Hecha la ley, hecha la trampa

Hecha la ley, hecha la trampa

“Despidos”, “suspensiones” y “rebajas salariales” son tres conceptos que desentonan en la retórica de ciencia ficción imperante. Sin embargo, son las categorías esenciales para comprender gran parte de lo que sucede tras las bambalinas de la pandemia. A la amenaza biológica contra la vida se le suma la amenaza social contra el trabajo.

Es en busca de esa realidad que surgió el Observatorio de Despidos Durante la Pandemia, una iniciativa de sociólogos y estudiantes de Sociología de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata agrupados en La Izquierda Diario. “La idea del Observatorio surge a partir de dos dimensiones: por un lado, cuando inicia la cuarentena aparecieron, en forma de aluvión, datos, gráficos, curvas y demás sobre los aspectos sanitarios, que desde ya son imprescindibles. Pero no se publicaba, ni en las esferas de gobierno ni en los espacios mediáticos, información respecto a la situación de los trabajadores. Esa ausencia empezó a volverse sintomática y, de hecho, se prolonga hasta hoy”, explica Mariano González, estudiante de Sociología de la UBA, y continúa: “Por otro lado, teníamos una prédica del oficialismo de protección a los trabajadores tanto a través de conferencias de prensa como a partir de varios decretos de necesidad y urgencia. Incluso Alberto Fernández llamó ‘miserable’ a Paolo Rocca por los 1.450 despidos de Techint. Sin embargo, esas cesantías se concretaron y los ataques al salario, despidos y suspensiones comenzaron a aparecer de manera muy fuerte. Por eso decidimos poner en pie el Observatorio, para brindar esos dato”.

El relevamiento se realiza semanalmente a partir de publicaciones en más de 40 medios periodísticos nacionales y regionales, a los que se agregan las cifras publicadas esporádicamente por distintos organismos y los resultados de los acuerdos a los que llega cada sindicato en particular. A partir de esa información, se realizan informes y análisis bajo la supervisión de Paula Varela, investigadora del Conicet y docente en la UBA.

El conteo comienza desde el 20 de marzo –el día en que se inició el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio- y, al 30 de mayo, se relevó el impactante número de 3.890.639 trabajadores afectados. El Observatorio desagrega esa cifra en tres categorías: “despidos”, unos 139.634; “suspensiones” (incluye a trabajadores que hayan sufrido el doble ataque de suspensión más rebaja salarial), que alcanza 1.786.987; y “ataques al salario”, que suben a 1.965.018.

De todas formas, este número es tan sólo una base, un indicio, más que una afirmación acabada. Los datos dependen de aquello que es considerado noticia por alguno de los medios relevados y, sobre todo, se impone la opacidad absoluta a la hora de registrar la situación del sector informal. “El porcentaje de precarización laboral en Argentina es del 40%”, analiza Clara Posse, socióloga. “Entonces, sabemos que hay muchos trabajadores informales, precarizados, contratados o con distintas relaciones laborales que no están pudiendo ser relevadas. Ese es un límite importante. Nosotros remarcamos que ésta es la cifra que pudimos abarcar, pero que en realidad es muchísimo más”. El llamado del Observatorio, en consecuencia, es que sean los y las propias trabajadoras quienes hagan su denuncia tanto al mail mapadedespidos@gmail.com como a La Izquierda Diario.

Según el informe del Observatorio, el sector más afectado es el del comercio.

El gobierno nacional -con el apoyo de todos los estratos gubernamentales- optó por una cuarentena estricta, con excepción de ciertos sectores denominados como esenciales. Para disipar incertidumbres sobre la situación a la que se verían expuestos las y los trabajadores, en el Artículo 8° del DNU 297/20 se dispone que “durante la vigencia del ‘aislamiento social, preventivo y obligatorio’, los trabajadores y trabajadoras del sector privado tendrán derecho al goce íntegro de sus ingresos habituales”. Más tarde, el 31 de marzo, tras el escandaloso episodio en Techint, se firmó el DNU 329/20. El Artículo 2° dispone: “prohíbense los despidos sin justa causa y por las causales de falta o disminución del trabajo y fuerza mayor por el plazo de sesenta (60) días” -se prorrogó por otros 60 días más desde su vencimiento-. Y el Artículo 3°: “prohíbense las suspensiones por las causales de fuerza mayor o falta o disminución de trabajo por el plazo de sesenta (60) días” -también prorrogado-. En resumen: se prohíben las rebajas salariales, los despidos y las suspensiones durante el aislamiento obligatorio. El devenir de los días terminó dictaminando algo totalmente diferente.

¿Qué sucedió entonces? El primer indicio puede encontrarse en un pequeño apartado del Artículo 3° del DNU 329/20. El mismo dice: “quedan exceptuadas de esta prohibición las suspensiones efectuadas en los términos del artículo 223 bis de la Ley de Contrato de Trabajo”. ¿Qué dice el artículo 223 bis de la Ley de Contrato de Trabajo? Establece la posibilidad de realizar suspensiones de tareas al trabajador en caso de fuerza mayor, abonándole una suma no remunerativa que es tan sólo un porcentaje de su salario habitual y teniendo que tributar únicamente aportes y contribuciones a la obra social y ART. Pero, antes este mecanismo debe ser pactado con el empleado de manera individual o colectiva -sindicatos-.

El 27 de abril, la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Unión Industrial Argentina (UIA) pactaron un acuerdo que sirve de marco para el resto de las negociaciones gremiales: el tope de descuento al salario de trabajadores suspendidos no puede superar el 25%. Aunque en realidad esto debe leerse con mayor detenimiento: la CGT y la UIA habilitaron que aquellas empresas que suspendan empleados tienen la posibilidad de reducir sus remuneraciones hasta un 25% en sus respectivas negociaciones con los sindicatos.

Muchas de las rebajas salariales y suspensiones fueron acordadas con los gremios.

El último informe del Observatorio muestra que el 76,1% (2.962.346 trabajadores) de los “ataques laborales” -despidos, suspensiones y ataques al salario- tienen como origen los acuerdos sectoriales. “El sector más afectado es el de Comercio, ya que allí trabajan alrededor de 1.200.000 personas. El que le sigue es Construcción: la Cámara Argentina de la Construcción anunció a principios de mayo que se habían perdido 100 mil puestos de trabajo entre marzo y abril. En conjunto con el resto de las modalidades de ataque al trabajo suman casi 500.000 casos y hay que tener en cuenta además que es un sector con una gran proporción de empleo informal, que no puede ser contemplado en el estudio. También representa el 25% de los despidos a nivel nacional. Tercero está el sector del Personal de Casas Particulares, las empleadas domésticas, que en un informe publicado por el sindicato se reveló que se vieron afectados 500.000 puestos. Y, en cuarto lugar, pelean cabeza a cabeza el sector estatal y el gastronómico”, explica Posse.

Efectivamente, el estatal se encuentra en el podio de los sectores que más ataques sufrieron con 438.927 afectados. Algunos casos se extienden desde mucho antes de la cuarentena, como las deudas salariales y paritarias a la baja en la provincia de Chubut.

“El ataque al salario es el principal mecanismo utilizado para transferir los costos de la crisis a los trabajadores”, se lee en el último informe del Observatorio. El total de trabajadores afectados por ataques al salario es de 3.685.515. Dentro de esta categoría se despliegan tres mecanismos: reducción salarial (2.880.626), postergación de paritarias (720.546) y adeudamiento salarial (84.343). González enfatiza: “Ante esto, el gobierno nacional no solamente no ve esos ataques sino que los convalida. Los acuerdos firmados por sector entre las direcciones sindicales y las cámaras empresarias son homologados por el Ministerio de Trabajo. Los decretos son papel mojado. Hay un gran consenso en todo el arco político y sindical en hacer de cuenta como que sigue en verdad la ficción de que éstos decretos tienen algún tipo de utilidad”.

El derrumbe de la economía tanto nacional como mundial, no obstante, es insoslayable. Las grandes potencias han impreso y desembolsado millones en papel moneda para rescatar a sus sistemas financieros y económicos. Menos grandilocuente, más lúgubre, es la realidad de los negocios barriales, de las empresas modestas que caen sin estruendo y dejan en la completa incertidumbre a miles de trabajadores y trabajadoras. Con ese argumento se firmó el DNU 332/20 del 1° de abril, que establecía las bases del Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP). Se trata de una serie de medidas que abarcan exenciones impositivas y, en especial, el pago por parte del Estado -Anses mediante- de una porción del salario de los trabajadores. Con las semanas comenzaron a aparecer situaciones completamente irregulares: aparecieron en la lista de beneficiarios grandes empresas, sin problemas financieros, y entre los salarios beneficiados con fondos públicos se encontraban sus propios CEOS.

“A partir del acuerdo de la CGT con la UIA se redujo un 25% el salario, el 50% es pagado por la Anses y empezamos a notar que ese 25% restante que queda a cargo de la empresa muchas veces es pagado en cuotas o directamente no se paga”, recalca Posee.

“Todo esto no es un simple desconocimiento. Lo mismo respecto al decreto que prohíbe despidos y suspensiones. Estas situaciones son públicas, se denuncian en las carteras del Ministerio de Trabajo. Sin embargo, el Gobierno nacional decide hacer la vista gorda. Enfatizamos el episodio de Techint, un caso emblemático. Sobre eso no hubo ningún tipo de represalia, sino que incluso fue premiado con el ATP. Incluso, al momento de recibir ese beneficio, despidió a otros 30 trabajadores de una contratista de Siderca, en Campana. Lo mismo sucede con Blaquier, que también accede al ATP y de todas formas suspende y recorta salarios. Al igual que otras empresas como Granja Tres Arroyos, que luego de recibir el ATP despidió a 50 trabajadores. Con todo este panorama, nosotros vemos que el ATP y otros tipos de programas en realidad son un gran subsidio millonario a las empresas para mantener el margen de rentabilidad a costa del ajuste y el recorte a los trabajadores”, denuncia Mariano González.

Atragantarse con una UVA

Atragantarse con una UVA

En la cuarentena, el Gobierno decretó el congelamiento de las cuotas UVA y la suspensión de remates por 180 días.

Marisol mira su heladera con resignación: más allá de algunos tuppers, está completamente vacía. Cristina se sienta a su computadora y lee los diarios: ninguna noticia todavía, más allá de lo que ya sabía. La cuarentena cubre todo el país, así que deben quedarse en sus hogares. Pero, ¿cuánto tiempo podrán llamarlo ‘su hogar’? Tres cuotas impagas y el remate es inminente. Tres meses malos y se derrumba todo el esfuerzo descomunal que sobrepasaron para llegar hasta aquí, pagando sus créditos UVA. 

