Por Gisele Alessi
Fotografía: Lucia Barrera Oro

Belén López Peiró, escritora, periodista y licenciada en Comunicación Social.

“Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?”, condena el libro Por qué volvías cada verano en su inicio e inaugura el recorrido por las variadas voces que reconstruye la escritora, periodista y licenciada en Comunicación Social Belén López Peiró. La autora las pone de manifiesto para reconstruir el contexto del abuso que ella mismo sufrió. Las palabras de su familia, la pediatra, el abogado, la psicóloga, las declaraciones judiciales hablan, juzgan, ocultan, silencian en un libro que le permitió reconstruir su identidad.

¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?

Surgió por una convocatoria de Abuelas de Plaza de Mayo para que escritores inéditos hablen sobre identidad. Llegué a mi casa y lo primero que escribí fue el relato de mi abuso. Lo llevé al taller de escritura y Gabriela Cabezón Cámara, mi tallerista, me dijo “dejá todo lo que estás haciendo y escribí esto”. Cuando quise seguir contando, lo primero que me salió fueron las otras voces, porque entendía que la mía no podía entenderse sin todo el entramado, el contexto familiar, las instituciones. Las voces que fueron apareciendo las escribí en un período muy breve, como si las hubiese vomitado. Fue exteriorizar un montón de sentimientos y de sensaciones que cada vez que ponía en papel sentía alivio. Escribía miles de voces y me preguntaba “¿pero qué forma todo esto?” Porque eran papeles sueltos. Llegué a tener cientos de hojas arriba de la mesa sin orden cronológico. En el libro tampoco hay exactitud. Y eso representa tal cual las imágenes visuales de una chica abusada, en las que nunca hay una exactitud puntual, contrario a lo que te exige la justicia.

¿Por qué decidiste publicarlo?

Cuando llegó la propuesta de la editorial, lo pensé. Pero creo que hay dos tipos de justicia: la del tribunal que dispone de la denuncia y que no depende de mí, sino de un juez que dictamine; y otra, que es la mía y que pude hacerla con el libro, para mí y para las otras chicas. Publicarla era eso: poner un cierre a todo este entramado de voces que, al volcarlas al papel, al ponerle palabras, me habían dado un respiro que podía también significar un alivio para muchas otras mujeres. En el libro redacto mi situación, pero todo el ahogo, la asfixia y el silencio que le dieron forma pueden ser adaptados a otras situaciones.

¿Cómo fuiste reconstruyendo las voces que plasmás en la novela?

Un montón me salieron el primer día. A veces me quedaba toda la noche escribiendo. Después, obviamente hay un proceso de edición en el que vas modificando ciertas partes. Al principio tendía a suavizar, no ponía determinadas palabras. Es como si estuviese justificando o protegiendo al lector o pensando que el día de mañana me podían leer y tenía miedo de lastimar a mi mamá, a mi hermano. Pero después me di cuenta que no tenía que hacer eso. Luego, empezó un proceso de recordar un poco más fuerte, de pensar qué otro hecho de toda esta situación me había marcado, de revivir sueños. Recordar momentos en los que había amor, porque también se relatan escenas de cómo mi tío me cuidaba y quería. También de la nena que era yo de chica, pero no relatándolo con ojos de adulta, sino de niña. Entonces fue todo un proceso de trabajo súper intenso que me llevó no solo tiempo de maceración, sino también de búsqueda y de reconstrucción, porque al escribir el libro me reconstruí a mí misma.

¿Nunca habías escrito sobre eso?

No. Ni lo tenía pensado. Era la primera vez y entiendo que al haberme pedido hablar sobre identidad no podía hablar de otra cosa que no sea eso, porque era parte de reconocer que esto también me hace la mujer que soy hoy, me construye como persona. Soy esto y muchas cosas más. No negarlo, sino integrarlo a mi vida.

¿Qué dificultó que puedas reconocerte como víctima?

Cuando los abusos son intrafamiliares está todo entramado: mis tíos eran también los que me cuidaban cuando lo necesitaba, que me llevaban al médico si me pasaba algo. En los veranos que fui abusada también la pasaba bien con mis amigas. Contar esto es fundamental para explicar cómo la figura que suele abusar también suele tener la otra cara y eso te impide hablar. Más allá de querer protegerlo a él, lo que más quería era no lastimar a mi tía y a mi prima que también me habían cuidado. Sentía que si hablaba, las lastimaba. Después me di cuenta que no era así, que era al contrario. Poner luz sobre esta situación podía prevenir un montón de otras cosas, me crean o no. Finalmente, resultó siendo que no.

¿Por qué considerás que reaccionaron así?

Porque lo primero que se tiende a hacer es culpar a la víctima: “Algo tuvo que haber hecho” o “por qué estás diciendo esto si decir esto arruina a la familia”. Y volvés a culpar a la víctima, no ya por provocar al perpetrador sino porque cuando hablaste arruinaste todo lo demás. Las reacciones lo que tienden es a conservar el orden preexistente y ahí está el silencio: los trapos sucios tienen que ocultarse. Cuando hablé, quebré una estructura armada y al desarmarla, se desmorona todo.

«En el libro redacto mi situación, pero todo el ahogo, la asfixia y el silencio que le dieron forma pueden ser adaptados a otras situaciones».

Entre las tantas voces de culpabilidad, de ocultamiento y silencio, aparece la de María Elena, de AVIVI (Ayuda a Víctimas de Violación). ¿Qué rol tuvo esa organización?

Fue muy importante porque en ese momento había presentado la denuncia, me habían llamado a ratificarla durante ocho horas. Me sentía muy sola frente a la institución justicia. Me senté en la computadora, empecé a googlear y lo primero que me salió fue AVIVI. Me imaginé una institución o algo así y en realidad era la casa de María Elena en provincia de Buenos Aires. Su oficina era su comedor, las carpetas las guardaba en un armario de la cocina y ponía el cuerpo ante cada mujer que llegaba a su casa. No le importaban los detalles. Vos le decías que sufrías algún tipo de violencia, que necesitabas su ayuda y ella levantaba un teléfono y te ayudaba. Su rol fue el de no hacerme sentir sola. Me decía “nunca más vas a estar sola”.

En 2014 hiciste la denuncia. ¿Qué fue lo que te motivó?

Entendí que si yo no lo decía podía pasarle a otras chicas, porque él tenía acceso a menores y eso me heló la sangre. Fue un pensamiento más o menos parecido al que tuve cuando decidí publicar el libro: poner la experiencia en palabras, volverla visible.

¿En qué estado está la causa?

Sigue en trámite. Por eso el final del libro es abierto. Siempre está bueno ponerle un punto final, pero a veces no lo tiene.

¿Esperás que suceda algo en lo judicial?

Sinceramente, no lo sé. La decisión que tome la justicia entiendo que no depende de mí. Una persona que abusa de una menor, tiene que tener consecuencias. Pero trato de no poner mis expectativas ahí porque puedo salir muy lastimada. Prefiero que mi vida y mi accionar político y feminista vayan por otro lugar. Y Por qué volvías cada verano, me parece, que va por ahí.