La riqueza pluricultural de la Villa 31

La riqueza pluricultural de la Villa 31

El Festival Vecino que el fin de semana pasado se realizó en Barrio Mugica exhibió los aportes de las comunidades migrantes que la integran. Tres historias gastronómicas.

El sábado se realizó el Festival Vecino en el barrio Padre Carlos Mugica (popularmente conocido como Villa 31), que posee una de sus entradas ubicada justo en el medio de la estación de ómnibus de Retiro y las terminales de distintas líneas ferroviarias.

Una gran diversidad cultural se manifiesta en el territorio: paraguayos, argentinos  peruanos y bolivianos son algunas de las comunidades más predominantes, que se hacen notar a través de sus distintas costumbres y manifestaciones culturales.

Las construcciones dentro del lugar dieron como resultado que algunas calles prácticamente no tengan vereda y se crucen con pasillos donde solo se puede entrar caminando.

Los límites del espacio físico dieron como resultado que los autos y camionetas no sean el vehículo más cómodo para manejarse dentro de la Villa; sin embargo, la gente de La 31 no se privó de transportar muebles , materiales de construcción , mercadería para sus negocios  y diversos objetos. Para darle solución a esto, los vecinos popularizaron los llamados «motocarros», vehículos que constan de una moto que tracciona un trailer ubicado en su parte posterior, en donde se carga todo lo que necesiten acercar a sus hogares y negocios.

El equipo de ANCCOM utilizó este medio de transporte para adentrarse en el Barrio Mugica y llegar hasta el bajo de la Autopista Illia .En ese espacio se ubicaban alrededor de mil familias de las 40 mil personas que viven en esa Villa y recientemente fueron relocalizadas en nuevas viviendas a pocas cuadras de sus antiguas casas.

Las edificaciones que quedaron en desuso fueron demolidas para dar espacio a un edificio blanco con vidrios transparentes donde funciona un centro comunitario; por fuera se encuentran una plaza con juegos y algunos asientos que ocupan el ancho de la autopista que pasa por arriba y separa al barrio en 31 y 31 bis.

Ese lugar fue elegido para ubicar el escenario del festival, donde tocaron La Nueva Luna, Marcelo Veliz y Tkato 31, entre otros. En los costados y a lo largo del espacio se establecieron los puestos de algunos emprendimientos gastronómicos y artesanales pertenecientes a vecinos del barrio.

Mujeres Unidas

Elisa Bogado Murray nació en Paraguay y es una de las referentes de la cooperativa Mujeres Unidas, un proyecto gastronómico que comenzó en la pandemia con un programa llamado «Acompañar», donde se reunían mujeres que sufrían violencia de género. Hoy también atienden un merendero.

Elisa cuenta: “La necesidad de comenzar con los trabajos de panadería fue por una cuestión económica que sufrimos en pandemia, empezamos este trabajo con el mismo grupo de mujeres con las que nos dábamos ayuda mutuamente por las situaciones de violencia de género que sufrimos. En un principio éramos seis o siete, hoy somos como 23. Por el momento no nos dedicamos con todo al proyecto, porque nos falta un espacio físico y algo de equipamiento de todo lo que conlleva tener una panadería”.

Con una sonrisa en el rostro, Elisa señala el chipa de la mesa: “En la última edición del festival ganamos el premio al mejor chipa –cuenta-. Nos dedicamos a comida paraguaya por lo general, porque la mayoría de las mujeres que nos juntamos somos del mismo país .Después de ese premio la gente empezó a conocernos un poco más y ahora levantamos pedidos por encargos y nos presentamos en algunas ferias. Todo lo producimos en la casa de una de las chicas. Empezamos a crear redes sociales para empezar a expandirnos de a poco”.

Miriam y su escondite

Miriam Limachi González es boliviana, tiene 53 años y hace 30 que vive en el Barrio Mugica .Desde que llegó al país se dedica a la gastronomía; primero trabajó haciendo comida que vendía en las obras de construcción y luego con un carrito comenzó a cocinar en la calle. A partir de la pandemia se vio obligada a buscar otras opciones para seguir adelante, por lo que empezó a elaborar y vender la comida desde su casa, dándole nacimiento  al Escondite  de Miriam .

«Cuando dejamos de vender en la calle por la pandemia –señala-, con mis hijas empezamos a trabajar desde casa en un pequeño restaurante llamado el Escondite de Miriam, tiene ese nombre porque está un poco escondido de la vista del público. En un principio le vendíamos a familiares y amigos, hasta que empezamos a ganar más clientes».