Son escenas que se repiten a todo lo largo y ancho del país, pero raramente se habla de ello en los medios de comunicación. Se organizan y dan a publicidad su martirio, pero la avalancha de noticias siempre logra taparlos. Pasan los años y una montaña de deuda se eleva sobre ellos, cada vez más alta. Pero por alta que sea, el árbol siempre acapara la atención. Por eso, para explicar cada uno de esos relatos hay que contar una primera historia: la de un Estado y una política habitacional.

El 7 de abril de 2017, por la mañana, el entonces presidente Mauricio Macri cruzaba a pie la Avenida Rivadavia desde la Casa Rosada hasta la sede central del Banco Nación. Allí, en la Galería de Arte Alejandro Bustillo, lo esperaban variopintos funcionarios junto a la entonces gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, y el vicejefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Diego Santilli. Tomando con ambas manos el atril y desbordado de euforia, Macri anunció: Hoy estamos acá, en nuestro querido Banco Nación para anunciar créditos hipotecarios a 30 años”. La noticia se expandió por meses en periódicos, noticieros y programas radiales. Días enteros estuvieron dedicados a explicar los beneficios que traería y a aconsejar en forma pedagógica cuál sería el mejor préstamo según la necesidad particular de cada uno. “¿Cuántos todavía siguen alquilando, con la frustración de que ese alquiler es un esfuerzo que no construye ese futuro que ellos quieren’?, remarcaba Macri en su discurso. 

Se trataba de los créditos hipotecarios ajustados por UVA (Unidad de Valor Adquisitivo). Aún hoy en la página del Banco Nación se encuentra la publicidad que explica detalladamente los destinos y composición del préstamo: para adquisición o cambio de vivienda única permanente; para construcción de vivienda única y de ocupación permanente, en terreno propio; para ampliación, refacción o terminación de vivienda única y de ocupación permanente. Son “préstamos en Unidades de Valor Adquisitivo actualizables por Coeficiente de Estabilización de Referencia”, un índice de ajuste diario que refleja la evolución de la inflación. 

En otras palabras: aquello que el banco presta a los usuarios no es un monto en moneda corriente, sino una cierta cantidad de UVAs, que tienen un valor al momento de la transacción. Esas UVAs suben su precio según el índice de inflación. Los deudores pagan todos los meses una cuota en UVAs, siempre la misma, a la cual se aplica además una tasa de interés. La particularidad radica en que el “índice UVA” afecta no sólo la cuota a pagar, sino el capital total adeudado, o sea, mientras aumenta la inflación -y, en consecuencia, la UVA-, aumenta la cuota mensual y también el total de la deuda. Aún así, se promete un reaseguro para los deudores: la página explica que “para estimar la capacidad de pago del usuario […] el valor de la cuota calculada para 30 días no deberá superar el 20% del ingreso neto calculado para el destino construcción y del 25% para los restantes destinos” y, además, “se verificará […] que luego de descontada la parte proporcional de la cuota […], el ingreso remanente sea superior al salario mínimo, vital y móvil”. En teoría, la calidad de vida de quien tomase el crédito no se vería fuertemente afectada.

A pesar de que pagan la cuota, a Cristina y Santiago la deuda les aumenta entre 120.000 y 140 pesos por mes.

El día en que los “créditos UVA” fueron anunciados, el dólar cotizaba hacia alrededor de 15 pesos. Ese año, sin embargo, cerró con un dólar a 20 pesos y la sensación de que ese no sería su techo. Lentamente, con el discurrir del 2018, el dólar siguió aumentando hasta el fatídico 30 de agosto, cuando la divisa se desbocó completamente: a los pocos minutos de abierto del mercado de cambios, pasó de 35 pesos hasta tocar los 41. El Banco Central decidió subir la tasa se interés de referencia al 60% y el riesgo país se ubicaba en los 800 puntos. La UVA, que al momento de su anuncio se encontraba a 18,16 pesos, ahora valía 25,85, representando un aumento del 42%.

A mediados de aquel año, entonces, quienes habían ingresado al sistema UVA se encontraban en una situación delicada. A través de las redes sociales comenzaron a generarse contactos: familias que contaban sus historias y otras que en la misma situación las leían, y lentamente fueron formando lo que hoy se conoce como el Colectivo Hipotecados UVA Autoconvocados. Su presentación y objetivos son claros: “[somos] familias que nos juntamos para demandar una solución al problema de los créditos UVA. Queremos #PagarNuestrasCasas, por lo que demandamos, como primera medida, una #LeyDeEmergenciaUVA”. Reclaman lisa y llanamente poder salir del sistema de indexación por inflación y pasar a un sistema de créditos tradicional, o sea, pagable.

“El colectivo está conformado en todo el país. En cada provincia hay integrantes, que son alrededor de 12.000 personas, más o menos”, cuenta Marcelo Mercere, abogado e hipotecado UVA. Las cifras sobre la cantidad de afectados, de todas formas, es incierta. “El gobierno anterior llegó a decir que eran 150.000 personas. En una reunión que tuvimos hace poco con el presidente del Banco Central -Miguel Ángel Pesce- y la ministra de Vivienda y Hábitat -María Eugenia Bielsa- nos dijeron que eran 105.000. Pero no sabemos si dentro de ese número están los del programa Pro.Cre.Ar., que son alrededor de 34.000”. 

Marisol comenzó pagando cuotas de 5.600 pesos mensuales, en febrero pagó 12.000.

Llegada la campaña electoral por las presidenciales en 2019, las promesas revoloteaban por el aire. Luego de la estrepitosa derrota oficialista en las PASO de agosto, el gobierno decidió congelar las cuotas hasta fin de año para aquellos créditos menores a las 140.000 UVAs, beneficiando a poco más de 90.000 personas. 

 Hasta los últimos días, a pesar de la medida tomada por puro oportunismo electoral, el gobierno de Cambiemos sostuvo el éxito de los créditos UVA amparándose en la baja tasa de morosidad. “Lo que pasa – explica Mercere- es que nosotros siempre sostuvimos que no se debe tomar simplemente el índice de mora. En primer lugar, porque muchos de esos créditos están atados a cuentas sueldo. El banco automáticamente debita la cuota al depositar el salario. En otros casos, las cuotas se debitan de la tarjeta de crédito, con lo cual, si el deudor no paga, los intereses son los que equivalen a cuando financiás con la tarjeta: altísimos. Y hay algo más que no refleja ese índice, que dicen que es del 0,6% más allá de que se duplicó en los últimos tres meses: muchos de los hipotecados tomaron deuda, préstamos personales o préstamos familiares para pagarla”. Vuelven siempre las palabras de Macri en aquel discurso inicial: Eso es generar confianza. Porque cada vez que resolvemos algo, ganamos confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad de hacer y resolver nuestros problemas. Y confianza en el otro, en el que me prometió y me cumplió”.

Finalmente, Mauricio Macri perdió las elecciones de octubre frente a Alberto Fernández. A comienzos de 2020, el nuevo gobierno decidió extender por otro mes el congelamiento de las cuotas. Llegó febrero y, sin más, se descongelaron. La decisión gubernamental fue cobrar ese 26% de inflación suspendida, repartida en las 12 cuotas siguientes. La decepción en el Colectivo de Autoconvocados fue absoluta. “Además, lo que se fijó ahora es que la cuota no pueda superar el 35% del ingreso. Pero en el caso de que suceda, manda al deudor a que negocie con el banco. ¿Bajo qué condiciones? No está estipulado”, puntualiza Mercere. 

A partir de entonces, los hipotecados cayeron en otro tobogán vertiginoso y, al parecer, sin fin. La inflación, aunque desacelerada, sigue haciendo aumentar el valor de las UVAs. Abriéndose paso a través del discurso mediático que se cerraba alrededor de la discusión sobre la reestructuración de la deuda, el Colectivo intentó mostrar que existían todavía otras deudas pendientes. A principios de febrero marcharon a la sede del Banco Central, con réplicas en distintos pueblos y ciudades del país.  Pero a mediados de marzo hizo su aparición un evento que nadie pudo prever: el COVID-19. Los sistemas sanitarios europeos volaron por los aires y, junto a ellos, las bolsas de comercio de todo el mundo. Los grandes estados representantes del neoliberalismo anunciaron paquetes de medidas inéditos para rescatar sus economías. El Estado argentino hizo lo suyo, pero los hipotecados quedaron fuera de la discusión. 

Rige ahora una cuarentena nacional para evitar el contacto entre personas y la consecuente propagación del virus, lo que está provocando una parálisis en la economía local. Día a día, el Ministerio de Salud da a publicidad el nuevo número de infectados y de fallecimientos. No obstante, poco se sabe del número de empleos perdidos, trabajadores suspendidos y mucho menos el impacto que el cese de actividades provoca en los monotributistas y la economía informal.

El 18 de marzo, el Colectivo publicó un comunicado -muy poco difundido- intentando delinear el panorama actual y reclamando una medida de fondo: la “condonación en el pago de los intereses de nuestros créditos mientras dure esta crisis mundial, de forma tal de abonar únicamente el capital adeudado. Es hora de que los bancos asuman su cuota de responsabilidad social, [y que] han obtenido ganancias extraordinarias en los últimos cuatro años”, remarca. El gobierno, por ahora, congeló las cuotas y suspendió los remates por 180 días, a la espera que termine la pandemia.

Unos días antes, en otro comunicado anunciaron que las propias familias habían enviado decenas de cartas al presidente Alberto Fernández “para interiorizarlo personalmente de la situación que estamos padeciendo”. Porque más allá de los números y discursos que circulan, de las promesas y las puestas en escena, hay una realidad concreta. Hay nombres y rostros que viven cada día de sus vidas con la mirada fija en un índice imprevisible y escurridizo. Sus historias son diferentes, cada una tiene sus propios sueños, sus propios esfuerzos y su propia tristeza, pero están atadas por esta política habitacional fallida, fraudulenta. Aquí presentamos dos de ellas.

Vivir para pagar la cuota

Cristina y Santiago, de 46 y 41 años respectivamente, son un matrimonio que vive en San Martín, a unas cuadras de la estación de trenes. Es un barrio tranquilo, donde el centro comercial se mezcla rápidamente con calles más añejas, de veredas elevadas con plantas sembradas sobre los cordones y árboles que cubren apacibles del Sol. Con el crédito UVA lograron instalarse en una casa remodelada y vendida a estrenar. El frente está pintado de un naranja agradable, la numeración de la vivienda expuesta con un elegante metalizado dispuesto en vertical y, más allá, un enorme cartel de inmobiliaria colgado con la leyenda “VENDE”.

