Por Lucía Bernstein Alfonsín
Fotografía: Candela Bandoni

Dolly Sigampa, la mamá de Ezequiel Demonty, asesinado por la Policía Federal hace 20 años, habla sobre el proyecto de Ley contra la Violencia Institucional que se debate en el Congreso. ¿Qué hacer para terminar con el abuso policial?

Una mujer de pelo negro largo, piel morena y mediana estatura hace señas desde fuera del café ubicado en la intersección entre las avenidas Cobo y del Barco Centenera, a seis cuadras de la Villa 1-11-14, en el barrio porteño de Flores. Señala su cigarrillo para avisar que en unos segundos va a entrar.

Dolly Sigampa, o Dolly Demonty, como muchos la conocen, es la madre de Ezequiel Demonty. Ezequiel fue asesinado en democracia, cuando en septiembre de 2002 un grupo de policías, por entonces de la Federal, lo arrojó a él y a dos de sus amigos al Riachuelo desde el Puente Alsina, ahora rebautizado Puente Ezequiel Demonty. 

Dolly se sienta y le pide a la chica que atiende un cafe negro chiquito. “Yo lo tomo sin nada”, dice, todavía un poco incómoda y recién llegada, mientras rechaza con una sonrisa el sobre de azúcar.   

¿Ahora se cumplen 20 años verdad?

Sí, ahora, el 21 de septiembre. Vamos a ir al Riachuelo. Como todos los años.

La máquina de café, las voces provenientes de las mesas y el sonido de la calle que entra cuando alguien abre la puerta, llenan el lugar de sonidos. 

“El proyecto de ley… ¿lo tenés? Si no, te lo puedo mandar por el whatsapp -dice Dolly con el celular en la mano y el archivo del proyecto de Ley Contra la Violencia Institucional abierto en la pantalla-. Está bueno, en realidad es una herramienta más. Con este proyecto se busca generar herramientas integrales para prevenir y erradicar casos de violencia institucional por fuerzas policiales, de seguridad y de servicios penitenciarios en todo el territorio nacional. Está el de Nación y el de la Ciudad. Yo lamentablemente no creo que erradiquemos la violencia institucional, esto ya es una herencia de la Dictadura. Pero esta es una herramienta necesaria”. 

¿Cuáles son tus expectativas?

Hay muchas expectativas, pero como madre, la expectativa es sobre todo que haya prevención. 

Desde Madres en Lucha trabajan hace años en la prevención de la violencia institucional y la contención de las familias de las víctimas. Dolly estuvo desde la conformación del colectivo hace 14 años, y también previo a eso cuando se juntaban con otras madres sin tener un nombre fijo.

“Nosotras, cuando acompañamos, lo hacemos en serio. Entendemos la importancia de la prevención porque estamos en los barrios. Tenés que estar ahí defendiendo a los pibes, defendiendo sus derechos. Tenemos que ir a una villa, a donde sea. Vamos. Nosotras no hacemos diferencia por color, clero, raza, nada”, subraya. 

Las madres organizadas miran a las políticas públicas desde los barrios. Con una sonrisa caída, marcada en la profundidad con la que las comisuras de sus ojos descienden, Dolly habla del territorio, de los barrios, de la villa como una poeta de la miseria. La realidad villera no es marketinera, pero es realidad. 

Muchos de los pibes y las pibas no pueden reclamar por sus derechos porque dicen que es contraproducente, porque les terminan pegando más. Están en una situación muy vulnerable. Les roban todo. Les terminan robando hasta la dignidad. Yo lo que pido es que los adultos se comprometan. Ojalá la ley sirva para prevenir estas cosas”, dice. 

La única ley anterior sobre el tema apenas constituyó el 8 de mayo como el Día Contra la Violencia Institucional en conmemoración de la Masacre de Budge.

¿Desde Madres en Lucha participaron del armado de estos proyectos?

Sí, del de Nación participamos. Hubo reuniones y charlas previas. 

¿Qué es lo que te parece más importante de la ley?

