May 10, 2017 | Culturas
Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical. Una de sus propuestas son los talleres gratuitos para niños, jóvenes y familias. “Hacemos una introducción al principio sonoro. Los invitamos a experimentar nuestra metodología para armar instrumentos. Les ofrecemos materiales y a partir de ellos les preguntamos cómo los podríamos hacer sonar o qué otros objetos necesitamos para lograr el sonido esperado”, explica Juan Lamouret, uno de los seis amigos, músicos y docentes que crearon este colectivo de educación no formal.
Una botella de plástico puede producir diversos sonidos y cumplir distintas funciones. Un caño de PVC con un globo atado en la punta y un broche de ropa, se convierte en un “lobonete”, como lo llamaron. Los talleres de Hacelo Sonar se dividen en tres momentos: la exploración, el hacer y el sonar. “Desde las ideas de los chicos, que son los protagonistas, se llega a un instrumento”, cuenta Lamouret. El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias. “Lo que nos interesa es que el resultado final sea el fruto de la creación colectiva”, expresa Luis Miraldi.
«Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical».
Creatividad, trabajo en equipo, explorar, jugar. Cuando concluye la etapa de la realización, comienza el hacer sonar. Hay una dirección musical básica que guía a una interpretación en conjunto, para que puedan probar los instrumentos. Y al final, los chicos se los llevan a sus casas. La única forma de conseguir las creaciones de Hacelo Sonar es participando en uno de sus talleres. “Es nuestro imperativo. Muchas veces nos preguntan: ‘¿Dónde los venden? ¡Yo quiero uno!’. Pero no hay productos terminados tipo souvenir. Les decimos: ‘Tengo los materiales, vení y hacételo’”, precisa Lamouret. De allí viene el nombre del proyecto. “Después nos escriben y nos dicen: ‘Mi hijo sigue llevando la guitarra a los actos de la escuela’ o ‘el bombo sigue sonando, lo llevamos a una marcha’”, agrega Miraldi, riéndose.
En 2008, presentaron su proyecto en la Secretaría de la Cultura de la Nación (hoy Ministerio) y fue aprobado. Gracias a eso pudieron llevar sus talleres a escuelas, barrios y comedores de Buenos Aires, viajaron por todas las provincias del país y participaron cinco años consecutivos en Tecnópolis. También fabrican instrumentos de mayor complejidad, como los que hicieron para la orquesta de la Escuela Normal N° 4 de Caballito.
«El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias».
Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento, pero ninguno tenía conocimientos previos de carpintería, luthería o máquinas. “Cuando arrancamos no teníamos mucha idea de nada. Fue complementarnos entre nosotros y una búsqueda permanente, y eso es lo que tratamos de llevar a la gente” relata Miraldi y añade: “Nunca pensé llegaríamos a hacer algo así, en 2008 me parecía que era algo para gente de otro nivel”.
“Nosotros, para contarlo, también lo tenemos que vivenciar. Y la mejor forma de aprender algo es haciéndolo, de ahí nuestra propuesta”, subraya Lamouret. Los amigos recuerdan una anécdota que sucedió en un encuentro donde uno de los participantes era ciego. Al principio, pensaron que iban a tener que cambiar la dinámica, para que él pudiera participar, pero se dieron cuenta que no era necesario. “Pudimos visualizar que era un taller en el que podía participar cualquiera, no había que adaptarlo”, señala Lamouret.
Utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta. Ningún material es descartado. La idea de utilizar objetos reciclables surgió de la necesidad de hacer la música accesible a todo el mundo. Que sean elementos cotidianos y que no haya una restricción económica que los imposibilite a hacer música, a explorar, jugar y conectarse con el otro. “En esa rueda del reciclado, resignificamos esos materiales que van a ir al descarte para transformarlos en un proyecto social o cultural”, dice Lamouret.
Ya han editado un libro donde comparten los fundamentos teóricos y pedagógicos de su propuesta y el año pasado se convirtieron en asociación civil. Su sueño es convertir el espacio propio que tienen en la calle Melo 195, en el barrio de La Boca, en un centro cultural, un lugar donde puedan combinar sus talleres tradicionales con otros de teoría musical, luthería y con distintas representaciones artísticas.
Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.
En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.