La idea de Miriam es que el proyecto siga creciendo. «Lo próximo que tenemos pensado es agregarle mesas a mi local para que la gente pueda venir a sentarse a comer y pasar el tiempo. Nuestra especialidad es la comida boliviana, pero en el barrio convivimos con varias colectividades, por eso tuve que aprender recetas nuevas para no dejar a nadie afuera», relata.

Mugica beer

Desde 2019 que La 31 tiene en su interior una fábrica de cerveza artesanal. La iniciativa comenzó cuando Osvaldo Salazar, apodado «Cupa», hizo un curso para elaborar esa bebida y una vez finalizado envió la idea al grupo de Whatsapp del que forman parte sus amigos y compañeros de fútbol.

«Cupa» nació en el barrio y recuerda lo siguiente de los comienzos de su emprendimiento: » Acá estábamos acostumbrados a la cerveza industrial, no se conseguía mucha variedad, se pensaba que la cerveza artesanal era una cosa de chetos. Después del curso le tiré la idea a mis amigos. Al principio éramos como diez los que empezamos con el proyecto. Las primeras veces la cerveza  tenía un gusto muy feo, eso los bajoneó y de a poco se fueron bajando.”

Sin embargo, el proyecto siguió. “Los que quedamos fuimos aprendiendo de los errores y mejorando por la práctica  hasta que conseguimos una buena cerveza que nos animó a invertir en máquinas y herramientas más profesionales», dice, y  agrega: “Por el momento no podemos dedicarnos de lleno a esto, todavía tenemos nuestro trabajo en relación de dependencia. La gente del barrio se fue curtiendo con el gusto y de a poco empezamos a crecer. Hoy no solo vendemos acá adentro, sino que también recibimos pedidos de personas de otros lugares. La idea es seguir expandiéndonos para dedicarnos de lleno a esto”. Hoy, Mugica Beer tiene hasta su propia fábrica dentro del barrio.

IV Marcha del Orgullo Transvillero

IV Marcha del Orgullo Transvillero

Las calles de la Villa 31 se llenaron de glitter y banderas multicolor para reivindicar el derecho a la identidad travesti-trans.

El último sábado se llevó a cabo la IV Marcha del Orgullo Transvillera, impulsada por Marea Feminismo Popular, una organización que enarbola la libertad como el valor principal bajo el lema “la identidad es un derecho y debemos llevarlo como bandera”. 

El punto de encuentro era el Banco Santander de Retiro, a las dos y media. Cerquita estaba la Peluquería “Sophie”, donde una banda tocaba cumbia de antes, reversionada con temas de la actualidad. Todxs cantaban y reían al compás de la música.

Globos de muchos colores decoraban la escena, los balcones de las casas aledañas lucían adornados con las banderas del orgullo LGBTQI+. Se vivía un ambiente de festejo y se respiraba felicidad. El calor era sofocante, se vendían bebidas y cerveza bien helada.

La caravana partió desde la calle Tres de Diciembre, ubicada en la Manzana 12 de la Villa 31, hacia Ulla Ulla. Comenzaron el viaje organizaciones como Barrios de pie, MTL villa 31 y AHF Argentina (la organización más grande a nivel global que trabaja en prevención, detección y tratamiento de VIH y sida para todas las personas sin importar su capacidad de pago). 

El incipiente verano invitaba a todos a moverse al ritmo de las cumbias que escuchaban de fondo, llegó una carroza ornamental que dio inicio a la marcha. Ninxs, adultxs y ancianxs acompañaron el recorrido por el Barrio Mujica. 

Las miradas de lxs vecinos dejaban entrever respuestas positivas y negativas del reclamo. Caras de asco, indignación, sorpresa; otras de alegría, orgullo, satisfacción; incertidumbre, vergüenza. 

Las chicas flameaban su bandera con orgullo y pasión, como diciendo «acá estamos, y no vamos a callarnos más». La pelea continua día a día, los prejuicios siguen latentes en cada esquina, solo queda mirar para delante y seguir. “Nadie puede decirte cómo vestirte o como ser, ya no estamos para calabozos ni castraciones. Vinimos a vivir y disfrutar cada aspecto que tiene la vida”, dice una de las manifestantes. 

Se reclamaban derechos, se exigía libertad: de expresarse libremente, de vivir como cada unx quiera. Pedían reconocimiento, no ser invisibles para la sociedad. A medida que iba sumando kilómetros, el clima se tornaba más emocionante, se transmitía esperanza, amor por la camiseta de cada agrupación. La carroza llevaba el brillo que merecía ese día, el glitter en el rostro de cada una de las compañeras alumbraba las calles. Ya no había miedo, jamás lo hubo, se taparon los prejuicios y se cantaba cada vez más fuerte las canciones que sonaban en los parlantes. 

Un día para el recuerdo.

