El asesinato de George Floyd en Minneapolis evidenció nuevamente la crueldad y la violencia institucional que sufren los afrodescendientes en los Estados Unidos. Las imágenes de sus últimos momentos con vida recorrieron el mundo, produciendo empatía e indignación. En Argentina muchas personas se sumaron al pedido de justicia y tiñeron de negro las redes sociales para visibilizar el racismo que aun hoy se cobra vidas. Para entender el fenómeno, ANCCOM entrevistó a tres militantes de la causa afro.
Nehuén Huellpin Pincén, activista trans no binarie, afro-indígena, militante en la agrupación Xango y en el movimiento de juventudes trans, afirmó que existe violencia acumulada en Estados Unidos que comenzó cuando los hombres blancos fueron a África y esclavizaron a la primera persona negra: “Son 400 años de esclavitud, más 200 de violencia estructural, institucional, racista, de segregación y un sistema castrario puritivista hacia las comunidades negras”. La difusión ya está lograda, todos se enteraron de lo que ocurrió: “Hay muchos videos donde las personas blancas se ponen delante de la policía y no las golpean o las separan. A las personas negras las apuntan, las golpean y le tiran gas lacrimógeno. Esto es poner el cuerpo en la lucha y no poner una foto negra en el instagram con el #BlackLivesMatter y nada más”. Para Nehuén la lucha no es separatista, hay que entender las diferencias para celebrarlas.
Federico Pita, politólogo de la UBA y activista afroargentino, fundador de la Diáspora Africana de la Argentina (DIAFAR), resaltó que al momento de pasar del sistema esclavista al capitalista en Estados Unidos se fomentó el segregacionismo, las personas eran iguales en tanto sujetos, pero estaban separadas. En cambio, en nuestro país se llevó a cabo un proceso de asimilación que buscaba incorporar al sujeto al modelo “civilizatorio” a cualquier precio: “Hubo una promoción muy fuerte del Estado para importar cuerpos blancos y gente de Europa. De hecho, en el artículo 25 de la Constitución Nacional se establece como deber promocionar la inmigración europea, dándole la bienvenida a la gente blanca para que purifiquen la raza, dejando atrás al gaucho, al indio y al negro que vendrían a ser el atraso”.
Patricia Gomes es una activista afroargentina, feminista y anti racista, trabaja en el Instituto contra la Discriminación de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires. Habló de la solidaridad que suscitó lo acontecido en Estados Unidos como “bastante acartonada” ya que cuesta reconocer lo que pasa en nuestro propio país. “Nosotros, como negros y negras sufrimos la persecución policial cotidianamente. Vamos caminando por la calle y nos piden documentos”. Gomes reconoció que nadie se hace cargo del racismo en Argentina ya que circula el mito que todos somos descendientes de europeos: “Hay una invisibilización histórica y sistemática que sufrió y sufre nuestra comunidad, una falta de consciencia sobre nuestra historia y nuestros orígenes, siempre hablamos de sacar a la abuela negra del closet”. Si no se reconoce a la población afrodescendiente, tampoco se puede reconocer el racismo: “Cualquier negro que uno ve, es cualquier cosa menos argentino”.
Las organizaciones que nuclean a africanos y afrodescendientes estiman que en la República Argentina viven alrededor de dos millones de personas de este origen. Pero el Censo de Población de 2010, que fue el primero en incluir una pregunta sobre pertenencia a esta comunidad, arrojó un total de 149.493 personas que se auto reconocen como afrodescendientes. Esto es el equivalente a un 0.4% de la población total. Es importante resaltar que según el mismo censo, el 92% de ellos nacieron en Argentina, aunque sigue asumiéndose que quienes tienen estos rasgos fenotípicos son extranjeros.
El Censo Poblacional es una de las pocas estadísticas donde se refleja a las comunidades racializadas. En los informes de violencia policial, femicidios, trabajo informal o indigencia no se toma en cuenta esa variable. Federico Pita explica que esta situación se da en Argentina bajo la excusa de que todos somos ciudadanos, entonces no se habla de raza: “Es mentira que toda la gente es igual, porque los negros son villeros y los ricos son blancos. Es un hecho absoluto de la realidad. Pero el relato argentino de poder invisibilizó la tensión racial en lo estadístico y en lo discursivo. La población europea nunca fue mayoritaria, siempre fue una minoría significativa. Sólo son mayoría en los espacios de toma de decisión”.
