Un programa para asistir a las mujeres sordas víctimas de la violencia

Un programa para asistir a las mujeres sordas víctimas de la violencia

“Muchos creen que ser inclusivo es poner un intérprete en lengua de señas, pero eso no es todo”, aclara Mottini.

“Si vivís situaciones de violencia llamá al 144 o buscá algún centro de atención cercano”, suelen enunciar carteles en subtes, trenes y avenidas. Sin embargo, actualmente el Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres no contempla la recepción de denuncias de personas sordas. “El mundo está planteado de una forma que las deja afuera, porque estamos mirando con unos anteojos que sólo nos dejan ver a las mujeres que son iguales entre sí”, explica Ester Mancera, psicóloga social y coordinadora del programa Sordas sin Violencia.

Este espacio, creado por la Asociación Civil Enlaces Territoriales y la Equidad de Género y la Fundación Fundasor (Fundación de Padres y Familiares de Personas Sordas para su Integración), está conformado por el primer equipo de asistencia, acompañamiento y acceso a la información para mujeres hipoacúsicas víctimas de violencia de género en toda la región. “Ester y yo veníamos trabajando sobre el tema hace más de 20 años, pero sólo con oyentes. Este era un nicho vacío que ni nosotras mismas registrábamos al principio”, continúa Elisa Mottini, trabajadora social y responsable del Área Salud-Género de la fundación.

La ruta crítica que atraviesan las víctimas de violencia es particularmente dificultosa para las mujeres sordas, ya que también deben enfrentarse a múltiples violencias institucionales cotidianamente. Además de las obvias limitaciones para la comunicación telefónica, los organismos públicos no cuentan con intérpretes de lengua de señas ni con ninguna otra herramienta para poder entenderlas. Así, se dificulta la posibilidad de que hagan una denuncia libremente o puedan pedir asistencia.

La iniciativa de Sordas sin Violencia busca paliar esta exclusión estructural. Desde el nombre y los flyers hasta la página web, todo es discutido y diseñado en conjunto con las víctimas. “Nuestra tarea implica un trabajo de deconstrucción de nuestra mirada para empezar a comprender la suya”, plantea Mottini. “Nosotros hacemos el mismo proceso de acompañamiento que se lleva adelante con una mujer oyente, pero valorizando la necesidad de que se respete la cultura sorda.”

Por este motivo, el primer contacto con las mujeres que recurren a ellas siempre es a través de una compañera sorda. “Muchos creen que ser inclusivo es poner un intérprete en lengua de señas, pero eso no es todo”, aclara Mottini. “Es necesario un conocimiento de todas las violencias que atraviesan la historia de una persona.” Asimismo, cualquier intervención requiere el doble de tiempo que con una persona oyente, especialmente debido a la falta de acceso a la información que padecen. En muchos casos, no pueden comprender los discursos y campañas que circulan en la televisión y en los diarios; pero, además, hay muchos términos –como género o patriarcado – para los que recién ahora se están creando señas. “Como son palabras que no escucharon nunca, no las pudieron apropiar”, agrega.

Estas limitaciones idiomáticas ocasionan que, en general, asocien la violencia únicamente con la pelea física. Por este motivo, este equipo de profesionales apunta a ayudarlas a conocer y exigir sus derechos. La mayoría de las mujeres que pudieron realizar una consulta hospitalaria en el marco de este programa nunca se había hecho un pap ni había tenido acceso a un método anticonceptivo. En el resto de los casos, las experiencias en hospitales habían sido invasivas y mecánicas. “No sabían ni qué les hacían. Un médico las acostaba en la camilla y les hacía abrir las piernas, pero al no contar con una mediadora, no les podía explicar el procedimiento”, relata Mancera.

Tanto la psicóloga como la trabajadora social denuncian una gran infantilización al interior de las familias de las mujeres sordas. “Muchos les sacan su pensión por discapacidad porque creen que no pueden manejarla”, ejemplifican. A su vez, resaltan que hay muy pocos profesionales sordos debido a que la educación no es accesible para ellos. Si bien hay ciertas facilidades en el caso de la primaria y la secundaria, aquellos que deseen seguir estudios terciarios necesitan tener suficientes recursos para contratar a un intérprete que haga la carrera con ellos. Aunque la universidad pública debería garantizarles esta facilidad, actualmente no se cumple esta ley.

En el plazo de tres años y de forma voluntaria, Sordas sin Violencia ya ha ayudado a alrededor de cien mujeres. En retrospectiva, ambas coinciden en que el proceso detrás fue un camino de aprendizaje mutuo. “Entendimos que es necesario incluir a las personas sordas en todas las instancias. Son ellas las que tienen que decir cómo necesitan ser atendidas”, reflexiona Mottini.

No obstante, no sucede lo mismo a nivel gubernamental. Si bien el equipo se ha acercado con propuestas a distintas instituciones, aún no hay ninguna política pública que apunte a desarrollar servicios de asistencia accesible. “Algunas instancias son más permeables y responden a nuestros planteos, pero no más que eso. Muchos nos convocan para preguntarnos cuál es nuestro método, pero cuando les explicamos cómo hay que trabajar, se complica”, detalla la trabajadora social.

