Por Virginia Vitali
Fotografía: Noelia Guevara

Funcionarios porteños de Espacios Públicos le pusieron candado al mástil para evitar que los vecinos icen una wiphala.

En sus cinco kilómetros de extensión, el Parque Avellaneda, es el segundo pulmón verde de la Ciudad de Buenos Aires. Históricamente, es un espacio recuperado por los vecinos, después de batallas burocráticas reiteradas, que se materializaron en el terreno, con escombros, basura y pastizales.

Hoy, veinte años después, se convirtió en un sitio donde se tejen redes. “Todo lo que pasa en el barrio, pasa en el Parque”, nos cuenta Carlos, de la Cooperadora de la Escuela Fragata, Junto a Marina, cuentan cómo surgió esta idea de apoyar a la comunidad boliviana.

“Nos parece muy importante acompañar a vecinas y vecinos, a la gente con la que compartimos la vida cotidiana, porque sabemos que están tremendamente devastados, con todo lo que les está pasando, que no saben de su familia, de sus hermanos, de sus padres. Teníamos que hacer algo con lo que estaba pasando. Si bien, la idea original era hacer algo chiquito, para nuestra comunidad escolar, se viralizó por las redes y la convocatoria nos excedió”.

Con música de fondo, a través de un micrófono, los organizadores invitaban a los visitantes del Parque a pintar las Wiphalas. A modo de ropa tendida en un cordel, de árbol a árbol, se las iba disponiendo para secar. Las familias y grupos de amigos, desparramados en el pasto, muchos descalzos, cortaban el calor pesado de la tarde. Concentrados en el orden cromático y los bordes de los cuadrados de la Wiphala, le iban poniendo color al domingo.

Alex Igñíguez Apaza, contó que en ese lugar del Parque se celebra la Wak’ a, que es la memoria de los pueblos, una especie de resistencia a las identidades que permite contagiar la idea a otros.

La tranquilidad de la tarde se esfumó, cuando Ruth Apaza tomó el micrófono y comenzó a contar, llorando, lo que su pueblo estaba viviendo. De repente esa mujer de pollera, que desfila por las cadenas de whatsapp, documentó desesperadamente lo que desde hace 500 años soporta su pueblo. Fue un viaje en el tiempo.

«Jeanine Áñez odia a los indios, odia a la gente indígena y a la pollera, que es nuestro patrimonio cultural», dice Apaza.

Ruth Apaza, se acercó y se presentó: “Soy de La Paz, tengo 34 años, vivo en Argentina hace 15. Vine de allá por el octubre negro en 2003. Me escapé de un golpe de Estado en Bolivia, una masacre. Ahora, no sé qué hacer, me duele el corazón, tengo familia allá, tengo hermanos. Dejé mi patria. Esto es un golpe de Estado. Estamos hablando constantemente con mis hermanos. Los amenazaron si salen a apoyar a los de La Paz. Están amenazados y no pueden publicar nada por Facebook. Me puedo comunicar por medio del whatsapp, pero mi hermano no puede hablar mucho, me cuenta cosas y las borra. Si habla, lo agarran”.

Apaza continúa su relato: “Me siento bien triste por mi Patria. Esto no es por un color o por un partido. Nosotros somos bolivianos, todos somos bolivianos… “Ver a los hermanos de Cochabamba, ver cómo los están matando… Quiero dar gracias a los hermanos argentinos, que nos están apoyando acá, que nos están escuchando. Esta presidenta que asumió a mí no me representa, es una mujer que se auto nombró, pero a ella nadie la reconoce. Yo quiero ir para allá, a luchar con ellos, pero no puedo. Y a ellos no los dejan venir para acá, no hay transporte, cerraron la frontera, no se puede ni entrar, ni salir. No tienen agua, les cortaron la luz. Mis hermanos están pasando hambre. Todo esto nos vamos enterando por las redes”.

-¿Por qué crees que es la persecución, sobre todo la de las mujeres con pollera?

Porque esta mujer que entró (Jeanine Áñez, la presidenta autoproclamada), odia a los indios, odia a la gente indígena y la pollera es nuestro patrimonio, el de nuestros abuelos y tatarabuelos. Es una tradición que tenemos las mujeres bolivianas, somos de pollera, la mayoría. Cada lugar tiene su pollera. Cochabamba tiene su pollera, La Paz la suya, Santa Cruz, Tarija… todos tienen sus polleras. Es por eso que este Camacho, nos hizo matar con sicarios, hizo golpear a mujeres de pollera, porque nosotros somos cultura, somos identidad y esa pollera no nos la vamos a sacar. Yo soy de pollera, mi mamá es de pollera y no puedo matar esa cultura que mi mamá me dejó, así, de la noche a la mañana. Me duele mucho ver gente que se ha prestado para hacer ese daño. Yo he visto a los policías arrastrando a las señoras de pollera, gasificándolas en la cara, pateándolas. Cómo es posible, la policía nació de mujer de pollera, han tenido abuela de pollera. Ustedes no tienen cómo informarse, pero yo recibo imágenes por el whatsapp. Veo cómo los matan, sacan la gente muerta de los hospitales, las embolsan y las tiran a los ríos. No quieren que se sepa que han matado, pero hay muchísimos asesinados. Si Evo viene también lo van a matar, le van a hacer como a Tupac Katarí, no quieren un indio que los gobiernen. Camacho quiere hacer desaparecer a la gente pobre, porque la gente pobre se va a parar y se va a levantar, se va a parar de nuevo y se va a levantar otra vez.

-¿Por qué dicen que es la Pachamama o la Biblia?

La Pachamama representa tierra, nunca pueden decir que es algo satánico. La wiphala, ¿cómo la quemaron? La pisaron, la escupieron. Esa wiphala es representación, no solamente de los bolivianos, es de todo el mundo, de todos los países, de los pueblos originarios, que están también luchando por nosotros, pueblos que necesitan comer. Eso representa la wiphala. Es de todos, no tiene partido, somos todos iguales. No es de Evo, él no la creó, viene de nuestros ancestros. Ahora, si estaba en el gobierno y flameaba como la bandera de Bolivia, era porque pensábamos que se había terminado la dictadura, la gente que odiaba al campesino… Él pensaba que se había acabado pero no. Ahora es la otra moneda, es un odio terrible.

Al terminar de pintar los emblemas, alrededor de 200 personas se dirigieron al mástil del Parque, lo rodearon y con cánticos izaron la wiphala. De allí la columna se dirigió hacia la Casona del Parque, para decorarla con los emblemas originarios y terminar el evento.

En ese ínterin mientras los participantes daban la espalda al mástil, en dirección a la Casona, se acercaron tres trabajadores de Espacio Público del Gobierno de la Ciudad y comenzaron a bajar la wiphala. Eso generó que se acercan dos personas de la organización del evento para evitarlo. “Es una orden del Ministerio de Ambiente y Espacios Público”, explicó el trabajador. “Como la Mesa de Consenso del Parque no permite hacer, ni izar ninguna bandera proselitista, el Ministerio sólo permite izar la bandera nacional”, concluyó. Una de las personas logró que le devolvieran la wiphala. Mientras los funcionarios le pusieron candado al mástil.