Alegría marica en los pasillos de la villa

Alegría marica en los pasillos de la villa

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Por Mercedes Chamli

Fotografías: Camila Miconi

Son las once de la noche, algunas ya se bajaron de sus plataformas para poder bailar descalzas al ritmo de Sudor Marika que toca al costado del escenario, que solo sirvió para que se colgaran en él las banderas de las agrupaciones que habían marchado a la tarde.


Los cantos y los bailes se convierten en un trencito que gira frente al paredón en homenaje a Néstor Kirchner. La cola de la salchipapa es larga, no importa, porque todo lo ganado de las ventas va a ir para La Casa Trans que también vende cerveza, pollo y fideos con tuco para recaudar fondos. Todas bailan: negras, marrones, migrantes, aborígenes, putas, travestis y maricas. Van hasta abajo y suben de nuevo porque abajo el patriarcado se va a caer, se va caer, y arriba el feminismo que va a vencer que va a vencer”.


El bailongo se armó en una noche hermosa que parece no querer terminar. Nadie se va, todos se quedan, es viernes, y está comenzando la semana del orgullo. Lejos de esperar que comiencen las concentraciones en otros barrios de la Ciudad de Buenos Aires, en la Villa 31 desde hace tres años La Diversidad Plurinacional formó su propia marcha: La marcha internacional del orgullo trans villero y tienen un objetivo específico que consiste en formar parte de la agenda emocional del barrio y reclamar la Ley de Integridad Trans con perspectiva de género y popular.


Siete horas antes, la sensación térmica marcaba 36 grados en la Ciudad de Buenos Aires, los trenes llegaban de Retiro y ahí estaba Nicolás en la estación, lleno de glitter verde en los ojos, esperando a que lleguen sus amigos para guiarlos. Después de media hora ya estaban todos. Los llevó por esas dos cuadras que rodean la terminal, pasaron por la feria frente al banco, caminaron tres cuadras hasta la calle 3 de Diciembre donde está la Casa Trans.

Eran las 4 de la tarde y sonaba música sobre una carroza llena de chicos decorada de guirnaldas y banderines. Ya se podían ver tres cuadras desbordadas de personas, vecinas de la villa y otras que habían ido para participar. Estaban integrantes de distintas organizaciones: Vivir Sin Miedo, Movimiento Evita, Barrios de Pie, La Ooderosa, Fútbol Feminista, Infancias libres, Ammar, artistas, standaperas, y hasta diputadas que luchan por

los derechos del colectivo LGBTTIQ. Todos estaban esperando marchar hasta el Ministerio de Educación que queda a unas pocas cuadras donde  habían montado el escenario.

La calle estaba decorada con banderines, fotos, paradores, con la bandera del orgullo y las consignas: Reparación histórica ¡ya!”. En sus rostros todos tenían purpurina, glitter, algunas tenían alas negras, otras blancas, los outfits iban desde un vestido largo color arcoiris brilloso hasta corsets negros con antifaces y vinchas rosas. Algunas con pelo corto, otras con el pelo hasta la cintura, en zapatos altos o en zapatillas. Los vecinos que veían las puertas de sus casas invadidas cuando entraban los miraban asombrados. Una vecina subió por la escalera hasta el primer piso de la puerta de su casa mirando hacia abajo, se paró unos segundos, negó con la cabeza, revoleó los ojos y recién ahí entró. Nadie la notó ni se percató de lo que había pasado, el aire era de tranquilidad absoluta, todo fluía: la felicidad era plena y contagiosa.

En el centro de la escena había una carroza esperando a las compañeras. Para las cinco de la tarde comenzaron a  treparse, ayudándose entre ellas, extendiéndose las manos y saludando como divas a todos los que estaban abajo aplaudiéndolas. Durante 15 minutos fueron puras fotos. Todos querían el recuerdo de ellas empoderadas arriba de la carroza. 

Los vecinos salían de a poco a ver por las ventanas qué era eso que pasaba. Arrancaron. Delante de todo, Alma Fernández, militante trans villera, dirigía la caravana al grito de vamos! vamos! avancen!”. Se esperaba que pararan en la puerta del Ministerio donde estaba esperándolas el escenario, pero al llegar siguieron de largo, querían seguir marchando. Las compañeras se preguntaron hasta dónde iban a ir porque seguían caminando cuadras y no parecían detenerse.

La marcha villera homenajeó a Lohana Berkins, Diana Sacayan, Carla Fonte y se preguntó una y otra vez: “¿Dónde está Tehuel?”. Cuando se marcha por el Orgullo en todas las plazas se canta «Señor, señora/ no sea indiferente/ se matan a las trabas en la cara de la gente» y esta vez no era la excepción, pero acá era distinto. Los gritos, y cantos traspasaban las paredes de los vecinos. Era imposible no escucharlas y ellas lo sabían. Los fueron a buscar, los interpelaron, los tenían en las calles, en las ventanas, en las puertas de sus casas, vendiendo en sus kioscos, sus almacenes, sus carnicerías, en los galpones, tirando del carro. Ellos estaban ahí y ellas también para hacerse oír.