Actualizada 09/05/2017
Feb 24, 2016 | Entrevistas
Internet no es una nube, tiene materialidad: miles de kilómetros de fibra óptica, tubos, cables que se conectan por tierra o en el fondo del mar, centros de datos, routers, computadoras. Una inmensa estructura física en la que intervienen ingenieros, operarios, marineros; un espacio de conflicto, de relaciones de poder y de lucha de intereses que involucran a empresas, a gobiernos y a nosotros, los ciudadanos.
Internet es el nuevo espacio público virtual en el que interactúa el 43 por ciento de la población mundial. Y es también una nueva forma de desigualdad: en los países desarrollados la penetración es del 83 por ciento; en los países en desarrollo, 35 por ciento; en Argentina, el 65 por ciento de los habitantes usa Internet, y el 78 por ciento de esos argentinos conectados se agrupa en el 30 por ciento del territorio: Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza.
¿Cómo funciona Internet? ¿Quiénes son sus dueños? ¿Por dónde circulan nuestros datos y qué hacen con ellos las corporaciones y los gobiernos? Esas preguntas -y muchas otras- guiaron la investigación de la periodista y politóloga Natalia Zuazo para escribir Guerras de internet, un libro que busca bajar del pedestal y cuestionar, desmitificando y secularizando, esa “primera religión de la humanidad”.
Internet no es una nube. ¿Cuál es entonces la Internet real y material que esconde el imaginario publicitario?
El poder de la tecnología es muy grande y su inversión es cada vez mayor: por un lado, las empresas invierten muchísimo en publicidad y, por otro lado, hay mucho lobby de las compañías tecnológicas ante los gobiernos para adaptar las tecnologías en distintos ámbitos, como el educativo por ejemplo. Dentro de ese poder que intenta vendernos todo lo nuevo, hay algunas imágenes que la industria de la tecnología ha creado y que nos alejan de cómo funciona en realidad, cuál es su materialidad: Internet en realidad está abajo de tu mesa, sube por un caño en la pared de tu edificio -incluso lo podés ver concretamente en la calle-. Los datos no solamente están acá sino que también están en empresas extranjeras, etc. La tecnología, como cualquier otra industria, está hecha de intereses y de poder.
¿Por qué es importante dar cuenta de las luchas de poder que hay detrás de la Red?
Estamos en un momento en el cual las tecnologías están transformando gran parte de nuestras relaciones sociales; desde las personales -con las redes sociales-, las económicas -porque las máquinas van reemplazando a las actividades humanas (como la aplicación Uber)-, y hasta las cuestiones políticas, porque hay una serie de actores vinculados al poder de Internet y a las telecomunicaciones que tienen mucho peso y con los que hay que lidiar. Entonces, si seguimos viendo a la tecnología como una cosa que está en el cielo que se maneja prácticamente sola, nunca la vamos a poder cuestionar y nos estamos olvidando de un montón de relaciones sociales que pasan a través de esos aparatos y que afectan diariamente nuestras vidas. Ignorar eso nos convierte en ciudadanos débiles, tanto frente a las corporaciones como frente a los gobiernos porque de ambos lados la tecnología es usada para el bien como para el mal.
¿Cómo se usa la tecnología para controlarnos?
Internet puede ser por su naturaleza una gran herramienta de control. Cada lugar que utilizás y en el que dejás un dato es una posibilidad de control. Por un lado, las grandes empresas privadas -como Facebook y Google, donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo-, necesitan controlar los datos de los usuarios y procesarlos en bases para después vendernos cosas, es el modelo de negocios de Internet. Ese control de la información para estas empresas es muy importante, tiene un valor comercial. Después hay controles sumamente contradictorios, porque responden a intereses muy distintos por parte de los Estados que deben acceder a cierta información, como la información pública de los ciudadanos, o controlar algunas telecomunicaciones o informaciones para dar seguridad a la ciudadanía. Todo eso implica un control de la información en Internet. El gran debate es que nuestra información que circula en Internet está alojada en una serie de servidores e infraestructura que pertenece a dueños privados, entonces el control es difícil: ¿cómo controlar algo que es privado?
¿Quiénes controlan los flujos de información?
Están las grandes empresas de tecnología, como Verizon, que proveen los dominios, que es toda la infraestructura lógica de Internet, y también las empresas que proveen los contenidos como Google, Facebook, Yahoo, Microsoft y Amazon. Los gobiernos a veces interfieren en la información de los ciudadanos legalmente y a veces ilegalmente. Todas estas legalidades y jurisdicciones son actualmente un debate en el mundo. Una cosa es el control de la palabra o la libertad de expresión en Internet, el control de las agencias de seguridad para brindar seguridad pero dando privacidad a los usuarios, otro tema es el control de la cultura. Hay distintos aspectos relacionados con el control en Internet, cada uno tiene sus particularidades y sus contradicciones, es muy complejo. Hay conflictos que se están dando ahora que son nuevos.
