Duele en el alma

Duele en el alma

El Tren Alma es un hospital rodante que durante más de tres décadas viajó al norte argentino para brindar atención médica gratuita a chicos en condiciones de vulnerabilidad  social. En 2015, un incendio destruyó sus vagones y desde entonces dejó de funcionar. El Estado, mediante la firma de un convenio, se comprometió a proveer nuevos vagones pero la entrega nunca se concretó. Todavía la organización espera que las autoridades cumplan lo prometido para recuperar ese servicio sanitario.

La historia del tren sanitario comienza cuando la Fundación Alma lo puso en funcionamiento en 1980, para llegar de manera sostenida a localidades del norte del país que no cuentan con servicio pediátrico permanente. “Para muchos de esos chicos el Tren Alma era la única instancia anual de acceso a un servicio de salud”, afirma Magdalena Pardo, miembro de la comisión directiva de la Fundación.

El tren llegaba todos los años a cada uno de los destinos con equipos  profesionales voluntarios que incluían pediatras, odontólogos, enfermeros, radiólogos, trabajadores sociales y bioquímicos. Antonio Infantino, pediatra y actual presidente de Fundación, explica: “Durante quince días estábamos en esos pueblos atendiendo a los chicos. Practicábamos urgencias arriba del tren, detectábamos enfermedades, anomalías congénitas y en casos necesarios los conectábamos con centros de Capital.” Infantino resalta la importancia del tren sanitario en comunidades que se encuentran alejadas de las capitales provinciales y lamenta: “Es una pena para la gente del norte argentino la pérdida del tren, los chicos de esas localidades están ahora más desprotegidos”.

Dos odontólogas atendiendo a dos niños en el Tren Hospital para Chicos de la Fundación Alma.

Fundación Alma asegura que no dejará de luchar por conseguir que el Tren Alma pueda volver a emprender sus viajes.

En 2015, cuando el tren se encontraba dentro de unos talleres ferroviarios, un incendio accidental destruyó por completo sus históricos vagones, los cuales  habían sido cedidos en 1980 por el Ferrocarril Belgrano Cargas, de quien dependía además su mantenimiento y tracción. Pocos meses después del incendio, Fundación Alma logró firmar un contrato de comodato con el Belgrano para recibir nuevos coches, pero al cambiar la gestión de gobierno las nuevas autoridades desconocieron ese vínculo. El Ferrocarril Belgrano Cargas, actualmente Trenes Argentinos Cargas, depende del Ministerio de Transporte de la Nación.

Durante dos años la Fundación recorrió un arduo camino de gestiones y negociaciones hasta conseguir, en marzo de 2017, la firma de un acuerdo. Magdalena Pardo sostiene al respecto: “Firmamos un convenio de compromiso con la actual gestión del Ferrocarril Belgrano Cargas, por el cual se comprometió a entregarnos nuevos vagones en el trascurso de este año. No solamente no los hemos recibido, tampoco  se nos manifiesta certidumbre de que esto vaya a ocurrir.”

Fundación Alma, a lo largo de sus casi cuarenta años de tarea voluntaria, mantuvo un proyecto colectivo que asistió a más de 90.000 chicos priorizando el trabajo en equipo  y el seguimiento, a través de las historia clínicas sociales, de cada uno de los pacientes. Micaela Maldonado, trabajadora social de la Fundación, explica: “El trabajo en red durante el viaje y posterior al viaje es fundamental. Entender todo el contexto que atraviesa ese chico y esa familia permite también un  mejor diagnóstico y tratamiento desde lo médico.”

Una mujer y su bebé teniendo una consulta al aire libre con una Médica voluntaria de la Fundación Alma.

“El trabajo en red durante el viaje y posterior al viaje es fundamental», comenta Micaela Maldonado, trabajadora social de la Fundación.

A pesar de la incansable lucha por conseguir la restitución de los vagones, Fundación Alma continuó con su tarea y siguió  llegando a las localidades a las que llegaba por medios alternativos.  Pardo relata: “Nos propusimos seguir llegando porque no podemos dejar abandonadas a estas comunidades pero lo hicimos con equipos médicos mucho más reducidos, ofreciendo mucha menor variedad de prestaciones, y en condiciones de trabajo mucho más complicadas para los voluntarios. El tren, además de contar con todo el equipamiento médico, resolvía la cuestión del alojamiento y de las buenas condiciones de trabajo para los voluntarios”. Y agrega: “El impacto de estos viajes es menor, definitivamente el tren es mucho más que un medio de transporte, es para nosotros  una forma de trabajo y nuestro dispositivo de intervención.”