Cantaron: «¡Vecina escucha!¡únete a la lucha!”, y los vecinos salían a aplaudir mientras que los perros ladraban. Algunos miraban sorprendidos, otros sonreían, y unos pocos se animaron a hacer chistes, y ellas con total desparpajo les contestaban, “¿Que se hacen si son los primeros en agacharse?”, y a algunos como los conocían les decían por el nombre:

“¿Carlos que te haces si después a la noche me calentás la cama?”, y todo quedaba en risas.

Llegaron a un puente y siguieron por los pasillos estrechos, la carroza se trababa en los pozos y la empujaban para que siga andando. Se encontraban con autos y les pedían a sus conductores que retrocedan, ninguno se animó a decir que no, hacían maniobras difíciles para lograrlo.

 Los besos no faltaron. Alma Fernández, que iba delante de todo, aprovechó que la caravana tardaba para besar fervientemente a su novio, pero a los pocos segundos ya tenía el megáfono nuevamente en la boca para decir: «Avancemos compañeras! ¡sin miedo! ¡Avancemos!»

Los papás de una canchita de fútbol las  veían pasar y aplaudían. Una chica vio a un amigo y le preguntó «¿por qué no estás marchando?”. Y sin darle tiempo a contestar, lo agarró del brazo y lo sumó a las líneas. Al pasar por la feria, se trabó una de las tres carrozas que integraban el desfile, y las trans aprovecharon para agarrarse de la camioneta y twerkear con la música de Talia. Los feriantes sacaron todos los celulares y filmaron ese momento de desborde de alegría.

 

Después de una hora y media de caminata bajo el sol, ya de vuelta, pidieron a la prensa que se ubicara por delante de la bandera para  poder tener la foto total, especialmente la voz de sus reclamos: acceso al pan, al trabajo, la educación, poder pasar la expectativa de vida de 35 años de edad, indemnización y reparación para todas aquellas que no pudieron acceder a los derechos que hoy en día tienen las personas LGBTTIQ. Se prendió una bengala rosa, hubo aplausos, gritos y mucho barullo celebrando.

Entonces sí, fueron al escenario que  habían montado. Leyeron un comunicado en el que pidieron seguir trabajando juntas por la igualdad y la diversidad. Se habló de prostitución y cómo era necesario el respeto a este trabajo pero también la importancia de que el colectivo travesti-trans tuviera acceso a otras posibilidades en el mundo laboral. «Para esto es importante que haya un cupo laboral trans para la villa sin tener que pasar por tanta burocracia», manifestó en el micrófono Martina Pelinco, responsable de la Sede de la Diversidad Trans Villera y recordó que durante el Gobierno de Kirchner se promulgó la Ley de Identidad de Género y la Ley de Matrimonio Igualitario.

Martina también arremetió contra el actual jefe de Gobierno porteño: «Larreta está mandando flyers para marchar por la diversidad y no nos invitó. No vamos a ir a esa marcha. ¡Hace tres años que salimos a la calle! Encima le pusieron la marcha de la inclusión”. Nadie nos tiene que incluir, porque existimos, estamos visibles, y orgullosos. Cuanto más nos golpean y matan,

más luchamos desde el amor, porque como sabemos, el amor siempre vence al odio. Esta lucha es la que hace que sigamos vivas las travas. ¡Si estamos juntas sucede esto! En vez de una marcha, que den las máquinas de coser para las compañeras, los alimentos y el trabajo que nos negaron durante la pandemia desde la Ciudad» y finalizó diciendo «la ciudad más rica no garantiza un trabajo para nosotras y eso significa que no nos cuida teniendo todos los recursos para hacerlo”.

«No debemos olvidarnos de nuestras compañeras que lucharon haciendo posibles nuestros derechos, dando su vida para que podamos caminar libres por la calle que nos abraza. Hoy ellas tienen 60 años y no pudieron acceder a la educación, a un trabajo, porque no tenían un cupo laboral trans que las acompañará como a nosotras. Ellas necesitan una jubilación. ¡Una ley de reparación histórica! ¡Furia Travesti!», dijo Orella Infante, Directora Nacional de

Prácticas contra la Discriminacion del Inadi, cuando tuvo acceso al micrófono y añadió: “Que haya voces que hablen de lo plurinacional de la diversidad y exista cada uno de estos espacios para celebrar nuestro amor,  derechos, pero también entendiendo que estamos en medio de la campaña y debemos saber a quién votar. Es hermoso celebrar la diversidad y nuestro orgullo pero también debemos hacer política».