¿Cuáles son esos conflictos?
La conectividad es un tema importante, decidir quién nos va a conectar. ¿Van a ser los Estados o las empresas privadas a cambio de controlar cada vez mayores flujos de información?
La concentración también es un conflicto, ¿cómo vamos a vivir en un mundo donde la información esté concentrada en tan pocas manos? Si toda nuestra información está contenida en un solo lugar, ¿qué va a pasar si eso algún día no está? Pasó con Infojus Noticias, cuando borraron todo el archivo de notas, siendo un sitio de información creado por el Estado con información pública que debería ser accesible a todos los ciudadanos. Pero también hay otros casos donde esa información está concentrada en unos pocos servidores privados. Otro conflicto importante es cómo garantizar la seguridad interviniendo legalmente en las comunicaciones, como en los casos de atentados terroristas o de persecución a delincuentes. Sabemos también que ya existen las ciberguerras, Estados que se roban información y que para protegerse de los ataques tienen que construir lo que se llama “las infraestructuras críticas” de los Estados, servidores donde hay almacenada información importante y estratégica para la seguridad de cada país. La seguridad ya no pasa por el cielo, por la tierra o por el mar, pasa también por esas infraestructuras que deben ser protegidas igual que una frontera, hay valor ahí.
Y por otro lado, en el caso de los ciudadanos ¿cómo hacer privadas nuestras comunicaciones en un mundo donde el control privado de la información no está en la cabeza de nosotros? Tener el control sobre el software que utilizamos, las comunicaciones, y hacerlo inteligentemente tiene que ver con la educación tecnológica, dejar de comprar paquetes cerrados y poder saber en realidad cómo funcionan. El problema es que eso requiere tiempo, educación e inversión. Es más fácil bajar una aplicación y usarla sin cuestionar cómo funciona que dedicarle tiempo. En ese sentido, la elección sobre cómo vamos a utilizar las tecnologías me parece importante.
Todas esas decisiones tecnológicas, ¿tienen que ser decisiones políticas locales?
Tanto la infraestructura como la política de Internet están en Estados Unidos, es decir que el poder de la toma de decisiones está concentrado. Existe a nivel internacional una agenda de discusión y algunos acuerdos básicos que se plantean en los Foros de gobernanza de Internet: mantener la neutralidad en la red, la privacidad de las comunicaciones, etc. Pero después cada país se tiene que comprometer a llevar eso adelante. En el día a día existen conflictos que tienen que ver con lo local y que todavía el sistema judicial no está preparado para resolverlos, y te enfrentan a cuestiones de soberanía porque, por ejemplo, si querés hacer un reclamo a un servidor o a una empresa tenés que ir a Irlanda, o a Estados Unidos. Cada país tiene que manejar una complejidad muy grande y contar con funcionarios públicos capacitados que resuelvan ese problema. Por ejemplo, Argentina Digital tenía una cláusula que hablaba de la neutralidad en la red. Ahora se anuló Argentina Digital, y era un avance en legislación en términos internacionales. Eso es falta de conocimiento de los funcionarios. Desarrollar infraestructuras y software propios es una decisión local. Y es un tema muy importante: es definir cómo te querés ocupar de las decisiones soberanas de tecnología en tu país. Porque la solución empaquetada del poderoso siempre va a estar y siempre te la va a querer vender. Ahí es ya una decisión de tu política local, es soberanía o imperialismo.
¿No hay soberanía sin ciber-soberanía?
No, definitivamente no hay. Mejor dicho, sin tecno-soberanía no hay soberanía, porque no es solamente Internet, hay un montón de software desarrollados que están localizados en objetos cotidianos. No acceder a esa tecnología genera otra desigualdad social. En Argentina hay tres dueños de Internet: Telecom, Telefónica y Fibertel Cablevisión. Manejan el 80 por ciento de las comunicaciones por Internet, son empresas que están concentradas económica y geográficamente en el centro del país. Si observamos el mapa de Internet, es decir, por dónde pasan las rutas concretas, dónde se invierte y qué ciudadanos se dejan afuera, nos encontramos con un mapa desigual. Hay un 35 por ciento de argentinos que todavía no está conectado. En el gobierno kirchnerista se creó una red federal de fibra óptica que venía en principio a mejorar esa situación de desigualdad en el acceso, se avanzó en la instalación de la infraestructura pero no se avanzó completamente en la implementación. Tampoco se metió con la propiedad de la tecnología, no desconcentró el mercado, no generó nuevos jugadores, hizo muy tarde una ley argentina digital, de telecomunicaciones, y tuvo muchos errores en ese sentido. En otros aspectos sí recuperó soberanía como en el tema satelital, o con el plan de Argentina Conectada.