Antonio Infantino resalta la importancia que las comunidades daban a la llegada del tren y dijo: “Cuando la  gente de esos pueblos veía llegar el tren a la estación era una alegría enorme para todos, era un acontecimiento importantísimo. Nos recibían y nos despedían con lágrimas”. En el mismo sentido, Micaela Maldonado señaló: “El tren por sí solo convoca, llama la atención, tiene una trayectoria clara en esos lugares.”

Ante los varios intentos por parte de ANCCOM de dialogar con representantes de Trenes Argentinos Cargas la única respuesta obtenida fue el envío de un comunicado que proclama: “Actualmente estamos trabajando en  las especificaciones técnicas y presupuestaciones definitivas con proveedores externos, para poder seguir acompañando a la Fundación Alma en su gran labor de atender chicos y adolescentes del norte argentino que necesitan asistencia médica.”

Mujeres acompañando a sus hijos, haciendo una fila, esperando ser atendidos en el Tren Hospital para Chicos de la Fundación Alma.

«El tren es mucho más que un medio de transporte, es para nosotros una forma de trabajo y nuestro dispositivo de intervención», comenta Magdalena Pardo.

Por su parte Fundación Alma asegura que no dejará de luchar por conseguir que el tren Alma pueda, como lo hizo durante décadas,  volver a emprender sus viajes. Pardo concluye: “Vale mucho todo el capital humano y simbólico que construimos, el saber hacer que implica montar un hospital, la red de voluntarios, la red de donantes, los referentes en las localidades.” Infantino concluyó: “Somos todos voluntarios, es una pena esta pérdida, queremos seguir viajando, queremos tener el tren y volver a armar de nuevo todos nuestros equipos.”

Actualizado 21/11/2017

Los sonidos de la basura

Los sonidos de la basura

Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical. Una de sus propuestas son los talleres gratuitos para niños, jóvenes y familias. “Hacemos una introducción al principio sonoro. Los invitamos a experimentar nuestra metodología para armar instrumentos. Les ofrecemos materiales y a partir de ellos les preguntamos cómo los podríamos hacer sonar o qué otros objetos necesitamos para lograr el sonido esperado”, explica Juan Lamouret, uno de los seis amigos, músicos y docentes que crearon este colectivo de educación no formal.

Una botella de plástico puede producir diversos sonidos y cumplir distintas funciones. Un caño de PVC con un globo atado en la punta y un broche de ropa, se convierte en un “lobonete”, como lo llamaron. Los talleres de Hacelo Sonar se dividen en tres momentos: la exploración, el hacer y el sonar. “Desde las ideas de los chicos, que son los protagonistas, se llega a un instrumento”, cuenta Lamouret. El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias. “Lo que nos interesa es que el resultado final sea el fruto de la creación colectiva”, expresa Luis Miraldi.

integrantes de Hacelo Sonar

«Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical».

Creatividad, trabajo en equipo, explorar, jugar. Cuando concluye la etapa de la realización, comienza el hacer sonar. Hay una dirección musical básica que guía a una interpretación en conjunto, para que puedan probar los instrumentos. Y al final, los chicos se los llevan a sus casas. La única forma de conseguir las creaciones de Hacelo Sonar es participando en uno de sus talleres. “Es nuestro imperativo. Muchas veces nos preguntan: ‘¿Dónde los venden? ¡Yo quiero uno!’. Pero no hay productos terminados tipo souvenir. Les decimos: ‘Tengo los materiales, vení y hacételo’”, precisa Lamouret. De allí viene el nombre del proyecto. “Después nos escriben y nos dicen: ‘Mi hijo sigue llevando la guitarra a los actos de la escuela’ o ‘el bombo sigue sonando, lo llevamos a una marcha’”, agrega Miraldi, riéndose.

En 2008, presentaron su proyecto en la Secretaría de la Cultura de la Nación (hoy Ministerio) y fue aprobado. Gracias a eso pudieron llevar sus talleres a escuelas, barrios y comedores de Buenos Aires, viajaron por todas las provincias del país y participaron cinco años consecutivos en Tecnópolis. También fabrican instrumentos de mayor complejidad, como los que hicieron para la orquesta de la Escuela Normal N° 4 de Caballito.

«El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias».

Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento, pero ninguno tenía conocimientos previos de carpintería, luthería o máquinas. “Cuando arrancamos no teníamos mucha idea de nada. Fue complementarnos entre nosotros y una búsqueda permanente, y eso es lo que tratamos de llevar a la gente” relata Miraldi y añade: “Nunca pensé llegaríamos a hacer algo así, en 2008 me parecía que era algo para gente de otro nivel”.

