Por Rocío Lema
Fotografía: Ailen Montañez

Además de ser psicóloga y trabajadora social, Eva Giberti recorrió los caminos del feminismo desde su adolescencia y lo sigue haciendo ahora, con sus vitales 89 años. Hace más de una década que integra el programa Víctimas contra las Violencias, en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y es autora de numerosos libros: Escuela para padres, Adopción Siglo XXI: leyes y deseos y Mujeres y violencias, entre otros. De convicciones fuertes, Eva habla pausado y de manera segura, tiene una mirada profunda y el pelo rojo como el fuego. Sentada en el sillón del escritorio de su casa, en la que vive desde hace más de 50 años, se dispone a contestar las preguntas de ANCCOM.

¿Desde cuándo comenzaste a identificarte con el feminismo?

Llegué visceralmente al feminismo. Ya desde niña y adolescente me reventaba que se diferenciara lo que podía hacer una mujer y un varón, me resistía absolutamente. Digo visceralmente, porque no había leído lo que empecé a leer después. A su vez, comencé a tener contacto muy tempranamente con Alicia Moreau de Justo, porque asistía a las conferencias y a las reuniones del partido socialista, que era el partido de vanguardia en ese momento, y Alicia era feminista. A la primera que escuché hablar de feminismo fue a ella. Desde el socialismo, que era también el feminismo tradicional, ella fue la primera luchadora en Argentina que hablaba de los derechos de las mujeres, que defendió el voto femenino, mucho antes que Eva Perón. Después empezaron las lecturas y los contactos muy tempranos con mujeres que militaban en el feminismo, por ejemplo Hilda Rais y paulatinamente me fui adentrando en esos grupos.

¿Y cómo eran esas primeras experiencias feministas?

Eran brotes, no eran movimientos organizados, eran pequeños grupos que se reunían en distintos lugares, pero no era todavía el feminismo organizado, que empieza bastante más tarde, en la década del 60. En ese momento, todas las que nos decíamos feministas éramos raras, locas, enemigas de los hombres y una no podía decir que era feminista. Era difícil, serlo o decirlo, lo decíamos entre nosotras, en los grupos en los que nos atrevíamos a militar, porque ni en casa, ni en la escuela, ni en la universidad se podía decir, aunque se hablaba, pero una se arriesgaba a una mala contestación o una burla. Esto nos significó un entrenamiento en la resistencia. Lo que se ve hoy en día, de no retroceder ni un paso, y estar convencidas de lo que hay que hacer, pasaba en los primeros grupos feministas. No se renunciaba a nada, se insistía, así se avanza y se organizan las gestas revolucionarias, ni un paso atrás, esa es siempre la consigna.

¿Qué recordás de aquellos momentos?

Eran los tiempos en los que se pensaba que había que casarse y tener hijos, de manera que ser feminista era conflictivo, y contradictorio, no se podía pensar en tener novio y ponerse hablar de feminismo, ni decirle al que iba a ser tu marido: “Vos tenés que hacer las tareas de la casa, no ‘colaborar’”. Eso no se podía, ni se soñaba. Algunas mujeres nos decían que pretendíamos cambiar el mundo. Y sí, justamente, lo que queríamos era cambiar el mundo y seguimos pretendiendo cambiarlo.

¿Cuándo comenzaste a escribir específicamente desde una perspectiva feminista?

Empecé a escribir acerca de feminismo desde que publiqué Escuela para padres, en la década del 60. Escuela para padres fue un fenómeno social en Argentina. Comencé a plantear ahí el feminismo. La idea era rupturista, meter ese concepto en Escuela para padres era algo que el psicoanálisis, ni por casualidad, hubiera introducido. Dentro de esta colección, escribí varios artículos que son de corte netamente feministas y que resultan raros, acerca de qué era, y de lo que se podía en esa época declarar, porque era el feminismo original, no era el actual, que tiene la característica de ser un movimiento. Yo explicaba por qué las mujeres debían trabajar fuera del hogar y por qué no eran inferiores que los hombres, qué significaba el trabajo no reconocido como tal dentro del hogar. Eran textos decididamente provocativos para la época, desde el punto de vista de lo que significaba la educación, que era totalmente autoritaria. Toda Escuela para Padres es una lucha y pelea contra el autoritarismo, lucha y pelea que yo mantengo actualmente, es cromosómico pelearme contra el autoritarismo.

¿Trabajaste el tema del aborto?

