El Isauro está en peligro

El Isauro está en peligro

El  Isauro Arancibia cobija a 400 niños y adultos en situación de calle y con otros derechos vulnerados.

Es miércoles y la escuela Isauro Arancibia de San Telmo -fundada en 1998, como respuesta a la necesidad de educar a niños y adultos en situación de calle- está envuelta en franjas plásticas gigantes que advierten: «El Isauro está en peligro». En la puerta, los estudiantes ofrecen una merienda y estampan pañuelos que dicen “Isauro: una escuela pública con historia y con lucha” a quienes se suman al acto público. Uno de ellos canta en el escenario: “Soy de la ciudad, con todo lo que ves, su ruido, su gente, pero sigo creciendo”. La comunidad propone desde el espacio público una “intervención artística por la intervención”.

“Para el Gobierno -cuenta Susana Reyes, directora del establecimiento- el director es un referente institucional. Ese cargo en toda escuela pública se concursa por estatuto docente; no se es director porque al ministro se le ocurre que alguien tiene venir a ver qué pasa en el Isauro. El interventor vino hace un mes con un decreto y le dijimos “¡No podés entrar!”. Se fue y no volvió, pero no sabemos qué va a pasar porque la designación está hecha”.

Lila Wolman, responsable institucional, dice: “No necesitamos un interventor. No existe en el escalafón docente la figura de interventor ni coordinador. ¡Nos rompemos la cabeza pensando cómo garantizar de la mejor manera posible el derecho a la educación cuando el Estado debería hacerlo. Y es el Estado el que nos pone los obstáculos! Es un ataque a un proyecto educativo orientado a 400 niños y adultos con sus derechos vulnerados. ¿Por qué no se ocupan de conseguir los cargos docentes de los profesores ad honorem, o mandarnos material didáctico? Son cosas que pedimos hace años”. Y continúa: “Nos están desconociendo. Damos títulos certificados de primaria y los de secundaria vía plan FINES. Ya desfinanciaron el FINES de la Universidad de Avellaneda y tuvimos que articular con otros centros para certificar y evitar el cierre. Desde entonces, los profesores más que trabajadores son militantes”.

Para Reyes es parte del recorte de la educación pública y el cierre de programas, y agrega: “El edificio es del Ministerio pero lo conseguimos tras una larga lucha con los sindicatos para que (el ex ministro de Educación Esteban) Bullrich nos lo conceda. Ahora quieren que nos vayamos y hacer de San Telmo un polo turístico. Un día volvimos a clase y encontramos la parte delantera sin techo, y con las cosas mojadas en otro edificio, entre las cuales por ahí está la única foto de un chico con su mamá y que guarda acá para tenerla a salvo porque es el único lugar que tiene”.

Lila Wolman, responsable institucional, y Susana Reyes, fundadora del proyecto hace 21 años.

Wolman cuenta que cuando llegaron al nuevo edificio, ya habían incorporado programas del Gobierno de la Ciudad tales como Formación Profesional o Formación para Adultos en el mismo espacio pero sin articulación a la labor del centro. “Ya nos vienen corriendo -cuenta Carla Campos, una de las maestras del actual jardín-. Acá al lado funcionaba un Centro de Asistencia a Niños y Adolescentes. Los movieron al área debajo del puente y construyeron este edificio gigante del banco Santander Río”.

“Quieren cerrar el jardín y poner otro para chicos que vienen de ‘casas’”, dice un estudiante de primaria para adultos. El jardín actual depende del Programa de Primera Infancia del Gobierno de la Ciudad y el nuevo dependería de la Dirección de Educación Inicial. “La directora del área nos notificó que en marzo el jardín no va a existir más -explica Campos-. Estamos desinformados y no sabemos qué va a pasar. Quieren quebrar el proyecto. Están haciendo campaña política diciendo se va a abrir una escuela nueva pero es un engaño, van a cerrar un espacio pedagógico y político. No se dan una idea del impacto que tiene el Isauro en este sujeto pedagógico que vive sus derechos vulnerados cada día”. El jardín que el Gobierno decidió abrir, avasallando el actual que se encuentra en funcionamiento, es diferente, según la docente del Nivel Inicial: “No da lo mismo, nosotros si bien tenemos un horario, por más que falten un mes, los recibimos igual. Si no tienen DNI o si vienen descalzos, los recibimos igual, y se pueden inscribir durante todo el año. Queremos que proyecten su futuro y se sientan deseados, de forma amorosa, no moralizante”.