Ahora tenemos un nuevo gobierno que dice que va a utilizar esa infraestructura de Argentina Conectada pero también le gustaría que Facebook viniera a la Argentina para llegar a los rincones del país donde no hay suficiente conexión, es muy cara, o hay un sólo proveedor. Para eso pretenden instalar Free Basics en Argentina que es una aplicación que Mark Zuckerberg desarrolló con su compañía para llevar conectividad a los países en vía de desarrollo, pero lo que no dicen es que esa es una aplicación que viene con el celular: no te conecta libremente a Internet sino que te conecta a una serie de sitios que vienen en esa aplicación, es decir, a una Internet limitada, de segunda, a una Internet para pobres. Asumir esa decisión es crear una nueva desigualdad. ¿Quién va a conectar a esas personas y quién va a asumir ese costo? ¿Va a ser el Estado o va a privatizar esa decisión tecnológica a una empresa extranjera? Yo creo que debería ser el Estado porque la comunicación es un derecho humano y hoy para estar comunicado hay que tener Internet.
Eso implica considerar a Internet como un servicio público universal.
Tiene que ver con eso, hay que definir si Internet es un derecho para los ciudadanos o un privilegio para los que lo pueden pagar. Esto es una discusión actual porque hoy Internet es la infraestructura por donde pasa la educación, el trabajo, los trámites. Es una infraestructura que necesariamente está involucrada con todo el proceso social de una comunidad.
Julian Assange, el líder de los WikiLeaks, asegura que Internet es la mayor amenaza para la raza humana. ¿Es tan así? ¿Cómo se resuelve esta tensión entre Internet como un instrumento de emancipación o la herramienta más peligrosa de autoritarismo?
Creo que no se resuelve. El mundo y la política son necesariamente contradictorios. Si no existiesen las contradicciones significaría que alguien tomó una decisión por nosotros. Hay momentos en los que esa contradicción se resuelve más para un lado que para el otro. En un primer momento, Internet fue más una herramienta de emancipación, de abrir el mundo y conectarlo a más personas. En la década del ’90 se empezó a privatizar y ahora estamos en un momento de total concentración. Para mí esas visiones apocalípticas o esos mensajes de peligro no contribuyen. Tampoco creo en ese optimismo irracional de que la tecnología resuelva todos los problemas, y ni siquiera que pueda resolver los problemas que la propia tecnología causa, como el calentamiento global. Es mucho más difícil el punto intermedio en dónde no tengas que pensar que Internet es la mayor herramienta de control pero si te quedás ahí, cerrá todo.
¿Qué herramientas tenemos como ciudadanos para defendernos del mal uso de la tecnología?
Primero conocer la estructura de Internet, saber cómo funciona y dónde están concretamente nuestros datos (qué software estoy utilizando: Windows, Microsoft o algún software abierto). Después, qué aplicaciones estoy usando y con qué nivel de privacidad, no es lo mismo mandar un mail sin encriptar que mandar un mail encriptado. ¿Qué redes sociales utilizo? ¿Cómo las utilizo? ¿Con qué opciones de seguridad? ¿Estoy eligiendo porque me sirve efectivamente o me lo están imponiendo? Hay que ver qué información guardar y a partir de ahí tomar decisiones. Es necesario saber que esos datos van a ser utilizados. Si vos te conectás al WiFi del subte, si abrís los términos y condiciones dice toda la información que te va a guardar ese servidor. Hay que leer los términos y condiciones. Todo eso lleva tiempo y es un trabajo constante. Pero tomar conciencia de esas pequeñas decisiones cotidianas hace una diferencia y es un paso enorme.
Desde tu rol como periodista, ¿qué mutaciones se producen en la práctica periodística en la era digital?