La Fuerza de las Mujeres no se rinde

La Fuerza de las Mujeres no se rinde

-Yo no hablaba, todavía me cuesta. Todo lo que digo me sale del alma y de la bronca, del dolor- dice con énfasis Alicia, una de las integrantes de Fuerza de Mujeres.

Para muchas es la primera vez que están en una toma de tierras, que reclaman, que hablan con medios de comunicación o que cortan una calle. Desde el 30 de septiembre, cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires desalojó a más de cien familias que conformaban el asentamiento Fuerza de Mujeres, una toma en el barrio Carlos Mugica, de Retiro, casi todos los días participan en movilizaciones en el Obelisco, en el Ministerio de Desarrollo Social y en el Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad. Este último domingo, festejaron el Día de la Madre en el predio del que fueron expulsadas con violencia ejercida por el Estado. 

Al principio estaban desorganizadas, no sabían cómo reclamar, pero con la ayuda de distintas agrupaciones se fueron organizando, teniendo siempre en claro que son ellas las que deciden.  

Miércoles 13, en el Obelisco: llegaron algunas con sus bebés en brazos, tiraron cartones en el piso, escribieron carteles, y llevaron sus remeras blancas con frases en las que se podía leer: Basta de desalojos. ¡Vivienda digna Ya!” Después cortaron la calle, parándose una al lado de la otra, usando también los cochecitos de los bebés y haciendo ruido con maracas hechas de botellas con piedritas adentro. 

“Vinieron a las siete de la mañana, que los chicos todavía dormían, ni siquiera se habían levantado para ir a la escuela. No esperaron ni siquiera a las nueve para que no estén ellos, lo hicieron con mis hijas ahí —dice Andrea casi sin respirar—. Es más cuando leyeron el papel, nosotras escuchábamos y en eso gritaron, ‘avancen chicos’ y empezaron las topadoras, no dieron tiempo de nada, pegaban patadas y quemaban todo. No dieron un minuto para nada, ni siquiera para despertar a los niños y explicarles lo que estaba pasando.  Andrea, todavía se desespera cuando cuenta lo que sucedió con ella y con tantas otras que ese día vieron aplastada la posibilidad de un futuro mejor para sus hijos y ellas. 

– ¡Mi bebe, la bebe! 

El 30 de septiembre, el grito de Andrea logró clavar la topadora que ya había tirado la carpa y estaba a centímetros de las maderas que formaban la habitación de la casita.  El policía descreído entró a retirar solo una de las cuatro camas que había adentro y ahí estaba, la más chiquita de tres hermanitas, durmiendo sin saber que alrededor todo estaba prendiéndose fuego.

-Podrían haber matado chicos o prendido fuego y nunca estuvo la Tutelar del menor -recuerda ahora Andrea, refiriéndose a las autoridades estatales de resguardar los derechos de la niñez y adolescencia

Las mujeres del barrio aseguran que era una orden de allanamiento y no de desalojo, y que las autoridades tutelares solo llegaron cuando ya estaba todo hecho cenizas. Todas coinciden con mucha rabia en lo mismo: 

-Ojalá, fuera así con los narcotraficantes, estaría bueno así cuando la policía se va los dejan sin nada.

«Nosotras ya sufrimos violencia de género, venimos de ahí. Que un hombre te hable fuerte otra vez te da pánico. Me dieron ganas de salir corriendo, no sabía qué hacer, no sabía a dónde ir, salía y entraba», recuerda Andrea, que, a pesar de parecer mucho mayor por su actitud y su forma de hablar, en su voz y en su rostro jovial se denotan sus tan solo 27 años. Ese día, la amenazaron con sacarle a sus hijas por no querer ir al paradero y agrega indignada: «Me dio mucha bronca, porque mis hijas están sanas y bien cuidadas ¿porque me las van a sacar habiendo tanto chico solo en la calle sin su mama? ¿Por qué no van a recoger esos chicos?»

La policía hizo una muralla para que no pudieran pasar, ni siquiera para sacar sus cosas. «Mis hijos estaban felices, iban a tener una casita, una pieza aparte, los ponía contentos saber qué iba a ser de nosotros», relata Lucy, otra integrante de Fuerza de Mujeres, que contagia con su energía a las demás por su fuerte carácter. Otra de las mamás cuenta que el día del desalojo sus hijos se sintieron muy mal, la más grande fue la que más lo sufrió. Cuando fueron al otro día del desalojo a hacer una conferencia de prensa y ella vio su almohada, quiso rescatarla. Una vecina le pidió a un policía que le dejara pasar, ella entró y la trajo junto con una pantufla que encontró de su hermanita.