Muchos de los puntos que se tocan en el proyecto tienen que ver con contención psicológica. Nosotras no tuvimos eso -dice Dolly con tono de resignación, se acaricia el brazo para darse calor y entre sus ojos se cruzan un racconto de escenas de Ezequiel y su familia- Que el Estado se haga cargo de los psicólogos que atienden a las familias de víctimas. Esto lo defiende mucho mi hijo mayor, Leonardo Demonty. Todos ellos pasaron momentos muy duros cuando pasó todo lo de Ezequiel. 

Claro, hace falta acompañamiento a las familias.

Sí, y no solo a ellos sino también a los testigos que estuvieron con él ese día. Ninguno tuvo asistencia psicológica, no había ningún tipo de ley que pida eso y tampoco tuvieron resguardo de parte de la justicia.

Un alivio que Ezequiel no sea solo su muerte. A Dolly se le iluminan los ojos cuando en el café del Bajo Flores, entre palabras lo hace presente.

Era tan bueno él, muy caritativo, si no podía daba lo que tenía. Él quería ser músico y arquitecto. Decía que iba a hacer su casa y hasta la había dibujado. Perdí ese dibujo”, dice Dolly y mira para abajo, mientras todavía intenta recordar dónde dejó ese papel. “Le gustaba tocar la guitarra y la batería y parte de la batería todavía está en casa, pero no la vi más. Hay cosas que todavía me duelen si las veo”.

Veinte años después, Ezequiel se aparece en su sonrisa caída y en sus ojos contenidos, brevemente humedecidos.

“Bueno, y la ley, la ley es un proyecto muy importante…”, retoma.

¿Y qué opinas de las campañas contra la inseguridad? 

En esta lucha te tenes que bancar que digan de todo. Hasta los fiscales que se supone que te tienen que defender, dicen que para la policía, el barrio donde se entra es peligroso y es obvio que en medio del miedo van a disparar para cualquier lado. 

Como cuando disparan a tres amigos sentados en una esquina de Ingeniero Budge, o cuando hacen saltar a tres chicos por un puente. El asesinato de Ezequiel está presente, ahora y siempre. 

“Blumberg, por ejemplo, pide más seguridad. Y a él lo acompañaban los policías exonerados, los sin gorra. Yo digo que todos queremos seguridad, pero que sea una seguridad justa. La seguridad que él está pidiendo es la inseguridad que mató a mi hijo”, reflexiona.

¿Por qué decís que esto es una herencia de la Dictadura? 

Habiendo vivido todo lo que viví de chica, cuando me dicen que a Ezequiel se lo llevó la policía y no aparece, yo me quedé helada -Dolly se acaricia el brazo con disimulo, se da calor. El frío de invierno entra por la puerta medio abierta-. Hablamos de 30.000 desaparecidos, pero esto sigue pasando. Y la mayoría de los pibes y pibas son de los barrios populares, de las villas. 

Los uniformados se colaron en la vida de Dolly como un cuentagotas de violencias. Ya desde chica la violencia se aferró como cotidiana.

Yo me crié en un lugar donde viví la dictadura desde que nací”, recuerda.

Entre historias de un pasado no tan lejano, Dolly comienza sus años de infancia en La Lonja y pocos años después se muda a Ciudad Oculta, dos villas de la Provincia de Buenos Aires.

“Ahí vivimos la dictadura siempre y tuvimos que protegernos entre nosotros. Las familias tenían miedo en esa época, no podías hablar de esto. Menos en los barrios. A mí misma me llevaron presa a los 15 años. A las tres de la mañana entraron a la casa donde estaba y nos llevaron a mi y al papá de Ezequiel. Hay cosas que yo no las puedo contar, pero hemos vivido muchas cosas”, relata

¿En qué año fue esto? 

Esto era por el 76. Fue una lucha por sobrevivir.

En un momento donde las desapariciones eran moneda corriente, la memoria se constituye como herramienta de aprendizaje, porque “lo que no sabes lo aprendes después en la lucha”, como dice Dolly y ejemplifica: “En la lucha vos terminás aprendiendo de leyes.”

¿Por?