Los actos discriminatorios ocurren todos los días y se manifiestan en el ámbito laboral. “Gran parte de nuestra comunidad es pobre -afirma Gomes-, no tiene estudios y tiene trabajos informales”. En los medios se refuerzan los estereotipos y existe un racismo cotidiano que se demuestra a través de miradas, chistes o risas. Hay una triple opresión que sufren las mujeres de su comunidad: por ser mujeres, porque en general son pobres y porque son negras: “Existe la sexualización de las mujeres, pero las negras sufrimos la hipersexualización por los estereotipos que rodean a nuestros cuerpos, de sexualmente más fogosas y más salvajes. Estás en la calle esperando el colectivo y te preguntan cuánto cobras. Se creen que tienen derecho a invadir tu espacio personal, como la gente que ‘inocentemente’ te quiere tocar el pelo”.
Pincén denuncia que el racismo estructural e institucional no permite que las comunidades salgan de los barrios pobres, sólo les posibilita conseguir trabajos informales y con salarios bajísimos. “Las personas que están siendo perjudicadas no pueden hablar, porque apenas pueden sobrevivir. Tienen que alimentar a la familia.”. Las condiciones de vida crean ambientes violentos, donde se aprende que la representación de las comunidades negras, indígenas o pobres son asociadas con ladrones, vagos, marginales y enfrentados a la policía. Se genera impunidad y se justifican los asesinatos de estas comunidades porque “se lo merecen”, o “no quieren salir de donde están”. Pincén reflexiona: “Es un sistema donde la persona no quiere robar, pero quizá no le dan otra oportunidad de que pueda conseguir trabajo, ni pueda alcanzarle para comer, entonces ¿cómo hace esa persona para vivir?”.
Los actos de racismo, en su mayoría, quedan impunes. Las multas contempladas en la Ley Nacional contra la Discriminación no son aplicadas y no hay resarcimiento a las víctimas. La cantidad de denuncias efectuadas en el INADI, entre los años 2014 y 2017 , fueron 9.266 y sólo el 9.3% están relacionadas con la nacionalidad o etnia del denunciante y un 0.5% son específicas de afrodescendientes. “En general -señala Gomes-, las denuncias por racismo son muy bajas en porcentajes porque la gente no las hace. El trabajo de las organizaciones es empujar a hacerlo, aun sabiendo que muchas veces se archivan. La información estadística es importante porque si el Estado argentino empieza a ver al racismo como un problema, puede existir una política específica para combatirlo. Si no se denuncia el problema, sigue sin existir para el Estado”.
Pita estudió en la Facultad de Sociales de la UBA, en la currícula de su carrera no encontró autores afrodescendientes y entre sus compañeros tampoco había personas racializadas. “La realidad es que la mayoría de quienes van a la universidad son blancos y en la sociedad argentina la mayoría somos negros. Cuando uno hace extensión universitaria en un barrio piensa en gente oscura, no hay que mentir, por eso incomoda el tema. Nadie quiere ser racista, pero para no serlo hay que reconstruirse, no hay que taparse los ojos”. En este sentido señaló que quienes quieren que las cosas sean diferentes deberían indignarse más: “¿Por qué no te indigna estar en el aula y ver que a tu alrededor son blancos como vos? ¿Realmente pensás que los negros son unos vagos que no quieren estudiar o que no les da la cabeza?”.
Pita invitó a pensar si la subestimación que existe del racismo de los bienintencionados no es más letal que la militancia de los racistas confesos, porque quienes admiten abiertamente ser racista son muy pocos y entonces: “¿Cómo es que el racismo sigue existiendo y quién lo sostiene? Probablemente la displicencia, la complicidad y la tolerancia del resto”. La lucha por el cupo laboral de afrodescendientes y pueblos originarios es un debate necesario: “No se trata solo de visibilidad y que se hable del tema, es algo más sencillo y concreto, pero difícil de hacer. Un par de varones blancos y un par de mujeres blancas, menos pero algunas, se tienen que levantar. Si hay veinte sillas hay que repartir en partes iguales.” El peligro de no hacerlo es generar una máquina de reproducir desigualdades.
La agrupación Xango está recibiendo donaciones de dinero y comida para ayudar a 30 familias de la comunidad afro. También, varios espacios están recaudando para ayudar a la comunidad Qom en los distintas partes del país. El violento ataque que recibió esta comunidad fue difundido por los medios. Pincén lamentó que haya que llegar a este punto para que se tome consciencia: “Cuando termine lo que pasa en Estados Unidos ¿les vamos a seguir importando? ¿Van a seguir luchando por nosotros? ¿Van a poner el cuerpo? ¿O van a seguir diciendo que son todos unos negros de mierda?”.