Desde ese día, el nene más chiquito de Alicia les tiene bronca a todos los policías en la calle y les pregunta cada vez que los ve:

– ¿Por qué hiciste ese desastre? ¿Por qué tiraste mi casita? 

Su mamá, una mujer fuerte y joven, luchó hasta el mes de enero con un marido violento a quien no le alcanzó con meterse con ella, sino que también marcó a su hijo. Esa violencia fue el límite. Juntó fuerza para abandonar su hogar con sus mellizos de 5 años y un bebé y fue al medio de un basural con ratas, cucarachas y escombros. Fue una de las primeras en llegar la noche de la toma junto con otras cuatro mujeres y sus hijos. Se enteraron de que había una familia que estaba viviendo ahí, hacía más de un año y medio, en un contenedor en el predio y no los habían echado.

La primera noche fueron 50 mujeres con sus familias, los días siguientes se sumaron las demás. «Los primeros meses dejé de trabajar para estar ahí. El último mes tuve que volver al trabajo porque no aguantaba más. Armamos las carpas de nylon primero. Después íbamos en grupos de cinco mamás a buscar chapas y maderas usadas, porque no podíamos comprar algo nuevo, tratábamos de que todas llegaran a tener algo sobre la cabeza, pero a lo último ya estaba más habitable. Tuvimos mucha fuerza para estar ahí, había viento, frío, llovía y estábamos mojadas, los chicos se enfermaban, pasamos hambre”, cuenta Alicia. 

Otras mamás recuerdan que cuando recién llegaron había otras familias que tenían fuego prendido. Ellas pudieron traer frazadas para sus hijos, y les prestaron carbón para prender una fogata. Hubo familias que recién la tercera noche pudieron poner paraguas. Cuentan que limpiaron el basural, pidieron prestadas bolsas a organizaciones, para no tener que quemar y generar humo del pastizal. Había una parte, incluso, que el Gobierno tiraba escombros y los sacamos con la pala, porque no tenemos máquina, fue todo de a poco”, recuerdan orgullosas por todo lo que habían conseguido y tristes por todo lo que perdieron. 

Fuerza de Mujeres surgió a partir de la toma, más allá de que algunas tenían pareja, eran las menos. Estar acompañada de otras mamás fue lo que les dio fuerzas, se entendieron y sabían qué era lo que le estaba pasando a la otra, porque todas habían estado en la toma. 

«Fuimos de a poco entrando. Yo entré porque me avisaron, estaba una de mis conocidas que está en mí misma situación, sufriendo violencia de género. La mayoría le estábamos poniendo el pecho”, cuenta Lucy mientras se sube en el colectivo que la lleva a la marcha que se hace frente al Ministerio de Desarrollo Social para pedir una solución y sigue contando apurada por llegar: 

-Pedimos mesa de diálogo durante los tres meses que estuvimos y nunca nos dieron nada.

 

Varias mamás tienen subsidio habitacional, pero nadie quiere alquilarles porque los “dueños” no aceptan chicos. «Nosotras dijimos desde el primer momento, no es que necesitamos plata, si todas somos trabajadoras. Yo trabajaba de vendedora ambulante, otras vendían comida, café, o salían a juntar cartón. Eso era un basural que estaba ahí, hace seis años.  Nosotras limpiamos y ahora que nos desalojaron a todas quedó de vuelta un basural», cuenta Alicia. En las marchas se la puede reconocer fácilmente por su sonrisa al hablar con sus compañeras y llamarlas al grito de ¡asamblea, asamblea!” para consultar con sus compañeras como continuar y añade: 

-No me sirve la plata sino me quieren alquilar con chicos. 

Lucy, en la marcha del Obelisco, estaba pegadita a Alicia, atrás de la bandera. 

Siempre le dan prioridad a la gente que tiene plata y a los que no tenemos pareciera que somos invisibles a la hora de recibir créditos o planes para obtener una casa -dice Lucy-. Es como que no existimos, no contamos. Es verdad, no podemos alquilar en el barrio, menos en un hotel familiar o afuera un departamento, porque te piden un montón de requisitos hasta te preguntan de qué color es el pelo del perro y alquilar una pieza es imposible porque nos piden que dejemos tirados a nuestros hijos en la calle». 

Recibir un subsidio habitacional no les resuelve el conflicto, aunque de las ochenta familias, el Estado solo les entregó un cheque de emergencia a diez. Las familias evitan a toda costa ir a un parador por lo poco habitables que son. El día del desalojo, cuando les ofrecieron esa “solución” contestaron que no, que iban a ver de conseguir alojamiento en la casa de alguna amiga o pariente por esa noche. Entonces, la trabajadora social anotó en el informe que tenían donde vivir y no necesitaban el subsidio habitacional, porque tenían un alojamiento propio” y cuando volvieron a pedir ayuda del Estado se las negaron. 