“Nosotros, para contarlo, también lo tenemos que vivenciar. Y la mejor forma de aprender algo es haciéndolo, de ahí nuestra propuesta”, subraya Lamouret. Los amigos recuerdan una anécdota que sucedió en un encuentro donde uno de los participantes era ciego. Al principio, pensaron que iban a tener que cambiar la dinámica, para que él pudiera participar, pero se dieron cuenta que no era necesario. “Pudimos visualizar que era un taller en el que podía participar cualquiera, no había que adaptarlo”, señala Lamouret.

Utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta. Ningún material es descartado. La idea de utilizar objetos reciclables surgió de la necesidad de hacer la música accesible a todo el mundo. Que sean elementos cotidianos y que no haya una restricción económica que los imposibilite a hacer música, a explorar, jugar y conectarse con el otro. “En esa rueda del reciclado, resignificamos esos materiales que van a ir al descarte para transformarlos en un proyecto social o cultural”, dice Lamouret.

Ya han editado un libro donde comparten los fundamentos teóricos y pedagógicos de su propuesta y el año pasado se convirtieron en asociación civil. Su sueño es convertir el espacio propio que tienen en la calle Melo 195, en el barrio de La Boca, en un centro cultural, un lugar donde puedan combinar sus talleres tradicionales con otros de teoría musical, luthería y con distintas representaciones artísticas.

Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.

Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.

 

En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.

En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.

 

Actualizada 09/05/2017

ADO-Petinari: trabajadores sin patrón

ADO-Petinari: trabajadores sin patrón

“Todo lo que te imagines, el torno lo hace”, explica Julio Ramírez mientras pone en marcha la máquina que ahora está iluminada y produce un fuerte ruido metálico. Coloca el pistón, ajusta el milímetro, mueve una palanca y modera la velocidad; hace todo con la rapidez y la facilidad de quien practica el oficio hace veinticinco años. La herramienta de corte se acerca y tornea la pieza: «Esto es parte de mí –dice Ramírez mientras mira el torno-. Acá aprendí, es mi vida».

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Torneros, herreros, soldadores, matriceros; los trabajadores de la fábrica ADO-Petinari son obreros calificados que en cinco días pueden armar una carrocería completa. Durante cinco décadas ésta metalúrgica fue una de las más importantes del mercado nacional dedicada a la fabricación de volcadoras, acoplados y semirremolques. Pero en 2015 la firma Acoplados Petinari dejó de pagar salarios y fue acumulando una deuda que llegó a más de 50 millones de dólares con los trabajadores. La fábrica cerró sus puertas: los trabajadores quedaron fuera; la seguridad privada, dentro. Luego de varios meses de estar en la calle, los operarios decidieron entrar y crear la cooperativa Acoplados del Oeste, ADO. Cuando empezaron -en agosto de 2015- eran 15. Hoy la integran 120 trabajadores.

Ese mes apareció en el diario La Nación el comunicado sobre la convocatoria a concurso preventivo por cesación de pagos de Petinari. En septiembre la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires aprobaba el proyecto de expropiación de la fábrica presentado, a instancia de los trabajadores, por el diputado Miguel Funes, del Frente para la Victoria. En marzo pasado consiguió la aprobación de ambas cámaras: votó a favor hasta el PRO, el bloque oficialista. La expropiación era ley.

Pero un mes después la gobernadora María Eugenia Vidal la vetó.

Y desde entonces, 120 familias pueden volver a quedar en la calle.

 

 

ADO está en Merlo, a la altura del kilómetro 32 de la ruta 200. Tres banderas flamean en la entrada: la de Argentina, la de la provincia de Buenos Aires, y la de la cooperativa. Son dieciséis hectáreas de predio: galpones con techos de hasta veinte metros de alto, maquinarias gigantescas, construcciones que tienen cien años y son patrimonio histórico, como un antiguo leprosario que los bomberos utilizan para operativos de simulacro. En la antigua vivienda del casero de la fábrica vive Julio Centurión con su mujer y sus tres hijos. Hace dos meses, cuando ya no pudo pagar el alquiler de la casa donde vivía, ni el plan de vivienda en el que estaba invirtiendo, sus compañeros le dijeron: «¿Por qué no te venís a la casa del casero?” Centurión es hincha de River, tiene 48 años y el deseo de bautizar en la fábrica a su hija de dos meses, Milena Lucía, a quien -de antemano- sus compañeros llaman “Ado” .

Centurión dice que lleva catorce años trabajando en la fábrica y que de allí sólo pueden sacarlo de una manera: muerto. “He dejado mucho en esta empresa, desde lo físico, lo moral y lo psíquico -cuenta con la garganta cerrada y los ojos llenos de lágrimas-. Es muy doloroso lo que vivimos con los compañeros . Nos dejaron en la calle”.

