Bisnieto restituido

Bisnieto restituido

Gonzalo Tarelli era un niño cuando escuchó hablar por primera vez de Hilda y Toti en la televisión, y ya un joven cuando decidió tatuarse el nombre de sus abuelos en la piel. “Fue un proceso largo y confuso. En el momento no te vas dando cuenta. Es como cuando te metés a un río y de repente mirás para atrás y estás 200 metros adelante”, describió Gonzalo sobre el camino que tuvo que atravesar para recuperar su identidad. Gonzalo tiene 24 años y es el hijo mayor de Victoria Montenegro, nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo.

Victoria Montenegro tenía apenas dos semanas de vida cuando fue secuestrada junto a sus padres, Hilda Ramona Torres Cabrera y Roque Orlando Montenegro, entre el 10 y el 13 de febrero de 1976. “Chicha” y “Toti”, militantes salteños de PRT-ERP, fueron secuestrados en Lanús, zona sur de Gran Buenos Aires, en un operativo comandado por Herman Antonio Tetzlaff, jefe del grupo de tareas del CCD «El Vesubio». El genocida y su esposa, Carmen Eduartes, se apropiaron de Victoria, cambiaron su nombre por el de María Sol, y durante muchos años robaron su identidad. Luego de un largo proceso judicial, en julio de 2000, Victoria Montenegro confirmó que era hija de Hilda y Roque y, en 2001, se reencontró con su familia biológica.

Para Gonzalo, la aparición de los restos de su abuelo Toti en 2012 resultó un punto de quiebre. “Fue bastante duro, pero con mis hermanos, con mi mamá, y con nuestra familia de Salta pudimos salir adelante, juntos. A partir de ese momento empecé a tener las cosas más claras, a involucrarme más en la militancia, reivindicando la de mis abuelos”, expresó el bisnieto restituido. En diálogo con ANCCOM, confesó que además del boxeo y la fotografía, la política se ha convertido en su otra gran pasión. Actualmente forma parte de Kolina, la agrupación liderada por Alicia Kirchner.

Como cada 24 de marzo desde hace ya varios años, Gonzalo estuvo en Plaza de Mayo junto a su familia para exigir Memoria, Verdad y Justicia.

¿Cuándo te enteraste que eras nieto de desaparecidos?

Creo que tenía 8 años. Me acuerdo que estaba jugando con mi hermano a la pelota. Vivíamos en Lugano 1 y 2, en unos departamentos bastante chicos como para andar con la pelota, así que estábamos haciendo un lío tremendo. Mi mamá estaba muy concentrada viendo la tele y no decía nada. Hicimos más ruido, para llamar la atención, pero ella no decía nada. Nos pareció extraño, así que nos acercamos y vimos que estaba muy angustiada. Le preguntamos qué pasaba y señaló la televisión. La verdad es que no me acuerdo exactamente qué nos dijo, pero sí que en la tele apareció la foto de mis abuelos, de Toti y de Hilda. Especialmente me acuerdo de la imagen de Hilda. Ahí mi mamá nos dijo que ellos eran nuestros abuelos, pero la verdad es que en ese entonces no tomamos conciencia. Le preguntamos si ella estaba bien y, como nos dijo que sí, seguimos jugando a la pelota. Después de ese momento, empezó un camino de reconstrucción, que comenzó al conocer a nuestra familia biológica, a la familia de Toti y de Hilda.

«Para Gonzalo, la aparición de los restos de su abuelo Toti en 2012 resultó un punto de quiebre. “Fue bastante duro, pero con mis hermanos, con mi mamá, y con nuestra familia de Salta pudimos salir adelante, juntos».

¿Cómo fue ese primer encuentro?

La verdad es que era chico y al principio tenía mucha resistencia a querer conocerlos. Esas vacaciones viajamos a Salta para verlos, pero  antes vinieron ellos para acá. Nos íbamos a encontrar a la noche, en el Centro, y me acuerdo que antes de salir dije: “Voy a poner mala onda, mala cara, no voy a saludar a nadie. Voy a ser tan incómodo que no me van a querer y se van a ir”. Y la verdad es que al llegar, al conocer a todo ese montón de tíos y primos –los que pudieron llegar, porque eran muchos más, allá, en Salta–, la primera impresión que tuve fue la de estar con alguien que no veía hace mucho tiempo. Creo que la cara de piedra duró cinco minutos, porque cuando empezamos a hablar me di cuenta que eran personas hermosas. Fue una muy buena relación, de entrada. Meses después, en las vacaciones, viajamos a Salta. Fuimos con la idea de quedarnos cuatro o cinco días, pero nos terminamos quedando casi dos meses. Desde ese momento se generó una muy buena relación, que facilitó mucho más todo. Pero bueno, empezar a entender algunas cosas llevó mucho más tiempo. Por ahí fue más de grande, cuando me empecé a hacer ciertas preguntas, que todo esto me empezó a afectar más.

¿Qué fue lo más difícil?

Hace unos años aparecieron los restos de Toti, de mi abuelo, en Uruguay. Fue víctima de los vuelos de la muerte, y hubo un antes y después de ese momento. Si bien hasta ahí yo sabía que Herman era todo lo que era, el apropiador de mi mamá, nunca había puesto en duda lo que él me había dicho, lo que me había contado. Había una resistencia muy grande todavía. Y cuando aparecieron los restos de Toti, se me cayó todo abajo. Porque más allá de que sabía lo que eran Herman y Mari, yo tenía desde chico una carga ideológica muy fuerte que nos transmitió Herman durante toda la infancia. Todo eso empezó a cambiar con el tiempo, pero todavía yo lo tenía como una persona de palabra. Él le había dicho a mi mamá que Hilda y Toti habían fallecido la noche del operativo. Y entre tanto dolor era como una especie de consuelo saber que se terminó ahí. En ese momento me di cuenta que me mintió. Él tenía una frase que decía “nunca hay que traicionar, hay que ir siempre de frente”. Entonces, toda la construcción que uno tenía y venía haciendo desde chico se derrumbó. No sabía dónde hacía pie. Es medio estúpido cuando lo contás, porque él mintió con un montón de cosas. Pero bueno, ese hecho representó un antes y un después. Además, yo era más grande, tenía unos 19 años. Fue bastante duro, pero con mis hermanos, con mi mamá, y con nuestra familia de Salta pudimos salir adelante, juntos. A partir de ese momento empecé a tener las cosas más claras, a involucrarme más en la militancia, reivindicando la militancia de mis abuelos. También me empecé a interesar más sobre Toti e Hilda, sobre lo que fue su vida.

¿Cuándo empezaste a militar y qué fue lo que te llevó a hacerlo?

