Por Azul Tejada
Fotografía: Melisa Molina

Gonzalo Tarelli era un niño cuando escuchó hablar por primera vez de Hilda y Toti en la televisión, y ya un joven cuando decidió tatuarse el nombre de sus abuelos en la piel. “Fue un proceso largo y confuso. En el momento no te vas dando cuenta. Es como cuando te metés a un río y de repente mirás para atrás y estás 200 metros adelante”, describió Gonzalo sobre el camino que tuvo que atravesar para recuperar su identidad. Gonzalo tiene 24 años y es el hijo mayor de Victoria Montenegro, nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo.

Victoria Montenegro tenía apenas dos semanas de vida cuando fue secuestrada junto a sus padres, Hilda Ramona Torres Cabrera y Roque Orlando Montenegro, entre el 10 y el 13 de febrero de 1976. “Chicha” y “Toti”, militantes salteños de PRT-ERP, fueron secuestrados en Lanús, zona sur de Gran Buenos Aires, en un operativo comandado por Herman Antonio Tetzlaff, jefe del grupo de tareas del CCD «El Vesubio». El genocida y su esposa, Carmen Eduartes, se apropiaron de Victoria, cambiaron su nombre por el de María Sol, y durante muchos años robaron su identidad. Luego de un largo proceso judicial, en julio de 2000, Victoria Montenegro confirmó que era hija de Hilda y Roque y, en 2001, se reencontró con su familia biológica.

Para Gonzalo, la aparición de los restos de su abuelo Toti en 2012 resultó un punto de quiebre. “Fue bastante duro, pero con mis hermanos, con mi mamá, y con nuestra familia de Salta pudimos salir adelante, juntos. A partir de ese momento empecé a tener las cosas más claras, a involucrarme más en la militancia, reivindicando la de mis abuelos”, expresó el bisnieto restituido. En diálogo con ANCCOM, confesó que además del boxeo y la fotografía, la política se ha convertido en su otra gran pasión. Actualmente forma parte de Kolina, la agrupación liderada por Alicia Kirchner.

Como cada 24 de marzo desde hace ya varios años, Gonzalo estuvo en Plaza de Mayo junto a su familia para exigir Memoria, Verdad y Justicia.

¿Cuándo te enteraste que eras nieto de desaparecidos?

Creo que tenía 8 años. Me acuerdo que estaba jugando con mi hermano a la pelota. Vivíamos en Lugano 1 y 2, en unos departamentos bastante chicos como para andar con la pelota, así que estábamos haciendo un lío tremendo. Mi mamá estaba muy concentrada viendo la tele y no decía nada. Hicimos más ruido, para llamar la atención, pero ella no decía nada. Nos pareció extraño, así que nos acercamos y vimos que estaba muy angustiada. Le preguntamos qué pasaba y señaló la televisión. La verdad es que no me acuerdo exactamente qué nos dijo, pero sí que en la tele apareció la foto de mis abuelos, de Toti y de Hilda. Especialmente me acuerdo de la imagen de Hilda. Ahí mi mamá nos dijo que ellos eran nuestros abuelos, pero la verdad es que en ese entonces no tomamos conciencia. Le preguntamos si ella estaba bien y, como nos dijo que sí, seguimos jugando a la pelota. Después de ese momento, empezó un camino de reconstrucción, que comenzó al conocer a nuestra familia biológica, a la familia de Toti y de Hilda.

«Para Gonzalo, la aparición de los restos de su abuelo Toti en 2012 resultó un punto de quiebre. “Fue bastante duro, pero con mis hermanos, con mi mamá, y con nuestra familia de Salta pudimos salir adelante, juntos».

¿Cómo fue ese primer encuentro?