“No nos pasa sólo a nosotros. El plan de lucha comprende también al Polo Mugica, la Escuela Técnica de Barracas y otras escuelas -cuenta Wolman-”. Para la directora del Isauro: “Les molesta que tengamos tanta raíz, que le demos la voz a la población que quieren invisibilizar. Quieren construir encima un proyecto totalmente diferente, que no desobedezca. No nos vamos a ir: esta es nuestra escuela. El neoliberalismo quiere hacerles creer a los pibes en situación de calle que sus derechos son vulnerados porque ‘son unos inútiles’. Mientras, ellos van al Ministerio a hacerse escuchar, hacen radio, escriben, cantan y saben quiénes son. Esa es la lucha que ya ganamos. ¡Que nos sigan dando motivos para hacer más proyectos!”.

Además de la escuela, en el Centro Educativo funciona una panadería y otros talleres de oficios.

El Isauro Arancibia es un proyecto más amplio que una escuela que funciona desde hace 21 años. Antes de tener edificio propio, sus primeros alumnos, unos jóvenes que vivían en la estación de Constitución, asistían a clases de dos horas en aulas de la Central de Trabajadores de la Argentina. Hoy y en este edificio, en el esfuerzo por garantizar una educación, el centro propone que los estudiantes construyan su propio proyecto de vida en comunidad y que aprendan a defender sus derechos. Su modelo se basa en la pedagogía popular, y a los 400 estudiantes se les enseña en el aula con parejas pedagógicas y adaptando la exigencia al acompañamiento de la situación particular de cada uno. “El jardín ayuda a construir el rol paterno, materno o familiar de los niños en situación de calle, y la primaria pone a los adultos en el lugar de estudiantes que nunca fueron”, dice Wolman. En el Centro de Educación Popular funciona un jardín maternal, la primaria para niños y la de adultos, y la secundaria. Algunas áreas con las que cuentan son los talleres de oficio y trabajo, en los que editan la revista Isauro y llevan adelante una panadería propia, entre otros emprendimientos. También, hay talleres de expresión y arte, y un equipo de apoyo conformado por trabajadores sociales y acompañantes. Además, articulan con centros culturales y programas sociales gubernamentales y obtienen financiamiento de terceros tras organizarse como Asociación Civil.

Con el agua al cuello

Con el agua al cuello

El helado viento golpea con intensidad a un grupo de chicos que caminan apurados por la Avenida Paseo Colón y Cochabamba. A su lado, se erige la escuela Isauro Arancibia, con su nuevo y flamante edificio, que fue inaugurado a principio de año por el Gobierno de la Ciudad. Al ingresar llaman el ascensor y se distraen mirando las grietas de la pared. Alguien les avisa que no funciona, por lo que aceleran el paso por las escaleras hasta llegar a la sala de maestros. Se escuchan personas tosiendo y manos que se frotan para generar calor. Son los docentes que trabajan con sus pesados e incómodos abrigos a cuestas, porque no poseen calefacción. La intensa lluvia del sábado 15 de junio terminó inundando esta sala y la misma suerte corrieron el jardín, el comedor, la biblioteca, la sala de computación, el SUM y el resto de las aulas, muchas de las que ahora no tienen luz. Luego de numerosos reclamos en los medios de comunicación por parte de las autoridades del colegio, la Defensoría del Pueblo y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires emitieron pedidos de informes para que se detallen las condiciones del edificio.  