 

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La historia de Petinari incluye capítulos de traiciones familiares, estafas a los empleados, pedidos de quiebra y disputas judiciales. En 2006, con la muerte de Pedro Petinari -fundador de la empresa-, empezaron los conflictos. «Los hijos empezaron a hacer cualquier cosa con la fábrica -sitúa Luis Becerra, trabajador e integrante de la cooperativa-. Son cinco hermanos y se robaban entre ellos millones de dólares. ¿Cómo no nos iban a cagar a nosotros?»

En 2012 fue el primer gran conflicto salarial; duró tres meses hasta su resolución. “A partir de ese momento, la patronal empezó a vaciar la fábrica -recuerda el presidente de la cooperativa, Jorge Gutiérrez-. Los depósitos estaban llenos y empezaron a rematar todo; nos decían que era para traer máquinas nuevas, pero nos dimos cuenta de que no era así». La política de desguace alcanzó también a la mano de obra. De 350 trabajadores en 2009 -época en la que Petinari se instalaba como pionera en el mercado mundial-, la empresa pasó a tener 189 en 2012.

Y desde junio de 2014 la situación se agravó aún más. La familia Petinari comenzó a forzar a los empleados a firmar convenios mensuales con quitas del 40% del sueldo y suspensiones de jueves y viernes sin goce de haberes. La modalidad se iba a mantener sólo por tres meses, pero la patronal decidió extenderla más allá de septiembre, y en noviembre los trabajadores se negaron a firmar una nueva prórroga. Recuerda Gutiérrez: “Al aguinaldo lo cobrábamos en seis cuotas de mil pesos: al de diciembre de 2014 lo terminábamos de cobrar en junio de 2015, y así. Con las vacaciones nos decían que si nos íbamos, no cobrábamos el aguinaldo”.

La situación no dio para más y en febrero de 2015 decidieron cortar la Ruta 200 para hacer visible el reclamo y exigir respuestas al Estado. Ya lo habían hecho también durante el conflicto de 2012. Pero esta vez Petinari redobló la apuesta y envió cien telegramas de despido. El Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor de la Argentina (SMATA), les dio la espalda: “El SMATA nos pedía que levantáramos la medida de fuerza y (Ricardo) Pignanelli (el secretario general del sindicato) nos empezó a acusar despectivamente de zurdos -rememora Gutiérrez-. Nosotros le dijimos que si ser zurdo era pelear por nuestros derechos, entonces que nos acusara de zurdos, pero esto no podía seguir así”.

El 19 de marzo de 2015 tuvo lugar una primera orden de desalojo y el predio quedó apenas ocupado por personal de seguridad privada. Allí cobró impulso definitivo el proyecto de constituir una cooperativa. Pero para entonces Petinari ya llevaba casi una década de descalabro administrativo. “No decidimos cortar la ruta y formar la cooperativa de un día para otro, veníamos de un año largo de conflicto”, asegura Diego Esteche, trabajador de la fábrica desde hace doce años. Sin embargo, lo peor no había pasado: “Cuando volvimos a entrar encontramos un boleto de compraventa: los Petinari le iban a vender la fábrica a un grupo de accionistas propios -agrega Esteche-. En junio se iba a hacer la escritura. Nosotros estábamos afuera, la empresa pasaba a nuevos dueños y listo. Por suerte conseguimos que saliera una cautelar y se paró todo”.

 

Jorge Gutiérrez es el último delegado gremial que queda en la ex Petinari desde que comenzó el vaciamiento; cumple esa función desde hace ocho años, de los doce en total que lleva trabajando en la fábrica. Fue elegido presidente de ADO gracias al respeto y a la admiración que por él sienten sus compañeros. “Es un rol difícil y desgastante, porque todos tienen sus problemas y hay que trabajar duro para mantenernos unidos -reconoce-. Podemos tener nuestras diferencias pero el objetivo es uno: recuperar a fábrica y la fuente de trabajo de mis compañeros». Viaja permanentemente a La Plata, corazón político de la provincia, en donde mantiene reuniones con funcionarios y legisladores para involucrarlos en su lucha. “Esta experiencia es nueva para mí”, admite Gutiérrez, que enfrenta el desafío con la ayuda de su consejero Francisco Martínez, a quien apoda “Manteca” (en referencia a Sergio Martínez, el delantero uruguayo que jugó en Boca Juniors en los ‘90), un cooperativista de Textiles Pigüé recomendado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (de la gestión anterior), cuando los trabajadores de la ex Petinari decidieron crear la cooperativa.

