“Es un sentimiento, no puedo parar”

“Es un sentimiento, no puedo parar”

“Sólo siento emoción”, dice un simpatizante de Talleres de Remedios de Escalada tras más de un año y medio sin ver a su equipo desde la tribuna. Complicados económicamente por la ausencia del público en las canchas como por la caída en el pago de los socios, las instituciones del Ascenso tuvieron su regreso con protocolo: a cada espectador se le solicitó la libreta, carnet o certificado de vacunación virtual.

El día anterior, a unos 11 kilómetros de allí, en la Isla Maciel, también se vivió una fiesta. En los alrededores del estadio “Dr. Osvaldo Baletto”, del club San Telmo, hinchas de todas las edades se acercan, entre gritos y cánticos, para ver al “Candombero” que milita en la Primera Nacional.

Los kioscos callejeros están abarrotados de hinchas comprando bebidas, panchos y choripanes. “Mientras no estábamos acá, hicimos de todo. Desde vender comida hasta barbijos. Esto es volver a la normalidad”, afirma una comerciante que tiene puesta la camiseta azul y celeste del local y cuyo puesto de helados y golosinas se ubica justo frente al estadio.

La tarde del sábado está nublada en Remedios de Escalada, partido de Lanús. En la calle Timote, donde se encuentra el ingreso al “Pablo Comelli”, los hinchas del “Albirrojo” esperan para entrar mientras caen unas gotas. Con sus banderas, bombos y platillos, viven con felicidad la vuelta del fútbol.

“La fisonomía del barrio cambia completamente. No es lo mismo un día de partido sin la gente”, cuenta un vecino que mira cómo la gente hace fila en las inmediaciones y una decena de policías efectúan los controles para el ingreso. “Me siento feliz, esperé esto por mucho tiempo”, afirma Quique, socio vitalicio desde hace 40 años, quien porta orgulloso su casaca roja y blanca junto a su nieta.

El retorno del público también beneficia a los comercios de la zona, entre ellos un almacén ubicado frente al estadio que se inauguró hace dos semanas. “Estamos a full y expectantes con esta situación”, confiesa su propietario y remarca que este es el mejor momento desde su apertura. El local también hace las veces de guardarropa para los hinchas de Talleres que dejan sus paraguas, ya que en la cancha no se permiten. “A partir de ahora, vas a tener que cobrar el servicio”, le dice un hincha al almacenero que sonríe mientras los clientes siguen entrando en el negocio.

En cancha de San Telmo, los más de 22 grados de temperatura y el sol sobre las gradas hacen que los hinchas busquen hidratarse de cualquier forma. “¡Heladoooo!”, grita una y otra vez el heladero, quien durante buena parte del primer tiempo es el punto de atención de niños, madres, padres y abuelos que se acercan para comprarle. “Esperemos que siga así a lo largo del año”, dice el vendedor que también ofrece caramelos y garrapiñadas. A los 30 minutos, se da cuenta que no tiene más mercadería. “¡Se acabó!”, dice señalando con sus dos manos que ya no hay más, mientras niños y adultos con ganas de un palito se alejan fastidiosos y acalorados.

En el buffet de Talleres, las mesas están llenas de platos con restos de alimentos, mientras Judith y Rodrigo, empleados del club, escuchan sin parar los pedidos de los clientes. “No escuchaste. La chica pidió una porción de papas”, corrige la encargada al cocinero. Todo parece haber vuelto a la normalidad. La pandemia no solo afectó al fútbol profesional, sino también a otros deportes y actividades recreativas que se realizan en la institución. A esto se sumó la caída en el ingreso por las cuotas de los socios. “Hoy estuvo muy movido el asunto. Realmente extrañamos no solo los días de partido, sino los días en que los socios vienen aquí para comer o solo pasar el rato”, destaca Rodrigo.

“El partido es solo una excusa para encontrarnos con amigos del barrio, para hablar”, expresa Fernando, otro socio vitalicio del club de Escalada, aunque señala que antes de la pandemia la cosa no iba tan bien. Fernando critica la AFA por el tema del calendario de los partidos y porque “hace años vienen dejando de lado al Ascenso”. “Antes éramos un grupo de veinte amigos con quienes nos reunimos, ahora solo quedo yo”, se lamenta.