“Sacamos nuestro crédito hace dos años, en 2018. Veníamos de tener un departamento y, por unas cuestiones de salud mías, queríamos poder tener una casa en planta baja”, relata Cristina. Ella es médica y trabaja en el Hospital Sirio Libanés, que posee la particularidad de tener tanto una parte pública como una privada. “En el medio de todo esto, con el tema de la crisis de 2018, nos redujeron las horas de trabajo: nos sacaron todas las horas de la parte privada y nos quedamos con la parte pública, con lo cual bajaron ampliamente mis ingresos”.

Cristina había sido diagnósticada de lupus, una enfermedad autoinmune que se le manifestó en la parte vascular y articular, desatado por un cuadro de estrés. Por lo tanto, tiene dificultades a la hora de movilizarse. Cuando decidió, junto a su marido, dejar el departamento -por lo que implica en cuanto a subir y bajar escaleras- la única línea crediticia disponible eran las hipotecas en UVA. “La verdad es que nos cerraba bastante bien el tema de los números”, cuenta Cristina. “Nos habían explicado que, más allá de que se iba a indexar por inflación, nunca iba a superar el 30% de nuestros ingresos [no es ocioso recordar que en el sitio web del Banco Nación se habla de un 25%]. Y bueno, los trámites fueron bastante fáciles, fue presentar la documentación de nuestros ingresos. Ya habíamos vendido el departamento y pusimos esa plata para cubrir el 30% del valor del inmueble que nos pedían para acceder. A los tres meses teníamos prácticamente todo resuelto”.

Es una casa espaciosa, con mucha iluminación. Allí tienen tres perros inquietos, que saludan e inspeccionan a todos los visitantes. Detrás, hay un jardín con una pequeña vid que da uvas blancas, sembrada y cuidada por el padre de Cristina, un italiano de 90 años que vino a la Argentina en los  50 y ahora vive también con ellos. “Soy más argentino que italiano”, comenta riéndose y en un acento cargado de huellas que revelan su procedencia con tan sólo oírlo.

Sin embargo, con la escritura casi firmada, el dólar pega su primer salto de 17 a 22 pesos en una semana. “Ya entonces nos faltaba plata para costear el escribano. Mi papá nos la dió en ese momento, porque sino no hubiésemos podido cerrar la operación”, explica Cristina. “Dijimos ‘bueno, ¿qué hacemos?’ Esa semana fue caótica, la verdad es que teníamos miedo. Pensábamos que tal vez nos daba la pauta de que no estaría bueno que sucedan estos saltos y empezamos a ver los primeros debacles e inconvenientes económicos”. Pero ellos ya habían dejado una seña que, en caso de desistir, perderían, a lo que se sumaba que ya habían vendido su departamento. Tuvieron que seguir adelante. “Nos dimos cuenta que a medida que iban pasando los meses el tope del 30% no se tenía en cuenta y, cuando fuimos a averiguar al banco, nos dijeron que ese porcentaje en realidad era para poder definir si nosotros éramos aptos de obtener el crédito, pero que no había tope para las cuotas”. Obviamente, tampoco se cumplió la condición de que lo que reste de sus haberes llegue a cubrir el salario mínimo, vital y móvil. A partir de entonces, ellos esperan la cotización que publica el Banco Central el 15 de cada mes y, así, se enteran cuánto tendrán que pagar, con una inflación completamente desbocada. El único número que saben con claridad son las 911 UVAs mensuales que implica la cuota.

Para fines del 2018, la relación cuota/ingreso del crédito ya había alcanzado el 60%. Al año siguiente, Cristina se vió obligada a tomar licencia por su estado de salud. En septiembre entró en reserva de puesto, por lo que dejó de cobrar su salario y comenzaron a depender únicamente de los 32.000 pesos que cobra Sebastián como enfermero. “Nos ayuda mi papá y el padre de Santiago, que vive en el exterior y nos manda plata. Pero más allá de la cuota, también nos aumenta la deuda total indexada. En nuestro caso, son entre 120.000 y 140.000 pesos más todos los meses”, manifiesta Cristina.

“Una de las cláusulas dice que te podés atrasar un mes y te podés atrasar dos meses. Pero una vez que te atrasás tres meses, el banco tiene la libre potestad de rematarte”, explica con crudeza Santiago. Por ese motivo, supeditan toda su vida al pago de esa cuota siempre inalcanzable. Para lograrlo, tuvieron que cambiar completamente su modo de vida. “Salir a comer afuera es una rareza, aunque sea un pancho. El gasto de supermercado lo planeamos cuidadosamente: antes, por ahí uno elegía entre alguna marca u otra por cuestión de gusto, calidad, lo que fuera. Hoy elegimos comprar lo más barato. Antes comprábamos una variedad de frutas y verduras, aunque sea fuera de estación. Hoy, estrictamente lo que está en oferta”. Las vacaciones son, por lo demás, un lujo imposible de darse, aunque sea una salida de dos días. El gasto en el auto se mantiene para Cristina por su salud, pero Santiago elije caminar siempre que sea posible. Los domingos de reunión en familia ya quedaron en el pasado. “Socialmente estamos acostumbrados a que el ladrillo es lo más importante. Con lo cual, prescindís de todo lo demás para llegar al ladrillo”.

Un comentario de Santiago puede dimensionar el tipo de cálculos que realizan alrededor del peso inaguantable de esta deuda: “Como ella tuvo una serie de operaciones y demás, se le considera con enfermedad preexistente. Entonces el seguro de vida cae solamente sobre mí. Con lo cual, si me pasa algo a mí, queda todo saldado. Si le pasa algo a ella, no.” 

Una deuda con tufillo a estafa, recortes de personal y salarios que aumentan muy por debajo de la inflación son algunos de los avatares de la crisis en la que está sumergida el país desde hace más de dos años y que se manifiestan muy concretamente en las vidas de Santiago y Cristina.

El congelamiento de las cuotas dispuesto por Macri no los alcanzó, ya que su crédito supera las 140.000 UVAs. Sin embargo, el nuevo gobierno insufló esperanzas en ellos y en todo el Colectivo, que rápidamente se deshilacharon en estos cuatro meses de gestión. “A mí me generaron mucha tristeza y bronca las últimas declaraciones que hizo Fernández con respecto a los hipotecados. Fuimos para él un slogan de campaña. Él decía que las UVAs eran una estafa y que tenía que ser solucionado. Tres meses después, da una entrevista en la que dice que las UVAs son un problema entre particulares y que cada hipotecado tiene que resolver su situación con el banco que le otorgó el crédito”, lamenta Cristina.

La suba indiscriminada en el precio de los medicamentos es probablemente el punto más apremiante con el que deben lidiar: “Yo tengo medicación reglada mensual, que son muchos medicamentos. Se me va de farmacia entre 10.000 y 12.000 pesos, con el descuento de la prepaga. A veces decimos ‘bueno, este mes pagamos el crédito y compramos los remedios que nos alcance comprar’. El resto, voy viendo si los puedo conseguir o no. Hacemos trueque con gente que tiene mi misma enfermedad. Si a mí me quedan comprimidos de algo que necesite otra persona, los vamos cambiando. Con lo cual, a veces uno lo ve como que decís ‘yo esto no lo tendría que estar pasando’”, lamenta Cristina.

Parte de lo que suele llamarse “la opinión pública” ha decidido apuntar con el dedo hacia los hipotecados: en redes sociales, fundamentalmente, pero hasta incluso políticos los condenan por izquierda o por derecha: que fueron muy ingenuos en creerle a Macri y sus políticas, que el resto de la ciudadanía no tiene por qué cargar con el costo de pagar estos créditos y una larga lista de prejuicios caen sobre ellos, por puro desconocimiento o por descarada perversidad. “Al momento de firmar, nos leyeron punto por punto y la realidad es que en ese momento estás tan metido con el tema de que tenés que firmar, tenés que pagar…estás tan eufórico, porque tenés la llave ahí y bueno, algunas cosas se te escapan. 

Releímos la escritura y no había nada. En ninguna escritura está contemplado el tope del 30%”, recuerda Cristina. Santiago agrega, incisivo: “Hay una realidad: el crédito no es que lo ofreció el banco. El crédito fue arreglado de forma verticalista desde el Estado: Estado, Banco Central, resto de los bancos, públicos y privados. En ese orden. De hecho, fue el Estado mismo el que salió a publicarlo con bombos y platillos: ‘Créditos UVA, la salvación, la panacea, tu casa propia, pagás lo que vale un alquiler’, como si fuera una ganga. El Estado prometió una inflación interanual de 10 puntos, más/menos dos. ¿Ingenuos por creerle al Estado? ¿Por qué no debería creerle al Estado?”.

En 2018 ya el crédito era insostenible. Un día, mirando la televisión, Cristina ve una entrevista a otra hipotecada, Claudia Pilo -una de las primeras impulsoras de lo que sería el Colectivo de Hipotecados UVA-. La buscaron en las redes sociales y les contó sobre una reunión, la primera, que se haría en diciembre, en la Facultad de Ciencias Económicas. “Éramos 50 familias, muy pocas. Pero pudimos hablar y darnos cuenta de que no estábamos solos”, relata Cristina y continúa: “En 2019 fueron las primeras reuniones en el Senado. Santi ahí expuso nuestra situación, porque yo estaba internada y no pude asistir. También expusieron otros hipotecados y ahí empezó a hacerse toda la movida, yendo a distintas reuniones en diputados y pidiendo que por favor salga algún tipo de ley como para que nos amparen de alguna manera. Igualmente, todos los proyectos quedaron cajoneados porque nunca se abrió el debate en la Comisión de Finanzas, que estaba dirigida por Eduardo Amadeo -diputado de Cambiemos-”.

El absoluto destrato por parte de la gestión anterior puede encarnarse perfectamente en un episodio relatado por Santiago: en los comienzos del Colectivo, fueron recibidos por el entonces presidente del Banco Provincia, Juan Ernesto Curuchet. “Nos dijo ‘a nosotros su casa no nos interesa. Si se nos complica mucho, vendemos la cartera de clientes y recuperamos nuestra pérdida’.  Nuestra carpeta no la tiene el banco, la compró alguien que ejecuta lo que se le cante en función a lo firmado. Si estás moroso, va y te remata el inmueble. Además, decía: ‘Ustedes ya son dueños de la casa’. Pero yo soy dueño cuando pague la última cuota. Mientras tanto, el dueño es el banco. Yo soy dueño de una deuda, nada más”.