Empecé a los 17 años, tal vez un poco menos. La verdad es que no sé exactamente qué fue lo que me llevó a militar, pero creo que tal vez fue parte del proceso de recuperación de la identidad, que siempre hice junto a mi mamá y mis hermanos. Llevó bastante tiempo, pero creo que todos juntos fuimos avanzando. Nosotros decíamos cosas terribles, repetíamos cosas que nunca sentimos. Pero cuando mi mamá o alguno de nosotros podía dar un pasito adelante y ver las cosas desde un lugar un poco más amplio, se lo indicaba al resto para que juntos siguiéramos avanzando. Una primera militancia fue Abuelas. Mi mamá se empezó a acercar mucho más a ellas y eso nos llevó a nosotros a ver un poco más, a saber un poco más. Conocimos otro mundo. Después, cuando mi mamá empezó con su militancia política,  nosotros también comenzamos a militar. Con el tiempo, fue una manera de rescatar o aprender un poco más sobre lo que fueron mis abuelos.

¿Cómo era la relación con los apropiadores de tu mamá?

Mi relación con Herman era muy buena, lo tenía como un ídolo. Prácticamente vivíamos juntos, ya que ellos vivían en el departamento A y nosotros en el B, al lado. Estábamos todos los días juntos. Él falleció cuando yo todavía era chico, entonces me había quedado una buena imagen. Con Mari también era muy buena la relación, pero era mejor con Herman. Ella falleció en 2011 o 2012, y si bien la fui a ver hasta el último día, ya no era lo mismo. Cuando me enteré, no cambió la relación con Herman. Fue raro, extraño. Teníamos una familia nueva, más primos, más tíos, Salta era un lugar lindo para irse de vacaciones, pero era como si uno pudiera meter todo eso junto dentro de una mochila. En ese momento la relación con él fue buena porque no llegué a entender las cosas. Creo que hoy sería distinto.

«La verdad es que no sé exactamente qué fue lo que me llevó a militar, pero creo que tal vez fue parte del proceso de recuperación de la identidad».

¿Cómo eran ellos?

Eran como todos los represores de esa época: padres de familia que iban los domingos a misa,  vecinos ejemplares. Pero bueno, cuando uno ve detrás de esas personas se da cuenta que no eran tan ejemplares. Herman tenía una carga ideológica muy fuerte. Todos los 29 de mayo, día del Ejército Argentino, nos hacía desfilar por el pasillo del departamento con su boina de militar y otro montón de cosas. Todo el tiempo daba largas charlas, de horas y horas, en las que relataba los operativos que tenía. No me acuerdo bien si en ese momento hablaba de la dictadura. Sí me acuerdo que, antes de que pasara todo esto, una vez le pregunté si había matado a alguien. Se quedó helado, pálido, y no me contestó. Se lo volví a preguntar y me dijo que no sabía, que había disparado en tiroteos y esas cosas pero que no sabía, que él creía que no. Es difícil de entender, pero uno va armando un relato con todo eso, y después en un momento se termina cayendo.

¿Sentís que se recuperó algo de tu identidad?

Sí, hubo un cambio muy grande. No sé en qué momento, pero cambias mucho tu personalidad. Yo me acuerdo que cuando era más chico quería ser militar, y mi hermano también pero en la parte de aviación. Y hoy estoy en un lugar totalmente diferente. Con mi mamá, Herman y mis hermanos decíamos cosas terribles, que repetíamos y que creo que nunca sentimos. Y la verdad es que hoy no me puedo ver de otra manera que no sea esta. Por ejemplo, hoy yo tengo muchos tíos y primos en Salta, de la familia de Toti, y vamos a verlos todas las vacaciones. Y llega esta altura del año y los extrañas, tenemos ganas de estar allá. No me imagino sin eso, y tampoco sin la militancia. Fue como si te hubiesen separado de esto que sos por un tiempo largo, y ahora volvés a ser quien sos.

¿Cómo viviste ese cambio de identidad?

Había algunas contradicciones, porque decíamos una cosa pero hacíamos otra. Al principio sentí culpa, porque Herman estaba internado en el Hospital Militar, había estado preso, y nosotros íbamos al 24 de marzo y sentíamos que no le podíamos estar haciendo esto a él. Pero bueno, eso con el tiempo va cambiando y uno va viendo las cosas de otra manera, se va enterando de cosas y puede ir armándose. Creo que hubo dos factores fundamentales: la militancia y encontrar el cuerpo de Toti, que ayudó a reordenar todo y ver las cosas de manera diferente. Porque siempre uno lograba avanzar un poco, pero decías o hacías algo que echaba atrás todo lo que venías construyendo. Me parece que esos dos momentos fueron de un avance irreversible. Yo tengo dos hermanos, Sebastián de 22 y Santiago de 18. Santi tenía 2 o 3 años cuando se supo la verdad, él se crió conociendo a la familia. Fue mucho más rápido para él, lo vivió de otra manera. Por ahí con mi hermano Sebastián, que me sigue a mí, sí compartimos más cosas de este tipo.

Cuando tu mamá recuperó su identidad, ¿qué sabía la sociedad sobre los nietos y cómo acompañaba esta lucha? ¿Cómo podrías comparar esto con la sociedad actual?

Me gustaría explicarlo con un ejemplo. Cuando una de las últimas nietas que apareció le estaba contando a su hija lo ocurrido, ella la paró y le dijo que no lo siga contando, que entendía todo porque lo había visto en Paka Paka. Más allá de la diferencia de la edad, hay un gran cambio. A mí me tomó muchos años y fue muy complicado porque era un país diferente. Cuando apareció mi mamá, al tiempo apareció también Horacio Pietragalla, otro nieto restituido que vivía dos o tres pisos arriba de nosotros. Nos criamos con él, prácticamente, y todo el edificio sabía. Todo el mundo sabía, y todo el mundo calló. Eso era también por el contexto de país en el que se vivía. Creo que con el gobierno de Néstor y Cristina hubo un quiebre fundamental en esto: se avanza y no se retrocede más. Hay un respeto fundamental, un piso básico de derechos humanos, y de eso no se vuelve. Creo que haber puesto como política de Estado a los derechos humanos es muchísimo. Si bien hoy en día hay bastantes retrocesos en todo esto, creo que la sociedad es la que no retrocede, que es lo importante.

¿Cómo describirías la tarea de Abuelas de Plaza de Mayo?