Tanto en Escalada como en Isla Maciel, el clima es de fervor por la vuelta. Los equipos son recibidos por sus parcialidades cantando, saltando sin parar y con una lluvia de papel picado. Las canciones aluden al barrio y a sus clásicos rivales, Dock Sud en el caso de San Telmo, Lanús y Temperley en el caso de Talleres.

San Telmo viene de ganar en la fecha previa y está necesitado de sumar puntos para escapar de los puestos del fondo de la tabla, por eso su hinchada está ansiosa. El desahogo llega a los 38 minutos de la primera parte con el gol del central Ezequiel Filipetto. Algunos hinchas se abrazan, otros se cuelgan del alambrado, después de más de un año festejan un gol dentro de su estadio.

Pero al minuto del segundo tiempo, mientras muchos espectadores todavía están refrescándose en los baños o en la puerta esperando sus bebidas, el “Tricolor” empata el partido. “¿En serio empató?”, pregunta un hincha y le pega al alambrado mientras insulta al aire. A los 64 minutos, cuando algunos estaban reclamando más ganas, Javier Velázquez anota el segundo gol del “Candombero” y desata el júbilo de la hinchada, que hasta el final del encuentro aumenta la efusividad de sus cantos.

“Terminala juez, ¿cuánto más vas a adicionar?”, le reprocha un hincha al árbitro mientras de fondo el resto corea “yo soy de San Telmo / es un sentimiento / no puedo parar”. Cuando el juez da por finalizado el partido, un grito intenso se apodera del estadio y continúa durante toda la salida.

En Remedios de Escalada, los hinchas esperan una victoria ante Fénix, rival directo en la zona baja de la B Metropolitana. El primer tiempo es trabado, casi sin situaciones de gol. Los hinchas alientan sin cesar, aunque algunos murmuran por la falta de remates al arco. El segundo tiempo también es friccionado y la impaciencia crece a cada minuto. Entonces el técnico del visitante, Cristian “el Ogro” Fabbiani, ex futbolista de Lanús y River, se convierte en chivo expiatorio para que los hinchas locales descarguen su ira.

“¡Pégale al arco!”, gritan desde la tribuna, pero no hay caso. Cuando suena el silbato que anuncia el final del encuentro, el grueso de la hinchada aplaude a sus jugadores y se retira lentamente. Pese al empate, muchos se van contentos porque después de más de un año volvieron a presenciar un partido. “Yo estuve internado y lo pasé mal durante este tiempo –cuenta un hincha de Talleres–, por lo que volver a la cancha fue un verdadero placer”.

Una asamblea de luchas y afectos

Una asamblea de luchas y afectos

Jornada de domingo en la Asamblea Plaza Dorrego.

La pared pintada de la esquina de San Juan y Piedras habla por sí sola: “Basta de políticas de hambre y muerte”. Esa es la consigna que dejaba ver la fachada del espacio hasta un par de semanas, cuando fue actualizada: “La memoria es poderosa: Fuera el G20”. Allí funciona la Asamblea Popular Plaza Dorrego, una organización no-partidaria que combina la ayuda inmediata con iniciativas que buscan brindar una herramienta y una alternativa a aquellos que viven a la intemperie.

Con el objetivo de solidarizarse con los más vulnerables y construir espacios de participación, en la Asamblea se realiza una olla popular -conocida como La Olla- que alimenta todos los domingos a un centenar de personas en situación de calle. Además, se ofrecen talleres de escritura y de escucha, una radio abierta, clases de tango, un ciclo de arte mutante en el que la música funciona como espacio de resistencia, y el mutante, una caminata turística abierta pero en la que se resignifican los diferentes rincones de la ciudad.

