Por Mariana Turiaci
Fotografía: Rocio Garcia

¿Por qué las mujeres víctimas de violación no hablan? ¿Por qué se descree de su palabra? ¿Cómo las trata el sistema médico y jurídico? ¿Qué hacen las mujeres en esas situaciones? Con estas preguntas, la socióloga Inés Hercovich comenzó su investigación, donde entrevistó a casi cien mujeres víctimas de violencia sexual y también a médicos, jueces y policías. El resultado final se publicó en el libro El enigma sexual de la violación, que desmiente muchos de los estereotipos que circulan socialmente acerca de estas situaciones. Hercovich fue pionera en Argentina en investigar el tema y luego fundó el primer servicio de asistencia a víctimas de agresiones sexuales.

¿Qué fue lo que originó la investigación?

La primera pregunta que abrió la investigación es por qué las mujeres no hablan. La investigación fue un esfuerzo intelectual muy grande. Y el mérito fue haber podido abrir mi cabeza para escucharlas, haber aprendido a escuchar lo que no se quiere escuchar.

¿Con qué se encontró en esa escucha?

Lo más importante es haber descubierto a las mujeres en una actitud que no tenía nada que ver con la imagen que tenemos en general, esa de la mujer que queda paralizada, imposibilitada por el miedo que tiene, aterrorizada. Los relatos contaban otras cosas que no son las que uno tiene en la cabeza respecto de una violación sexual. No referían a esa imagen de un degenerado que está escondido en un zaguán, te ataca, te viola y se va, cuando estabas caminando por la calle a las doce de la noche a dos cuadras de tu casa, en un barrio tranquilo. Yo entrevisté cerca de noventa mujeres que habían pasado por situaciones de violencia, que habían terminado en una violación o no y la verdad es que a prácticamente nadie le había pasado eso. En general eran situaciones donde el hombre, que muchas veces viola sin saber que lo está haciendo, primero había intentado establecer algún tipo de relación, aunque sea diciéndole un piropo, pero no era una cosa salvaje y sin palabras, era una historia que se iba encadenando y que terminaba en una violación o no. Pero en esa historia participaban los dos porque el tipo se le acercaba de buena manera y quería ganarse su confianza. Puede pasar que el tipo ni siquiera sepa que es un violador. Entonces se va dando toda una situación donde la mujer va quedando enredada, se va dando una relación, a veces más corta, a veces más larga, donde hay mucha seducción por parte del tipo. Pero en algún momento aparece alguna señal de que la cosa va por un camino que la mujer no espera. Cuando eso sucede, generalmente las mujeres tenemos un mecanismo que es el de desconfiar de nosotras mismas y decir pero este tipo hasta acá fue un encanto, tal vez soy yo una paranoica, tal vez le digo algo y lo ofendo.

Entonces sigue sin reaccionar…

Ahí sucede algo que es muy impactante. Cada paso que la mujer dio en el sentido de esa relación la coloca en un lugar peor respecto del tipo, que tiene otra intención que no conocían. Las mujeres se empiezan a sentir mal con ellas mismas y piensan: “Por qué no me fui, por qué no me tomé el colectivo, por qué estoy acá”. Y esa duda sobre una misma, a veces, provoca una reacción de autodefensa y otras veces las debilita mucho más. Cuando la situación ya está planteada hay mucha dificultad para volver atrás porque están solas. Tal vez en el auto del tipo que estacionó en un lugar donde no pasa nadie. Están en una situación de secuestro. Y lo único que puede hacer una persona secuestrada es negociar con su secuestrador y tratar de pasar ese momento pagando el menor precio posible. Eso es lo que hacen las mujeres, lejos de quedar paralizadas. Es muy impactante, unas te dicen cosas como yo en ese momento tenía una lucidez que hoy no puedo creer que la tuviera. Muchas de ellas se ponen muy atentas a las palabras y a los gestos. A qué le pueden decir al tipo para desarmar la violencia, para impedir que la violencia crezca y pase a mayores, porque la primera idea que se les cruza es que las pueden matar. La muerte es un horizonte para las mujeres en esa situación. Si no, aparece la amenaza de los golpes, de que les puedan cortar la cara y les deje marcas que sean un recuerdo para toda la vida. Ese fue el primer hallazgo: que las mujeres, lejos de ser las víctimas pasivas imaginadas por el asistencialismo y por muchas de las feministas, están lúcidas y activas, están peleando por su vida, negociando salir de ahí con el menor trauma posible. Otra de las cosas que sucede es que el tipo tenga miedo de que la mujer lo denuncie. Hay escenas donde las mujeres se quieren congraciar con el tipo para que él no desconfíe de ellas. Es una situación en la que nadie piensa nunca cuando habla de violación y que no aparece en los diarios, ni en las películas, donde las violaciones responden a esa imagen dominante donde hay un sujeto violento y alguien que queda inerte, a merced, sin poder defenderse.