Es una tarea mágica. Hay veces que acompañando a Vicky compartí muchas actividades con las abuelas, charlas con Estela. Escucharlas es algo increíble, porque uno trata de tomar conciencia y se da cuenta que, sacando a unas pocas que tenían militancia política, eran amas de casa:  les desaparecieron a sus hijos y a sus nietos, que creo que para cualquier madre y padre es lo más valioso, y pudieron construir todo esto. Hacerle frente en su momento a una terrible dictadura, aguantarla durante los años que siguieron, porque si bien la dictadura se fue, después vinieron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Después vinieron los ‘90, la indiferencia total. Y ver cómo, el pasado 24 de marzo, 500.000 personas las acompañaron, con tanto amor, es increíble. Ver cómo construyeron esto, cómo encontraron todos los nietos que encontraron y cómo los siguen encontrando, es mágico. Sinceramente a mí no se me ocurre cómo hicieron. Es admirable la fuerza con la que siguen, y con la que van a seguir. El que tenga dudas sobre su identidad, que se acerque a Abuelas. Que llame, porque hay muchas familias buscando, que esperan todos los días, desde que se levantan hasta que se acuestan. Y la verdad es que a veces es medio triste cuando uno llega, pero llega tarde, cuando había muchas personas buscándote pero no llegan a conocerte. Los padres de Toti habían fallecido, pero tenemos muchas historias de cómo buscaron a mi mamá, cómo se venían para acá y se metían en las plazas, esperando encontrarla.

¿Qué representa para vos la marcha del 24 de marzo que se lleva a cabo todos los años?

Es muy importante en lo personal, es muy emotivo ver esa cantidad de gente acompañando a las Madres, a las Abuelas, diciendo “Nunca Más” y recordando a todos esos compañeros y compañeras que hoy no están. Creo que es muy importante que la sociedad siga acompañando esas marchas, para homenajear pero también para tener presente que eso no va a volver a pasar. Que a pesar de lo que diga el Presidente, y de las cosas que desde el Estado se puedan hacer, el pueblo dice “Nunca Más”: esto no lo queremos. Por más que digan las bestialidades que están diciendo, quedó demostrado que la gente no está de acuerdo. Creo que es una manera de buscar una verdad y una justicia permanente. A mí me molestó mucho que este 24 de marzo muchos funcionarios de gobierno y el mismo Secretario de Derechos Humanos salieran a decir que no eran 30.000, que eran 8.500, que los derechos humanos eran un curro. Fue una gran falta de respeto, a uno le duele mucho. Más allá que sepa que ellos buscan provocar para que nosotros reaccionemos de la manera que no se debe, para poder deslegitimar la búsqueda los nietos.  Más allá de que el gobierno pretenda dar atrás con muchas de estas cosas, creo que la sociedad tomó tal conciencia que hubo 500.000 este viernes en la marcha y hay muy poquita gente que hoy en día no se ponga contenta cuando aparece un nieto nuevo. Entonces, creo que hay un cambio muy grande en la sociedad y esto ayuda de una manera enorme a que sigan apareciendo nietos, y a que a los nietos que aparecen se les haga mucho más fácil o menos pesada la mochila que tienen encima.

 

Actualizado 28/03/2017

Los últimos días de Walsh

Los últimos días de Walsh

25 de marzo de 1977. Rodolfo Walsh camina por la avenida San Juan. Viste una camisa beige de mangas cortas, pantalones marrones, un sombrero de paja y anteojos de marco grueso. En la mano lleva un portafolios y en la bragueta una Walther PPK calibre 22. La pistola es inútil para un enfrentamiento, pero sí sirve para que le respondan al fuego. La verdadera arma de Rodolfo está adentro del portafolios: la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar que, aunque no va a ser leída inmediatamente en Argentina, ya viaja por el mundo. La carta tiene, además, la ventaja de ser eterna. El Grupo de Tareas 3.3.2 despliega un operativo con más de 25 personas. Cuando Walsh se da cuenta de que lo identifican, inmediatamente abre fuego. La respuesta del GT es fulminante. Rodolfo es trasladado a la ESMA ametrallado, sin vida. En el portafolios no sólo encuentran copias de la carta, sino también el título de propiedad de la casa de San Vicente. Acto seguido, esa información es utilizada para allanar la casa. Llevan a la ESMA todos los papeles que encuentran: cartas, diarios, cuentos. Todo. Hasta hoy, al igual que el cuerpo de Rodolfo, esos escritos permanecen desaparecidos. La casa, en la actualidad, está habitada por familiares de quien en 1977 era oficial ayudante en la Comisaría Segunda de Almirante Brown.

Recorrida por el ex Casino de Oficiales a cargo de Horacio Verbitsky y Martin Grass, donde se inaguró la muestra en memoria de Rodolfo Walsh sobre su escrito a la Junta Militar y su último cuento.

Sumergirse en el otro

Cuarenta años después, la sombra de los árboles frente al Casino de Oficiales de la ex ESMA no alcanzaba para amparar a las más de cien personas que se acercaron a homenajearlo. «Para mi hoy es un día muy triste: los cuarenta años del asesinato de un compañero, un amigo, un maestro, me pegan más fuerte que los años anteriores», comienza Horacio Verbitsky. Su voz, al micrófono, es densa como un trazo de tinta indeleble. «Durante todos los años anteriores, cada vez que se aproximaba la fecha, Lilia Ferreyra, la compañera de Rodolfo durante los últimos diez años de su vida, se ponía muy mal. Se deprimía, se angustiaba. Yo, de alguna manera, la confortaba. Ahora hace dos años Lilia murió. Entonces me toca deprimirme a mí”.

La mejor forma de homenajear a Rodolfo es usar sus propias palabras. Verbitsky lo sabe mejor que nadie. Así que frente a la multitud que se amontonaba en el ex Casino de Oficiales, eligió dos citas: «El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo, no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, pero no en la historia viva de su tierra”. Luego, citó un párrafo de su diario que enumera su más pública intimidad: “Las cosas que quiero, Lilia, mis hijas, el trabajo oscuro que hago, los compañeros, el futuro, los que no obedecen, los que no se rinden, los que piensan y forjan y planean, los que actúan, el análisis claro, la revelación de lo escondido, el método cotidiano, la furia fría, los títulos brillantes de mañana, la alegría de todos, la alegría general que ha de venir un día, la gente abrazándose, la pareja en su amor, la esperanza insobornable, la sumersión en los otros…”. “Esto es lo que logró Rodolfo” -reafirmó Verbitsky- “la sumersión en los otros». 

«La mejor forma de homenajear a Rodolfo es usar sus propias palabras». Una multitud se acercó a la Ex ESMA para homenajear a Walsh.