El periodismo tiene un problema anterior a Internet y que no tiene que ver con la tecnología, que es un problema de recursos, de tiempo y de condiciones de producción. Los periodistas cobran poco, trabajan en condiciones horribles, con sueldos bajos y pagos atrasados. A eso se suma los intereses de los medios. Una nueva posibilidad que genera Internet es la de la refutación. Antes si mentías era más difícil que te lo refuten. Hoy si publicás algo que no es cierto, tenés un millón de refutadores en las redes sociales. Eso es asombroso. El problema es cuando, habiendo tanta gente que puede controlar lo que hayas dicho, se publican notas con tal nivel de desinformación o sin chequear lo que se está diciendo. Otra facilidad es que las fuentes están ahí, disponibles a un mensaje. Cuando empecé a trabajar como periodista tenías que agarrar la guía de teléfono y te podía llevar tres días encontrarla. Entonces con la tecnología tenés más herramientas, podría ser más sencillo pero ¿se siguen las reglas? ¿Se chequea la información?
Hay quienes sostienen que en esta época se perdió ese periodismo de investigación, de mayor profundidad, y que por ende requiere de más tiempo y espacio, frente a un periodismo de relatos más livianos, más cortos. ¿Cambiaron las narrativas?
Conviven. La necesidad del buen periodismo y de que te cuenten una buena historia sigue estando. La nota, el libro, la película, no van a desaparecer. El tema es qué contás y cómo lo contás, y para eso se necesita tiempo. El buen periodismo o cualquier buena narración sobre la realidad no sólo siguen teniendo interés sino que siguen siendo necesarios. Por eso hoy, en un contexto de mucha concentración y censura de la información, los sitios que ofrecen algo distinto crecen un montón porque son una voz alternativa para publicar esa contrainformación.
¿Qué restricciones plantea Internet?
Que la información está controlada, que te la ordene Google o Facebook, que se mete muchísimo en las noticias, estas burbujas de filtro de las que habla Eli Pariser, eso por supuesto afecta un montón. Afecta en que determinadas noticias se repiten hasta el cansancio y otras quedan totalmente sepultadas.
Zygmunt Bauman plantea que las redes sociales son una trampa, zonas de confort que funcionan como espejos de nosotros mismos porque creamos nuestra propia red de acuerdo a nuestros gustos e intereses. ¿Coincidís con esto?
Efectivamente, las redes sociales tienen un efecto narcótico. Son una zona de confort si una persona piensa que toda la información del mundo que necesita conocer está en Facebook o que esa información no fue modificada o editada por alguien. Hay que recurrir a una diversidad de voces y de información. Sería una ingenuidad pensar que lo que allí sucede es toda la realidad. Pero es cierto que las redes tienden a acomodarte en un mundo más chico y es interesante preguntarse si todas las generaciones vamos a tener ese deseo de salir a buscar algo más de lo que nos fue dado. Es una cuestión de responsabilidad: qué mundo te ofrecen y qué mundo te construís vos, pero eso es una pregunta más filosófica.
Hizo mucho énfasis en los riesgos que conlleva la concentración de la información. En Argentina tenemos la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y uno de sus puntos más fuertes es la desconcentración del sistema de producción y circulación de la información. Ahora el gobierno de Mauricio Macri, con los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNUs) 13/15 y 267/15, modificó artículos centrales que tienen que ver con la cuestión de la concentración y la tenencia de licencias. ¿Qué opinión tiene sobre la nueva política de comunicación?
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, si bien se podría haber incluido algo más sobre convergencia, fue positiva en muchos aspectos, especialmente en incluir a distintos colectivos en el debate e incorporar su palabra en la ley. Eso es una de las cosas más preocupantes de anularla por decreto. Un proceso democrático, abierto, con distintos actores del Estado, anulado por una decisión del Poder Ejecutivo a través de un Decreto me parece muy grave. Creo que la intención, detrás o delante de esto, es mantener la concentración de la palabra y generar menos espacios y reducir los que ya existen. Cualquier concentración atenta contra la comunicación, la pluralidad de voces y el derecho de informarse. Se suma, además, a la otra concentración, la de las empresas de Internet. Y una concentración de medios en una época de convergencia es más peligrosa, porque concentrás infraestructura y contenido, y eso genera una concentración vertical. Se creó un organismo que agrupa a medios y telecomunicaciones, agrupa la aplicación, la implementación y el control en todo un mismo organismo. Esa estructura de control vertical, cuyos miembros además pueden ser removidos sin causa, no sólo genera una concentración institucional sino también en la toma de decisiones. Si todas las decisiones dependen de un mismo organismo no hay solución de controversias posibles, porque la solución siempre la va a decidir ese órgano. La pluralidad en la misma conformación de la autoridad de aplicación también sirve para resolver esas controversias. Con esos dos decretos, la experiencia internacional se salteó completamente. México, por ejemplo, tiene una autoridad que regula medios y telecomunicaciones, pero es más plural y toma decisiones que afectan a grandes proveedores del mercado como Telmex. Eso es porque tiene en su estructura una toma de decisiones bastante democrática. El gobierno ha tomado un camino cuestionable: primero anular por decreto dos leyes (LSCA y Argentina Digital) y después crear un organismo único que concentra la aplicación en estas áreas. A la larga, esto puede incluso generar menos inversiones porque si mañana una empresa del sector no llega a un acuerdo con el organismo regulatorio puede llegar a retirar su inversión del país, porque no tiene otro interlocutor. Entonces siempre los grandes van a tener que estar en buenas relaciones.