La verdad es que era chico y al principio tenía mucha resistencia a querer conocerlos. Esas vacaciones viajamos a Salta para verlos, pero  antes vinieron ellos para acá. Nos íbamos a encontrar a la noche, en el Centro, y me acuerdo que antes de salir dije: “Voy a poner mala onda, mala cara, no voy a saludar a nadie. Voy a ser tan incómodo que no me van a querer y se van a ir”. Y la verdad es que al llegar, al conocer a todo ese montón de tíos y primos –los que pudieron llegar, porque eran muchos más, allá, en Salta–, la primera impresión que tuve fue la de estar con alguien que no veía hace mucho tiempo. Creo que la cara de piedra duró cinco minutos, porque cuando empezamos a hablar me di cuenta que eran personas hermosas. Fue una muy buena relación, de entrada. Meses después, en las vacaciones, viajamos a Salta. Fuimos con la idea de quedarnos cuatro o cinco días, pero nos terminamos quedando casi dos meses. Desde ese momento se generó una muy buena relación, que facilitó mucho más todo. Pero bueno, empezar a entender algunas cosas llevó mucho más tiempo. Por ahí fue más de grande, cuando me empecé a hacer ciertas preguntas, que todo esto me empezó a afectar más.

¿Qué fue lo más difícil?

Hace unos años aparecieron los restos de Toti, de mi abuelo, en Uruguay. Fue víctima de los vuelos de la muerte, y hubo un antes y después de ese momento. Si bien hasta ahí yo sabía que Herman era todo lo que era, el apropiador de mi mamá, nunca había puesto en duda lo que él me había dicho, lo que me había contado. Había una resistencia muy grande todavía. Y cuando aparecieron los restos de Toti, se me cayó todo abajo. Porque más allá de que sabía lo que eran Herman y Mari, yo tenía desde chico una carga ideológica muy fuerte que nos transmitió Herman durante toda la infancia. Todo eso empezó a cambiar con el tiempo, pero todavía yo lo tenía como una persona de palabra. Él le había dicho a mi mamá que Hilda y Toti habían fallecido la noche del operativo. Y entre tanto dolor era como una especie de consuelo saber que se terminó ahí. En ese momento me di cuenta que me mintió. Él tenía una frase que decía “nunca hay que traicionar, hay que ir siempre de frente”. Entonces, toda la construcción que uno tenía y venía haciendo desde chico se derrumbó. No sabía dónde hacía pie. Es medio estúpido cuando lo contás, porque él mintió con un montón de cosas. Pero bueno, ese hecho representó un antes y un después. Además, yo era más grande, tenía unos 19 años. Fue bastante duro, pero con mis hermanos, con mi mamá, y con nuestra familia de Salta pudimos salir adelante, juntos. A partir de ese momento empecé a tener las cosas más claras, a involucrarme más en la militancia, reivindicando la militancia de mis abuelos. También me empecé a interesar más sobre Toti e Hilda, sobre lo que fue su vida.

¿Cuándo empezaste a militar y qué fue lo que te llevó a hacerlo?

Empecé a los 17 años, tal vez un poco menos. La verdad es que no sé exactamente qué fue lo que me llevó a militar, pero creo que tal vez fue parte del proceso de recuperación de la identidad, que siempre hice junto a mi mamá y mis hermanos. Llevó bastante tiempo, pero creo que todos juntos fuimos avanzando. Nosotros decíamos cosas terribles, repetíamos cosas que nunca sentimos. Pero cuando mi mamá o alguno de nosotros podía dar un pasito adelante y ver las cosas desde un lugar un poco más amplio, se lo indicaba al resto para que juntos siguiéramos avanzando. Una primera militancia fue Abuelas. Mi mamá se empezó a acercar mucho más a ellas y eso nos llevó a nosotros a ver un poco más, a saber un poco más. Conocimos otro mundo. Después, cuando mi mamá empezó con su militancia política,  nosotros también comenzamos a militar. Con el tiempo, fue una manera de rescatar o aprender un poco más sobre lo que fueron mis abuelos.

¿Cómo era la relación con los apropiadores de tu mamá?