En ese sentido, las especialistas subrayan la necesidad de que el Estado empiece a tener en cuenta a las personas sordas para la elaboración de medidas que puedan mejorar su calidad de vida. “No se está respetando la igualdad de derechos. Siempre se argumenta que no hay presupuesto para poner intérpretes en todos lados. ‘Además, ¿cuántas sordas habrá?’, te dicen. Y ni siquiera se sabe, porque nunca se incluyó en el censo”, concluyen.

Si sos víctima de violencia podés comunicarte a https://www.sordassinviolencia.com/

Por SMS y whatsapp al 1172873691 o por mail a sordassinviolencia@gmail.com

 

 

 

El Bauen, otra vez en peligro

El Bauen, otra vez en peligro

El pasado sábado 22 de junio, un hito histórico podría haber tenido lugar: tras 16 años, el Hotel Bauen tenía previsto reabrir las puertas de su sala de teatro con la presentación de la obra Yo, Feuerbarch, protagonizada por Manuel Callau y Francisco González Gil. Sin embargo, a horas del estreno, volvió a ser acorralado por la amenaza de desalojo. Este viernes vencerá el plazo que el Juzgado Nacional Comercial N° 9 le otorgó para llegar a un acuerdo con la empresa Mercoteles, que reclama la propiedad del inmueble. “Es una situación muy compleja e incierta”, revela Federico Tonarelli, vicepresidente de la cooperativa de trabajadores que gestiona el hotel.

Desde hace 15 años, el Bauen atraviesa una conflictiva situación. Luego de la quiebra declarada en el 2001, el emblemático edificio ubicado en la Avenida Callao fue recuperado por sus trabajadores, pero el litigio con los anteriores dueños nunca logró resolverse. Hasta el día de hoy, el espacio funciona de manera autogestiva como una coordinación de cooperativas: allí se albergan la redacción de las revistas Cítrica y La Garganta Poderosa, el colectivo teatral El Descubridor y un almacén del Movimiento Popular La Dignidad. Junto con la del hotel, estas cinco organizaciones suman 200 personas a cargo de distintas tareas.

Luego de reiterados pasos por la Cámara de Apelaciones y por la Corte Suprema, en el 2016 se logró sancionar la ley 27.344, la cual establecía la expropiación del establecimiento a favor de la cooperativa. La medida podría haber solucionado la situación, pero a fines de ese año el presidente Mauricio Macri decidió vetarla mediante el Decreto 1302/2016. “Eso retrotrajo la causa judicial nuevamente a foja cero, y nos volvió a dejar en situación de desalojo”, recuerda Tonarelli.

Si bien hubo nuevos intentos para revertir este panorama, la Corte rechazó el último recurso extraordinario que se presentó en diciembre del año pasado, por lo cual la propiedad y el empleo de los trabajadores están en peligro. La semana pasada, la jueza María Paula Hualde los convocó a una audiencia para comunicarle que, en el lapso de siete días hábiles, debían intentar llegar a un acuerdo con la vieja patronal. Esto implicaría que la cooperativa abandone el edificio a cambio de un resarcimiento económico. “Ellos tendrían que pagarnos una suma millonaria que no están dispuestos a ofrecer, por lo cual va a ser prácticamente imposible”, aclara el vicepresidente.

Una vez finalizado el plazo, que vence las primeras dos horas de este viernes 5, se podrá proceder al desalojo mediante una notificación previa, pero no está claro cuál será el camino a seguir: “A ciencia cierta, nadie sabe qué haría la jueza una vez que se venza este plazo; si nos daría 48 horas, si esperaría a que pasen las elecciones para ver el panorama general –dice Tonarelli-. Veremos cómo reacciona el juzgado”.

Por lo pronto, desde la gestión actual del Bauen se presentó una petición en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, explicando que el veto de Macri cercena el derecho al trabajo de quienes ponen el cuerpo e invierten en el hotel hace más de una década. Además, presentaron un nuevo proyecto de ley en el Congreso, “un calco de aquél que se aprobó en 2016”, señala Tonarelli, pero al ser este un año electoral, la coyuntura nacional no los favorece.

Frente a la tensión y la incertidumbre, los trabajadores también lanzaron una campaña en sus redes sociales, “Todxs por el BAUEN”, que busca visibilizar la situación actual para masificar el apoyo. En uno de los videos institucionales publicados, la presidenta Eva Lossada arenga a sus compañeros y al resto de la población a seguir defendiendo la propiedad del inmueble: “Es una gran familia esto de las cooperativas. Si nosotros no nos sostenemos, no nos sostiene nada, entonces tenemos que seguir adelante y luchar por esto que es algo digno. Como se dice, ‘lucha, cultura y trabajo’”.

Una mujer que le pone la tapa al sistema

Una mujer que le pone la tapa al sistema

“Me interesa hablar de la industria de la moda como disciplinadora de cuerpos y subjetividades”, dice Pasquinelli.

