Kubero Díaz luce en su andar el semblante de un hombre sabio en cuyo camino siempre han habido expectativas hacia la vida. Sus palabras tienen la serenidad de los sonidos que narran sus primeros viajes desde la ciudad entrerriana Nogoyá, su lugar de origen, hacia La Plata, donde inició un nuevo viaje, por el rock, junto a La Cofradía de La Flor Solar, una de las bandas míticas del rock argentino. De allí en adelante, el rumbo tendría matices -geográficos y de artistas-, pero siempre con un Kubero en continuo movimiento, buscando sublimar con arte su experiencia en el mundo. Luego la Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, y con ella la grabación de su primer disco solista y sus participaciones en los LP de otros grandes artistas que también han grabado con La Pesada.
Sus viajes hacia el sur del país y también a Brasil, junto a Miguel Cantilo, constituyeron para el guitarrista una gran experiencia compositiva. Más tarde, ya en Europa, forjó una gran amistad con Miguel Abuelo. Aquellos encuentros –a los que se sumaba Cachorro López- dieron paso a la primera experiencia de Los Abuelos de la Nada hasta afrontar la edición del álbum Cosas mías.
El de Kubero es un incansable periplo que a fines de los 80 encontró una nueva escala en Brasil, lejos de la escena nacional durante casi 15 años, tras los cuales regresó un día de paseo y se quedó para participar de la grabación del disco Clásicos, de Miguel Cantilo. También se encontró, por entonces, con León Gieco, quien lo sumaría a su banda estable para seguir viajando con giras por todo el país y el continente. El viaje es constante, incluso por estos días, en los cuales sigue en movimiento, tocando con su trío (junto a Juan Rodríguez y Daniel Saralegui) a la espera del inminente lanzamiento de Amaneceres.
¿Cómo te vinculás con La Cofradía de La Flor Solar en la La Plata?
Para mí la historia arranca antes, comienza en mi pueblo con Los Grillos, el grupo de rock que tenía con Eduardo Paz en batería y Luis Alberto en segunda guitarra y voz. Estaba también Carlitos Gómez, que entonces era el bajista y hoy es un abogado excelente que sigue tocando igual, un tipo bárbaro. La Cofradía eran pibes de mi pueblo, mayores que yo, que fueron hasta la Universidad, conocieron a Rocambole y a gente que quería -de alguna manera- vivir en la suya. Decidieron alquilar una casa y compartirla para no pagar cada uno la suya. Yo tenía 18 años, recién agarraba un pucho, y se vinieron de La Plata a buscarme.
¿Y a vos como se te presentó la oportunidad? ¿Imaginabas que podía ser el inicio de una vida ligada al rock y la música?
Era lo que yo pretendía, arrancar en algo serio. Desde chico siempre dibujé e hice música como mi hermano, y La Cofradía fue una consecuencia de eso. Aquellos músicos querían tocar conmigo y me vinieron a buscar a Nogoyá para convencer a mi padre. Le contaron toda la historia de la evolución del hombre y mi viejo me decía: “Estos son medios charlatanes, ¿son evangelistas estos pibes?”. Al año siguiente mi hermana lo convenció para que me dejara ir. Yo tenía dos años menos que ellos, así que con 18 años llegué a La Cofradía y fue toda una movida: encontrarme con esos personajes, estar en una Ciudad, que hasta ese momento no sabía lo que era… Nosotros éramos una familia de cara a la calle. Para los vecinos éramos muy queridos porque estábamos toda la mañana haciendo artesanías con las ventanas abiertas, muy de barrio como es en La Plata. Era una onda muy familiar.
Y estando ya con La Cofradía, ¿cómo se da el vínculo con Billy Bond y tu paso por La Pesada?
Billy nos descubrió en el Centro de Artes y Ciencias cuando estábamos tocando en Buenos Aires. Vio un show de La Cofradía que arrancaba y terminaba redondito y nos dijo: “Mañana grabamos muchachos”. Así fue que Billy se copó conmigo, yo me copé mucho con el Negro Medina (el bajista de Manal) porque mi deseo era tocar con él en ese momento. A su vez Morci Requena (bajista de La Cofradía) estaba yéndose a Brasil y querían abrirse. Así me quedé con La Pesada, donde grabé incluso mi propio disco. Ahora que se recuperaron los derechos de Music Hall, una compañía distribuidora de España me contactó porque quieren editar mi disco.
¿Por qué tuviste muchos problemas con la edición de ese disco?
Tenía una furia tremenda, hasta el día de hoy incluso, porque me habían grabado el lado B mal. Venía todo muy trucho, desde la pasta hasta mi nombre, en vez de decir Juan decía Jorge Fernando Díaz. Tuve mis conflictos con el disco y, sin embargo, se proyectó de manera muy interesante.
¿Creés que la Billy Bond y La Pesada tuvo importancia en la unión de distintos artistas de la escena nacional?