En el barrio tuvimos un montón de apoyo. El Gobierno nacional, solamente fue a poner en alta a las que sufren violencia de género con el plan Acompañar. Nos dieron alguna mercadería, dijeron que nos iban a dar un bono, pero todavía nada. Desde el Gobierno de la Ciudad el viernes fuimos a hacer un corte enfrente al Ministerio de Desarrollo y tuvimos una reunión con el encargado, para ver si, aunque sea, nos habilitaban el habitacional, pero ni siquiera eso”, dice Andrea, quien trata de estar bien informada. Todavía está esperando una respuesta del Estado para resolver el conflicto habitacional y se pregunta: 

– ¿De qué sirve una escuela en el barrio si mis hijas no tienen donde vivir? 

En el predio actualmente hay un cartel que dice que se va a construir una escuela próximamente. Se planea trasladar la Escuela N*11 ubicada en una de las zonas más cotizadas de la Ciudad de Buenos Aires dejando a 175 alumnos sin vacante cerca de su casa. «Ni siquiera son capaces de hacer una escuela nueva. Acá en el barrio hay escuelas, también jardines. Lo que necesitamos es una casa. Es importante que los chicos tengan educación, pero para eso, primero necesitan tener un lugar donde vivir», dice una mamá y otra agrega: Larreta estuvo haciendo campaña en el Barrio, pero nunca habló con nosotras si para él somos invisibles, no le importamos”. 

Lo sucedido pone otra vez de manifiesto el problema habitacional que sufre la Ciudad de Buenos Aires. La imposibilidad de acceder a un alquiler o una vivienda propia y cómo esto se agrava cuando los inquilinos tienen menores recursos y aún más cuando son mujeres con niños. El Estado afirma que uno de los sectores más golpeados por la pandemia y la crisis económica son los jóvenes. Se refleja en la toma: la mayoría son mujeres que no superan los 30 años y sus hijos no pasan los 10.

Un año sin Ramona y la Villa 31 sigue sin agua potable

Un año sin Ramona y la Villa 31 sigue sin agua potable

A un año del fallecimiento de Ramona Medina, referente popular de La Poderosa en la Villa 31, la desidia de las políticas públicas en CABA mantienen como una postal las mismas problemáticas por las que ella “gritó y zapateó” hasta el último día.

“Esta sociedad, políticamente hablando, pretende que uno sea más débil de lo que ya es”, aseguraba en un video Ramona Medina, referente popular de La Poderosa en la Villa 31, y continuaba: “Yo no estoy pidiendo más de lo que corresponde. A veces no me gusta ponerme mal, gritar o zapatear por un derecho pero siento que no está de más hacerlo cuando el derecho lo requiere”.

Un año atrás, tras exigir durante 12 días -o más bien durante años- el acceso al agua en el barrio y en su casa, la referente popular perdió la batalla contra el covid 19 y, fundamentalmente, contra la desidia. Mujer de autóctona sabiduría y arraigadas convicciones, a pesar de que poco y nada ha cambiado, sus luchas siguen resonando en las gargantas de los que hoy continúan peleando.

En una de las callecitas de la villa, el rostro de “Ramo” aparece imponente sobre un paredón recientemente pintado, a metros de donde supo estar su casa, pero donde ahora sólo queda un cúmulo de escombros. Y como su casa, cientos de hogares más, que tras la relocalización fueron tirados abajo y cuyos restos el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires dejó a la buena voluntad de quien lo quiera juntar.

“La verdad, mucha urbanización no hay. La manzana donde vivía Ramona está totalmente llena de escombros, destruida, con ratas, llenas de cosas y basura. Eso hace que se estanque mucho el agua cuando llueve”, relató Pamela Andrade, referente en La Casa de las Mujeres y las Disidencias ‘Ramona Medina’, espacio en el que Medina atendía una posta de salud. “En esa manzana siguen viviendo familias que tienen que convivir con la preocupación por no contagiarse del covid ni de ninguna otra enfermedad ocasionada por esas condiciones”, añadió la joven referente.

«La manzana donde vivía Ramona está totalmente llena de escombros, con ratas y basura», dice Andrade.

Así como la pintoresca fachada de la Villa 31 intenta maquillar, para turistas y recién llegados, la miseria planificada que hay detrás, el marketing que infla a un proyecto de urbanización irrisorio, oculta las condiciones en que quedaron quienes ahí aún residen. “Todavía el Gobierno no se ocupó de limpiar todo ese sector que derrumbaron. Alrededor hay muchos chicos, mucha gente mayor y esto, en pandemia y con el dengue, es un problema que perjudica la salud. Necesitamos que eso se limpie”, manifestó Alicia Casimiro, referente del comedor ‘Gustavo Cortiñas’, del cual era parte Medina.