Volver a escribir

Nueve de enero de 1977. Cumpleaños número 50 de Rodolfo. En diciembre él y Lilia dejaron el monoambiente que alquilaban en la calle Juan María Gutiérrez, cerca del Jardín Botánico. Antes, habían tenido que dejar la vivienda del Delta, porque fue allanada. Ahora viven en una modesta casa en un terreno lindero a la laguna de San Vicente. A Rodolfo le gusta estar cerca del agua. En Palermo, hasta redactar podía ser peligroso. Eso pasaba desde la aparición de la Triple A. Más de una vez Rodolfo le pidió a Lilia que saliera al pasillo que daba al departamento para corroborar si se escuchaba el traqueteo de la máquina de escribir. «Mi padre escribía, a veces, de modo manuscrito -recuerda Patricia Walsh en diálogo con ANCCOM– pero no era lo habitual. Yo creo entonces que las condiciones para escribir literatura en la ciudad, sencillamente no existían».

En San Vicente, sobre una mesa de madera angosta, a la luz de una lámpara de querosene y con una Olympia portátil, Rodolfo se podía dar el violento (y lujoso) oficio de escribir. El día de su cumpleaños, Lilia era la única cómplice de la apuesta que Rodolfo se hacía a sí mismo: terminar, para cuando se cumpliera el primer aniversario del golpe, la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar y el cuento Juan se iba por el río. La Carta va a ser una síntesis de la información recabada en la Agencia de Noticias Clandestinas (ANCLA) y en Cadena Informativa (CI). Además de denunciar las primeras desapariciones y asesinatos de la dictadura y las «cifras desnudas del terror», Walsh apuntaba a la política económica neoliberal de José Alfredo Martínez de Hoz como la peor violación a los Derechos Humanos, atrocidad que «castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada». Verbitsky destaca la lucidez con la que Rodolfo anticipa las atrocidades que va a provocar el modelo económico de la dictadura: «Él ya tiene una visión profunda de lo que significa el golpe y de sus consecuencias, que no eran evidentes para todo el mundo. Rodolfo no llegó a ver lo peor de las medidas económicas de la Junta Militar. A él lo desaparecieron antes de la aparición de la Ley de Entidades Financieras, de la desregulación total, de la apertura… Pero él ya había entendido todo eso». 

Para entonces, hacía casi diez años que no publicaba ficción. Durante los últimos tiempos su relación con la literatura fue sinuosa y hasta el día de hoy encierra algo de misterio. «Rodolfo tenía la intención de escribir una novela -rememora Verbitsky-. Comenzó varias veces. Había escrito cuentos extraordinarios, pero él quería escribir una novela. Empezaba y se atrancaba. Entonces tuvo la idea de ir escribiendo cuentos sucesivos, que luego se enhebraban en una novela, con el personaje de Juan, como hilo conductor». 

Escribe Eduardo Jozami en la biografía Rodolfo Walsh: la palabra y la acción: «La literatura trabaja en tiempos más largos, pero tiene vocación de perdurar». La potencia de cuentos como Esa Mujer, Cartas o Un oscuro día de justicia, lo respaldan. En el mismo libro, Jozami recuerda que Lila Pastoriza – amiga de Rodolfo e integrante de ANCLA -, le reveló que Walsh, ocho días antes de ser asesinado, le dijo, con una sonrisa plena y mientras apoyaba en la mesa de un bar de Chacarita los últimos borradores de la Carta, «he vuelto a escribir».

El 25 de marzo Rodolfo y Lilia celebraron la victoria sobre la apuesta. La Carta y el cuento estaban pasados en limpio. Planeaban, para el día siguiente, un asado en la casa de San Vicente, que finalmente nunca sucedería.

«Del otro lado del espejo»

«Horacio nos ha descripto a Rodolfo vivo», dice Martín Gras. La mano que sostiene el micrófono tiembla. «Yo soy el que estoy del otro lado del espejo. Desde el 14 de enero de 1977 estuve secuestrado acá», relata Martín, mientras señala la ex ESMA, el edificio que tiene a sus espaldas. «Mi lugar de residencia era el último piso: ‘Capuchita’».

Los detenidos de la ESMA no eran presos de la Marina argentina, ni tampoco de un Grupo de Tareas, ni de los cuerpos de Inteligencia. Eran propiedad, individualmente, de ‘un’ oficial de Inteligencia. «La famosa frase: ‘Vive para mí, yo soy Dios’. Bueno, mi dios era Antonio Pernía. Una situación curiosa que el dios de uno esté hoy condenado con un par de perpetuas…», recuerda Martín, mientras los aplausos surgen y se amontonan.

Pernía estaba fascinado por el mundo de Montoneros. Lo llamaba a Martín al sótano para interrogarlo, para conversar. En el sótano había tres salas de tortura -denominadas por los militares como «salas de máquina»-, una enfermería, un baño y pequeños espacios que se usaban como oficinas. Uno de ellos era de Pernía.

El 25 de marzo de 1977, Martín esperaba sentado, en un banco del sótano, la llegada de Pernía. «Cuando uno está sujeto a un sistema de privación de estímulos exteriores, es decir, tiene los ojos tapados y grilletes en los pies que le limitan los movimientos, entre otros elementos de tortura, empieza a desarrollar otras percepciones; empieza como a poder medir o mensurar el clima», recuerda Martín. «Ese día, cuando esperaba en el banco, noté que había un clima raro. Había excitación, tensión, no era la rutina más o menos normal del sótano de la ESMA. No supe hasta mucho después, que ese día era 25 de marzo».

De repente llegó la orden de llevar a todos arriba. Martín aprovechó la confusión que enardecía el ambiente y se metió en el baño. Cerró la puerta. Tenía puestos los «anteojitos», algo similar a los antifaces que se usan para dormir, pero con lana de vidrio en el interior, para lastimar los ojos. «Yo me las había arreglado para, con paciencia de secuestrado, sacarle la lana de vidrio y aflojar el elástico», detalla para explicar la forma en la que podía, mínimamente, ver a su alrededor.

Encerrado en el baño, en algún momento no se escuchó nada más. La curiosidad le ganó al miedo y salió del baño levantándose los pantalones, siempre respetando el papel que interpretaba. “¡Cómo lo dejaron a este tipo acá!”, gritó un militar y lo sacó a empujones hacia una de las escaleras del sótano. En el espacio reducido sintió que se topaba con algo: «Miré por arriba de los anteojitos y me vi, casi cara a cara, con Rodolfo. Era el cuerpo de Rodolfo, desnudo de la cintura para arriba. El pecho estaba partido por una ráfaga de balas».