¿Cómo son las mujeres que muestran las revistas? ¿Y las que no muestran? ¿Por qué todo cambia, pero los juguetes para niños y niñas son siempre iguales? Todas estas fueron las preguntas que impulsaron la creación de Mujeres que no fueron tapa, un proyecto de artivismo que busca visibilizar y desnaturalizar los estereotipos reproducidos por los medios masivos de comunicación. “Me interesa hablar de la industria de la moda como disciplinadora de cuerpos y subjetividades”, denuncia su fundadora, Lala Pasquinelli.

Si bien todo comenzó con un pequeño proyecto personal de arte, Pasquinelli siempre tuvo una inquietud respecto de los estándares de belleza y los medios de comunicación. La artista visual, que hoy suma más de 100 mil seguidores en su cuenta de Instagram @mujeresquenofuerontapa, encontró en las revistas una herramienta para analizar cómo la sociedad impone un modelo de mujer. “Las tapas repiten la misma imagen una y otra vez: todas híper jóvenes, delgadas, rubias, blancas y desvitalizadas”, explica. Además, hace hincapié en el papel que esto cumple para el sostenimiento del sistema actual. “Estos casos no pueden pensarse como espasmos aislados; la diferenciación entre los géneros y el binarismo son necesarios para el capitalismo, y la variable económica es fundamental”, agrega.

A partir de la creación de Mujeres que no fueron tapa, se propuso estudiar los mecanismos que se ponen en juego en las formas y los discursos mediáticos. Dentro de ese repertorio, destaca un proceso de “sutilización” y una manipulación que apela a nuestra necesidad de amor y aceptación. “Ya no hace falta que nos quemen en la hoguera; ahora nos bombardean con tratamientos de belleza a los que estamos obligadas a someternos para no ser rechazadas”, esclarece.

La pregunta que Pasquinelli encontró como disparador para romper los condicionamientos externos fue: «¿Cuándo a vos te encanta ser vos?»

Con distintas campañas, charlas y talleres, Pasquinelli busca ir en contra de esas tendencias. Así surgió la #RebeliónDeLasF.E.A.S. (Fuertes en Acción Sorora), un hashtag en Instagram a través del cual lanza preguntas para que las mujeres compartan sus experiencias personales de forma anónima. Estas consignas, que abarcan temas como “¿cuál fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién fue?”, o “¿a qué edad empezaste a sentir vergüenza por tener pelos en alguna parte del cuerpo?”, aspiran a desnaturalizar colectivamente imposiciones sociales. “Yo no tenía idea de que las respuestas iban a ser tan homogéneas. Ahí entendimos qué significa que lo personal es político”, reflexiona.

Más allá de las redes, otro punto fuerte de Mujeres que no fueron tapa es el Festival de Hackeo de Revistas y Estereotipos, una propuesta pedagógica que acerca esta temática a secundarias de toda la Argentina. “Nunca había pensado en algo para niñes y adolescentes, pero se me abrió un mundo hermoso. Es súper emocionante lo que pasa ahí. Ya ir a la escuela a hablar de emociones es disruptivo de por sí”, sostiene. La acción tiene dos partes: primero, propone un análisis de los modelos reproducidos por los medios de comunicación y, luego, intenta ‘hackear’ lo que esto va sembrando en los jóvenes. La pregunta que Pasquinelli encontró como disparador para romper los condicionamientos externos fue: «¿Cuándo a vos te encanta ser vos?»

Todas estas actividades se basan en la convicción que la construcción colectiva es el camino para poder generar nuevas conversaciones. “No creemos en la figura del héroe solitario”, declara la artista. Uno de sus objetivos es justamente fomentar la organización y la politización de todas las prácticas y encuentros. “Los ‘90 dejaron un estigma detrás de la idea de la política que prendió en toda América Latina, y esa descreencia es lo que nos vence”, añade.

“En cualquier momento me empiezo a reivindicar no-feminista. Porque hoy parece que todo es feminismo, y si todo es feminismo, nada lo es”, opina Pasquinelli.

A pesar de que su plataforma es fuertemente digital, Pasquinelli tiene una mirada muy crítica respecto de Internet. Como llamamiento a las audiencias, pide que “no tengan más Netflix, por favor”, y admite que las publicidades de multinacionales que cooptan y replican el mensaje feminista la ponen nerviosa. “En cualquier momento me empiezo a reivindicar no-feminista. Porque hoy parece que todo es feminismo, y si todo es feminismo, nada lo es”, opina.

Para la artista, las redes sociales llegaron al mundo para potenciar el disciplinamiento social. “Nunca en la historia de la humanidad un medio pudo llegar a tanta cantidad de personas, tan fácilmente y al mismo tiempo”, remarca. En este sentido, sostiene que los algoritmos nos están llevando hacia un condicionamiento prácticamente total. “El sistema funciona porque nos sigue haciendo creer que lo que deseamos, lo deseamos nosotros. Yo estoy mirando esto todo el día, y lo que veo me da miedo”, cierra.