Nov 19, 2015 | inicio
“Argentina Debate está en Twitter @argdebate”, decían los zócalos de las once pantallas por las que se transmitió el segundo debate presidencial en Argentina, esta vez protagonizado Daniel Scioli y Mauricio Macri.
“En Twitter usá #ArgentinaDebate”, agregaba el zócalo.
Hay que decirlo: a una semana del primer balotaje del país, Twitter ingresó a la pantalla antes que los candidatos.
El contador de tweets publicados bajo el hashtag #ArgentinaDebate comenzó a rodar desde el número 159.845 y no paró. Tampoco el rating: según la consultora IBOPE, el debate tuvo un promedio de 54.74 puntos -entre todos los canales- con picos de 58. Midió más que la final del Mundial de Brasil.
Durante una hora y media, la red social Twitter se convirtió en la segunda pantalla de la noche y fue escenario de una cruzada de hashtags que buscaban dominar el juego y declarar ganador a su candidato. Sabemos que los hashtags son palabras o frases precedidas por el signo numeral (#) que sirven para etiquetar y agrupar mensajes sobre un mismo tema publicados en la red social. #ArgentinaDebate fue el hashtag oficial propuesto por los organizadores del debate, y a él se le sumaron los partidarios: #QueGaneScioli, #ScioliPresidente, #QueGaneMacri y #MacriPresidente.
“#Argentinadebate fue trending topic en Twitter con un total de dos millones de tweets”, dijo Gabriela Sued, magister en Ciencia, Tecnología y Sociedad y docente de la UBA a ANCCOM. “Según un muestreo, la amplia mayoría de ellos fue realizada desde dispositivos con sistema operativo Android y una gran cantidad fue producida por multimedios, ONG’s, agrupaciones políticas y robots automáticos. En este sentido, la participación no es de ninguna manera representativa del padrón electoral, compuesto por más de treinta y dos millones de votantes con distintos niveles de acceso a la información”, afirmó.
Sued, además, destacó el alto nivel de redundancia que hubo en la red: se tuiteaban y retuiteaban pocos tweets con escaso contenido, en general palabras textuales de los candidatos, correspondientes a las cuentas oficiales de @DanielScioli y @MauricioMacri, e incluso a medios como @Infobae, @Perfil y @Chequeado.
La agencia Es Viral realizó un relevamiento de las menciones a #ArgentinaDebate durante el transcurso del debate y registró 450 menciones por minuto y un estimado de ocho millones y medio de cuentas alcanzadas por hora. Eso sin tener en cuenta a todos aquellos que twittearon sobre el debate con otros hashtags o sin usarlos.
“Estudiamos no sólo las menciones de #ArgentinaDebate, sino también quiénes mencionaban en ese hashtag a Scioli y a Macri –cuenta Martín Romeo, diseñador estratégico de Es Viral– y ahí se dio algo bastante interesante en términos comunicacionales: el bullying cruzado. El grueso de las menciones a @danielscioli eran de usuarios que destacaban que el debate lo estaba ganando Macri y posteaban el mensaje #MacriPresidente. Por el contrario, el grueso de las menciones a @mauriciomacri hacían lo inverso: apuntaban a señalar que el debate lo estaba ganando Scioli”, explicó.