¿Se refiere a la imagen en bloquede la que habla en el libro?

Por supuesto, contiene todas las variaciones posibles. Dentro de la imagen en bloque está el paradigma culpabilizador, como yo lo he llamado, que inmediatamente culpa a las mujeres: “Por qué andaba con el escote así, con la pollera corta, quién la mandó a subir al auto. Ahí está la cuestión de la provocación: “Vos lo provocaste. Esas cosas están en la cabeza de todos y se traduce en actitudes, en tonos de voz, en la misma familia de las víctimas. Ese es otro drama, es el drama posterior, todo lo que viene después: decidir no contarlo, decidir contarlo, decidir a quién, tener necesidad de hacerlo público porque necesitás asistencia. Todas son situaciones muy difíciles, muy angustiantes y que son la continuación de la violación. La violación no termina en el momento en que el tipo se va. Deja todas esas consecuencias que la mujer va a tener que enfrentar durante mucho tiempo. Y después, si lo dice, significa un ruido en la comunicación con todas las personas con que hasta ese momento no existía ese ruido. Es como que ese secuestro se les empieza a reproducir en otros lugares, donde a la mujer le da miedo hablar. Cuando yo empecé esta investigación, todos me decían que no iba a conseguir testimonios, entre mis amigas, aparecieron tres que nunca lo habían contado. Muchas, incluso, no saben si lo que les pasó fue una violación o no. Están en la misma duda que tenemos todos porque esas mujeres también pertenecen al imaginario que creen que una violación es algo diferente a lo que les pasó.

¿Qué define una violación para usted?

Para mí, hay dos cosas: el secuestro y el miedo a que te maten. Eso unido a la escena sexual. Si la escena sexual se da en ese contexto, ahí hubo una violación, se haya llegado como se haya llegado. Para mí fue muy bueno descubrir esta valentía de las mujeres en situaciones de peligro y fue también horrible cómo, para poder seguir viviendo, tienen que disimular la potencia y la lucidez que tuvieron porque finalmente resolvieron bien ya que salieron vivas y sin marcas para siempre.

¿Tal vez muchas no cuentan porque hay una censura social sobre el discurso de las mujeres?

Totalmente. El faro que ilumina todo esto es la dificultad de creer, eso es lo que silencia a las mujeres porque inmediatamente son sospechadas, o lo provocaron o no se defendieron. Yo entiendo que lo que hacen las mujeres en esa situación es defenderse. El Código Penal decía que para que haya violación no tiene que haber consentimiento. Para probar que no hubo consentimiento tiene que haber habido resistencia. Para probar que hubo resistencia tiene que haber marcas en el cuerpo. Nunca las va a haber, muy pocas veces. Entonces le pedimos que cuenten algo que no les pasó. Tenemos que demostrar que estamos dispuestos a escuchar porque cuando yo dije que iba a empezar la investigación aparecieron muchas mujeres. Además, esto funciona con cualquiera de esas cosas de las que no queremos hablar.

¿Por qué se desconfía tanto de la palabra de las mujeres?

