Por Lucía Bernstein Alfonsín
Fotografía: Sofía Barrios

En el juicio a 14 policías porteños por el asesinato de Lucas González, declararon los padres del adolescente baleado y los amigos que viajaban con él en el auto. La contundencia y emotividad de sus declaraciones fueron demoledoras.

La familia reclama justicia frente a los Tribunales en noviembre de 2022.

“Vos siempre confiá en la policía, le decía a Lucas”, dijo Cintia Janina López que, con sus dedos, retorcía la botella de agua que tenía entre sus manos. El craqueo del plástico doblado es lo único que logró acompañar la voz de los testigos mientras daban sus declaraciones en el auditorio sumido en silencio. La mamá del joven asesinado fue la primera en declarar en la segunda audiencia del juicio que investiga la muerte de Lucas González.  

La sala estaba llena de personas. Tres cuartos de ella estaba ocupada por los catorce policías imputados y sus defensores, y un cuarto por la familia, los tres amigos de Lucas y sus abogados. Detrás de los vidrios, los familiares y la prensa escuchaban atentos las declaraciones y las preguntas de los letrados. 

“Yo a la noche siempre le dejaba a Lucas preparado su desayuno para el día siguiente que se iba a entrenar, ese día también le había dejado todo preparado”, dijo Cintia que pausó y tomó agua, no podía hablar llorando. “Justo esa mañana pasaron por la tele que habían agarrado a cuatro delincuentes: a dos los habían agarrado, uno se había dado a la fuga y al otro lo habían abatido o disparado. Y yo le digo al papá: ´Mirá, cerca de ahí entrena Lu´. Y bueno quedó en la nada porque eran delincuentes. Yo sabía quién era Lu, yo sabía a quién habíamos criado y ese no era mi hijo. Esto pasó a la mañana y nosotros nos enteramos recién como a las dos de la tarde. Nadie nos dijo nada”. 

Héctor González, el padre de la víctima, también declaró en esta audiencia. Camionero, “Peca” -como le dicen sus amigos- iba con su camisa negra y roja y con su pin de “Justicia por Lucas”.  “Diego, mi amigo, llega a mi casa y me dice llorando: ´Vamos que le pasó algo a Lucas´”, dijo mientras contaba cómo se habían enterado que su hijo estaba en el hospital.

“Cuando llegamos al Hospital Penna no nos dejaban verlo, había como cinco policías de la Ciudad custodiando a mi hijo. Cuando entré y pude verlo fue lo peor que me pasó en la vida, ver a mi hijo, tener que destaparlo y tener que verle los tatuajes, porque él estaba irreconocible -declaró Cintia, apenas conteniendo las lágrimas-. Lo destapé todo para ver si tenía más marcas además de la de la cabeza y me di cuenta que tenía una aureola en la mano, esta era de una quemadura reciente de cigarrillo, para ver si estaba vivo o muerto creo yo”. 

“´Los chicos de ahora no le dicen nada a los padres y andan en cosas raras´, me decían los oficiales y yo no lo podía creer. ´A su hijo le volaron el frasco´, me dijeron. Escuchar que dijeron que le volaron el frasco me dolió en el alma. Era su cabecita”, clamó la mamá. Sentada en el banquillo con su remera con la cara de Lucas, levantó un botin negro que tuvo en su falda durante toda la declaración, y siguió: “Dijeron que Lucas tenía un arma, dijeron que por eso lo perseguían, por eso traje esto. Esta era el arma, este era el juguete de Lucas: sus botines” .

“Yo no sé qué hago acá, Lucas debería estar entrenado ahora. A Lucas me lo asesinaron. Y sí, son asesinos, porque lo vieron, los buscaron y lo acribillaron -dijo Héctor- ¿Porque tenía una visera? ¿Porque era marrón? O negro como ellos dicen. ¿Por eso era chorro? Yo tenía miedo que le roben los que se suponía le tenían que robar, pero los que tenían que cuidarlo me lo mataron”. 

“Yo quiero que la justicia por favor actúe de la forma que tenga que actuar pero yo quiero que hagan algo. Yo no odio a la policía, no odio a nadie. Lo que quiero es justicia. No es que matás a alguien y la vida sigue, para nosotros la vida no siguió”, dijo la mamá de Lucas. Hector cerró su declaración también pidiendo: “Justicia por Lucas”, para después abrazarse con Cintia y sentarse detrás de sus abogados para escuchar el resto de la audiencia. 

Amigos y familiares marchan días después del asesinato de Lucas. 