Un vasito de agua, por favor

“El agua es indispensable para cualquier la familia y muy claro lo dejó Ramona que vivió 12 días sin ella y por eso falleció, porque el gobierno y los representantes que tendrían que haberla  garantizado en plena pandemia no lo hicieron”, narró Andrade y, con mezcla de enojo y desazón, añadió: “Ramona murió luchando para que le devuelvan el agua, para poder mudarse a una vivienda digna, y no lo logró. Sus hijas sí, ya que mientras ella estaba por morir estaban mudando a su familia. Tuvieron que esperar a que ella esté intubada para que hicieran algo”. 

Sin embargo, emparchar no es lo mismo que arreglar: actualmente, el barrio continúa con irregularidades y sin agua potable, entre otras tantísimas problemáticas por la inaccesibilidad a los servicios básicos. “A veces simplemente querés sacar un vaso de agua para tomar, en cualquier parte de Buenos Aires se puede hacer, pero en la Villa 31 y en el resto de las villas de Capital, no”, aseguró la joven referente.

“Todavía el Gobierno no se ocupó de limpiar todo ese sector que derrumbaron para la relocalización», dice Casimiro.

“Si querés comer, bañarte, desinfectar tu hogar, ¿cómo lo haces si no tenes agua? La verdad que da bronca e impotencia, te sentís abandonada por el Estado, haces reclamos para que vengan a arreglar la luz, el agua, a ver las cloacas y no hay respuestas”, manifestó Casimiro y Andrade agregó: “La única respuesta es que sigamos esperando. ¿Tenemos que esperar a que se nos vaya el agua 15 días de nuevo y que fallezcan más compañeros y compañeras para que al fin nos pongan agua potable? No queremos ver más compañeros muertos exigiendo un derecho. No exigimos muchas cosas, exigimos agua, agua potable”.

Cuidar a quienes cuidan

Ramona Medina formaba parte del comedor ‘Gustavo Cortiñas’, del cual Casimiro es actualmente referente. “Estos espacios son necesarios porque como vecinas nos organizamos para ayudar a quienes necesitan llevar un plato de comida a sus casas, a quienes necesitan tener un apoyo”, afirmó Casimiro.

En los años previos a la pandemia, en el comedor se repartían aproximadamente 130 raciones, número que se triplicó a partir de 2020. A pesar de la incertidumbre de cada día de si alcanzarán los insumos para todas las personas que concurren, el espacio mantuvo sus puertas siempre abiertas. “Fue un año muy difícil, de mucho miedo. Trabajamos de lunes a lunes y muchas horas de más”, comentó la referente y añadió: “Se nos reconocieron 100 raciones más desde el gobierno, que es un logro, pero falta que nos reconozcan las vacunas para nosotras que somos esenciales, que estamos todos los días expuestas al virus para garantizar la comida a los vecinos que lo necesitan”.

En el comedor Gustavo Cortiñas, los comensales pasaron de 100 a 300 durante la pandemia.

Durante todo el 2020, sin salarios ni descanso, las cocineras comunitarias -como así también las promotoras de salud, de género y tantas más- son las que sostuvieron a barrios, descaradamente empobrecidos, como la Villa 31. La situación de vulnerabilidad que visibilizó la muerte de Ramona Medina es la misma en que se encuentran tantas otras trabajadoras comunitarias en la Ciudad de Buenos Aires, ya que pese a ser las primeras en salir a cuidar, son sin embargo las últimas en las filas del Estado. 

“Nosotras garantizamos un montón de cosas que el gobierno no hace y tejemos redes entre las vecinas para que entre todas podamos seguir adelante”, sostuvo Andrade. Si bien esas redes comunitarias atinan a tambalear cuando uno de sus pilares se cae, más temprano que tarde, recobran la fuerza entre todos tejida y redoblan las ilusiones de un mundo mejor. Recordando a su compañera “Ramo”, Casimiro concluyó: “Era una gran mujer y una referente para mí. Acá la recordamos con mucho amor, mucho cariño y mucha lucha”. 

“Yo creo que no tenés mucho tiempo para soñar, porque todos los días hay un sueño diferente”, decía Ramona Medina en el mismo video grabado desde La Garganta Poderosa. En el primer aniversario de su fallecimiento, sus vecinos y compañeros seguirán exigiendo, gritando y zapateando para que todo sea un poco más parecido a lo que Ramona, cada día, hubiera soñado. Porque el derecho, sea el que fuere, sí que lo requiere.