Entre quienes apoyan a la cooperativa están las Madres de Plaza de Mayo. Hebe de Bonafini, con quien tiene relación -y a veces habla- Gutiérrez. En su visita reciente al Papa, le llevó una carta de parte del obispo de Merlo en la que contaba la situación de la cooperativa.

 

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Eber Moreno tiene 41 años, es santiagueño y conserva la tonada y la simpatía provinciana. A los trece empezó a trabajar esquilando ovejas y cosechando papa; a los diecinueve, viajó a Buenos Aires. El oficio lo aprendió en la fábrica; veintidós años después tiene conocimiento en casi todas las áreas. Mientras la empresa pagó, Moreno muchas veces destinó todo su aguinaldo en herramientas de soldadura y herrería; a aquella inversión hoy la considera una ventaja para poder tener sus trabajos independientes y sostener a la familia, conformada por su mujer, sus cuatro hijos y sus dos nietos. «Así voy sobreviviendo”, dice Moreno y cuenta que hace poco construyó su primera escalera. “Toda la estructura que ves acá es mano de obra y pulmón de los trabajadores”, explica, y se acuerda de un trabajador de setenta y pico de años que hizo todos los techos y que cuando se jubiló se fue así, como si nada.

Felix León, de 60 años, está en la fábrica hace ocho. “¡Hasta infartado trabajó!”, dice Moreno señalando a su compañero. León –dice- no cree en la empresa, cree en sus compañeros, y por eso asegura: “Hoy no quiero darle nada a nadie, esto lo quiero para todos nosotros”. Durante el conflicto del verano de 2015 estuvo todos los días de los ocho meses en la ruta: por eso se autodefine como “una marca registrada”. “Al principio me escondía, me tapaba la cara porque me daba vergüenza -dice-. Yo laburé toda mi vida, es muy feo terminar de esa forma. Después ya me conocía todo el mundo y me hice un cara rota”. Se ríe, León.

 

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Todos recuerdan ese verano como una época muy dura y triste. Se organizaban en grupos de seis personas y se dividían los turnos; ponían dos tachos en la mitad de la ruta para visibilizar el conflicto pero sin cortar el tránsito. “Nos plantamos en la puerta porque si la dejábamos libre, venían los dueños para llevarse las maquinarias y las herramientas -explica Centurión-. Y si nos sacaban eso, nos quedábamos sin nada”. Durante un año Centurión pasó  las veinticuatro horas del día en la ruta para evitar el vaciamiento de la planta. «Le decía a mis hijos que papá se iba a defender el trabajo, y no sabía cuando volvía -recuerda- Fue una lucha fuerte, constante, pero con mucho orgullo».

“Muchos ayudaban porque conocían la lucha -se acuerda León-. Pero también estaban los que pasaban y te gritaban: ‘¡Anda a laburar!’, y eso me hacía pomada, me destruía”.

Cuando en agosto los trabajadores no toleraron más la situación, decidieron entrar y recuperar la fábrica. “La empresa dice que nosotros entramos por la fuerza; pero mirá -demuestra Gutiérrez señalando con la mano la enorme entrada al predio que abarca cuadras y cuadras- está abierto por todos lados. Dijeron que rompimos el portón y secuestramos a los de seguridad, cuando fueron ellos mismos los que nos abrieron”. Hoy Gutiérrez está procesado penalmente por ese supuesto “secuestro” de los tres guardias de seguridad; él lo traduce como una estrategia de la empresa para desarticular a la cooperativa.

Petinari también acusó a los trabajadores de que entraron a la fábrica para robar, pero cuando se hizo el inventario junto con la empresa y el síndico de concurso sobraban máquinas. “Nos somos usurpadores, somos defensores de nuestros derechos laborales”, sostiene Centurión sobre los adjetivos que usa Petinari para deslegitimar a los trabajadores. “¿Pero qué puedo esperar de la empresa si en catorce años nunca tuve un salario digno, ni una obra social digna, ni vacaciones dignas, nunca tuve la libertad de salir un fin de semana con mi familia, y siempre existí para la fábrica de lunes a lunes?”

 

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Rosa y Fernanda, las mujeres de la fábrica, se encargan del trabajo administrativo. Rosa es de las cooperativistas más nuevas -está hace tres años-, y siente que en esta lucha recuperó su dignidad como trabajadora. “Hubo mucho maltrato; para la empresa el trabajador era un esclavo -explica Rosa-. Mucho tiempo la gente aguantó trabajando sin ART, sin elementos de seguridad, sin cobrar los aumentos correspondientes, cobrando fuera de término o en cuotas, y hasta no cobrando. Incluso la falta de higiene, con semejante establecimiento nunca se hizo comedor. Y el trabajador siempre se calló la boca para no perder la fuente de trabajo”.