“Nuestro proyecto hoy es vender la casa. Desgraciadamente, no nos queda otra salida. De hecho, la tenemos en venta desde mayo del año pasado. Queremos saldar la deuda y, con lo que nos queda, hasta pensamos en irnos del país. Cuando yo me recibí, tuve la posibilidad de irme a formarme al exterior y sabía que me podía quedar allá teniendo un buen pasar económico y una buena vida. Sin embargo, volví porque seguí eligiendo Argentina para trabajar. Pero hoy nos sentimos como que no estamos protegidos en ningún aspecto. Sentimos que el ciudadano está completamente desvalido”, razonó Cristina y concluyó: “La verdad es que digo ‘nos tenemos que reinventar, nos tenemos que rearmar’. Pero yo ya estoy en una edad y en una etapa de mi profesión en la que no quiero seguir reinventándome. Quiero decir de una vez por todas: ‘Bueno, ya estoy estable’”.

Así hubiese terminado esta crónica, pero en tan sólo un mes el mundo y su mundo cambió completamente. La enfermedad de Cristina empeoró y está con tratamiento inmunodepresor por vía endovenosa. Eso le produce una baja en las defensas y, por lo tanto, la vuelve más vulnerable al coronavirus. Santiago sigue trabajando como monotributista, pero continúa “a prueba” sin saber si el mes que viene por fin estará en blanco. Como enfermero, se encuentra “en la trinchera” frente al Covid-19. Su salario, de todas formas, no mejoró. Y aunque decidieron dejar de pagar algunos impuestos, la tarjeta y hasta incluso la obra social, por primera vez no pudieron llegar a cubrir la cuota de la hipoteca. 

Ellos habían recibido en mano, hace dos años, 2.200.000 pesos y ahora le deben al banco casi 6.000.000. Ellos pagaban de cuota, hace dos años, 17.800 pesos. Hoy pagan 43.000.

Ser inquilina del banco

Marisol tiene 43 años, es cosmetóloga y vive junto a su hija de 15 en un departamento ubicado en los alrededores de Plaza Flores. Había hasta hace no mucho un cambio brusco entre la zona que comprende la estación del Tren Sarmiento y la Avenida Rivadavia, atestada de colectivos y automóviles que aceleraban, pegaban bocinazos y frenaban entre la cantidad de gente que se cruzaba de manera impredecible, y las calles internas del barrio, de veredas angostas y un paisaje más residencial, donde Marisol encontró el lugar que se convertiría en su primer vivienda. Se trata de un edificio antiguo, con esas entradas clásicas de mármol blanco por fuera y a colores grisáceos por dentro.

El anuncio de la salida al mercado de los créditos UVA fue para Marisol la posibilidad de cumplir el anhelado sueño de la casa propia. A mediados de 2017 comenzó a buscar opciones por Flores: allí vive su madre, está el colegio de su hija y, relativamente, se trata de un barrio no tan caro. En ese tiempo, trabajaba en un laboratorio de cosmética. El departamento costaba 85.000 dólares, que pudo finalmente bajar a 83.000. “Yo no tenía un peso. Alquilé siempre. Cuando ví el departamento, una amiga me prestó 1.000 dólares para señarlo”, recuerda Marisol. 

Logró sacar la línea crediticia de Pro.Cre.Ar UVA. El Estado le otorgó un subsidio de 300.000 pesos, mientras que 780.000 corrían como deuda con el banco, en la forma de 38.000 UVAs. “Igualmente, me faltaban 600.000 pesos, que para mí era un montón de plata. Mi mamá y el marido sacaron un crédito cada uno, varias amigas me prestaron guita, clientas de donde yo trabajaba y que me adoraban me prestaron dólares. Fue todo así. Y el día de escriturar, me faltaban 10.000 pesos. El padre de mi hija, entonces, me los prestó y fuimos con esa última moneda a firmar”, cuenta. 

Es un departamento pequeño pero realmente encantador, con una cocina modesta al costado, un living comedor amplio, ventana al pulmón del edificio y una habitación para cada una. “Es re lindo el departamento. Aparte tengo habitación para mi hija, que es así -comenta acercando las manos entre sí hasta dejar un espacio estrecho, pero con un entusiasmo que contagia-. Entra la cama y nada más, pero podés decir: ‘tiene su cuarto’. Fue una locura. Cuando lo ví, dije ‘es este’”.

Finalmente firmó su contrato el 26 de septiembre, justamente el Día del Empleado de Comercio. “ Yo estaba feliz. El día que escrituré, lloramos. No lo podíamos creer”.

Cinco meses después, Marisol sería despedida de su trabajo. “Fue por reducción de personal, justo al comienzo de la crisis del 2018. Yo era encargada de un local. Sin mucha explicación, desvincularon a varias personas, sobre todo a las más antiguas. Fuimos tres las encargadas despedidas ese año”, relata. Llevaba 10 años trabajando allí. Apenas cobró la indemnización, creó un plazo fijo en dólares para resguardarla. Al tiempo se dió el primer salto del dólar, cuando subió a 22 pesos. “Saqué esa guita y le pagué a toda la gente que le debía. Mis clientas me habían prestado 5.000 dólares una y 3.000 la otra, no quiero imaginarme si hoy tuviera esa deuda. Así que nunca vi la plata de la indemnización. Yo hubiera soñado con poner un local a la calle en lo mío”. Con lo que le sobró, se compró un aparato y empezó a trabajar su oficio, a la vez que se perfeccionó haciendo algunos cursos. “Me quedaron las deudas de mi mamá y su marido nada más…nada más ni nada menos, porque de acá a que las pueda pagar”, explica resignada.

Al mismo tiempo, la cuota del crédito UVA comenzó a incrementarse y, con ella, el capital. Los 5.600 pesos mensuales se convirtieron lentamente en 12.000 en febrero. A su vez, el capital adeudado ya llegó a 1.700.000 pesos. 

Marisol expresa en carne viva los efectos de la crisis: hace más de un año que no consigue trabajo y, con ello, sus deudas se vuelven inabarcables. “Además, yo no consigo un laburo porque no estudié, no soy universitaria. Tengo casi 44 años, no es sencillo para alguien tan grande y sin muchas herramientas conseguir un trabajo. Entonces no tengo salida, porque además no tengo ningún tipo de ayuda social. Si uno va y la pide, te ven como si fueras una privilegiada. Quizás lo soy, porque si esto lo pago, algún día será para mi hija. Pero mientras tanto, vos no podés pedir esa ayuda porque no se condice con que estés pagando una casa. Sin embargo, abrís mi heladera y está vacía”. 

En cuanto perdió su empleo, Marisol se acercó al banco a intentar negociar una reestructuración: “pero fue peor. Yo pedí hablar con el gerente y la chica que me atendió me dijo que tenga en cuenta que si no tengo trabajo el banco me va a exigir que demuestre cómo voy a pagar. No es que te apoya dándote unos meses de gracia para ver si te podés ubicar en algún laburo. Así que yo nunca le avisé al banco”, dice tras un largo suspiro.

Con ese único aparato que pudo comprarse, Marisol trabaja en su casa y así intenta llegar a cubrir la cuota. Muestra su agenda y señala con el dedo la cantidad de clientas de cada semana. Algunas hojas están saturadas de nombres. Otras, en cambio, quedan completamente vacías. “Si yo tuviera el doble de trabajo del que tengo ahora, podría vivir tranquila. Pero no. La verdad es que cuesta mucho llegar afuera cuando vos estás acá. Yo no sé manejar muy bien las redes, hay una edad en la que…”, comenta riéndose y sigue: “Entonces más bien la gente que viene es por el boca a boca. Estamos en un barrio, además, en el que no podés cobrar muy caro, con lo cual hay que remarla mucho para juntar la guita”.

El Colectivo de Autoconvocados, por su parte, le da una mano. A veces ella publica sus promociones o alguna otra compañera va como clienta. “No te sentís tan sola, eso está bueno. Me parece que, más que nada, te contiene”. Los conoció por Facebook, se contactó y fue a un par de asambleas. Allí se dió cuenta de que no estaba sola. Colabora con las “twitteadas” y todas las acciones que proponen para poder darle visibilidad al reclamo.

“Yo del gobierno anterior pienso que todo fue una estafa en general. Ellos copiaron este sistema de Chile, pero en Chile tienen una inflación anual del 2% mientras que acá es del 50%. No sé si ellos realmente se creyeron capaces de manejar la inflación o si fue todo deliberado. Lo que sí creo que fue una estafa es cómo lo vendieron, con mucha alegría diciendo que era la oportunidad para que los pobres pudiesen tener su propia casa. Y fue una estafa porque ellos lo propusieron como una política de acceso público a la vivienda, por lo que no te iba a aumentar más de un porcentaje de tu sueldo. Eso no sucedió”, reflexiona Marisol. “Todo el mundo me dice ‘sos una boluda porque le creíste a Macri”…y sí, por ahí sí. Pero fue tanto el afán de pensar que los que menos teníamos podíamos tener una casa, que no pensaste en leer punto por punto el contrato. Lo que no entienden es que fue un momento en el que uno soñó por un segundo. Ahora que lo pensás…”, y se detiene por la emoción, una completamente inversa a la que sintió cuando vió el departamento por primera vez.

Cada peso que cobra por su trabajo va directamente a la caja de ahorro para cubrir la cuota. Una vez que cree haber llegado al monto -que cambia mes a mes y es impredecible-, se permite hacer algunas compras en el supermercado. Su hija de 15 de vez en cuando le pide cosas, propias de su edad, que Marisol no puede ofrecerle. La tuvo que cambiar de una escuela privada a una pública. No tienen prepaga ni obra social.

¿Son unas privilegiadas por tener un hogar casi imposible de pagar? “La gente no lo entiende, aún somos inquilinos. El banco puede venir en cualquier momento y darse una vuelta para ver cómo está el departamento. Porque vos se lo estás alquilando a ellos. No me molesta, de todas formas. Yo vivo acá, no lo subalquilo ni nada. Pero la cuestión es que no somos dueños. Incluso es peor, porque cuando alquilaba la cuota me aumentaba cada seis meses o un año, o cuando renovás. Acá es todos los meses”.

El congelamiento y descongelamiento ayudó y, finalmente, complicó aún más su situación. La opción, leonina, de poder ir al banco a negociar si supera el 30% de su salario le está negada a Marisol. A eso se le suman los dos préstamos de su madre y su padrastro, que directamente no puede pagar. Quedan, por tanto dos opciones: aguantar hasta donde se pueda, a la espera de que el gobierno actual decida poner en marcha alguna medida o, simplemente, vender la casa.