En el juicio también declararon los amigos de Lucas: Julián, Joaquín y Niven. Los adolescentes no solo declararon como testigos del asesinato, sino que también actúan como querellantes del encubrimiento y la detención ilegal que sufrieron. 

Los tres contaron cómo esa mañana fueron a las canchas a probarse para entrar al equipo de fútbol de Barracas Central, cuando salieron los cuatro se subieron al auto que manejaba Julián y saliendo del predio pararon a comprar un jugo en el kiosco de la esquina. 

Julián Alejandro Sánchez fue el primero en declarar. Con diecinueve años, de suéter negro y camisa blanca, se sentó en el banquillo de los testigos. “Todo comenzó cuando salimos de entrenar los cuatro del predio”, dijo referenciando a la mañana del 17 de noviembre de 2021, cuando ellos tenían diecisiete años y todavía iban a la secundaria. “Hablábamos de cómo nos fue y cómo iba a ser nuestro próximo entrenamiento a futuro, por fin íbamos a compartir plantel los tres (Joaquín, Lucas y Julián) -contó el joven de rostro serio inflexible.-. De repente, veo que un vehículo se me empieza a acercar y lo primero que hago es tocarle la bocina porque pensé que estaban distraídos. Veo que las personas se bajan con un arma y yo pienso que me quieren robar. Cuando se bajan, el conductor empieza a disparar, sin sentido alguno. Yo lo que hago es volantear y me subo un cordón. Y en ese momento me nublé y no sé cuántos fueron los tiros. Cuando empiezan a gritar por Lucas, que lo habían matado, que le habían pegado un tiro, ahí es cuando me dejo de nublar”.

“Nos dijeron villeros, negros de mierda, nos preguntaron de donde veníamos, les dijimos que de Quilmes y de Florencia Varela y nos respondieron: ´Ah altos negros de mierda´», relató Joaquín, uno de los amigos de Lucas González.

También Joaquín Zuñiga, con su remera blanca, pelo negro y diecinueve años, saludó a los jueces y se sentó a declarar: “Íbamos muy tranquilos hasta que de repente levanté la cabeza y había algo extraño, estaban todos alborotados. Yo estaba con el celular y vi que un auto se nos cruzó. Veo a la derecha y había una persona apuntándonos con un arma. Me agaché y siento que salimos y estuve así hasta levantar la cabeza y ahí vi a Luquitas que estaba lastimado. Empecé a gritar ‘a Lucas lo mataron, a Lucas lo mataron’”. 

“Vemos a dos mujeres policías y les pedimos ayuda -explicó Julián-. Nos dicen que bajemos del vehículo y yo llamo a mi mamá y a mi papá para contarles lo que había pasado. Ahí estaba Joaquín contra la reja, yo dejo el celular y me acerco. A lo que viene un policía a maltratarme. Cuando nos tiraron al piso y nos empezaron a maltratar no entendíamos nada. Cada vez que les contábamos lo que había pasado se reían y nos maltrataban. Les intentábamos contar lo que había pasado pero no podíamos. No entendíamos lo que estaba pasando, para nosotros simplemente escapábamos de un robo”. 

“Yo tenía una remera negra, ¿Puedo mostrarla?”, preguntó Julián y ante la aprobación del juez sacó la remera rota y pasó la mano atravesando los agujeros grandes que le habían dejado. “Nos dijeron villeros, negros de mierda, nos preguntaron de donde veníamos, les dijimos que de Quilmes y de Florencia Varela y nos respondieron: ´Ah altos negros de mierda´ y ahí nos dijeron que a personas como nosotros nos tenían que pegar un tiro en la cabeza, como lo hicieron con nuestro amigo”, contó Julián mientra sus cejas se elevaban y juntaban, su mandíbula se tensaba y las comisuras de sus labios descendían.

Cuando les digo que soy de Varela me dicen ‘ah sos de Varela villero de mierda, lo mataste vos a tu amigo’. Uno me gritó fuerte en la cara ‘villero de mierda’. Venían y me preguntaban ‘¿Dónde está la falopa? ¿Dónde está el arma? ¿A dónde se fue el otro que salió corriendo?’ A todo esto Lucas seguía ahí”, contó Joaquín. Cuando le preguntaron si podía reconocer a las personas que lo maltrataron él dijo: “No podía reconocer a quienes me esposaron, porque estaba tirado boca abajo, pero sí al que me maltrató”, y prosiguió a señalar a Sebastián Jorge Baidón que estaba sentado con los demás imputados mientras los chicos declaraban.  