Creo que porque prima, por sobre todo, la ideología culpabilizadora. La palabra de la mujer está devaluada en todos los campos. Está en el imaginario masculino y femenino, hace miles de años, la idea de la vagina dentada, de la zorra, de la mina que es una perra, que es aviesa, que quiere sacarle cosas al hombre y que su arma es el sexo, entonces cuando se habla de sexo hay más desconfianza todavía.

En ese sentido, el sexo sería algo que utiliza la mujer para su propio beneficio

En el paradigma culpabilizador el sexo es la muestra del poder que la mujer tiene sobre el hombre. La poderosa es ella, porque ella incita al hombre y él sucumbe a un instinto que no puede dominar. La mujer está erigida, dentro del imaginario dominante, como la que tiene el poder de hacer sucumbir al hombre a sus pasiones más bajas.

En una situación de violación,  ¿el sexo, el poder y la violencia forman una tríada?

Son las tres patas de esa escena, hay un esfuerzo muy grande por separarlas, como si fueran tres objetos con sus propios límites que no se pueden confundir. En las historias está todo mezclado, como lo está en la vida. La violencia forma parte de la sexualidad y cierto nivel de violencia puede ser grato y mucha gente, que no se anima a usarla, la imagina para despertar su deseo o para aumentarlo. El poder, por ejemplo, es también quién levanta a quién.

¿El discurso feminista tiene contradicciones respecto a este tema?

Claro. Una parte del movimiento feminista intentó presentar inocente a la mujer (al contrario del discurso culpabilizador, donde la culpa porque tiene sexo). Entonces el discurso opositor, el que las quiere inocentes, les saca el sexo. Si hay violencia no hay sexo, si hay poder no hay sexo, porque son incompatibles. El sexo es solo amor, desconociendo la realidad. Fue una estrategia y sigue siendo.

¿Los discursos médico y jurídico recaen en una especie de cosificación del cuerpo de la mujer buscando solo las huellas de la resistencia?

Totalmente. El discurso de los médicos es terriblemente cínico. Los médicos se escudan en que es una definición legal. Reducen todo el drama de la violación a las lesiones en el cuerpo, pero no están atendiendo a una vagina, están atendiendo a una mujer a la que le pasó algo terrible. Me asombra mucho cómo manejamos discursos de avanzada y cuando vas a los hechos hay muchas cosas que no están superadas para nada.

De hecho, se realizó la convocatoria “Ni una menos”, pero aún falta falta el cambio cultural, que va a ser muy difícil

Tampoco lo puede hacer alguien porque se lo proponga hacer. Pero si no hay personas que se propongan cosas nunca va a pasar nada. Lo que va a pasar va a ser el resultado de muchas propuestas, en luchas, en micro luchas, como lo describe Foucault. De pronto, pasa algo que marca un antes y un después.

Desde su posición de socióloga ¿cómo analiza la convocatoria?

Fue tremendamente espontánea. Hubo una seguidilla de noticias que habían llegado al colmo y por eso prendió la convocatoria. Había una cosa de hartazgo de la gente. No sólo hechos sino también decisiones de jueces. Eso puso incómodos a muchos. La indignación que hubo en ese momento fue muy grande, había un clima que se fue dando. Algunas cosas me emocionaron mucho y otras me dieron rechazo, la utilización política por ejemplo. Hay una tendencia a la victimización que me da rechazo. Pero también vi una experiencia de solidaridad. Me emocionó lo de hacer acostar a las mujeres en el piso para marcar las siluetas. O lo de nombrar a cada uno de los muertos. Eso materializaba la cuestión, porque si no todo es muy abstracto. Me gustó la participación de los hombres, había feministas que estaban furiosas con ellos.

Si hiciera el mismo trabajo ahora, ¿se encontraría con casos diferentes?

No, no creo porque no cambió nada. Las mujeres seguimos desconfiando de lo que pensamos y sentimos. Los tipos sienten que si te sedujeron ya pueden todo. Me parece que no.