Pasaron algunos días. Martín esperaba otra vez a Pernía para conversar; en esa oportunidad, adentro de su oficina. La oficina estaba conformada por un escritorio, dos sillas enfrentadas y detrás de la silla de Pernía algo parecido a un armario de telgopor. Martín sabía que la espera podía llegar a durar horas. «Cuando la oficina de Pernía estaba vacía, yo me metía adentro del armario», cuenta. «Era el único momento en el que yo estaba conmigo. En todos los otros momentos había un guardia, había alguien encima mío; se escuchaba un sonido, o había algún ojo que me estaba vigilando. Yo me encerraba en ese armario, medio acuclillado y agachado, y estaba solo. Estaba en una suerte de burbuja de libertado: yo estaba conmigo».

Ese día, cuando intentó meterse en el armario se encontró con una pila de papeles y carpetas. En un primer momento se ofuscó, pero una vez que se pudo hacer lugar entre los papeles y empezó a revisarlos, la sorpresa fue absoluta: «Lo primero que encontré fueron carpetas con recortes de noticias policiales. Debajo de esas carpetas estaba la colección completa del diario de la CGT de los Argentinos. A esa altura yo no tenía ninguna duda de qué era lo que había encontrado. Sentado en la pila, sacando carpetas, encontré otra que tenía papeles escritos a máquina. Había tres documentos dirigidos a la conducción de Montoneros, desde el área de Inteligencia. Devoré todo. Lo que encontré después fue un ejemplar de la Carta abierta, lo cual me convirtió en una de las primeras personas en leerla. Lo tercero fue un cuento. Un cuento titulado Juan se iba por el río».

«Para mi hoy es un día muy triste: los cuarenta años del asesinato de un compañero, un amigo, un maestro, me pegan más fuerte que los años anteriores», decía Horacio Verbitsky.

Juan se iba por el río

Madrid, 1982. Llueve sobre la Gran Vía. Lilia Ferreyra y Martín Gras se encuentran en un café sobre la avenida, un café de los años cincuenta, con mesas redondas, casi calcado a los de Avenida de Mayo. Martín le cuenta a Lilia sobre el trágico encuentro con Rodolfo. A Lilia cada palabra le duele en lo más profundo de su ser. Las remotas esperanzas que tenía de que Rodolfo pudiera estar vivo se disuelven.

En algún momento de la charla, Lilia le cuenta a Martín sobre la apuesta de Rodolfo sobre el cuento. Ensimismada, sin darse cuenta, repasa en voz alta las primeras oraciones:

– Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido…

– Su mejor amigo Ansina y su mujer, Teresa – la interrumpe Martín.

Lilia abre sus ojos verdes, enormes. Pregunta:

– ¿Cómo sabes?

– Porque lo leí.

Durante el resto de la tarde los dos van lanzando citas que, como un rompecabezas, intentan reconstruir el cuento. La memoria de Martín quedó clavada en la única lectura clandestina. Lilia recuerda varios pasajes textuales, porque fue ella quien lo mecanografió. Se quedan en el café hasta que cierra y los obligan a retirarse. Afuera, ya paró de llover.

Luego del encuentro, la reescritura del cuento será una actividad constante para Lilia. Pero los recuerdos son un amasijo turbulento. Lo textos de Lilia que aún perduran – y están exhibidos en la muestra «Walsh en la ESMA» hasta el 23 de abril – dan cuenta de esta dificultad: el texto a máquina está intervenido por palabras escritas en lapicera, tachaduras y aclaraciones. Es como un pensamiento crudo en papel, con pedazos de conversación con Rodolfo, reflexiones, preguntas, que intentan llenar vacíos.

«Sentado en un banquito frente al río, Juan recuerda su historia y la historia de su país», se lee en las hojas color ocre de Lilia. «Pero una tarde, el olor más fuerte que venía del río lo sacó de su ensimismamiento, las aguas se empezaban a retirar. Al día siguiente, se levantó de madrugada y vio cómo un pez boqueaba en la orilla, y al rato otro y muchos más. Luego, a la mañana, el lecho seco, que muestra restos de naufragios, cosas perdidas… Juan mira hacia la Colonia, del otro lado del río, a donde quiere llegar. Monta su caballo y empieza a cruzarlo. Arriba, los pájaros vuelan en redondo sobre los peces muertos. En el horizonte se hacen cada vez más nítidas las casitas blancas de la Colonia. Juan apura a su caballo; las patas empiezan a enterrarse en el fango. Las aguas retornan, el tranco es chapoteo. Cuando Juan es un punto en el horizonte el río empieza a crecer». Cuando Rodolfo terminó de leerle por primera vez el cuento a Lilia, ella le preguntó: «¿Pudo haber llegado?». En sus papeles, las letras a máquina de Lilia inmortalizaron la respuesta: «Rodolfo sonrió levantando las cejas como diciendo: ‘Quién sabe'».

«Lo fantástico de la Carta abierta es la temporalidad, y la atemporalidad que tiene», opina Martín. «Es una descripción microscópica de lo que estaba pasando y de lo que iba a pasar inmediatamente. Pero al mismo tiempo se puede leer 20 años, 30, o quizás 41 años después sin que cambie demasiado la idea central de esa frase maravillosa: la miseria planificada, ¿quiénes son los que planifican esa miseria, que tienen por lo menos 200 años de historia? Lamentablemente pareciera que van a tener un poco más». Con otro lenguaje, el cuento completa el cuadro: «Creo que Walsh estaba hablando de él mismo y de mucha gente más. Creo que estaba hablando de todos nosotros. En el cuento está el mandato ético; porque al igual que Juan en el cuento, ante cualquier circunstancia se trata de intentarlo. Y eso es lo que vale».

En el testimonio dado en 2010 para la Causa ESMA, Lilia Ferreyra coincidió con Martín Gras: «Juan fue un hombre que se animó más allá de la circunstancia -dijo entonces-, de su dolor por los recuerdos de su vida. Se animó a cumplir el deseo de cruzar. Rodolfo Walsh también fue un hombre que se animó en las circunstancias más adversas a escribir la Carta a la Junta. Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido», finalizó parafraseando la misma Carta de Walsh.

«Yo no pienso que haya un quiebre entre escribir la Carta Abierta y avanzar con Juan se iba por el río«, reflexionó Patricia Walsh en diálogo con ANCCOM. «Hizo las dos cosas porque dominaba los dos terrenos. Creo que hasta tuvo alguna suerte dentro de las mayores desgracias, porque estoy segura de que hubiera preferido que si Juan se iba – y se fue, pero robado- nos quedaría la Carta Abierta que era su testamento. Juan se iba por el río es el relato de un desenlace que se congela antes de saber que Rodolfo desaparecería en aquella esquina (San Juan y Entre Ríos). También se suspendió saber lo que le había sucedido».