“Todo el mundo te dice que lo ponga en venta y pague la deuda. Pero tampoco se puede vender así nomás, porque basta mirar un poco las noticias para entender que no hay mercado. Aparte todos hicimos un sacrificio muy grande para llegar hasta acá, están los otros préstamos que aún seguimos pagando. Perderíamos todo eso. ¿Qué hago? ¿Me voy a vivir a lo de mi vieja con mi hija, a los 43 años? Es retroceder mil pasos para atrás”. Son preguntas que Marisol se hace todos los días, pero que no conciernen únicamente a ella: “Tampoco creo que sea una opción para aquellos que sueñan con una casa propia mañana. Los que vienen ahora, los pibes de 20 y 25, quieren soñar con tener su propiedad. ¡Y no pueden! Porque después de todo esto, ¿qué? No sé, pienso en mi hija también. Si no hay una política pública, no hay chance”.

Las calles de Flores ahora están desiertas. Casi todos sus negocios tienen las persianas bajas. Por Rivadavia pasan algunos colectivos y muchos patrulleros, que vigilan el cumplimiento de la cuarentena obligatoria. Sólo queda, como una memoria residual, la campana del paso a nivel que retumba sobre los árboles de la plaza que da a la iglesia.

“La gente no quiere salir”, cuenta Marisol. Las clientas tendrán que esperar a que se levante la cuarentena. Ella, por su parte, volvió a pedirle al consorcio que le den un mes de gracia en las expensas. Su cuota UVA volvió a subir otros 900 pesos en marzo.

Marisol muestra orgullosa su hogar, a pesar de todo. Allí están el aparato con el que trabaja en el living, un gran armario repleto de discos, recuerdos, libros y un televisor de tubo, las luces cálidas y amarillentas del vestíbulo. “Siento que la voy a perder”, sentencia. “Si la cuota me sigue aumentando así todos los meses, no la voy a poder pagar. O voy a ir a juicio con el banco. A menos que consiga un laburo, porque no hay manera de sostener esto. Yo soñé con tener mi casa propia como empleada. Y te duele decir: ‘loco, la pierdo, no la puedo seguir pagando”.

Conciliación obligatoria ante el desguace de la Línea 60

Conciliación obligatoria ante el desguace de la Línea 60

Aún resonaba el impacto del fallo que condenó a cinco trabajadores de la línea 60 a dos años de prisión en suspenso por una medida de fuerza llevada adelante en 2015 cuando se dio a conocer la noticia: la Secretaría de Gestión de Transporte dictaba un nuevo recorte del servicio, que pasará de tener 19 ramales a tan sólo 8. Sucedió el pasado viernes 1 de noviembre e, inmediatamente, los trabajadores declararon el paro total de actividades. Esa misma noche, el Ministerio de Trabajo dictó la conciliación obligatoria por 15 días y el servicio fue reanudado. Sin embargo, el conflicto sigue abierto.

La resolución 152/2019 dictamina la reestructuración del trazado de la línea con el fin de adecuarlo “al diseño y necesidades actuales del sistema de transporte público” e implica la supresión de tres recorridos y distintas fusiones entre los restantes. El resultado es el siguiente: tan sólo dos ramales saldrán de Barracas -al sur de la Capital Federal- y llegarán hasta San Isidro y Rincón de Milberg, respectivamente, mientras que aquellos servicios provenientes de Escobar -en la zona norte del conurbano bonaerense- terminarán su trayecto en Barrancas de Belgrano y Plaza Italia. La línea 60, de esta manera, quedará partida en dos.

“Para hacer el recorrido completo, un pasajero deberá abonar dos pasajes en vez de uno, teniendo en cuenta que tampoco accede al beneficio de la tarjeta SUBE porque está dentro de la misma línea”, advierte Sebastián Menconi, delegado en la cabecera de Barracas, y agrega: “Además, por la fusión de los ramales, se está dejando a barrios enteros sin servicio en la zona norte. Barrios sobre todo humildes y de trabajadores como son la zona de Las Tunas o la de Los Troncos en Pacheco”.

La actual medida se ampara en los puntos esbozados a partir de la resolución 137/2018, también de la Secretaría de Gestión de Transporte, en la que se delinean los procedimientos para la modificación de los recorridos de las líneas de colectivo. En los considerandos, se hace hincapié en la necesidad de “generar mecanismos que permitan lograr mayor eficiencia en la gestión empresaria, a través de la búsqueda de la racionalidad, la adecuación de la oferta a la demanda, la disminución de los costos de explotación[…] sin que ello redunde negativamente en la calidad [de los servicios existentes]”. En el caso de la línea 60, se estaría priorizando el interés económico muy por encima del derecho de los usuarios.

En diferentes entrevistas, Julio Marcelo Pasciuto -presidente de MONSA, prestadora del servicio-, utilizó esos mismos argumentos para justificar la modificación en los trayectos: “lo que se trata de hacer —dijo— es adaptar los recorridos a la demanda. El viaje entre Escobar y Barracas dura tres horas y la verdad es que nadie lo hace”. También alegó que estos cambios traerían una mejora a los pasajeros “porque podrán hacer transbordo con otras líneas” y así ahorrar tiempo.

Héctor Cáceres -también delegado en Barracas- sostiene que, al contrario de lo que opina el presidente de la firma, la baja en la demanda se debe a la pauperización del servicio. “Antes los subsidios que venían desde el Estado eran por unidad de transporte. Ellos hacían abuso de esto no sacando los colectivos a laburar. Nosotros hicimos la denuncia ante el ente regulador y al Ministerio de Trabajo, porque eso nos iba a traer un perjuicio a la larga con la pérdida de pasajeros. De los 250.000 usuarios diarios que manejábamos, en este momento quedan un poco más de 90.000”, explica y prosigue: “Con este gobierno, cambió el sistema. El subsidio entra según la cantidad de boletos vendidos, que ya venían reduciéndose. Entonces, en vez de recuperar los pasajeros perdidos, lo que quieren hacer es seguir achicando aún más la línea”. En efecto, según los trabajadores, la frecuencia del servicio, que solía ser de un minuto en Capital, ahora es de entre 5 y 6 minutos.

En otra de sus declaraciones, Pasciuto se refirió a la necesidad de hacer “competitiva” la línea, ya que actualmente era “deficitaria”. Sin embargo, el grupo DOTA -propietaria de MONSA- adquirió en septiembre la ex-línea 165 y sigue afianzándose como el grupo empresarial más poderoso del Área Metropolitana de Buenos Aires en el transporte automotor de pasajeros, con el control del 46% de las líneas de colectivos.

En todas ellas, impone sus políticas de austeridad financiera. “Lo que ellos llaman ‘adaptar las líneas’, nosotros lo llamamos desguace. Es lo que ya vimos que hicieron en empresas como General Tomás Guido -líneas 25, 84, entre otras- y San Vicente -sur del conurbano bonaerense-, donde sacaron recorridos por completo y recortaron otros”, ejemplifica Menconi. 

Desde el arribo del grupo DOTA a la línea 60 en 2010, el personal se redujo de 1.450 trabajadores a poco más de 900. “Se fueron por jubilación o retiro voluntario y no repusieron esos choferes”, cuenta Menconi. Los empleados sostienen que el recorte de ramales recientemente anunciado podría implicar otro proceso de reducción, particularmente en la cabecera de Barracas, de la que empezarán a salir sólo dos servicios de los once que eran hasta ahora.

“Son funcionarios salientes, les quedan pocos días. No tienen autoridad como para definir esto en detrimento de miles de pasajeros”, denuncia Cáceres. Se refiere a Héctor Guillermo Krantzer, secretario de Gestión de Transporte, y a Guillermo Dietrich, ministro de Transporte. Ambos son los principales apuntados en los comunicados que divulgan los trabajadores de la línea 60: “Este gobierno, que acaba de perder las elecciones, aprovecha sus últimos días para arrasar con todo lo que pueda en beneficio de sus empresarios amigos. Desde el Cuerpo de Delegados manifestamos que no dudaremos en denunciar a Krantzer por mal desempeño en sus funciones”. Éste último es Ingeniero Civil con orientación en Transportes. En sus anteriores pasos por la función pública, se desempeñó como director de la Comisión Nacional de Transporte Automotor (CONTA) durante la presidencia de Carlos Menem y como director general de Transporte en la Ciudad de Buenos Aires. 

“Nos vamos a mantener en estado de asamblea permanente para decidir entre todos los trabajadores los pasos a seguir. En los próximos días anunciaremos, una vez finalizada la conciliación obligatoria (finaliza el viernes 15), cuáles son las medidas de fuerza que vamos a llevar adelante para defender la fuente laboral de las 300 familias que trabajan en la cabecera de Barracas y para mantener un servicio público de calidad”, finaliza Menconi.

Por lo pronto, este lunes 11 de noviembre a las 10, los trabajadores de la línea 60 marcharán desde el Congreso de la Nación a la Secretaría de Trabajo y para ello convocan a los empleados del transporte, usuarios, organizaciones sociales, sindicales y políticas.  

Condenados por no cortar boleto

Condenados por no cortar boleto

 

Los trabajadores de la Línea 60 en un acampe del conflicto del 2015, por el que fueron condenados.

El conflicto duró 42 días. Había comenzado un 24 de junio, cuando los trabajadores de la Línea 60 dispusieron el no cobro de boletos a los pasajeros como medida de fuerza frente a la falta de diálogo con el grupo DOTA-MONSA, gerenciadora del servicio. Sucedió en 2015, durante las vísperas de la elección presidencial que tendría como ganador a Mauricio Macri. Cuatro años más tarde, el pasado 11 de agosto, un fallo del Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N°8 de la Capital Federal dictó sentencia de dos años de prisión en suspenso a cinco trabajadores por lo sucedido en aquel entonces.

“Se busca que esto sirva de ejemplo para el resto de los trabajadores, diciendo que el que quiere llevar adelante una lucha para defender sus derechos puede correr con el riesgo de ser denunciado, procesado y tal vez hasta condenado, como estos compañeros”, explica Esteban Simonetta, delegado de la cabecera de Ingeniero Maschwitz. Las denuncias se habían presentado por presuntas amenazas coactivas y lesiones hacia otros empleados durante el conflicto. “La empresa tiene algunos empleados que son afines. Son contratados con permisos bastante flexibles y un trato diferencial en lo laboral, distinto al común de los demás trabajadores, para usarlos como rompehuelgas. A través de ellos, denunciaron en 2015 a estos cinco compañeros de la cabecera Barracas diciendo que los habían amenazado y golpeado”, agrega. Sin embargo, es imposible comprender la naturaleza del fallo sin tomar en cuenta el contexto en el que fueron presentadas estas denuncias. 