Esta situación es algo que desborda el debate y tiene que ver con el tono de la red social: “En general las menciones de todos los candidatos y los políticos son negativas”, afirma Romeo. ¿Por qué? Un reciente estudio de IBM sobre Twitter en Latinoamérica demostró que, en general, el tono conversacional de la red es positivo y los temas preponderantes son salud, educación y tecnología. Pero Argentina siempre es un caso particular: acá la política no es un tema predominante de conversación en Twitter y, cuando se convierte en un tema, el tono conversacional que predomina es negativo. “Hay más voluntad o interés en señalar los errores o las deficiencias del candidato opositor que de señalar los aciertos del propio candidato. Por eso hablamos de bullying cruzado”, dice Romeo. Entonces ya sabemos que la gran cantidad de menciones a un candidato (en Argentina) no se traduce en una valoración positiva por parte de los usuarios sino que, en muchos casos, más bien tienen connotaciones negativas. En este sentido, Romeo destaca que en volúmenes de menciones no hubo grandes diferencias entre los candidatos.
Cuentas trolls queriendo imponer hashtags durante el debate
Generador de agenda
¿Se pueden comprar seguidores? Sí. ¿Existen cuentas falsas? Sí. ¿Se pueden utilizar para hacer campaña en contra del otro candidato? Sí. ¿Tienen capacidad para crear corrientes de opinión en Twitter? Se lo preguntamos a Martín Romeo: “En general, este tipo de cuentas tienen un efecto muy limitado. En el caso del debate es absolutamente insignificante porque el debate tomó tal envergadura en términos de consumo que el volumen conversacional de los distintos soportes a través de los cuales se siguieron y produjeron interacciones es mucho mayor que el efecto que podría haber tenido una campaña desarrollada a través de bots, trolls o cuentas no genuinas.”
El éxito de las conversaciones está en las interacciones, afirma Romeo, y en este sentido los robots y cuentas trolls se caracterizan por no interactuar con usuarios: tienen como objetivo general publicaciones unidireccionales para tratar de inundar la red con algún tipo de mensaje.
Estas cuentas intensifican el mensaje para tratar de generar una corriente de opinión al respecto. “En general –dice Romeo– el éxito de las corrientes de opinión que circulan en Twitter son las que tiene como vector la interacción genuina”. Y las cuentas robots claramente no la tienen.
En esta línea, Sued sostiene que el «core» o núcleo del debate en Twitter fue altamente redundante, poco dialogal, y con escasa cantidad de contenidos. “Se puede pensar en la adhesión de los usuarios a cada uno de los candidatos en función de los retweets –dice Sued–. En ese caso, la adhesión principal la recibió Mauricio Macri, pero es una adhesión ausente de contenido, redundante, repetitiva, sin introducción de novedades. La producción de contenidos en Twitter buscó una adhesión de escala, pero no de calidad o diversidad de contenidos”. Sued afirma que en las interacciones que se dieron en Twitter no pareció importar demasiado el contenido sino que hubo una función apelativa del lenguaje: el uso de hashtags y las menciones tienen, en un principio, una función de persuasión.
En Argentina existen aproximadamente 5 millones de cuentas de Twitter y, según un relevamiento de Es Viral, 15 de cada 100 personas se informan de política a través de redes sociales: “Un 60% de las personas son mayores de 16 años y constituyen el universo de votantes –explica Romeo–. Aproximadamente dos de cada tres de ellos, o sea el 66%, consume habitualmente redes sociales y dos tercios de esa parte las consumen periódicamente y genera contenidos. De esos dos tercios, un cuarto -el 15% del total de la población- ha manifestado que se informa políticamente a través de las redes sociales y además consulta qué se dice acerca de los candidatos y sus plataformas a través de redes. Es de esperarse que 15 de cada 100 votos se resuelvan a través de redes”.
Más importante que la cantidad de usuarios, la cantidad de tweets, las menciones y los seguidores, es la capacidad que tiene Twitter de generar agenda. Si bien a nivel mundial Facebook es la red social más importante en términos de penetración de mercado, ninguna otra red influye tanto en la agenda mediática y, por lo tanto, en la agenda de opinión pública, como lo hace Twitter. Ser tema de conversación e interacción, entonces, se vuelve fundamental por el rebote mediático.
En las encuestas realizadas por los principales diarios en línea a través de Twitter, los usuarios declararon ganador del debate a Mauricio Macri. El 22 de noviembre, con un sobre en la mano y el celular inteligente en el bolsillo, el país decidirá quién será el próximo presidente de todos –todos– los argentinos.