, la salud se ubica fuera de la salita por la necesidad de distancia social y, además, no para cuidarse del virus no hay medicinas ni vacunas: solo responsabilidad social y colectiva. “El Covid 19, en cierta forma, nos obliga a volver a retomar el concepto de salud más comunitario, se desarma la concepción médico-paciente y se habla del concepto de salud relacionado con un comportamiento grupal, en familia. El programa está planteado con la ayuda de la comunidad porque si no se colabora en el barrio no se puede”, reflexiona Cárdenas.

La asistencia biopsicosocial del Estado que acompaña al dispositivo “DetectARr” en barrios populares busca dar herramientas para el cuidado físico como el uso del barbijo, el alcohol en gel, el descanso nocturno y los horarios de las comidas, muchas veces alterados sin la rutina diaria, interrumpida por la cuarentena.

Los integrantes del equipo DetectAr también abordan el cuidado emocional que merece la pandemia. Zulema Meyer, coordinadora del equipo, explica: “El miedo es normal, pero en este momento donde los medios de comunicación hacen que la gente tenga más miedo de lo común, muchas personas no salen por nada, se quedan encerradas en cuatro paredes sin ventanas, sin sol y eso es perjudicial también”. El trabajo del equipo de salud biopsicosocial, ofrece ideas o herramientas de cuidado para enfrentar el virus: en las capacitaciones se hacen ejercicios de respiración, algo rítmico, se comparten poesías y otras herramientas artísticas. “En general lo toman bien, hay gente que lo toma como algo disruptivo, hay un 20 por ciento que se enoja porque lo entienden como pérdida de tiempo, pero después se vuelve algo cotidiano que lleva pocos minutos y lo agradecen”, dice Meyer.

Dentro de las propuestas alternativas para la salud, aparece el uso de formas tradicionales y ancestrales de tratamiento de dolencias y cuidado, como las hierbas medicinales, yuyos, infusiones, entre otras que están en la cotidianidad de las familias y que es bueno visibilizar y compartir. Porque así, además de darle la validez que generalmente la medicina tradicional subestima, se fomenta la importancia de la autonomía en la salud “prestar atención a las propias dolencias y síntomas pueden darnos autonomía en nuestro cuidado y esto genera libertad”, agrega Meyer. 

La pandemia motivó, también, una mayor vinculación terapéutica de los vecinos con los agentes de la salud estatales. “Antes de la pandemia, cuando hacíamos convocatorias en los centros de atención primaria a la comunidad, la gente no iba, a partir de esta situación muchos se acercaron a escuchar e informarse y lo aprovechamos para hablar de cuidados frente al Covid-19, pero también de otros cuidados que debe haber al interior de una comunidad, otros temas que se resuelven con la organización”. 

Desde que llegó el coronavirus al barrio, se impulsó un importante trabajo en red: “Hay referentes políticos, hay agentes del Estado pero el trabajo es conjunto”, señala Meyer.

Violencia de género

Otra ayuda que se sostiene gracias a la organización de las vecinas es la contención a las víctimas de violencia de género. Desde que inició el aislamiento preventivo y obligatorio muchas mujeres se encuentran encerradas con sus agresores. En el barrio Rodrigo Bueno se dictaron más de 20 perimetrales y hubo un sinúmero de denuncias por violencia. Desde la mesa de mujeres organizadas se cubren las falencias del Estado como pueden dicen: “Somos 65 mujeres que tratamos de contener y ayudar, ponemos nuestras propias casas para resguardar a mujeres porque la línea 144 de atención a mujeres no resuelve. Te dice cómo llegar a hacer la denuncia pero luego no acompaña. Dicen que la policía va a sacar al agresor y después, si los vecinos no están al tanto, estás sola y en riesgo”, explica María Vilca, referente del espacio.

También cuenta que, en el caso de que la denuncia se haga efectiva aparecen otras complicaciones, porque nadie determina cuánto dinero le debe enviar por cuota alimentaria el agresor a la víctima, ni la forma de hacerlo llegar. “Y si nos basamos en la ayuda estatal, la situación no es mejor. Desarrollo Social da 250 bolsas de alimento cada 15 días y somos 3.500 personas. Desde todas las organizaciones solicitamos un tratamiento prioritario para las víctimas de violencia de género, porque ni siquiera figuran como tal y no se puede priorizar su situación y son mujeres que necesitan el alimento ya”.


Aquí aparece nuevamente el barrio respondiendo. El comedor comunitario que tiene Desarrollo Social, está cerrado por casos de covid-19. Si no fuera por organizaciones con merenderos, o las ollas populares la situación sería más alarmante aún. Ramona Carballo es vecina del Rodrigo Bueno y cocinera los días sábados. Prepara ollas de comida elaborada que se distribuyen desde el espacio del bachillerato popular del Hormiguero. “El panorama general es un desafío diario, mi participación es por la necesidad y la inquietud de poder resolver problemáticas de las más simples, que parecen estar al alcance de la mano, como tener un plato de comida, y no lo están. También mi rol es acercar las emergencias barriales a quienes tienen que dar respuestas”.

Carballo celebra la organización barrial pero llega a la conclusión de que son siempre mujeres las que toman las tareas de cuidado y prevención. Reconoce que socialmente está habiendo un cambio a favor de visibilizar el rol de la mujer, pero esto no hace que los varones tomen tareas, siguen cargando la responsabilidad de cuidado de familias y de la comunidad. “Se ve que nosotras somos más fuertes para contener, para acompañar. Me emociona ver vecinas sin conocimiento de salud pero que igual salen a patear el barrio, a correr riesgos por el cuidado de la comunidad. Tanto nos dijeron que nos quedemos en nuestras casas lavando platos y limpiando y ahora que hay que salir a acompañar, somos las primeras en poner el cuerpo, en colaborar entre nosotras porque siempre estuvimos atentas de generar red”,

También tiene expectativas de que la pandemia sirva, al menos, para recuperar la tolerancia entre vecinos, la importancia de los hábitos de higiene y salud y que gane visibilidad las faltas estatales que cubren: “Acá estamos haciendo un tremendo trabajo de ser la membrana de contención para que la situación no se desborde. Muchos perdimos laburo y otras situaciones que nos tienen aguardando con paciencia, por encima de todo está esperar que esto pase con las menores consecuencias y poder tomar nuestras tareas cotidianas”, concluye Carballo. 

El trabajo a realizar es grande y riesgoso, el compromiso de los vecinos sigue siendo acompañar. Las mujeres de los barrios son las que motorizan accionan y resuelven las problemáticas de la comunidad y que sin obtener reconocimiento ni compensación, sostienen día a día su labor. “Vamos a seguir haciendo porque ya está en nosotras seguir colaborando, esperamos algún día ser reconocidas”