El tema del aborto era un tema central, también desde aquellos momentos. Escribir sobre aborto era decididamente indecente. El primer artículo grande fue en 1985, antes habían pasado muchos años, pero ni se soñaba con hablar de aborto. No se hablaba, no se tocaba, y una, por discreción, no avanzaba con el tema porque sabía que iba a una discusión con personas con las que una no quería enemistarse por razones de convivencia. Ese primer artículo lo escribí para la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), y me costó un dolor de cabeza, porque se empezaron a enojar otros miembros de la Asamblea. Provocó que la gente que no estaba coincidiendo conmigo, armara lío. Esa fue la primera experiencia que tuve y la sufrí en carne propia, porque me di cuenta cómo realmente te atacan y te dicen que vos no podés escribir sobre eso y que está mal visto. El último artículo que escribí es realmente duro y es sobre adopción. Escribí sobre qué es ese disparate de que las mujeres tengan un hijo y lo den en adopción. No tienen idea lo que significa entregar a una criatura en adopción.

¿Cuál es el problema de la adopción en Argentina?

El problema no es la Ley de Adopción, sino los padres que desde Buenos Aires se van al interior, arreglan con los jueces de provincia y se vienen con el bebé legalizado en la provincia, ese es el negocio. Se traen a los chicos de Misiones o de Salta y se saltean el registro de Ciudad de Buenos Aires. Siempre hay arreglos, el problema son los propios adoptantes que tienen dinero para irse a pasar una semana en la provincia, porque si no, tienen que esperar ocho años y no quieren esperar, son historias muy largas.

¿Existe el instinto maternal?

No, no existe. Lo gracioso del caso es que quienes inventaron el instinto maternal fueron los teólogos. Entre el 1500 y 1600, en Europa, las mujeres habían dejado de amamantar a los hijos y se quedaban trabajando al lado de los maridos en los campos. Había muchas pobres en Europa, que tenían los hijos porque no sabían cómo no tenerlos y luego los entregaban a las amas de cría y los chicos se criaban con ellas, hasta el año. Después se los devolvían, pero la mitad de esos niños morían. En el ejército sacaban la cuenta de que se quedaban sin varones y se empezaron a preocupar, entonces llamaron a los teólogos para resolver el problema. Los religiosos inventaron lo del instinto maternal y dijeron que las mujeres tienen que amamantar a sus hijos y estar con ellos, porque si no la madre no se hace cargo de su parte animal. Los animales se convirtieron en el modelo. Le metieron en la cabeza eso a las mujeres, así como nos metieron en la cabeza que tenemos que limpiar los pisos, atender al marido y estar preciosas. A las mujeres, como hay un significativo porcentaje que quiere y amamanta a sus hijos, nos resultó muy fácil creernos lo del instinto maternal, pero además por otra razón básica, elemental y terrible, porque todos necesitamos creernos que alguien alguna vez nos quiso. Es terrible descubrir de adulto o de niño, que ni siquiera tu madre te quiso, entonces si hay un instinto, ni tu madre te puede haber fracasado. Es una garantía para todos los que crecimos, el pensar que, por lo menos nuestra madre, nos quiso.

¿Qué significa para una mujer interrumpir un embarazo?

Es algo complejo, para alguna mujer puede ser traumático y para otra un alivio infinito. Aunque no sea doloroso es complicado, es jodido, es decir, vos estás totalmente convencida, pero el solo hecho de entrar al quirófano es molesto. Pero, ¿vos te crees que vas a llorar por un hijo que no tuviste? ¿De qué me están hablando? Te hiciste un aborto porque te mandaste la farra, porque te descuidaste, porque las pastillas no te funcionaron, porque ya tenías tres chicos y no querías cuatro o porque tenés doce años y tu tío te pasó por encima. ¿De qué hijo me estás hablando? Hablemos de aborto, en serio.

¿Cuál es tu mirada con respecto a la educación sexual?

Estuve en la creación de la Ley de Educación de Sexual y, yo por supuesto siempre provocando la ruptura, planteé que en el proyecto de ley se incluyera trata de personas y prostitución. Se pusieron como locos: “¿Cómo vamos a poner trata de personas?” Entonces, tuve que explicar: ¿De dónde creen que en Salta aparecen las primeras víctimas de trata? Son niñas de once y doce años, son las escolares que se llevan. Por eso las que tienen que leer qué es la trata de personas, son esas niñitas. Fue una discusión, que la peleamos y la ganamos, porque era necesario. Sacamos la ley tal como queríamos, con trata de personas y prostitución. Esa ley que fue maravillosa, fue resultado de dos años de discusión, aunque yo no estuve en los dos años. Yo entré a debatir en la síntesis definitiva.