Totalmente, Billy Bond consiguió reunir un montón de músicos que estaban en planetas solitarios después de haber pasado por bandas como Manal, por ejemplo. Hasta el flaco Spinetta venía a tocar a veces con La Pesada. Estuvo muy bueno que Billy reuniera a toda esa movida, porque no un había sello de rock. Bah, no había nada en esa época. Había algún avión que traía algún disco de afuera, y ese era nuestro alimento. Hoy vemos esas cosas muy fácil por Internet, pero en aquella época no era así. ¡Qué bien nos hubiera hecho por entonces ver los conciertos de los Who o de Los Beattles!
Después de grabar con La Pesada tu disco y colaborar en algunos otros empezás a viajar…
Primero tuve la experiencia en El Bolsón con Miguel Cantilo, donde compusimos muchos temas. De repente, él se fue para Bahía donde nació su primer hijo, que hoy es baterista en México, y con mi compañera dijimos: “Vamos a visitarlo”. Mandamos la carpa por tren y, mochila en mano, nos fuimos. Llegamos a donde estaba Miguel, en Arembepe, un pueblito perdido allá en Bahía, al lado del mar, un paraíso total, que en realidad era una aldea de doce casas a dos kilómetros del pueblito.
¿Y de Brasil te vas a Europa?
Sí, pero antes vuelvo para acá. Después de hacer un gran concierto de seis horas con (el violinista Jorge) Pinchevsky y Energía Total, me fui para Europa.
Y allá te reencontrás con Miguel Abuelo, ¿qué recordás de esa experiencia?
Miguel Abuelo había venido a La Cofradía, había estado en casa. Vino al gran festival que hicimos de las 34 horas en el Club Atenas, en La Plata. Algo ya lo conocía, pero siempre como a un tipo muy reservado. Cuando lo encontré en Europa que era un tiro al aire, otro Miguelito, y nos hicimos muy amigos. Nosotros estábamos en Holanda y él se venía desde Portugal a visitarnos. Con Miguel siempre nos encontramos de una manera muy mágica. De repente estábamos viajando a visitar unos amigos en Mallorca y ¿quién aparecía en el barco?: Miguel Abuelo, el mismo barco, la misma hora… y eso que no teníamos una facilidad de contacto como la que existe ahora. Era todo de cabeza. Con Pinchevsky también me pasó eso, cayó en cana y cuando calculé que lo habían largado fui a buscarlo a París y lo encontré. Toda esa experiencia para mí fue mágica y una locura, porque estábamos viajando con hijos. Si hubiésemos estado solos era otra cosa, pero ya teníamos pibes y decidimos instalarnos en Ibiza, que es un planeta aparte, un lugar donde todavía se respira ese clima medio hippie, romántico,
¿Cómo surge el proyecto de tu inclusión en Los Abuelos de la Nada?
Cachorro López y Miguel Abuelo venían siempre a casa y zapábamos, tocábamos, hacíamos asados, compartimos mucho. Y Cachorro, que estaba con Miguel de aquí para allá todo el día, consiguió traerlo nuevamente para Argentina y armar Abuelos de la Nada. Fue un proyecto más de Cachorro, que la vió, que de Miguel. Esa es la raíz de los primeros Abuelos. Mucho que ver tuvo mi casa, porque yo le daba clases de música a Cachorro. Cuando Miguel vuelve a Ibiza, después de grabar el Himno de mi Corazón en Estudio Mediterráneo, me dice: “Negro quiero que vengas porque quiero que toquemos juntos”. Incluso me había dedicado un tema, para mí todo un flash. Por otro lado también estaba Charly, que quería que volviera para grabar con él. Se me armó un conflicto, pero fui a Abuelos de la Nada porque ya lo había hablado con Miguel. Además, teníamos una conexión… Y Charly me hizo la cruz. Pero para mí era demasiado: Miguel Abuelo y Charly García… con uno me alcanza y me sobra.
¿Y qué recordás del período de Cosas Mías y de las presentaciones en vivo junto a Los Abuelos?
Muchas historias muy lindas, de las giras con Miguel. Un día decidió bajarse en plena pampa de noche, después de una lluvia, con todo inundado, oscuridad total. El tipo se bajó del micro y no quiso seguir con nosotros, y lo tuvimos que dejar, ni siquiera con un plomo para que lo acompañe… Terminó en un rancho con un gaucho que le dio cobertura a la madrugada. El tipo no subía al micro ni por joda, se había rayado no sé con quién. Pero él era así, como un perro, se te empaca y cagaste, no lo movés más. A la vez, lúcido como él solo, un tipo muy brillante.
Tras la muerte de Miguel Abuelo volviste a Brasil, ¿Por qué regresaste otra vez a la Argentina?
Fue una época de muchos golpes. Me había ido a Buzios y un día me vine a ver a la gente, a pasear un mes y a tocar un poco y, de repente, aparece Miguel Cantilo y me dice: “¿Negro, te vas a ir? Porque si no te vas te contrato para hacer las base de un disco (Clásicos)”. Y me entusiasmé al toque, era entonces la oportunidad de reencontrarme con toda la monada. Gracias a Miguel me contacte con León, con Charly, con Mollo, con unos cuantos.
¿Y por qué decidiste quedarte?