A mediados de 2015, el grupo DOTA-MONSA amenazó con realizar despidos masivos mediante la aplicación del artículo 245 de la Ley de Contratos de Trabajo, que regula las indemnizaciones. La dirección aducía que, pagando los montos allí dispuestos, tenía la potestad para despedir a los trabajadores que creyera conveniente. “Argumentaban que había compañeros que eran enfermos crónicos, que pedían mucha ART. Nosotros dijimos que eso era discriminación y un cercenamiento al derecho a la enfermedad”, recuerda Simonetta. El quiebre se dio ante el despido de Ariel Benítez, chofer que había sufrido un accidente de tránsito y que sirvió como puntapié para aplicar el mecanismo de desvinculaciones pensado por la empresa. Además, los trabajadores venían reclamando, sin ser escuchados, por el pago de haberes adeudados, por la frecuencia del servicio y por las condiciones de seguridad e higiene. La respuesta fue el no cobro de boleto: “Veíamos que la empresa provocaba los conflictos y nos incitaba a que hagamos paro porque total ellos tienen la espalda económica para soportar los días que fueran necesarios. Entonces ya un par de años antes, habíamos puesto en marcha ese tipo de medidas de fuerza ”. 

El grupo DOTA decidió ir por todo. Al tercer día, implementó un lock out patronal, o sea, retiró al personal administrativo de las cabeceras paralizando así el funcionamiento de toda la línea. Al mismo tiempo, continuó con su lista de “enfermos crónicos” y envió 52 telegramas de despido.  Los trabajadores y sus familias sostuvieron la medida de fuerza, en un principio, ocupando las terminales. Luego decidieron directamente romper con el lock out y hacer circular los vehículos por su cuenta. 

Represión a los trabajadores de la Línea 60 durante el conflicto de 2015.

 

Con el correr de los días, la tensión siguió en aumento. Gracias a una orden de la fiscalía de Escobar, la empresa logró impedir la salida de unidades desde la cabecera de Ingeniero Maschwitz. Más tarde, la jueza María Romilda Servini efectuó la orden de hacer lo mismo con la cabecera de Constitución junto a todo un despliegue policial alrededor del predio. Allí quedaron virtualmente “secuestrados” durante una decena de días 22 trabajadores que resistían el amedrentamiento de la empresa y el Poder Judicial. Según Esteban Simonetta, “lo justificaron  aduciendo amenazas falsas de los trabajadores, diciendo que la cabecera estaba tomada por personas ajenas a la empresa, que no sabían en qué condiciones se encontraban las personas acá adentro para manejar, que no teníamos registro, que había gente de rehén…, toda una serie de falsas denuncias que después se probó que no eran ciertas, porque tanto en Maschwitz como en Barracas vinieron los jueces, inspeccionaron y se corroboró que eran acusaciones falsas”.

El conflicto siguió entre idas y vueltas constantes, que incluyeron cortes en Puente La Noria, Saavedra y Panamericana con represión incluída, hasta que finalmente la intervención del Ministerio de Trabajo logró destrabar la situación. No obstante, varias de esas denuncias -que en su momento sirvieron al grupo empresarial para enfrentar a los trabajadores- siguen abiertas hasta hoy. “El cuerpo de delegados tiene un montón de causas. Están siendo procesados, pero todavía no tenemos fecha de juicio oral. También se denunció a 14 compañeros por el no cobro de boletos propiamente dicho”, continúa Simonetta. 

De ese caudal de denuncias proviene el fallo que condena a los cinco trabajadores de la Línea 60, cuatro de los cuales ya fueron despedidos. Al tratarse de una prisión en suspenso por dos años, permanecerán en libertad: “El objetivo es otro: buscan eliminar de cuajo cualquier intento de hacer nuevamente una medida como ésta, ya que nos permitió ponernos de igual a igual con la patronal. Además, es una condena que afecta a todo el conjunto de trabajadores porque vulnera la posibilidad de que puedan proteger sus propios derechos”, remarca. Por lo pronto, los trabajadores deberán aguardar a las instancias de apelación.

 

El transporte como negocio

 

El grupo DOTA es el mayor conglomerado empresarial del Área Metropolitana en el transporte de colectivos. Posee 180 de las 389 líneas, divididas en 67 empresas. Según la Auditoría General de la Nación, recibió entre 2014 y 2017 el 48% del total de subsidios otorgados al sector: 34.000 millones de pesos -sin tomar en cuenta la inflación-. También posee la concesionaria MegaCar -representante en el país de la terminal de utilitarios brasileña Agrale- y la carrocera TodoBus. El negocio, por lo tanto, es redondo.

En 2010, la operadora adquirió la Línea 60 -MONSA-. Casi automáticamente, redujo la cantidad de ramales de 24 a 12, mientras la nómina laboral pasó de 1.240 a 933 trabajadores. Este año se anunció la posibilidad del cierre de otros siete ramales y la decisión de partir la línea en dos: los servicios provenientes desde zona norte llegarían hasta Barracas, mientras que los de Capital Federal lo harían sólo hasta San Isidro. Así, por ejemplo, alguien que vive en Escobar debería hacer trasbordo dentro de la misma línea para llegar a Constitución.

Simonetta lo describe de la siguiente forma: “Es la concentración del mercado. Al haber abarcado tantas empresas, se superponen entre sí. La empresa busca reconvertir las trazas para hacerlas más competitivas y quitar los ramales más ociosos. Eso hace que incluso la línea pierda la entidad de servicio social, porque de llevarse a cabo esta reconversión se abandonarían lugares históricos del recorrido dejando a esa población sin colectivo”.

Tomar un servicio público como espacio de negocios tiene sus consecuencias. El 9 de septiembre de 2016, se le encargó a David Ramallo la reparación de un colectivo con un desperfecto eléctrico. Para ello, fue obligado a utilizar una rampa nueva sin habilitación que ya había sido denunciada por otros trabajadores. Al subir la unidad, cedió la contención, el micro cayó mientras Ramallo se encontraba debajo y le ocasionó la muerte. Hasta hoy, no hay ningún responsable por el hecho.

“Al ser un grupo tan poderoso, y que aspira a quedarse con todo el transporte en la Argentina, no le interesa respetar ni la Ley de Contratos de Trabajo, ni el Convenio Colectivo ni nada. Ellos vienen a implementar su política patronal y a querer enmarcar nuestro trabajo con sus propias reglas. Lo hacen en todas sus empresas, menos en ésta línea. Por eso están tan abocados a enfrentar esta Comisión Interna y a todos los trabajadores de la 60, para tener el camino allanado y seguir adelante contra las conquistas y los derechos de los trabajadores”, concluye Simonetta.

La imprenta recuperada Madygraf cumple cinco años

La imprenta recuperada Madygraf cumple cinco años

Eran las 6 de la mañana. Los empleados que iban llegando de a poco a la puerta de la empresa gráfica R.R.Donnelley, en el km.36,7 de la Panamericana, Garín, leían con estupor el comunicado de la empresa, escrito sobre una hoja pegada con cinta en el portón de entrada:

“Escobar, Agosto 11, 2014
Estimado colaborador:
Lamentamos profundamente tener que comunicarle que, afrontados a una crisis insuperable y habiendo considerado todas las alternativas viables, estamos cerrando nuestras operaciones en Argentina y solicitando la quiebra de la empresa, luego de 22 años de actividad en el país.
Esperamos pueda usted entender esta situación no deseada por nosotros, pero desgraciadamente inevitable. Deploramos las dificultades que esta decisión le causará.
Para mayor información respecto a esta situación, puede llamar al siguiente teléfono: 0800-345-1442.
Atentamente,
R.R. Donnelley Argentina, S.A.”

Ni siquiera habían dejado firma o sello oficiales para anunciarles a sus 400 trabajadores que quedarían en la calle. Sólo aquel 0800 al que nadie llamó.

Se cumplen cinco años de aquel momento, pero la historia de la Cooperativa Madygraf no comenzó esa mañana ni al día siguiente, cuando los trabajadores decidieron tomar la fábrica y ponerla en producción por ellos mismos. Se remonta muchos años atrás y carga con millares de momentos de resistencia y lucha. Tires y aflojes, idas y venidas.

La imprenta creó una jugoteca para los hijos de los trabajadores.

Historias en el pasillo

María de los Ángeles Plett invita a ANCCOM a hacer una recorrida por la fábrica. Es lo que hacen los y las trabajadoras siempre que alguien visita Madygraf por primera vez. “Éste es un lugar que está abierto a la comunidad. Acá puede venir cualquier vecino o vecina a decir ‘quiero hacer una recorrida’ y alguien va a cubrir eso”, cuenta. No se trata, sin embargo, de dar simplemente una vuelta por las instalaciones. “Nuestra apertura es política. Es para que vean que hay un ejemplo distinto, que se puede pelear y resistir”.

El ingreso es a través de un pasillo cuyo final se pierde en la distancia. A los costados se abren puertas y ventanas que dan acceso a todos los sectores de la imprenta: Pre-prensa, Prensa, Encuadernación, Despacho y un gran número de otros lugares más pequeños. La disposición del espacio no es azarosa, como quizás podría pensarse. “Antes había una división muy importante entre los compañeros. Prensa se enfrentaba con encuadernación, por ejemplo. Eso estaba fomentado desde la patronal, como política para que los trabajadores no se unan. Bueno, es lo que pasa en todas las fábricas: si sos contratado cobrás menos. Lo mismo si sos tercerizado o mujer”, explica María de los Ángeles. Desde el comienzo había pocas mujeres en Donnelley, recluidas en Calidad y Administración. Lentamente fueron desplazadas, quedando sólo unas pocas en éste último sector. Se trataba de una fábrica eminentemente masculina. “Se había generado un clima muy machista, muy de enfrentamiento. Era una cuestión de ego, de puestos de trabajo. ‘Yo soy maquinista y tengo más autoridad que el que pone pliegos’, ponele. O un tema de ‘no me gusta tu cara’ directamente. ¿Vieron que los varones son así?” dice riéndose. “La fábrica es un mundo aparte. Te tenés que ver 8, 12 o 16 horas con todos. Es difícil. Pero todo este clima -enfatiza- también lo generaba la misma patronal”.