Luis Pacheco, 24 años, hizo la primaria en el Isauro Arancibia, está finalizando la secundaria en una escuela de Barracas y quiere estudiar Profesorado en Historia. A pesar de que egresó hace 7 años del Isauro, continúa yendo porque está en situación de calle y allí, además de comer, participa en el Centro de Actividades Infantiles (CAI) para chicos de hasta 12 años. “Ese día llegamos y no pudimos hacer ninguna actividad del CAI en el SUM porque estaba todo inundado. Fue algo muy feo porque los chicos querían jugar a la pelota y tampoco podíamos ir al patio porque le falta un pedazo de techo. Estuvimos todo el día en el comedor, que era el único lugar en el que se podía estar. Llegamos el lunes temprano para desayunar y la escuela estaba cerrada porque todo el jardín estaba inundado. Fue un bajón: a esta escuela vienen chicos de la calle a estar secos, calentitos y sin humedad. En vez de secarnos la ropa tuvimos que agarrar un secador y empezar a ayudar a sacar el agua porque era caótico”, cuenta Luis. 

Durante muchos años la comunidad del Isauro realizó movilizaciones para que la escuela no fuera demolida por el Gobierno de la Ciudad con el objetivo de construir el Metrobus. Finalmente se acordó que la obra se iba a realizar quitándole diez metros de frente al viejo edificio y construyendo uno nuevo a su lado, en donde había una fábrica. Sin embargo, el primer día que los maestros encendieron la calefacción, un caño del jardín explotó y cayeron chorros de agua caliente sobre las cunas. “Por suerte fue a las cuatro de la tarde y los niños no estaban, pero podría haber sido una tragedia absoluta”, manifiesta Susana Reyes, directora de la escuela. A estos problemas se le agregan que no hay acceso para las personas con discapacidad, tampoco teléfonos para la comunicación interna y externa ni canillas para la limpieza. La cocina, además, sólo posee cuatro hornallas y un termotanque demasiado chico. “Los chicos vienen a pedirnos agua caliente y no hay abasto”, denuncia Marcelo, personal de cocina.

La escuela Isauro Arancibia se inició como un centro educativo en 1998 con Susana Reyes y veinte alumnos. Hoy brinda educación primaria y secundaria para jóvenes y adultos con 130 trabajadores y 394 estudiantes. A pesar de esto, en los papeles continúa figurando sólo como un centro educativo, lo que significa un obstáculo a la hora de hacer reclamos. Además de brindar educación primaria y secundaria para jóvenes y adultos, la escuela posee diversos talleres de oficio, como el de periodismo con la revista La Realidad Sin Chamuyo; reparación de bicicletas y una panadería que no funciona, debido a que los hornos no cuentan con gas desde hace tres meses. “Tuvieron que cambiar los caños porque el caudal de gas que necesita la panadería y la calefacción tiene que ser más gruesa que la que ellos pusieron. Ellos tenían un plano y sabían que iba a haber una panadería, ¿Por qué pusieron un caño chiquito si sabían que tenían que poner uno más grande?”, se pregunta Cristina Aguilar, secretaria de la escuela desde hace tres años y estudiante de Trabajo Social en la ex Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Actualmente no está cursando y se está replanteando su carrera debido a la intervención que sufrió la universidad a mediados de 2017, por parte de los ministerios de Justicia y de Educación, que reformularon en el plan de estudios y se despidieron a la mayoría de los profesores. 

Si bien se suele concebir al Isauro como una escuela destinada a personas en situación de calle, el formato es el que la hace inclusiva. Su enfoque educativo pone al sujeto pedagógico, y no a la normativa, como factor central. Sus docentes creen que este sistema debería implementarse en todas las escuelas. “Cualquier persona en cualquier situación tendría que poder ser recibido en cualquier escuela pública. Nosotros trabajamos con los pibes estigmatizados y que todo el mundo tilda de chorros. Son lo que no hay que ver, lo que quieren ocultar y silenciar. Acá tienen voz, se vizibilizan y aparte son seres adorables. Muchos de ellos han terminado el secundario y están pensando en ir a la universidad. Los pibes son un ejemplo de resistencia porque a pesar del desprecio, el maltrato y la violencia institucional siguen viniendo a la escuela”, finaliza Reyes.