Por Sabrina Díaz
Fotografía: Julieta Ortiz

El 14% de las denuncias de maltrato a niños, niñas y adolescentes, son por abuso sexual infantil.

El abuso sexual infantil es el más escondido de los maltratos y del que menos se habla. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se trata de la utilización de un niño, niña o adolescente en una actividad sexual que no comprende, para la cual no está preparado por su desarrollo físico, emocional y cognitivo ni capacitado para dar su consentimiento. Desde el año 2000, se conmemora el 19 de noviembre el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual Infantil. El Artículo 19 de la Convención Universal de los Derechos del Niño reconoce como obligación del Estado la protección de todos los niños de cualquier forma de violencia o maltrato.

El ámbito más frecuente donde se produce es el intrafamiliar, lo que implica que cuanto más cercano a la familia es el acto de abuso, más difícil es trabajarlo. También sucede en ambientes extrafamiliares, además de que puede haber abuso, aunque no haya acceso carnal. Su diagnóstico no es fácil y, como suele pasar desapercibido durante mucho tiempo, deja marcas emocionales que cuanto más antiguas, más complicadas son de tratar. Los agresores no tienen un típico perfil y es difícil reconocerlos, por lo que se debe estar siempre alerta.

Los niños, niñas o adolescentes que son víctimas de este delito no suelen poder contar lo que les sucedió. Sí son notables en ellos ciertos cambios de conducta repentinos, tales como pesadillas o problemas para dormir, enojos injustificados, decaimiento físico y emocional, ansiedad, dificultades para relacionarse con su entorno, no querer quedarse solos con una persona en particular, entre otros indicios.

Los motivos por los que un niño, niña o adolescente tiene dificultades para hablar sobre la agresión pueden ser la vergüenza, el miedo, las amenazas por parte de su abusador, el temor a que no le crean. El menor puede sentirse responsable y culpable por haber sido abusado, por lo que los padres deben estar atentos al comportamiento de sus hijos e hijas.

El ámbito más frecuente donde se produce el abuso infantil es el intrafamiliar.

Según datos oficiales, en la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) alrededor del 14% de las denuncias de maltrato a niños, niñas y adolescentes, son por abuso sexual infantil. En 2018, de 18.900 demandas a la Secretaría, unas 2.600 correspondieron a casos de abuso sexual, lo que implicó un aumento con respecto a 2017. Por otro lado; según el programa de investigación «Fuera de las sombras: arrojando luz sobre la respuesta al abuso y la explotación sexual infantil», elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, un ranking que evaluó la capacidad de respuesta de 40 países del mundo frente al delito, determinó que la Argentina está en el puesto número 35.

Nora Schulman, directora del Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño en la Argentina (CASACIDN), sostiene que aún no se toma consciencia de la grave dimensión que implican el maltrato y el abuso sexual infantil. Remarca la importancia del tratamiento que se le debe dar a cada situación, porque “cuando surge una denuncia no siempre se hace la debida evaluación a la familia del niño o niña que sufre el abuso”.

Schulman afirma que hay un retroceso en materia de defensa de los derechos de los niños: “La justicia ha tomado una incidencia muy fuerte en la vida de los mismos, volviendo a un patronato y produciendo una revictimización”.

La Convención de los Derechos del Niño, que el 20 de noviembre conmemorará su aniversario número 30, establece a los niños como sujetos de derecho: a ser oídos y ser tenidos en cuenta en sus opiniones. Nora Schulman afirma que esto es lo que no se está respetando y que se desconocen las medidas de los organismos de protección. “La educación sexual integral -agrega- es imprescindible para que niños y niñas, desde el jardín, puedan empezar a tener noción del cuidado de su cuerpo y entender que debe ser respetado. De esta forma, podrán detectar y destapar situaciones de abuso o violencia que permanecían ocultas porque no sabían cómo decirlas”.

«Basta de pensar que los niños son ingenuos, hay que aprender a decodificar”, dice María Cecilia López.

El desafío de romper el silencio

Sebastián Cuattromo fue abusado a los 13 años por un docente religioso del Colegio Marianista del barrio de Caballito, entre 1989 y 1990. Diez años después del abuso, pudo contar su historia y realizó la denuncia. En 2012 dio a conocer públicamente su caso y se llegó a juicio oral y público. Su abusador, Fernando Enrique Picciochi, fue condenado a 12 años de cárcel por corrupción de menores calificada reiterada.

Silvia Piceda, abusada durante su infancia, fue a quien acudió Romina, la hija mayor del padre de su hija, en 2009. La niña le contó que había sido abusada por él y Silvia de inmediato concurrió a la justicia para preservar a la niña y a su propia hija. Aunque su denuncia y la de Romina fueron archivadas, Silvia conoció a otros adultos que habían padecido los mismos abusos y lo que en principio transitó en soledad, se transformó en una lucha colectiva. Junto con Sebastián Cuattromo, su actual pareja, crearon la ONG Adultxs por los derechos de la Infancia, una organización sin fines de lucro y un colectivo independiente conformado por adultos comprometidos con la defensa de los derechos de niños y adolescentes.

Silvia cuenta que cuando se habla con adultos no se diferencia el abuso, sino que se comparten los daños. Sostiene que a la sociedad le hace falta escuchar: “El problema del abuso es del adulto, el niño es la víctima”. Piensa que la comunidad adulta debe cambiar para poder entender sus propias infancias y abandonos, para lograr empatía con el niño que sufre abuso.