Asoma el sector de Encuadernación y María de los Ángeles invita a pasar. Describe con soltura todo el proceso de trabajo y, apuntando con el índice bien alto hacia las máquinas, dibuja en el aire el recorrido que hacen las revistas hasta tomar su forma final. Es frecuente que en Madygraf una trabajadora conozca el funcionamiento entero de la fábrica. “Lo que hacemos es fomentar los puestos rotativos. Queremos que todos roten sus tareas, que los compañeros conozcan el proceso de producción. Es importante que ellos sepan de la A a la Z, lo que no te cuenta la empresa”, comenta. Y agrega: “Aparte, queremos evitar la burocratización. Por ejemplo, la directiva se cambia una vez al año. Y el que sale de la dirección va a la máquina. Volvés a tu puesto de trabajo. Todo esto discutido con los compañeros y votado en asamblea”.

«Queremos que todos roten sus tareas, que todos conozcan el proceso de producción», dice María de los Ángeles.

Cada paso permite conocer alguna situación, algún nombre, alguna historia. María de los Ángeles señala unos ductos. Se trata de un proceso subterráneo que, cuando sale una revista de la máquina, se lleva todo el sobrante de papel a través de un sistema de aire hacia otro lugar, en el exterior del edificio. “Cuando eso se trababa, porque entraba una revista o un alambre de los ganchos por ejemplo, lo que hacía la patronal era atarle una cuerda a un trabajador y meterlo ahí dentro para que lo destape con la mano. Fíjense el nivel de conciencia de todos, que permitían esas cosas. El compañero que lo hacía, que ya no está laburando acá, era `un palito`, lograba ingresar ahí. Entraba, empujaba todo y después lo sacaban. Y eso no es algo que está preparado para que entre la gente. Si se les quedaba el tipo ahí yo no sé cómo carajo iban a defender eso. Tuvo mucha suerte la patronal, haciendo ese tipo de cosas y que no le salieran mal”.

Esa no era una situación aislada, formaba parte de la dinámica que tenía la entonces Donnelley: jornadas de 12 horas y un régimen que implicaba trabajar incluso los sábados y domingos. “Los compañeros se internaban acá y las condiciones de laburo eran terribles. Hay algunos que tienen cinco hernias de disco. Tenían 30 años y estaban literalmente rotos. A eso se le sumaba todo el estrés laboral”, rememora María de los Ángeles.

Las marcas del tiempo quedan en los cuerpos y también en los lugares. Toda la cartelería, que indica sectores, oficinas, tableros de electricidad, tienen todavía estampado el logo de “R.R. Donnelley”. Los sillones y las mesas que llenan las oficinas de lo que fue la Gerencia General son los mismos en los que se sentaban los directivos de la compañía a planificar las medidas a ejecutar. Ahora son los trabajadores y trabajadoras quienes se reúnen allí a discutir el devenir de la cooperativa. En Madygraf, el pasado todavía se siente en el aire pero no con la forma de un trauma, sino como memoria y aprendizaje.

María de los Ángeles advierte: “Yo siempre en las recorridas le digo a la gente miren las paredes, porque las paredes de Madygraf hablan”. Tal cual: en uno de los muros se exponen, enmarcadas, las tapas de algunas revistas que imprimió la cooperativa. Y entre ellas, se encuentra una que se sale de lo común. “Este es nuestro cuaderno. Es una herramienta de trabajo, militancia y hermandad. Cuando vos lo abrís, tenés la historia de Madygraf. Lo llevamos a las escuelas en donde el Estado no llega y así tratamos de generar un lazo de solidaridad y acompañamiento con las docentes de la zona y de otros lugares también”, cuenta con orgullo.

También es una herramienta de lucha. En febrero de este año, los trabajadores de Madygraf protestaron frente al Congreso de la Nación a partir de un “cuadernazo”, o sea, la entrega gratuita en la vía pública de sus cuadernos, en reclamo por irregularidades durante una licitación pública en la que la fábrica recuperada había participado. La cooperativa había sido la mejor oferente y, sin embargo, no les otorgaron la licitación alegando que hubo problemas internos al Ministerio de Educación, que los sobres de Madygraf les habían llegado abiertos a las autoridades, y que, por lo tanto, deberían volver a llamar a licitación, beneficiando a las demás empresas que a partir de entonces sabrían cuál era la oferta preparada por Madygraf y así podrían ajustar las propias. Incluso hubo una represión aquel día, que terminó con un trabajador de Madygraf y un periodista de Página/12 detenidos. “No nos la dieron porque somos un ejemplo de resistencia, de decir que vos no tenés por qué resignarte si te echan de tu laburo. Madygraf es un ejemplo para la situación que se vive ahora, porque ataca profundamente la cuestión de la propiedad privada”, reflexiona María de los Ángeles.

Por la crisis y los cambios de hábitos a partir de las nuevas tecnologías, Madygraf bajó a un tercio su producción.

Casi al lado del cuaderno de Madygraf, está otra de las grandes conquistas de la cooperativa: la Juegoteca. No es ni más ni menos que la guardería en donde las trabajadoras pueden dejar a sus hijos e hijas durante el horario de trabajo. Allí están con docentes, trabajadoras sociales y practicantes de distintas universidades, divirtiéndose con juegos indescifrables, dando vueltas alrededor de las mesitas donde toman la merienda, corriendo de repente para desaparecer en algunos de los cuartos del fondo. Cuartos que pertenecieron -en las épocas de Donnelley- al sector de Recursos Humanos, donde se decidía la suerte de los 400 empleados que trabajaban en la empresa. “Nuestros hijos tienen juegos, cursos de Educación Sexual Integral…todo lo que no les da el Estado y la escuela, acá lo podemos aplicar. Y hay también una lucha propia por la Juegoteca. Esto lo conquistó la Comisión de Mujeres de Madygraf, que se la peleó en una asamblea a los compañeros. Y cuando salimos a reclamar, lo hacemos tanto por los subsidios para la fábrica, para las máquinas, para todo eso, pero también para la Juegoteca”, explica María de los Ángeles mientras saluda a las niñas que se cruzan.

Imágenes del pasado y realidades vivas del presente, todo se mezcla en el largo pasillo de Madygraf. María de los Ángeles no da dos pasos sin saludar a algún compañero que se dirige a una reunión, que tiene algún trabajo pendiente o que, simplemente, está llegando. “Todo esto se empezó a organizar desde el saludo. Se trataba de unificar desde ese lugar. Después se fue convirtiendo en un proceso mucho más profundo”, dice e invita a pasar a una de las oficinas del primer piso.

A ambos lados del portón

María de los Ángeles Plett trabajó desde muy joven en distintas fábricas de la Zona Norte del Conurbano bonaerense. Las rebeliones populares del 19 y 20 de diciembre de 2001 la encontraron con 23 años y como único sostén económico de su familia. “Yo estaba muy mal porque no entendía qué pasaba. Literalmente, no lo entendía. Mi mamá lloraba en el sillón diciendo ‘¿qué pasa?¿qué pasa?’. Hubo saqueos en el barrio y en todos lados. Hubo muertos y los mostraba la televisión”, recuerda. Por entonces, trabajaba en Pepsico. Allí conoció a Leonardo Norniella, miembro de la Comisión Interna de la fábrica y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). “Él me preguntó ‘¿Y?¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a ir a tu casa o vas a luchar?’ y yo le respondí que sí, que iba a luchar”. Así empezó a militar en el PTS. Su situación económica y personal -por diversos problemas familiares- la habían llevado a tomar conciencia sobre cómo funcionaba el mundo a su alrededor. Para colmo, al año siguiente la despidieron de Pepsico.“Ese fue un momento bisagra en mi vida. Me dije que este mundo no es el que yo quiero. Ni para mí ni para nadie. Empecé a entender que estaba en una sociedad de clases, donde unos pocos tienen todo y la mayoría no tiene nada”. Con el correr de los años transitó por diferentes trabajos precarios dentro de la industria alimenticia y autopartista. “Toda la generación del 2001 ha pasado por esto. Laburé siempre de forma contratada: cinco o seis meses. Donde pegaba un laburo, me metía. Mi único trabajo efectivo fue en Tyco Electronics, donde trabajé durante cinco años”, rememora. Hoy es una de las referentes en la lucha de Madygraf.

María de los Ángeles Plett.

El camino hasta aquí fue largo y se enlaza con decenas de otros nombres e historias. Comienza, según el relato de María de los Ángeles, con Eduardo Ayala. Por el año 2003, era delegado de La Verde, o sea, de la Federación Gráfica Bonaerense, sindicato del sector. Eduardo había entrado también a trabajar en la Universidad Nacional de Luján y allí conoció a un grupo de estudiantes militantes del PTS. Hablaban de política en general y, con el paso del tiempo, sobre su trabajo en Donnelley. Discutieron, finalmente, sobre la necesidad de organizar a los empleados de la fábrica frente a las duras condiciones de trabajo que les imponía la patronal. “Lo primero que hicieron fue recuperar la Comisión Interna. Eduardo había hablado con algunos de sus compañeros con quienes tenía cierta afinidad. Se presentaron bajo una lista, que al final resultó la más votada. Ese fue el primer ladrillo, la base de la organización”, relata. A partir de entonces, la Comisión Interna comenzó a reclamar por el pase a planta permanente de los contratados y tercerizados, se manifestó en contra de los despidos y exigió mejoras en las condiciones de trabajo.

Mientras se desarrollaba esta experiencia, del portón de entrada para afuera también sucedían cosas. “Yo soy la fundadora de la Comisión de Mujeres de Madygraf”, declara María de los Ángeles. “Esta es una experiencia que arrancamos con otra compañera que actualmente no está acá. Empezó en Kraft, en 2009, cuando fue lo de la gripe porcina. Los compañeros tomaron la empresa porque había casos en la guardería y en planta, y a la patronal no le importaba. Eso llevó a que se organizaran y plantearan la situación. Igual, no era solamente la gripe, eso fue lo que terminó de desbordar el vaso. También estaba el reclamo por las condiciones laborales, el pase a planta de los contratados y tercerizados y la cuestión de las mujeres, o sea, la igualdad salarial. Allí se logró armar una Comisión de Mujeres que duró lo que duró el conflicto y después se disolvió. No se logró armar un núcleo duro, digamos”.