Las caras serias de los catorce policías imputados, con sus ojos fijos en el banquillo de los testigos, se mantuvieron durante las casi diez horas de audiencia, acompañando a las declaraciones de los padres, de los chicos y las preguntas de los abogados querellantes y defensores. 

“Nadie tenía las llaves de las esposas que nos estaban lastimando y resulta que cuando llegó el padre de Joaquín vinieron y lo primero que hicieron fue sacarnos las esposas”, dijo Julián. “Después se acercó mi papá, y por suerte, porque si nos pusieron un arma de juguete y nos maltrataron así no sé qué más podrían haber hecho -aclaró Joaquin-. Cuando mi papá les intentaba explicar la situación no daban bola, le querían hacer entender a mi papá que éramos ladrones, pero mi papá tenía bien en claro que no”. 

“‘Vamos a proceder a retirar un arma’, cuando dijeron eso se me vino el alma abajo, porque yo sabía que los querían engarronar. Un circo hicieron alrededor del arma -contó Javier Alejandro Salas, el padre de Julián quien, a continuación de los chicos, dio su declaración de los hechos de ese día-. A ellos hoy los están juzgando pero ellos, ese día, condenaron a Lucas. Lo condenaron con dos balazos en la cabeza”. 

“Lo peor de todo es que nosotros nos fuimos al Inchausti sin novedades de Luquitas, yo no sabía nada. Y nos tuvieron toda la noche ahí. Pasé la peor noche de la vida, se escuchaban gritos, era un horror. Fueron dos días tristísimos, porque al otro día se me fue, se me fue Lucas”, contó Joaquín que hablaba angustiado, con la voz tomada y las lágrimas que empujaban para salir. 

Niven Huanca, recién iniciado en la mayoría de edad, pasó a declarar tercero. “Esta declaración puede ser importante. Dicen que él puede llegar a reconocer a los que dispararon”, se escuchó en la sala donde estaba la prensa. 

De remera blanca y ojos caídos, Niven hablaba serio: “Íbamos normal en el auto, yo estaba con el celular. De pronto veo que baja la velocidad, levanto la cabeza  y veo que sacan el arma. Yo lamentablemente, ya había vivido con mi papá asaltos acá en Buenos Aires y esto fue igual. Salieron con el arma a dispararnos. Yo vi dos, el que salió detrás del conductor y el copiloto, después cerré los ojos. Primero sentí los balazos y después el volantazo de Julián. Ahí veo que la cabeza de Lucas se está cayendo para el lado de Julián. Y escucho que alguien grita ‘Mataron a Lucas. Nos están siguiendo, nos van a matar.’” 

 “Corro. Yo no conocía por ahí, no sabía dónde estaba. Me miré la campera y tenía las manchas de sangre de Lucas. Estaba en shock -dijo contando el camino que atravesó para llegar a su casa-. En el departamento, cuando llega mi primo le conté que me habían robado y que habían matado a mi compañero, y en la tele vi que decía ‘Tiroteo en Barracas’ y estaba la foto de Joaquín y Julián tirados en el piso. Éramos delincuentes para ellos y para todos. Éramos delincuentes para todos, hasta que pudimos hablar”. 

Los rostros de Julián, Joaquín y Niven aparecían en la pantalla grande del auditorio mientras declaraban. La tensión en la sala cortaba, afilada con palabras técnicas de los abogados y jueces. Los vidrios separaban a los imputados de los familiares y la prensa. La seguridad cubría toda la sala, “SPF” se leía en todos los chalecos de los guardias del “Servicio Penitenciario Federal”.  

A los jóvenes les preguntaron: “¿Escuchaste un ‘alto policía’?”, “No”, respondieron los tres, “¿Una sirena previo al hecho?” “No”, “¿El personal estaba uniformado?, ¿Usaban chaleco de alguna naturaleza?” “Nada”. “Fueron chorros directamente -dijo Niven-. Bajaron directo a apuntar a Lucas que tenía el vidrio bajo”.

Luego de las declaraciones, comenzaban las preguntas tanto de los abogados querellantes como de los defensores. Preguntas que iban desde la aclaración de algunos hechos y repaso por anteriores declaraciones, hasta otras que tenían que ver con la elección del horario de entrenamiento o en qué consistía el mismo. 

“Lo que yo quiero simplemente no se puede. Porque yo quiero tener a mi amigo acá al lado, pero ya no está más”, dijo Joaquín mientras cerraba su testimonio.