“Tengo la esperanza de que mi historia pública pueda trascender colectivamente y ayudar a los demás, de darle un sentido colectivo a mi experiencia de dolor y lucha”, dice Sebastián, además de remarcar la obligación de la comunidad adulta y del Estado de garantizar los derechos de la infancia: “Debemos pensar en la infancia de hoy y del futuro”. Silvia sostiene que la salud mental, física, psicológica y afectiva debe estar separada de la suerte judicial, ya que asegura no representa un ámbito de protección hacia víctimas de este delito y apaña a los agresores: “Mi liberación fue la verdad, así pude tomar medidas y proteger a mi hija”.

En Adultxs por los derechos de la infancia llevan como bandera el lema “Para criar un niño hace falta una aldea”. Invitan a acercarse porque es un grupo en el que se favorece el hablar: “a quienes vienen se los escucha y no se los juzga, vivimos en una sociedad moralizante hacia la víctima, quien debe cargar con la mochila de la vergüenza es el abusador”. Silvia es contundente al decir que lo que daña más es una sociedad que obliga a callar, por lo que como pares, comparten recursos, contactos de psicólogos, abogados u oficinas públicas que brindan ayuda y asesoramiento.

Ambos están convencidos de que en las escuelas se tiene que dar la plena aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral, la que posiciona a los niños y niñas como sujetos de derecho. “El abuso sexual contra los niños intrafamiliarmente aflorará mucho más si les generamos las posibilidades de tener a quien recurrir en las escuelas”, afirma Sebastián. 

Camila tiene 25 años y es de Santa Fe. Cuenta que entre sus 11 y 12 años empezó a sufrir agresión verbal y psicológica por parte del papá de su hermana menor. No solo era violento con ella sino también con su mamá. Como parte del abuso, su agresor intentaba tomar fotos a partes de su cuerpo, a lo que Camila se resistía.

Al mudarse a otra casa, a sus 14 años, fue cuando se concretó el abuso sexual. Mientras la violencia psicológica persistía, su abusador la culpaba de que su mamá quiera separarse de él: “Siempre había que pedirle perdón por todo, el problema era yo”. Camila cuenta que parte del sistema de manipulación que ejercía su agresor para llegar al abuso era acusarla de estar enferma: “Me decía que lo provocaba y me olvidaba, que él me quería ayudar, que el tratamiento era caro y que para que mi mamá no se ponga mal no había que contarle”.

A sus 15 años su mamá se separó del agresor, pero pasaron 6 años para que Camila pudiera poner en palabras lo que le sucedió. Su psicóloga y Adultxs por los derechos de la infancia fueron de gran ayuda para hablarlo. En febrero de 2016 hizo la denuncia, cuenta que en el allanamiento incautaron pornografía infantil en la computadora de su agresor, aunque no fue suficiente para meterlo preso. Es decir, el abusador continúa libre. Asegura que sintió vergüenza, culpa, responsabilidad. Su vida era paralela, en el colegio era normal, pero en su casa sufría todo tipo de abusos: “Para mí, mientras menos se notaba era mejor”. Camila cuenta que darse cuenta de que su hermana podía pasar por lo mismo le dio temor: “Lo mío no sé si se va a resolver, ojalá que sí, pero si mi hermana no hubiese estado quizá yo hubiese hablado, pero la denuncia no la hubiese hecho”, concluye.

Cómo detectar y prevenir

María Cecilia López, licenciada en Psicología, cuenta que el abuso sexual en los niños no es fácil de detectar ya que, en general, los chicos abusados no hablan: “Se encuentran bajo amenazas tanto directas como subliminares por parte de su abusador, muchas veces nenes chiquitos hablan de la mirada de asesino”.

Por otro lado, sostiene que en algunos casos el abuso sucede a niños en etapa de jardín, los cuales no saben que lo que les están haciendo es abuso sexual, porque no tienen la conciencia suficiente para entenderlo. “El abuso no siempre empieza de forma carnal, sino que el abusador comienza estimulando ciertas partes erógenas a través de ‘cosquillitas suaves’, les hacen un entrenamiento para luego abusar de ellos carnalmente”. La especialista describe al agresor: “Los abusadores, que ahora son nombrados depredadores, no tienen goce sexual genital propiamente dicho, es un goce por atrapar y engañar al niño”.

López indica que el abuso sexual infantil puede ser detectado a través de señales en la sintomatología corporal del niño, en sus juegos y dibujos, incluso cuando dibujan mamarrachos, que suelen ser en color negro. “El sol es un indicador, el niño dibuja uno amarillo y otro negro, hablamos de que está transmitiendo una figura masculina que se comporta de doble manera, con una cara oscura”.

Afirma que los niños no siempre dibujan genitales o los pueden borrar. Otro símbolo pueden ser las nubes, varias chimeneas en una misma casa o manchada con tinta roja: “No son casualidades, basta de pensar que los niños son ingenuos, hay que aprender a decodificar”.

María Cecilia López cuenta que con niños abusados trabaja terapias más prolongadas, de dos a cuatro años. Señala que el abuso sexual infantil es una cuestión de género, ya que generalmente es por parte de alguien cercano a quien el niño tiene idealizado. “Debe considerarse a los niños como personas que sienten y saben expresar”, sentencia.

No hay edad específica para hablar de sexualidad, se trata de un tema que atraviesa todos los ámbitos. Es importante crear espacios de diálogo, aprendizaje y confianza para fortalecer a niños y adolescentes. De esa forma, podemos ayudarlos a cuidarse, a darse cuenta cuando algo no les gusta, a saber cómo pedir ayuda en caso de que no puedan resolverlo por sí mismos. Los niños no mienten, hablar es empezar a prevenir.