Este puntapié impulsó a María de los Ángeles para conformar una Comisión de Mujeres en Donnelley. Sin embargo, allí prácticamente no había empleadas mujeres. La misma María de los Ángeles no trabajaba en la empresa. ¿Quiénes la conformarían, entonces? “Las esposas de los trabajadores”, responde. Al lunes siguiente hubo 19 despidos. La Comisión Interna intervino y organizó un festival en la puerta, convocando a las familias. “Empezamos a invitar a todas las mujeres. ‘Compañera, venite, sumate, nos vamos a organizar desde afuera, vamos a luchar junto a nuestros compañeros, defendamos nuestra familia’. Hoy nos reímos cuando lo contamos, pero en aquel momento íbamos por ahí con el cartelito y las mujeres te decían ‘después veo’ o ‘estoy con la nena’… Pero tres nos dijeron que sí y a la primera reunión vinieron cinco. Nos encontrábamos en la casa de alguna porque no teníamos un lugar físico. Entonces terminamos siendo las mujeres con todos nuestros pibes dando vueltas alrededor, discutiendo cómo organizarnos. Así arrancó la Comisión de Mujeres, allá por 2011”, resume.

La primera tarea de la naciente comisión fue armar un comunicado sobre la situación que en ese momento vivían los empleados de Donnelley y llevarlo al Congreso de la Nación. Lo esencial era mostrarle a la patronal que, mientras los trabajadores luchaban dentro de la fábrica, puertas afuera también tenían una organización de peso que los respaldaba: nada más ni nada menos que sus familias. Finalmente, dieron marcha atrás con los despidos, pero la tensión seguiría creciendo.

En 2013, la organización de los trabajadores y las mujeres en Donnelley ya era considerable. Es entonces cuando la directiva empezó a plantear que la empresa se encontraba en crisis, en una “situación complicada”. Desde el Ministerio de Trabajo le concedieron el Repro (Programa de Recuperación Productiva), un subsidio mediante el cual el Estado cubre una parte del pago de los salarios. “¿Cómo puede ser? Imprimían Paparazzi, Gente, Billiken… ¡tantos títulos! Si las revistas salen igual, ¿cómo puede ser?”, remarca María de los Ángeles retratando el desconcierto que tenían. Los trabajadores descubrieron, con el correr de los días, que en realidad la patronal desviaba la producción. En otras palabras: hacía que las revistas se imprimiesen en otros talleres. “Lo que hicimos fue ir a esas fábricas y hablar con la Comisión Interna para decirles ‘mirá, la patronal nos está cagando. Ustedes laburen, pero nosotros no vamos a dejar salir las revistas, vamos a bloquear los portones’. Convocamos a toda la solidaridad que habíamos ido juntando en este tiempo: empleados de otras fábricas, estudiantes y nosotras, las mujeres. Estuvo bueno porque no fue algo hostil con los trabajadores, es más, les pedíamos que nos acompañen de alguna manera. Hubo muchas comisiones internas que incluso decidieron dejar de imprimir esas revistas”.

Paralelamente, la Comisión Interna de Donnelley se movilizó al Ministerio de Trabajo para reclamar que se levante el Repro. “Llevamos las pruebas que habíamos conseguido, demostrando que la crisis no era verdad, y les pedimos que se lo saquen. Era raro, porque los tipos del Ministerio nos preguntaban ¿pero ustedes qué quieren entonces? O sea, la gente va a pedir que les otorguen el Repro, no que lo saquen”. Desde el Ministerio levantaron el Repro, pero la empresa siguió insistiendo con el supuesto estado de crisis y con la necesidad de despedir personal. “’Averiguamos dónde vivía el gerente”, cuenta riéndose y sigue: “Vivía en un country… a todo trapo. Agarramos a nuestros hijos, los subimos al micro y fuimos. Hay un video de aquel día, en el que los chicos le cantaban “Vergara, Vergara, poné la cara” [n.de r. :Claudio Vergara era el nombre del entonces gerente]”.

Las rispideces iban empeorando entre unos trabajadores cada vez más organizados y una patronal que no encontraba forma de disciplinar la fábrica. Para mediados de 2014, Donnelley presentó un recurso preventivo de crisis: 123 despidos y una reducción del 40% en el salario. “Las últimas asambleas ya eran en el portón de entrada, con las mujeres afuera y ellos adentro. Nos dividía el portón cerrado”, recuerda. “Nos odiaban. La patronal prefería discutir con cualquiera, menos con las mujeres”. Todos sabían que el lunes se aplicaría el recorte. Durante el fin de semana, los trabajadores y las mujeres se organizaron para recorrer la zona, ya sea en auto, en bicicleta o caminando, haciendo guardia, y así poder evitar que la empresa vaciara la fábrica. Pero nadie se imaginó aquel cartel pegado en la puerta de entrada en la mañana del 11 de agosto.

Estrategias de autogestión

“Cerró la empresa, se fue. ¿Y qué pasó con los clientes? Porque había producción pendiente. La Editorial Atlántida tenía su papel para imprimir en uno de los depósitos. Cuando se enteraron, vinieron para llevárselo. Nosotros les dijimos que no. ‘¿Vos querés sacar las revistas? Bueno, dejá el papel. Las terminamos nosotros’. Claro, si le dábamos el papel a Atlántida nos quedábamos sin clientes”, recuerda María de los Ángeles.

Pedirles las llaves a los guardias y abrir el portón aquel 12 de agosto fue el primer paso. Pero después hay que seguir caminando. Ése es el verdadero desafío: continuar, sabiendo que nada termina. Hay una serie de videos bautizados por la Comisión de Prensa y Difusión como “Notigraf”, en uno de los cuales se puede ver a la enfermera de la fábrica, Alcira Landeira, hablando de cómo bajó el estrés laboral y lo beneficioso que era para evitar el ausentismo y accidentes. De todas formas, se presentaba el desafío de producir y organizar la fábrica por sus propios medios.

De los 400 empleados que tenía Donnelley, 200 se fueron tras el cierre. En un momento se presentó la tarea de imprimir la revista Billiken, que además de las hojas impresas llevaba un producto embolsado: vasitos, platitos de plástico o algún juguete circunstancial. Esta publicación implicaba un trabajo que no podían cubrir los empleados presentes, menos aún después de la merma post-toma. ¿Quiénes se encargaron de realizarlo? Las esposas de los trabajadores junto a la Comisión de Mujeres. Más adelante se presentó otra publicación similar y se empezó a discutir si las mujeres deberían también formar parte de la cooperativa. Aunque hubo un sector que se opuso, la asamblea fue favorable al ingreso, pero con una condición: “Votaron que por tres meses no podamos hablar en las asambleas. Con todo el proceso de lucha que habíamos tenido, con todo lo que habíamos hecho… Mirá lo que es el machismo, ¿no? Nosotras participábamos con un nudo en la garganta, pero lo tuvimos que bancar. Después discutimos mucho tiempo sobre eso”, cuenta.

Entre las dificultades que afronta la cooperativa, el contexto socio-económico es insoslayable. Las publicaciones en papel están siendo desplazadas por los medios electrónicos, achicando considerablemente el mercado. Madygraf pasó a imprimer un tercio de lo que hacía. Además, el naufragio del proyecto neoliberal impacta a la industria por todos los frentes: “Actualmente las gráficas están paradas. El papel está dolarizado, así que no hay precios estables. Aparte, nos están matando con los tarifazos. Todo eso complica la situación de la fábrica y el pago de los salarios”, lamenta María de los Ángeles.

Por otra parte, también se suma el problema constante del desgaste de las máquinas. “La patronal no invertía en la fábrica y nosotros aún pagamos ese costo. Lo pagamos y lo resolvemos, porque esto nos ayuda a profundizar lazos políticos, de solidaridad y de hermandad con los estudiantes universitarios. Vienen estudiantes de la UTN a darnos una mano e incluso laburan en equipo con los compañeros de mantenimiento. Ellos mismos crearon piezas para las máquinas que, de otra forma, tendríamos que pedirlas a Alemania”, explica.

Las soluciones que encuentran los trabajadores de Madygraf son proyectos que se balancean entre lo económico, la subsistencia de la cooperativa, y lo político. En los terrenos de la empresa, hasta hace cinco años prácticamente abandonados, Madygraf levantó el Club Obrero: una serie de instalaciones de recreación abiertas para el uso de la comunidad. La cuota es de 300 pesos, un valor simbólico pero que aporta al sostén de la fábrica. “Si hay un montón de gente que labura en las empresas y no puede acceder a los recreos, entonces ¿por qué no levantar uno nosotros? Los tercerizados, por ejemplo, no tienen ese derecho. Además vienen de facultades, vienen vecinos… hay un clima de hermandad. Aprovechamos eso también para charlar y discutir con todos”, explica María de los Ángeles.

La otra gran propuesta de Madygraf son sus festivales. Si bien se busca un rédito a través de la entrada y el bufet, su objetivo es el de convertirlos en espacios de participación política. Por eso, además de las bandas que se solidarizan con la cooperativa, siempre son invitados los distintos grupos y organizaciones que se encuentran en lucha.

Este 7 de septiembre pasado, por ejemplo, Madygraf organizó un gran festival para celebrar sus cinco años de gestión obrera. Más de dos mil personas escucharon a The Primentes, Las Manos de Filippi, Cadena Perpetua y El viejo Márquez. Fueron invitados a participar y tomar el micrófono numerosas organizaciones sociales, ecologistas, estudiantiles, de lucha contra el gatillo fácil -como los familiares de los chicos asesinados por la policía en San Miguel del Monte-, cooperativas y referentes de varias luchas en curso, como el reclamo docente en Chubut.

“Cuando tomamos la fábrica, no lo hicimos para nosotros. La tomamos como un lugar para aportarle a la sociedad. Y, desde ese punto de vista, ganar la conciencia del barrio, de otros trabajadores, de los docentes”, sostiene.

Ese es quizás uno de los mensajes que se impone a la vista cuando se ingresa a Madygraf. Ésta no es una imprenta como las demás. “Nunca vas a encontrar una fábrica que se pare durante ocho horas para realizar una jornada de discusión”, comenta María de los Ángeles.

Ultima pregunta obligada. ¿Por qué “Madygraf”? “Cuando se toma la fábrica nos preguntamos sobre qué nombre ponerle. Había distintas ideas… ”Cooperativa Panamericana”, por ejemplo. Pero Julio, un compañero, planteó que debía llamarse Madygraf. ¿Por qué? Por Madeleine. Ella es la hija de uno de nuestros compañeros, que tuvo un accidente cuando tenía tres años y quedó muy grave. Le dieron una expectativa de vida de 10 años. Y hoy tiene 20. Nosotros consideramos que Mady es una luchadora. Y que nosotros también lo somos”, concluye emocionada hasta las lágrimas.