Mi relación con Herman era muy buena, lo tenía como un ídolo. Prácticamente vivíamos juntos, ya que ellos vivían en el departamento A y nosotros en el B, al lado. Estábamos todos los días juntos. Él falleció cuando yo todavía era chico, entonces me había quedado una buena imagen. Con Mari también era muy buena la relación, pero era mejor con Herman. Ella falleció en 2011 o 2012, y si bien la fui a ver hasta el último día, ya no era lo mismo. Cuando me enteré, no cambió la relación con Herman. Fue raro, extraño. Teníamos una familia nueva, más primos, más tíos, Salta era un lugar lindo para irse de vacaciones, pero era como si uno pudiera meter todo eso junto dentro de una mochila. En ese momento la relación con él fue buena porque no llegué a entender las cosas. Creo que hoy sería distinto.

«La verdad es que no sé exactamente qué fue lo que me llevó a militar, pero creo que tal vez fue parte del proceso de recuperación de la identidad».

¿Cómo eran ellos?

Eran como todos los represores de esa época: padres de familia que iban los domingos a misa,  vecinos ejemplares. Pero bueno, cuando uno ve detrás de esas personas se da cuenta que no eran tan ejemplares. Herman tenía una carga ideológica muy fuerte. Todos los 29 de mayo, día del Ejército Argentino, nos hacía desfilar por el pasillo del departamento con su boina de militar y otro montón de cosas. Todo el tiempo daba largas charlas, de horas y horas, en las que relataba los operativos que tenía. No me acuerdo bien si en ese momento hablaba de la dictadura. Sí me acuerdo que, antes de que pasara todo esto, una vez le pregunté si había matado a alguien. Se quedó helado, pálido, y no me contestó. Se lo volví a preguntar y me dijo que no sabía, que había disparado en tiroteos y esas cosas pero que no sabía, que él creía que no. Es difícil de entender, pero uno va armando un relato con todo eso, y después en un momento se termina cayendo.

¿Sentís que se recuperó algo de tu identidad?

Sí, hubo un cambio muy grande. No sé en qué momento, pero cambias mucho tu personalidad. Yo me acuerdo que cuando era más chico quería ser militar, y mi hermano también pero en la parte de aviación. Y hoy estoy en un lugar totalmente diferente. Con mi mamá, Herman y mis hermanos decíamos cosas terribles, que repetíamos y que creo que nunca sentimos. Y la verdad es que hoy no me puedo ver de otra manera que no sea esta. Por ejemplo, hoy yo tengo muchos tíos y primos en Salta, de la familia de Toti, y vamos a verlos todas las vacaciones. Y llega esta altura del año y los extrañas, tenemos ganas de estar allá. No me imagino sin eso, y tampoco sin la militancia. Fue como si te hubiesen separado de esto que sos por un tiempo largo, y ahora volvés a ser quien sos.

¿Cómo viviste ese cambio de identidad?

Había algunas contradicciones, porque decíamos una cosa pero hacíamos otra. Al principio sentí culpa, porque Herman estaba internado en el Hospital Militar, había estado preso, y nosotros íbamos al 24 de marzo y sentíamos que no le podíamos estar haciendo esto a él. Pero bueno, eso con el tiempo va cambiando y uno va viendo las cosas de otra manera, se va enterando de cosas y puede ir armándose. Creo que hubo dos factores fundamentales: la militancia y encontrar el cuerpo de Toti, que ayudó a reordenar todo y ver las cosas de manera diferente. Porque siempre uno lograba avanzar un poco, pero decías o hacías algo que echaba atrás todo lo que venías construyendo. Me parece que esos dos momentos fueron de un avance irreversible. Yo tengo dos hermanos, Sebastián de 22 y Santiago de 18. Santi tenía 2 o 3 años cuando se supo la verdad, él se crió conociendo a la familia. Fue mucho más rápido para él, lo vivió de otra manera. Por ahí con mi hermano Sebastián, que me sigue a mí, sí compartimos más cosas de este tipo.

Cuando tu mamá recuperó su identidad, ¿qué sabía la sociedad sobre los nietos y cómo acompañaba esta lucha? ¿Cómo podrías comparar esto con la sociedad actual?