Botafogo (el blusero Miguel Villanova) me dijo un día: “Armate un trío”. Y así fue que armé un trío y, después de la presentación, aparece el mensaje de León Gieco para que yo participara de su disco. Un flash total, y así pasaron diez años tocando con León. Recorrimos el país y un poco más también. León es bien recibido en todos lados, es un capo.
¿En qué etapa se encuentra Amaneceres, tu próximo disco?
Ya está casi terminado, me faltan unos trámites para mandarlo a hacer. Sucede que hay muchas opciones, entonces quiero decidirlo bien. Por ejemplo está la posibilidad de Panal de Ideas, donde muchos pueden colaborar por Internet. Por otra parte tal vez les interese a la gente de España que quiere reeditar el de La Pesada. Ya editaron el disco Sur de Miguel Cantilo., Son muy especiales estos tipos, quieren música para coleccionistas.
Has manifestado ser un artista del aquí y ahora, ¿cómo te interpela el mundo y el contexto en este momento, cómo se conecta con tu arte?
Es complicado porque son tantos ángulos desde los cuales uno lo puede encarar… la gente, la calle. Hay mucha locura pero no de la buena, en mi época había una locura más creativa, ahora todo es chicaneo. “Si no fuera por la música no nos salva ni Tarzán”, dijo Cantilo y es tal cual, si no fuera por la música yo no sé qué hago, me pierdo.
También sos un artista plástico, ¿cómo conviven esas dos facetas?
Soy muy improvisador, la verdad no lo pienso demasiado. El otro día hice un dibujo para una canción que grabamos para un disco de unos pibes en Córdoba, la canción la canta Melingo con un coro de niños de escuela y yo meto las violas acústicas. Me pidieron un dibujo para esa canción y yo hice un dibujo de la Pachamama, pero no lo pienso mucho. A veces se me aparece alguna imagen, o unas líneas, y las pongo. Tiene que haber alguna motivación para superar la hoja en blanco, que es terrorífico. Lo mismo con la música, todo arranca con dos notas y con el ritmo. También hay otras maneras de componer, te fuiste a dormir y soñaste la canción, entonces a la mañana agarraste la viola y salió. Es magia pura, como dice el Flaco. Todas las cosas tienen música, todo te interfiere, yo ando en micro y se me viene toda la música encima, entonces quiero llegar a casa rápido para agarrar la viola. Últimamente ando con un grabador y me registro todo porque es la única manera de darle sentido al riff, al ritmo, a la intención. Sobre aquella pregunta de qué viene primero, si la letra o la música… para mi es todo una sola cosa.
¿Qué es el rock para vos?
Un poco la pila. Tengo un montón de años, sigo cantando rock, y me siento como si tuvieras 20. Para mí, el rock es la chispa que me mantuvo vivo en un momento de mi vida. El rock es algo que no querés soltar, para mi es inevitable el rock. El rock es también decirle al otro lo que está pasando: “Loco, despertate, no seas animal”. En La Pesada del Rock and Roll, por ejemplo, era una época donde subíamos al escenario con Billy y con el Negro Medina, con Claudio Gabis, con Pinchevsky con los que estuviéramos tocando en ese momento, y el Negro Medina improvisaba sobre un riff medio mántrico que teníamos y se mandaba a diestra y siniestra sobre la situación política. Improvisábamos mucho, eso es rock. A veces el Negro Medina terminaba con las manos lastimadas porque le pegaba al bajo de tal manera que terminaba lleno de sangre, una bestia total.
¿Qué te pareció el homenaje de Gustavo Gregorio a los pioneros del rock nacional con la edición del álbum Rock Argentino en Estado Sinfónico?
Es un disco muy mágico porque aparecieron los personajes que tenían que aparecer. El productor puso la parte más complicada, es un maravilloso ser que conocí gracias a este laburo y fue quien me impulsó, después, a que yo pudiera concretar mi disco en agradecimiento a que yo había participado sin pedirle absolutamente nada. El flaco apareció y me ayudó en todo lo que me hacía falta para poder terminar mi disco, eso en lo personal. Fue alucinante juntarme con Gustavo Gregorio, que nos conocemos hace más de 40 años y nunca imaginé que iba a llegar a ser un director de orquesta, un arreglador tan fantástico como es; y mucho menos que iba a tener una idea como esa… que la orquesta sinfónica de Kiev grabe estas canciones.
Estás tocando mucho, sea con tu trío, o en compañía de otros músicos, ¿te seguís conmoviendo sobre los escenarios?
Totalmente. Es que la felicidad de estar tocando es mucha, ahora me voy a presentar con el trío el próximo 20 de agosto en Nivangio (Colombres 946). Gracias a Dios me rodea gente muy especial. El Mono Insaurralde me grabó en el disco el tema “Escorpiano Mental”. Miguel me apoyó, me hizo unas voces fantásticas, y el tema quedó buenísimo… Ahora todo el material de Amaneceres se lo di a Rocambole para que con su arte arme y desarme según le parezca, pero pronto lo tendremos.
Actualizada 16/08/2016