Como víctima de la negligencia, los trabajadores recuerdan a su compañero Maximiliano, que en 2006 murió aplastado contra una columna cuando el gancho de una batea de cinco mil kilos, que no estaba asegurado, se desprendió y lo mató en el acto. «Lo taparon con una lona y querían que siguiéramos trabajando», cuenta Esteche. También se acuerdan de otro compañero que quedó con la mitad del cuerpo paralizado al electrocutarse con una soldadora mojada por el agua que caía del techo roto.

“Durante varios años era obligación trabajar doce horas diarias, pero en el recibo figuraban sólo nueve”, denuncia Fernanda, que trabaja en la fábrica hace dieciocho años y parece conocer de cerca las irregularidades de la empresa: “Estafó hasta facturando doble una unidad. Petinari tiene todo mal: con los proveedores, los clientes, los trabajadores, y con el Estado. Pero también está la falla del Estado: si vas a Morón verías la infinidad de denuncias que hicimos constantemente como empleados hacia Petinari. Empapelás la ciudad, con esas denuncias”.

 

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Julio Ramírez es -según sus compañeros- el científico de los tornos. Lleva diez años en la fábrica. “Es el oficio más viejo del mundo”, dice mientras manipula el torno paralelo, que hace el trabajo artesanal de la tornería, y se usa principalmente cuando el torno computarizado -que según Ramírez “hace maravillas”- está roto. Hacer un cilindro en el computarizado puede llevarle a Ramírez tres horas; artesanalmente, dos días. Pero si tiene que elegir, se queda con el torno paralelo.

Ramírez tiene dos barras de titanio y cuatro tornillos en la espalda por haberse caído de una máquina en 2012. En ese momento la ART le dijo que sólo era «un fuerte dolor de espalda»; pero cuando se fue a hacer una revisión más específica se encontró con que tenía una vértebra rota y que podía quedarse en silla de ruedas. “Decidí operarme y cuando fui a hablar con la empresa me dijeron: ‘no se preocupe Ramírez, después vamos a arreglar’; así como lo dijeron, quedó en la historia”. Ramírez hace una pausa. Y pregunta: “¿Vos pensás que yo les puedo dar esto? Si me arruinaron la vida».

A sus cincuenta años Ramírez siente que su cuerpo ya no aguanta tanto. La lucha por el trabajo, sin embargo, lo hizo más fuerte. «Lloré, me enojé, zapatée; no lo podía creer; pedíamos monedas en la calle siendo todos obreros calificados”, recuerda sobre el conflicto. “Hoy la cooperativa me cambió la vida; siento que peleo por algo muy mío”, dice, y está seguro, como Centurión, de algo: «Yo de acá me voy muerto”.

 

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El alma de la fábrica es el sector de corte y plegado, donde la materia prima se corta e inicia su recorrido hacia los demás sectores: tornería, hidráulica, armado, pintura, terminación y reparación. “Ahora no hay trabajo, pero sabemos que es un problema general”, dice Gutiérrez sobre la situación económica actual de la cooperativa. La producción en los últimos meses bajó casi un 70 por ciento. Desde agosto hasta diciembre, los trabajadores cobraban alrededor de ocho mil pesos por mes. Hoy, el salario se redujo a dos mil. Y a pesar de que la fábrica está funcionando a un 30 por ciento, las tarifas de los servicios aumentaron de diez mil a cuarenta mil pesos.

Frente a la desaceleración de la producción, de los 120 trabajadores que integran la cooperativa sólo 70 están trabajando actualmente en la fábrica. «Hoy funcionamos como una escuela. El que era tornero, ahora aprende a hacer guillotina y viceversa; nos ayudamos entre todos», cuenta Gutiérrez. El ritmo de la actividad en la metalúrgica también se modificó: el trabajador ya no cumple un horario y se va; si hay que quedarse más tiempo para terminar, lo hacen. “Se cobra si se trabaja; todavía hay que concientizar a los compañeros sobre eso -dice Gutiérrez-. Es aprender a trabajar sin patrón”.