¿Por qué no se aplica?

Porque la Iglesia se opone, en Salta, por ejemplo, ni se usa.

¿Cuál debería ser el lugar del hombre frente a la decisión de la mujer de abortar?

En primer lugar, usar preservativo, para no decirte que se haga una vasectomía que es complicado. La recomendación para el varón es aguantarse y usar preservativo. Si con su pareja aparece un embarazo y ella decide abortar, acompañarla. Hacerse cargo de la situación.

¿Esperabas la media sanción en Diputados y la negativa en el Senado?

En Diputados me la esperaba, y también sabía que no iba a salir, porque el curita del pueblo iba a reventar las cabezas de las chicas del pueblo, y las chicas del pueblo son las senadoras. Las iba a nombrar en la misa, iba a decir: ‘Fulana de tal voto de tal manera’. Para eso el Papa Francisco llamó a todos los obispos y los puso en fila. Ahora hay que hacerle frente con otras armas. Sabía que no iba a salir por la Iglesia, escuchando a los senadores te dabas cuenta que era una cuestión de fe estar en contra del aborto y además porque había problemas desde el punto de vista de la objeción de conciencia de algunos médicos. Eso había que asumirlo, pero no tenía por qué estorbar la existencia de la ley o producir un cambio y hacer otro tipo de reglamentación.

Cómo pionera de la militancia feminista en Argentina, ¿pensabas que se iba a dar el movimiento por la legalización del aborto que se fue gestando en estos últimos años, marcha tras marcha?

No, no. Ni cuando empezamos, ni hace tres años, ni leyendo todos los viernes Página/12, todo el suplemento, me hubiera imaginado que se veía el movimiento de #Niunamenos. Ya habíamos estado en la calle gritando, pataleando y denunciando, pero no podía imaginar esto ni en sueños, porque #Niunamenos movió mucha gente, fue el mundo, ahí salimos todas a la calle en serio.

¿Qué te generó esa instancia?

Dije: “¡Por fin! Para algo sirvió estar juntas, para algo sirvió hablar”. Si hay una virtud que es revolucionaria, es la esperanza, es la más revolucionaria de todas las virtudes, porque no te deja retroceder. Y las mujeres fuimos esperanzadas, además somos técnicas en espera, tenemos una resistencia particular para esperar y seguimos testarudamente adelante y avanzamos aún más cuando se trata de situaciones históricas. Las Madres de Plaza de Mayo han sido un modelo que no retrocedió en la espera y ni te cuento las Abuelas. No retrocedieron ni un paso y así aparecieron los 128. Todas hemos estado esperando esto, sin conciencia de lo que esperábamos y por eso empujábamos. Seguíamos haciendo grupos y charlas y congresos internacionales y nos metimos en las grandes Asambleas. Naciones Unidas tuvo que meter un Área de la Mujer. Empujamos, hasta que, en medio de todas las organizaciones, absolutamente masculinas, machistas y patriarcales, nos instalamos. Las que hicimos punta de lanza, hemos sido las mujeres, porque nunca retrocedimos. Desde adentro hay que estar peleando, por eso nos metimos en los ámbitos de los partidos políticos, si no las chicas, eran las que pegaban los sobres para convocar a las elecciones, nada más, y con el aborto se trata de hacer exactamente lo mismo, ya hay que estar preparando las marchas para el 2019, y estar viendo cómo hacer frente nada menos que a la Iglesia. Tenemos que seguir dando batalla.

¿Te parece que este movimiento, que hoy tiene mucha efervescencia, va a seguir con fuerza?

Desde #Ni una menos esto fue creciendo muchísimo, por qué vamos a pensar que se va a achicar, sobre todo porque quienes están encabezando el movimiento lo están haciendo muy bien. Es gente que, como en todos estos movimientos genuinos, no hay quien les pague. Se va adelante, porque no hay quien esté poniendo subvención, esto es a fuerza de pulmón, de vida, y de esfuerzos, no dependemos de otra gente que no seamos nosotras mismas. Hay que mover a los y las jóvenes, mantener el fervor, y no la creencia, porque la creencia es peligrosa, podés creer en cualquier cosa. Hay que advertirle a la gente respecto de los peligros de la Iglesia y de la religión.