Me gustaría explicarlo con un ejemplo. Cuando una de las últimas nietas que apareció le estaba contando a su hija lo ocurrido, ella la paró y le dijo que no lo siga contando, que entendía todo porque lo había visto en Paka Paka. Más allá de la diferencia de la edad, hay un gran cambio. A mí me tomó muchos años y fue muy complicado porque era un país diferente. Cuando apareció mi mamá, al tiempo apareció también Horacio Pietragalla, otro nieto restituido que vivía dos o tres pisos arriba de nosotros. Nos criamos con él, prácticamente, y todo el edificio sabía. Todo el mundo sabía, y todo el mundo calló. Eso era también por el contexto de país en el que se vivía. Creo que con el gobierno de Néstor y Cristina hubo un quiebre fundamental en esto: se avanza y no se retrocede más. Hay un respeto fundamental, un piso básico de derechos humanos, y de eso no se vuelve. Creo que haber puesto como política de Estado a los derechos humanos es muchísimo. Si bien hoy en día hay bastantes retrocesos en todo esto, creo que la sociedad es la que no retrocede, que es lo importante.

¿Cómo describirías la tarea de Abuelas de Plaza de Mayo?

Es una tarea mágica. Hay veces que acompañando a Vicky compartí muchas actividades con las abuelas, charlas con Estela. Escucharlas es algo increíble, porque uno trata de tomar conciencia y se da cuenta que, sacando a unas pocas que tenían militancia política, eran amas de casa:  les desaparecieron a sus hijos y a sus nietos, que creo que para cualquier madre y padre es lo más valioso, y pudieron construir todo esto. Hacerle frente en su momento a una terrible dictadura, aguantarla durante los años que siguieron, porque si bien la dictadura se fue, después vinieron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Después vinieron los ‘90, la indiferencia total. Y ver cómo, el pasado 24 de marzo, 500.000 personas las acompañaron, con tanto amor, es increíble. Ver cómo construyeron esto, cómo encontraron todos los nietos que encontraron y cómo los siguen encontrando, es mágico. Sinceramente a mí no se me ocurre cómo hicieron. Es admirable la fuerza con la que siguen, y con la que van a seguir. El que tenga dudas sobre su identidad, que se acerque a Abuelas. Que llame, porque hay muchas familias buscando, que esperan todos los días, desde que se levantan hasta que se acuestan. Y la verdad es que a veces es medio triste cuando uno llega, pero llega tarde, cuando había muchas personas buscándote pero no llegan a conocerte. Los padres de Toti habían fallecido, pero tenemos muchas historias de cómo buscaron a mi mamá, cómo se venían para acá y se metían en las plazas, esperando encontrarla.

¿Qué representa para vos la marcha del 24 de marzo que se lleva a cabo todos los años?

Es muy importante en lo personal, es muy emotivo ver esa cantidad de gente acompañando a las Madres, a las Abuelas, diciendo “Nunca Más” y recordando a todos esos compañeros y compañeras que hoy no están. Creo que es muy importante que la sociedad siga acompañando esas marchas, para homenajear pero también para tener presente que eso no va a volver a pasar. Que a pesar de lo que diga el Presidente, y de las cosas que desde el Estado se puedan hacer, el pueblo dice “Nunca Más”: esto no lo queremos. Por más que digan las bestialidades que están diciendo, quedó demostrado que la gente no está de acuerdo. Creo que es una manera de buscar una verdad y una justicia permanente. A mí me molestó mucho que este 24 de marzo muchos funcionarios de gobierno y el mismo Secretario de Derechos Humanos salieran a decir que no eran 30.000, que eran 8.500, que los derechos humanos eran un curro. Fue una gran falta de respeto, a uno le duele mucho. Más allá que sepa que ellos buscan provocar para que nosotros reaccionemos de la manera que no se debe, para poder deslegitimar la búsqueda los nietos.  Más allá de que el gobierno pretenda dar atrás con muchas de estas cosas, creo que la sociedad tomó tal conciencia que hubo 500.000 este viernes en la marcha y hay muy poquita gente que hoy en día no se ponga contenta cuando aparece un nieto nuevo. Entonces, creo que hay un cambio muy grande en la sociedad y esto ayuda de una manera enorme a que sigan apareciendo nietos, y a que a los nietos que aparecen se les haga mucho más fácil o menos pesada la mochila que tienen encima.

 

Actualizado 28/03/2017