Las patologías mentales siempre han existido, pero sin embargo no siempre hubo el acceso a la información –y a los diagnósticos– que se tienen hoy en día. En los últimos años, este tipo de padecimiento ha comenzado a ser más difundido, a la vez que se han incrementado. Las nuevas tecnologías y la velocidad a la que avanzan, han significado una creciente aceleración del ritmo de vida de las personas. ¿Consecuencias de este fenómeno? Excesos de medicación psiquiátrica, un tema poco explorado.
Estamos inmersos en una sociedad en la que los mandatos sociales, la competencia y la obsesión por la inmediatez, tiene como consecuencia la aparición de padecimientos mentales como el estrés, la ansiedad o la fobia social. Damián Martínes, médico psiquiatra y parte del staff del Programa Andrés, sostiene que “la hiperconectividad, la autoexigencia, el ritmo de vida apresurado y la baja tolerancia a la frustración son factores que inciden en el incremento de estas patologías”.
Existen las patologías de carácter endógeno, como la bipolaridad o la psicosis, y las patologías externas, como los trastornos adaptativos, que se relacionan con el estrés. “El estilo de vida hace que este último tipo de patologías se incrementen”, agrega Martínes. El psiquiatra Francisco Appiani, a cargo de la unidad neurofarmacológica del Hospital de Clínicas de la UBA, aporta que, en sus veinticinco años de experiencia como profesional de la salud, se puede notar que “los trastornos de ansiedad son las patologías más comunes”. Y agrega: “Lo que es muy habitual en la actualidad es el autodiagnóstico”. Los pacientes se autodiagnostican, luego de haberse provisto de información en Internet, y llegan a la consulta con un diagnóstico de crisis de pánico, por ejemplo, cuando no es lo que padecen. En este sentido, Appiani sostiene que “suele haber un contagio social de patologías”.
A raíz de esta problemática, se da en el mundo, y específicamente en nuestro país, un notable exceso de medicalización psiquiátrica. No existe una única visión sobre este tema, sino que es abordado desde distintas perspectivas.
En la Argentina existe un gran déficit en materia de salud mental: la ausencia de un ente regulador que controle la cantidad de recetas que un médico prescribe. Si bien todas las prescripciones que indican medicamentos farmacológicos son archivadas, no hay un seguimiento real sobre su destino. Esto representa un gran riesgo si tenemos en cuenta que no todos los padecimientos requieren necesariamente de un tratamiento psiquiátrico. La psicóloga Soledad Codino, especializada en terapia cognitivo-conductual , comenta que “la mayoría de los pacientes asiste a la primera consulta buscando algo mágico” y sostiene que los psicofármacos no son a priori necesarios “excepto en casos graves, como la psicosis, en la que se sufre una desconexión con la realidad”.
Un aspecto que se incluye dentro del problema del exceso de medicalización psiquiátrica es la automedicación. La directora del Centro Integral de Psiquiatría y Psicología (CIDEPP), Ana María Vaernet, comenta: “Cuando viene un paciente por primera vez, le pregunto: ‘¿Qué estás tomando?’, porque sé que todos toman alguna medicación.” Además, explica que es muy común que un paciente que abandona su tratamiento y más tarde vuelva, confiese que nunca dejó de tomar la medicación y que la consiguió con otro médico o por otros medios. “Es necesario que el paciente sostenga un tratamiento psicológico y, de ser necesario, un control psiquiátrico”, añade Vaernet.
Silvana Garbi es doctora en Ciencias Sociales y participa de Surcos, una asociación civil que trabaja en la promoción de condiciones de vida más saludables. En relación al consumo de psicofármacos, declara que “en el último tiempo ha habido un uso más aceptado socialmente” y, por ende, “no hay una estigmatización en relación a su consumo”. Esto se debe a que, a diferencia de otras sustancias, los ansiolíticos son legales y, por lo tanto, no son propensos a la censura social.
Según el informe del Observatorio Argentino de Drogas de la SEDRONAR de 2017, que se realizó a nivel nacional, “15 de cada cien personas ha consumido medicamentos psicofármacos bajo tratamiento médico o bien por su cuenta”. Además, el informe arroja que la edad en la que las personas se inician en el consumo de tranquilizantes sin tener una receta médica, se ubica cerca de los 25 años.
Otro gran déficit en relación a la salud mental en nuestro país es la escasez de informes estadísticos. Francisco Appiani observa que “no hay otros informes además del de la SEDRONAR”. Lo que sí existe, continúa el médico, es “desde ANMAT –Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica–, un programa de fármacovigilancia mediante el cual cualquier profesional de la salud puede reportar efectos adversos. Sin embargo, el porcentaje de reportes es muy bajo, debido a que no hay cultura de reporte en el mundo.” Que la salud pública en general está desfinanciada no es novedad y la investigación sobre problemáticas de salud mental no escapa a esa situación.
La ley de Salud Mental 26567, sancionada en 2010, “tiene por objeto asegurar el derecho a la protección de la salud mental de todas las personas, y el pleno goce de los derechos humanos aquellas con padecimiento mental que se encuentran en el territorio nacional”. No obstante, al momento de redactar la ley, “no se consultó a las instituciones mentales”, sostiene Vaernet. El principal cambio que introduce esta legislación es una desmanicomialización, es decir, evitar internar a los pacientes en centros especializados en salud mental, excepto que corra riesgo su vida o la de su entorno.
Con el fin de evitar la discriminación del paciente, la ley propone que se realicen tratamientos ambulatorios en hospitales generales. Sin embargo, la mayoría de los profesionales de la salud coinciden en que el gran problema que representan estas modificaciones es la falta de infraestructura. “El problema es que los hospitales no cuentan con la infraestructura ni la cantidad de profesionales necesarios para llevar a cabo esta propuesta”, afirma Martínes. En relación a la medicación, la ley establece que se administrará “exclusivamente con fines terapéuticos y nunca como castigo” y que los tratamientos farmacológicos deben ser abordados de manera interdisciplinaria.
Desde otras vertientes, Ingrid Romero, psicóloga y terapeuta floral, implementa en sus consultas las flores de Bach, la homeopatía y la aromaterapia. Con respecto a su formación, asevera: “Aprendí a tratar al paciente de una forma holística, es decir, acompañando y cuidando su desarrollo en las seis dimensiones: física, emocional, mental, social, valórica y espiritual”. Este tipo de terapias, conocidas como alternativas, son complementarias y pueden ser “combinadas con tratamientos de remedios alopáticos”, sin perjudicarlos. Si bien muchos profesionales de la salud tienden a desmentir la efectividad de estos métodos bajo el argumento de que no están avalados por la ciencia, otros ven a las terapias complementarias como “inofensivas”. Rosana Deza, psicóloga social y acompañante terapéutica, sostiene que estas últimas “funcionan a partir de la creencia del paciente, como placebo”.
El índice de consumo de psicofármacos sigue en aumento y los únicos sectores completamente beneficiados son los laboratorios y las farmacéuticas. El mundo sigue su ritmo y las patologías mentales crecen. ¿Queda en manos solo de de los pacientes elegir seguir siendo parte de ese círculo u optar por complementar sus tratamientos de manera natural?