La copia de "Juan se iba por el río", el último cuento de Rodolfo Walsh.

La copia de «Juan se iba por el río», el último cuento de Rodolfo Walsh.

El cuento desaparecido

«En 1998, Lilia pidió a la Justicia por el esclarecimiento detallado de lo que ocurrió con Rodolfo, el hallazgo de sus restos y la recuperación de sus papeles detenidos-desaparecidos», dice Verbitsky en el cierre del homenaje en la ex ESMA. Para ese pedido, Lilia preparó una lista con todos los papeles que habían saqueado de la casa de San Vicente, entre los que se encontraban los cuentos Juan se iba por el río, El veintisiete, Ñancahuazu, El aviador y la bomba (último borrador), junto con borradores de proyectos de otros textos literarios; material de sus memorias organizadas en tres temas: su relación con la política, con la literatura y con la dimensión afectiva de su existencia. También se consignó una carpeta con páginas de su diario personal, con una selección de sus notas periodísticas, preparada para una próxima edición y con una novela que había empezado a desagregar en cuentos, Juan se iba por el río era el primero. Además, había información para trabajos de investigación, carpetas con material de archivo periodístico y documentos internos de la organización Montoneros». Verbitsky agregó: «Como ustedes ven, esta enumeración reproduce aquello que Martín Gras encontró en el armario de su libertad. Estos papeles detenidos-desaparecidos son una asignatura pendiente. Yo me resisto a creer que quienes tuvieron ese material en sus manos lo hayan destruido».

Patricia Walsh también se niega a dar por perdidos los papeles. Al igual que con el cuerpo de su padre, ella buscó los materiales con obstinación durante toda su vida y no está dispuesta a abandonar la búsqueda. «El cuento no está irremediablemente perdido. Si lo diéramos por perdido, no hemos leído a Rodolfo Walsh», advierte. «El cuento salió de la ESMA y no tiene sólo dos lectores. Fue llevado a Zapiola y Jaramillo, en donde funcionó una casa operativa del Grupo de Tareas 3.3.2», reveló Patricia. Según la investigación, en esa casa había detenidos-desaparecidos obligados bajo amenaza a realizar distintas tareas. «De allí el cuento volvió a salir – continuó–. Pero no se sabe a dónde se lo llevó la persona que lo sacó. Me dicen que fue un detenido-desaparecido que intentaba salvarlo».

El rastro llega hasta ahí; como un punto en el horizonte. El cuento se convirtió en una metáfora de sí mismo. Patricia concluye: «Es como la pregunta del río, ¿llegó a salvarlo? No sé, a lo mejor lo importante es buscarlo».

Martin Gras, ex detenido en la Esma, fue la última persona que vió el cuerpo de Rodolfo Walsh.

 

Actualizado 28/03/2017

“El impacto de la dictadura sobre la infancia hace que desaparezca la Teoría de los Dos Demonios”

“El impacto de la dictadura sobre la infancia hace que desaparezca la Teoría de los Dos Demonios”

“Mi memoria es una memoria del terror”, cuenta Ángela Urondo Raboy en alusión a sus días en cautiverio en el D2, el centro clandestino más grande de Mendoza. Ella, junto a sus padres, el escritor Francisco Paco Urondo, periodista y responsable de la Regional Cuyo de Montoneros y la periodista Alicia Raboy, fueron interceptados en un operativo cuando viajaban en un auto con otra militante, René Ahualli. Era  el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, Mendoza. Paco fue asesinado y las mujeres lograron escapar, hasta que Alicia y Ángela fueron luego secuestradas.

Ángela, que en ese entonces era una beba de once meses, estuvo secuestrada en el D2. Se desconoce cuánto tiempo permaneció allí. Luego la llevaron a la Casa Cuna de Mendoza, hasta que fue devuelta a su propia familia: una prima de su madre junto a su esposo la adoptaron legalmente y le ocultaron su verdadera historia hasta su adolescencia. Desde muy pequeña supo que sus padres biológicos habían muerto en un accidente de auto. Ese era el discurso. De su madre, había visto un par de fotos y le habían contado que era estudiante de Ingeniería. De su padre, jamás le hablaron. Al momento de descubrir la verdad, cuando su familia adoptiva decidió, a sus dieciocho años, empezar a contarle los hechos para que pueda cobrar la indemnización por ser hija de desaparecidos, supo la importancia pública que tenía la figura de su padre y descubrió también que además de su madre, tiene una hermana y un cuñado desaparecidos: Claudia Urondo y Mario Koncurat, ambos pasaron por  la ESMA. Años más tarde, inició el juicio de desadopción y recuperó su identidad.

Para ella, es una vivencia especial  tener como padre a Paco, es “el desaparecido reivindicado socialmente”, dice, pero considera que su mamá, su hermana y su cuñado son víctimas del Terrorismo de Estado anónimas como la gran mayoría: “Cuando pienso en la desaparición no pienso en la cuestión concreta de la desaparición de los cuerpos sino en la desaparición social, cuando uno deja de nombrar al desaparecido”, relata y concientiza en esto de que “desaparecer no es desexistir”.

Dibujante y performista, Ángela creó además los blogs Pedacitos -un espacio autorreferencial que escribió entre 2008 y 2011-  e   Infancia y dictadura -creado en 2010-, una colección de relatos simbólicos y visiones infantiles sobre el Terrorismo de Estado. Luego escribió el libro ¿Quién te creés que sos?, publicado por Capital Intelectual en 2012. En todos esos escritos, rememora y remarca la etapa de la niñez. “Elegí contar la infancia porque es el periodo en el que no pude hablar”, cuenta y reafirma que su impulso a la escritura fue su  momento de maternidad.

Angela Urondo

«Cuando aparece la figura de mi viejo aparece con mucha fuerza y con la posibilidad de leerlo a él directamente. Tener claro cuál era su punto de vista, su tono, empecé a saberlo y a corroborarlo en sus relatos».

¿Cómo fueron tu infancia y tu adolescencia?

Quizás es la parte que más me cuesta procesar. Era de clase media, llevaba una vida cómoda, no puedo decir que la haya pasado mal en términos de violencia pero me cuesta pensar retrospectivamente esa etapa de mi vida. Muchas veces me doy cuenta que me resulta mucho más fácil hablar de cuestiones hipertrágicas como la desaparición forzada o el secuestro o la muerte que esos episodios grises donde estaba mezclada la vida cotidiana, con la mentira, con esconder la verdad. En la adolescencia tuve una explosión de rebeldía que no sabía de dónde venía y hacia dónde iba, fue como un momento de muchos cambios, quería salir al mundo y ahí me empecé a sentir distinta a las personas que tenía alrededor y empecé a significarme de manera distinta, circulaba por espacios alternativos muy mal vistos por mi familia de crianza. En esos lugares pude plantar una bandera soberana sobre mí misma, sobre mi vida y empezar a delinear. Y cuando supe la historia, todo eso empezó a tener un montón de sentido y una dirección.