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“Desde que somos una cooperativa el compañerismo se reforzó más que nunca: todos estamos luchando por lo mismo -expresa Centurión-. Somos como una gran familia”. Sueña, dice, con que algún día haya 600 compañeros en ADO. A futuro, la cooperativa tiene el objetivo de ser también un espacio de formación y de primer empleo para los jóvenes que egresan de los colegios industriales, a través de un convenio con el municipio. “Queremos darles la oportunidad a hombres y mujeres de integrar la teoría con la práctica, que puedan llevarse su moneda con enseñanza y futuro -dice Centurión-. Que los compañeros más grandes puedan enseñarles a los más jóvenes la educación del trabajo y de la expresión, y se llenen de satisfacción. Esa es la ilusión y el futuro que queremos para esta fábrica».

 

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El abril pasado la gobernadora Vidal decidió vetar la ley de expropiación de la fábrica. A través del Decreto N° 307/2016 establece que la expropiación implica “la creación de un nuevo gasto en la Ley de Presupuesto vigente”; también asegura la presunta “voluntad de la parte empresaria de abonar las primas adeudadas”. “Eso no es cierto -replica Becerra-. Si se fijan en las actas del Ministerio de Trabajo que están en Morón, figura claramente que la empresa ni se presentó a las audiencias”.

A principios de mayo los trabajadores impulsaron un  nuevo intento de  llevar a la Legislatura la expropiación de Petinari. “En realidad, lo que se quiso hacer fue anular el veto -relata Becerra-. Teníamos el compromiso del bloque del Frente Renovador para acompañarnos, pero a último momento se dieron vuelta y el proyecto se cayó”. En cambio, consiguieron que la Cámara de Diputados bonaerense diera media sanción a una ley que impide cualquier intento de desalojo en la fábrica durante 90 días. “Falta la otra media sanción, pero esperemos que a ésta no la veten también -dice Esteche-. Suponemos que no, porque fue aprobada por los mismos diputados del oficialismo. Sería un papelón que la gobernadora vetara una ley sancionada por sus propios legisladores”.

 

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“Nuestro objetivo es resistir hasta fin de año, cuando debería declararse oficialmente la quiebra de Petinari, lo que sería un paso decisivo para que se reconozca a nuestra cooperativa”, explica su presidente, Jorge Gutiérrez. El cielo está despejado y el sol le ilumina la cara: “El veto nos hizo más fuertes y nos dio más ganas de pelear -dice-. Con la empresa no queremos negociar, no es creíble, y los compañeros quedaron mal psicológicamente. Ya estamos conformados como cooperativa. Y no hay ni un paso atrás”.

El jardín de los cartoneros

El jardín de los cartoneros

El jardín “Amanecer de los pibes” funciona, según sus educadoras, como un jardín a contramano.  Desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche, las maestras reciben a los hijos de los cartoneros agrupados en el Movimiento de Trabajadores Excluidos (M.T.E). Si bien el primer objetivo fue que los chicos permanecieran en guardería durante el tiempo que sus padres iban a trabajar, para no tener que acompañarlos en el cartoneo o quedarse solos en sus casas, las maestras propusieron que no sea “un lugar de depósito” e incluir actividades pedagógicas, talleres, y contenidos propios de un jardín.

“Es un jardín en el turno noche”, explica Natalia Zarza a ANCCOM, quien fue maestra en la sala de 4 años nocturna y ahora ocupa el rol de coordinadora de todo el turno noche. “Ellos vinieron con esta idea de tener una guardería y nosotros le propusimos darles el lugar donde dejar a sus niños pero, además, actividades de crianza. Al principio los niños hasta se bañaban acá. Cuando ellos llegan meriendan, después tienen algunas actividades y más tarde cenamos”, cuenta la educadora.

El jardín, que ya lleva seis años, comenzó a funcionar en septiembre de 2009, luego de que los trabajadores del M.T.E, organizados a través de la Cooperativa Amanecer de los Cartoneros, lograran un subsidio por parte del Gobierno de la Ciudad para la compra de alimentos y el pago a las educadoras. Además, la Cooperativa realizó un convenio con la Fundación Ayuda a la Niñez y Juventud Che Pibe para utilizar las instalaciones, y que en ese lugar funcione la guardería. Las maestras comentaron que, al principio, muchos padres no se animaban a dejar a sus nenes más chiquitos. “Antes, los nenes del maternal eran muy poquitos, porque la mayoría no quería dejarlos. A los de tres, cuatro y cinco años los dejaban, pero los más bebés no. Y ahora la sala maternal rebalsa, tiene una lista de espera de 50 chicos, se anotan cuando nacen y recién al año pueden entrar, hay mucha demanda”, dice Zarza. Actualmente, el turno noche recibe a 200 chicos, todos hijos de cartoneros del M.T.E.