Porque asistís a los juicios, escuchás a los familiares, te cuentan lo que va pasando. A mí misma me sirvió para poner el habeas corpus. Mi mamá, yo me acuerdo, cuando tenía cinco o seis años buscaba a mi papá y me quedó grabada esa palabra, habeas corpus, que ella había hecho un habeas corpus. No sé por qué me quedó grabada esa palabra. Cuando pasó lo de Ezequiel, que me dicen que no aparece, salimos a buscarlo por todos lados, y a la noche me manda una señora del barrio a decir que haga un habeas corpus. Ahí como que se me vino a la memoría. “Me voy ahora”, les dije a mis hijos: “No me quieren llevar me voy caminando, como sea, pero yo voy”. Y ahí lo hice.

“El padre de Somohano -uno de los policias condenados por el asesinato de Ezequiel- escribió un libro donde dice que la desaparición y el secuestro de los hijos de desaparecidos fue por honor a la patria. Yo decía que él aprendió del padre, para mi el padre también era un asesino. Él no se adjudicó ningún asesinato, pero su libro lo decía todo”, señala.

La herencia de la dictadura personificada. 

Sí. Yo les respeto los derechos. Les respetamos los derechos humanos como a todos. Llegó un límite donde no había más que podíamos pedirle a la justicia y terminaron saliendo. Yo no los voy a escrachar, no voy a hacer nada. Yo lo que quiero es que no se acerquen más a nuestras vidas. El respeto que yo les tuve a ellos, ellos no lo tuvieron con nosotros. Menos con mi hijo.

Yo si tengo que dar charlas en las academias voy y lo hago, con Rosita Bru lo hicimos varias veces. No quiero justificar lo que hace la policía con esto, pero hay que hacer un control, porque ellos también son violentados. Se violentan entre ellos. En la escuela de policía de Ramón Falcón había un pibe que del baile que le habían dado casi lo matan. No sé por qué lo hacen, parece que viene así desde el Ejército. Esa misma violencia que muchas veces ejercen con los pibes y pibas más vulnerables de los barrios también la tienen dentro de la fuerza, y después la llevan a sus casas. Muchos de los femicidios tienen que ver con esto, muchas de las chicas son asesinadas por sus parejas policías usando el arma reglamentaria”, sostiene.. 

¿Eso también se tiene en cuenta en el proyecto de ley?

Sí, es algo importante de la ley, les hace dejar las armas en sus lugares de trabajo.

 

“Yo pienso que esta lucha es lo que a mí me mantiene en pie, pero es difícil. No es fácil para ninguna de nosotras. Más al principio. Hay madres que se levantan y hay otras que no. Vos luchás y luchás por justicia, pero, ¿qué pasa cuando ya hubo justicia? ¿Y ahora? Ellos pueden ir presos, 5, 10, 20 años, pero siguen ahí. Siguen vivos, ven a sus familias, si tienen madres, ven a sus madres”, describe. 

Silencio.

“No sé –dice-. Yo cada cumpleaños, cada nacimiento de un nieto, están todos menos él. Falta mi hijo”. 

Silencio.

“Vos luchás por justicia, vos acompañás, pero la verdad es que no queremos que nos sigan matando pibes. Nosotras no queremos una madre más en el grupo, pero sigue pasando. Vos pensás que tu hijo es el último, pero sigue pasando. Siguen matando a los pibes. Esto no se termina nunca. Te dicen que lo dejes en manos de Dios. Y hay muchas cosas que yo dejé en manos de Dios, el perdón por ejemplo. Pero el perdón al hombre, no a sus actos. Y el acto que cometió este hombre lo siguen haciendo. Y eso no lo vamos a perdonar. Al menos no nosotros. Nosotros queremos que haya justicia terrenal.»

¿Cómo siguen ahora?

Ahora la idea es ir puerta a puerta a hablar con todos los legisladores. Llevarles la ley para que la estudien, y si quieren modificar algo, ver que se modifica, pero que se trate la ley. Yo si me tengo que sentar, me siento con quien sea. Esto no tiene que ver con pensamiento político. Esto se trata de la violencia al primer derecho del ser humano que es la vida. La violencia institucional es la deuda de la democracia y esta deuda se salda poniendo en agenda la lucha contra la violencia institucional. Y esta lucha es de todos, porque los pibes y pibas, también pertenecen a la Ciudad, y las autoridades tienen que hacerse cargo de eso.