¿Cómo  fue que te enteraste de la verdad?  ¿Por qué creés que tu familia adoptiva decidió contarlo en ese momento?

La que era mi madre adoptiva empezó a decirme muy a cuentagotas algunas cosas. Yo recuerdo varios episodios a los que me cuesta ubicarlos en el tiempo. En un momento, mis papás  adoptivos se separaron  y yo me quedé con ella, quien empezó a sentir un poco más de libertad de acción. Un episodio del montón fue uno muy gráfico: una vez, pasando por la ESMA, la que era mi madre adoptiva, largó una puteada a los milicos. “¡Milicos de mierda, la puta que los parió!” Nunca antes la había escuchado tener una expresión emocional política. Entonces le pregunté por qué decía eso (no porque no supiera eso de los milicos).  La respuesta fue: “¿Cómo por qué? Si  mataron a tus padres”. Ella manejaba, no me miraba y me decía que en otros momentos me lo había dicho.  Es probable que me lo haya dicho, no te voy a decir que no me lo dijo antes, porque a veces la memoria tiene juegos complejos, pero esa vez sí recuerdo su actitud. Entonces, luego pensé todos estos años en las justificaciones. Una vez me dijeron  que fueron a ver a un pediatra, le preguntaron  cómo tenían que hablar de este tema conmigo y el médico les aconsejó no hablar de lo que yo no preguntara. Yo nunca pregunté nada y ellos no hablaron de nada pero con los años empecé a pensar que era mi responsabilidad preguntar pero era responsabilidad de ellos enseñarme a hacerme esas preguntas porque ellos me enseñaron a hablar. Otro punto de inflexión fue durante los años 90, cuando aparecen las leyes reparatorias. En ese momento, mi familia tomó la decisión de ir a consultar por esa posibilidad de ir a cobrar ese dinero y esa fue la primera vez que me llamaron a la mesa de diálogo: “Existe una ley reparatoria, ¿a vos te interesa?”. Cuando me dijeron eso dije que sí, no porque me interesase el dinero, incluso dije sí con mucho pudor, pero de algún modo, era la primera vez que ellos me permitían ser la hija de mis padres.

¿ Y el momento en que supiste quiénes eran tus padres y todo lo que vino  después?

Cuando tenía 18 años, fuimos a la Secretaría de Derechos Humanos y la chica me preguntó si sabía quién era, súperacongojada. Yo pensaba: “¿Por qué lloras?” Ella me dijo que conocía a mi papá, claro, estaba emocionada. Yo de mi papá no sabía ni la edad, no entendía por qué esa chica había reaccionado así. Me miro a mí y a mi madre adoptiva y entendió que yo no sabía nada. Me dijo que lo había leído y que lo admiraba como escritor. El asunto es que yo sabía que él escribía sobre Economía y entonces me parecía ridículo que alguien se emocionara sobre eso. Ahí sentí que me faltaban un montón de elementos. Después, la chica me explicó  que no era beneficiaria de esa ley porque “la adopción disolvía  los vínculos con mi familia de origen”. De esa frase todavía no me repongo… La empleada de la Secretaría de Derechos Humanos, entonces, me aconsejó que me  fijara en quiénes eran los herederos de mis padres. Ahí me di cuenta que, además de un padre desaparecido, tenía una familia detrás de ese padre, eso nunca antes los había pensado. Mi madre adoptiva, en el viaje de vuelta,  empezó a decirme todo eso que toda la vida había dicho que no sabía.  “Bueno, si vas a buscarlo, concentrate en buscar a tu hermano, porque tu hermana no sé si está viva, no te hagas ilusiones”. Yo ahí supe que tenía un hermano probablemente vivo y una hermana probablemente muerta. Me estaba habilitando la verdad después de tantos años. Pasó un tiempo largo y empezaron a abrirse puertas para que yo pudiera encontrarme con mi hermano (Javier Urondo, hijo del primer matrimonio de Paco con Chela Murúa, con quien también tuvo a Claudia, desaparecida en 1976).

¿Cómo fue el reconstruir las figuras de Paco y de Alicia, tus padres?

No lo puedo decir en pasado, eso ocurre todo el tiempo. Durante todos los años de la infancia y la adolescencia, de mi mamá yo sabía quién era, sabía su nombre, sabía su cara, yo había visto algunas pocas fotos. Yo sabía un montón sobre ella, entre comillas. Siempre supe lo del accidente, que había estado en la panza de mi mamá, pero de mi papá nadie hablaba. ¿Cómo se me iba a ocurrir que los hijos nacen de una madre y de un padre? La figura paterna estaba totalmente anulada. Pero cuando encontré a mi hermano y empecé a visitar al resto de mi familia paterna pude ver  los libros, el archivo  familiar, recortes de diarios, fotos y fue fundamental la transmisión oral: sentarme horas y horas con mi hermano, con amigos. Entonces, cuando aparece mi viejo aparece con mucha fuerza y con mucha presencia y… la posibilidad de leerlo a él directamente. Tener claro cuál era su punto de vista, su tono, empecé a saberlo y a corroborarlo en sus relatos. Me di cuenta, entonces, lo poco que sabía de mamá; empezó a ser muy notorio el silencio, incluso de su familia, de la que siempre había estado cerca. Sus hermanos no hablaban de ella, había una cuestión tácita de no hablar del pasado. Y hoy me pasa que mis hijos saben mucho más de su abuela de lo que yo sabía a la edad de ellos. Saben en qué se parecen, saben que pertenecen y yo pienso nuevamente en eso de que la desaparición no desexiste a las personas; eso fue lo que me dieron mis hijos como pensamiento.

¿Qué sabés de la historia de amor entre ellos? Se sabe que Montoneros los había condenado por su unión extramatrimonial…

Sé que se conocieron en la revista Noticias, se flecharon, no pudieron contenerlo. “El Perro” (Horacio) Verbitsky los vio una vez saliendo de un albergue transitorio, entonces papá le dijo que de ahí en más, como sabía de la relación amorosa, iban a poder encontrarse en su casa. Horacio siempre me cuenta algunas cosas, que me habían puesto un nombre de guerra, me llamaban Felipita. También están todas las teorías sobre la degradación dentro del Movimiento, el juicio político, el Código de Moral Revolucionario de los Montoneros y su artículo 16 que castigaba la “deslealtad amorosa”. Mi papá era un tipo muy abierto, de vanguardia en sus relaciones afectivas, hoy es mucho más fácil pensar en ese tipo de vínculos. Entonces pienso que para él, adaptarse a la rigidez de ciertas normativas conservadoras y no achicarse para caber en un molde, habla de un contraste, el de un tipo en busca de sus libertades y el tipo que es juzgado por sus propios compañeros por dejar una compañera y enamorarse de otra.