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El trabajo colectivo

La Fundación “Che Pibe” funciona desde hace 28 años en Villa Fiorito, en el Partido de Lomas de Zamora. En el barrio, Che Pibe se parece a una segunda casa para muchos chicos y adolescentes. “La Fundación recibe dinero para becas, mediante las Unidades de Desarrollo Infantil (UDI) que destina el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires”, dice Zarza y cuenta que los miembros de la Cooperativa eligieron a la Fundación como espacio para la guardería, justamente por su reconocimiento en el barrio, y por su trayectoria en el trabajo con los chicos.

Entre las cinco y las seis de la tarde, los colectivos de las diferentes rutas que llevan a los adultos a cartonear a Capital Federal pasan primero por Che Pibe para que los padres puedan dejar a los chicos en el jardín. Más tarde, cuando los cartoneros terminan su jornada de trabajo, vuelven cerca de la medianoche a buscar a sus hijos.

El sistema de trabajo que creó el M.T.E  cuenta en total con 26 rutas. Cada una con un grupo de hasta 60 cartoneros que recorren un camino específico por la Ciudad de Buenos Aires. Cada ruta elige mediante votos a su delegado. “Durante la crisis del 2000, salir a cartonear fue una manera de subsistir. En ese momento, no teníamos para dar de comer a nuestra familia. La única manera que encontramos para sobrevivir fue salir toda la familia a la calle, a juntar basura y reciclarla. Era algo que no sabíamos cómo era, lo empezamos hacer como medio de supervivencia”, cuenta Paola Caviedes, delegada de la ruta 24. Luego, con la organización del Movimiento, pudieron terminar de darle forma a su trabajo: “Fuimos aprendiendo que era bueno para el ambiente reciclar la basura. Pero  llegó un momento en que no dio más la situación con el Gobierno de la Ciudad, que nos perseguía porque decía que robábamos la basura, y nos organizamos para poder defender nuestra fuente de trabajo, lo que nosotros habíamos creado. Así que en ese momento nos organizamos, fuimos a una discusión con el Gobierno hasta que pudimos ponernos de acuerdo en que lo que hacíamos era brindar un servicio a la sociedad”, explica la referente.

Con respecto a la guardería, Caviedes comenta: “Fue una manera de contener a nuestros chicos. Los teníamos que hacer retroceder a la normalidad, después de haber vivido la crisis a la par nuestra. Ahora los nenes van a poder comer, no van a tener frío, van a estar contenidos y van a jugar. Y cuando  las mamás se lo llevan, se van comidos y limpitos. Esa situación, que es maravillosa para cualquier padre, se pudo conseguir por la contención. Todo eso es mucho mejor a estar con tu hijo trabajando en la calle con lluvia o con frío”.

004 che pibe_VALADO_1523El primer desafío para las maestras fue construir un espacio de confianza para los chicos: “Al principio, como educadora, era muy duro, porque anochecía y empezaban a llorar por la angustia de que se hacía de noche y no estaban en sus casas. Entonces, empezamos a poner cortinas oscuras en cierto horario, para que no se dieran cuenta que anochecía, y así de a poquito. Ahora es una maravilla como vienen y se quedan”, cuenta Natalia Zarza y siguió: “Los que vienen a la noche no tienen la posibilidad de elegir. Es esto, ir a cartonear con sus padres, o quedarse solos en la casa, a veces cuidando a sus hermanos. Entonces ahí tuvo un lugar nuestra estrategia de enamorarlos del jardín”. Además, al compartir muchas más actividades que las que pueden darse en un jardín tradicional, las educadoras proponen que el ambiente sea “más familiar”. Muchas veces después de la cena, miran películas o charlan hasta que algunos chicos se duermen.

“Tenemos, no sé si la suerte, de que no estamos enmarcados en un programa del Estado, entonces podemos poner nuestras propias ideas de trabajo en la enseñanza. Por ejemplo, retomamos las ideas de los pueblos originarios, celebramos el Día de la Pachamama y enseñamos el respeto de la tierra, que quizás eso no está en otros jardines”, cuenta Zarza. También el comedor es una de las prioridades y las encargadas de la cocina son trabajadoras del M.T.E : “El alimento es variado y nutritivo. Las compañeras que cocinan se juntan una vez a la semana a planificar el menú, y también hacen capacitaciones con nutricionistas”, concluye la maestra.

“No tenemos la capacidad para contenerlos a todos, pero con los chicos que podemos ir incorporando, logramos que el niño vuelva a ser niño y el papá vuelva a ser papá. La contención está un poquito más. Hoy podemos tener nuestra obra social, nuestro colectivo que nos lleva y trae, nuestra guardería, y todo lo que logramos es a partir de la solidaridad entre compañeros”, asegura Caviedes.

 

 

Actualizado 30/03/2016