«Hay memorias traumáticas que no empiezan con la palabra. Yo no recuerdo a mis viejos, no recuerdo personas, sólo recuerdo recorridos arquitectónicos»

Fuiste una niña secuestrada, ¿tenés recuerdos de esos momentos?

Sí,  pero no me acuerdo tanto, hay una laguna a propósito ahí. Tengo certeza de que estuve en Casa Cuna porque de ahí me retiran y tengo certeza que estuve en el D2 porque lo recuerdo y lo pude recorrer. Los papeles dicen que estuve un día en el D2 pero los papeles escritos por ellos dicen cualquier cosa. Hay muchas versiones de lo que pasó y mi memoria es una memoria del terror donde registré los espacios, los lugares donde estuve. En mis sueños, los dos sitios eran el mismo lugar: un pasillo continuo donde por momentos había ventanas alargadas y altas, después soñaba con unas escaleras, muchas puertas; soñaba que  bajaba y había caras que no conocía, que nunca llegaba a ningún lado, que me perseguían. Había también unas habitaciones color celeste con una entrada de luz y un lugar que no podía definir. De grande, volví a ese sueño y cuando viajé a Mendoza fui a la Casa Cuna y encontré un pabellón, no estaban las escaleras, pero cuando fui al D2 busqué la escalera y me explicaron que esa escalera existía, que era la que conducía a la sala de tortura. Después, volví y vi una habitación celeste, esa que veía en mis sueños,  con una claraboya en el techo, esa que en mis sueños era casi como una ventana. Supe que lo que había descrito en los juicios era exactamente como el lugar. Yo declaré mis sueños, que eran reiterativos. Tenía la sensación de que esos espacios verdaderamente existían, y realmente era así. Esto refuta toda la teoría que dice que la memoria empieza con la palabra; hay memorias traumáticas que no empiezan con la palabra. Yo no recuerdo a mis viejos, no recuerdo personas, sólo recuerdo recorridos arquitectónicos.

¿Cuál fue el puntapié que te hizo empezar a contar tu historia, tu intimidad? ¿Por qué hacerlo público?

Con el embarazo. Cuando supe que iba  a ser madre empecé a escribir el blog. Empecé a escribir cosas que me pasaban cuando estaba embarazada y todo eso me hacía pensar en cómo habría sido el embarazo de mi madre, y el no poder hablar con ella. Yo hubiese querido saber si tenía antojos, dolor de pies, calambres, cosas que a las mujeres nos movilizan. También tuve sueños y empecé a sentir muy en el cuerpo la cuestión de la rama femenina de la familia,  en esa cadena de mujeres. Ahí empecé con el blog Pedacitos  y empecé el juicio para disolver la adopción y ese fue el punto de inflexión. En ese primer blog, que era algo íntimo, no me interesaba que nadie me entendiera, no necesitaba explicarle nada a nadie, eran unos jeroglíficos internos. De a poco, pude desarrollar el texto, articular la historia con palabras más ampliamente y ahí lo vi como una escalera. Podía bucear sobre los temas, encontré una herramienta gigante donde poder ordenar el pensamiento y para poder desarrollarme. Después, comenzados los juicios, tenía una necesidad de escribir sobre otros, y empecé a mirar para los costados, y a charlar mucho con los Hijos, empezamos a juntarnos y hubo una gran necesidad de compartir y recopilé pequeños relatos de las infancias de uno y de otro y ahí empiezo con el blog Infancia y dictadura, pensado para contar el impacto generacional de la dictadura sobre la infancia.

¿Por qué te interesa hacer tanto hincapié en la infancia?

Me parece que la violencia del Terrorismo de Estado pensado desde un cerebro adulto tiene un montón de lugares de apoyo, podés hilar las dictaduras previas, la lucha armada, cosas que te explican… Pero desde la visión de un niño, el impacto de la violencia de la dictadura es un absurdo extremo. Pensé que a los niños no nos tomaban en cuenta como testimoniantes, era como una memoria inmadura; el que podía decir era el que lo había vivido y, de pronto, me di cuenta que generacionalmente, en algún momento, los que fuimos niños en la dictadura vamos a ser los últimos que podamos dar cuenta en primera persona de esa vivencia. Yo quería un espacio donde se rescate subjetivamente la visión del niño.  Otra cosa que me importaba es que cuando uno pone sobre la mesa el impacto de la dictadura sobre la infancia desaparece la Teoría de los Dos Demonios, de toda esta cuestión de la que hablan ahora, de la verdad completa, del revisionismo tendencioso, parece que éste es uno de los mejores argumentos que tenemos para explicar que no hubo dos demonios. Entonces, todas estas cosas terminan siendo de acompañamiento mutuo. Cuando yo veo que los maestros que se adhieren al paro aparecen en listados… nosotros ya conocemos esto. Me parece que estos testimonios nos sirven para fortalecernos como sociedad, cuando decimos “nunca más” decimos esto: nunca  más a que vayan a buscar listados a las escuelas de los maestros que tienen una militancia política, nunca más que te echen del trabajo por tus ideas, nunca más persecución.

¿Qué opinión tenés al respecto de los dichos de varios funcionarios del Gobierno sobre la cantidad de desaparecidos y de los actos de provocación este último 24 de marzo?

Hay que tomarlo como de quien viene, este es un gobierno que hizo negocios con la dictadura; son los hijos,  los nietos y los sobrinos de los dictadores. Hay apellidos como Massot, Bussi, Saint Jean… son una larga lista. Y esto no quiere decir que los familiares de los genocidas no puedan trabajar,  pero es todo un símbolo.  Me parece que cuando dicen “nunca más a los negociados con los Derechos Humanos y ese cartel lo tiene un Massot,  es de un cinismo enorme. Porque si hay alguien que hizo negocios  durante la dictadura pasando por encima de los Derechos Humanos fueron ellos: los Massot, los Blaquier, los Bussi, toda la pata civil y comercial y los empresarios que se beneficiaron con las políticas económicas de la dictadura. Ellos saben muy bien que los juicios de lesa humanidad siguen avanzando, que avanzan sobre los civiles, los jueces, los empresarios y esa es la parte en la que están más a la defensiva porque saben que son parte de la historia del genocidio, no son ajenos.

 

Actualizado 28/03/2017