Elsa Omar milita en la Asamblea desde 2004 y habla del origen del proyecto: “Este espacio surge en el marco del auge del movimiento asambleario de 2001 y nace fundamentalmente de las necesidades de la gente. Atravesamos dificultades pero seguimos de pie. Hoy más que nunca se acrecientan las violencias en nuestra sociedad y los más perjudicados son los compañeros y compañeras de la calle. Cargan todos los días con su mochila habitual de preocupaciones. Y acá estamos para escucharlos. De eso se trata la Asamblea, de poner la oreja sin exigencias”.

En la Asamblea se realiza una olla popular que alimenta todos los domingos a un centenar de personas en situación de calle.

LA POLÍTICA DE LOS AFECTOS

Al interior de la Asamblea no existe el anonimato. A todas las personas se las llama por su nombre, o en su defecto, por apodos cariñosos: Chiqui, Cathi, Angelito, el Pola, Marian y Rober. Es el afecto el que prima en todo momento. “Todo se construye de manera horizontal”, señala Fernanda López, militante de la Asamblea, escritora y coordinadora del taller de escritura: “La olla no tiene que ver sólo con dar de comer, tiene que ver con generar una posición de igualdad. Todos cocinan, todos están en el comedor, todos limpian. La diferencia existe, porque nosotros cerramos y nos vamos a casa y ellos no, pero buscamos achicar esa brecha todo lo posible”.

Y la brecha se achica cuando un compañero cuenta en el taller de escucha que le encantan las canciones de Sandro o cuando alguien escribe un poema en el taller de escritura y se emociona al recibir el aplauso del resto. Para López “El taller nace por una necesidad de que la palabra circule, buscamos que haya un tiempo dentro de otra temporalidad. Los compañeros de la calle se mueven continuamente de un lado para otro y la idea es que encuentren acá un lugar para sentarse a hablar, a escuchar y a reflexionar”.

«Los compañeros de la calle se mueven continuamente de un lado para otro y la idea es que encuentren acá un lugar para sentarse a hablar, a escuchar y a reflexionar” explica Fernanda López.

¿Se viene el libro de la Asamblea?

Efectivamente. El libro sale a fin de año. Cada capítulo corresponde a una jornada del taller y están ahí los textos escritos por lo compañeros. Su palabra y su nombre inscriptos en la importancia del objeto libro. Porque lo que tienen para decir es válido, y es mucho. Para nosotros que las personas en situación de calle puedan escribir es una posición política.

¿Cómo se sostiene la olla?

La olla la bancamos con nuestros aportes y donaciones de la gente del barrio. No recibimos nada del Estado y no estamos atados a partidos políticos ni al gobierno de turno.

En la Asamblea también hay lugar para la alegría revolucionaria y transformadora.

De fondo suena “El bombón asesino” y Darío, un hombre de la calle, canta y baila al compás de la cumbia. Cuando termina el tema, Mariano, militante de la Asamblea, toma el micrófono y dice “la alegría es nuestra”. Y no se refiere a la “revolución de la alegría”, falsa promesa de la gestión macrista que invisiviliza, reprime y aumenta cada vez más ese paisaje cotidiano que es la población de la calle. Mariano se refiere más bien a la alegría revolucionaria y a la Asamblea como el lugar en el que la transformación es posible.

López baila y disfruta, esta vez, un cuarteto de Rodrigo. Mientras tanto habla con sus compañeras para organizar la olla que se va a servir en un rato y responde la última pregunta.

La Asamblea Popular Plaza Dorrego, es una organización no-partidaria que combina la ayuda inmediata con iniciativas que buscan brindar una herramienta y una alternativa a aquellos que viven a la intemperie.

¿Qué es la Asamblea Popular Plaza Dorrego?

La Asamblea es un espacio de militancia donde encuentro posible algún tipo de transformación. El movimiento asambleario horizontal y participativo es la esperanza. El cambio está ahí, en la charla, en el abrazo, en el libro que sale a fin de año. La Asamblea es fundamentalmente un espacio de pertenencia donde lo que tiene lugar en todo momento es la política de los afectos.

El libro escrito por personas en situación de calle, sale a fin de año. Cada capítulo corresponde a una jornada del taller.

El Isauro Arancibia quiere legalidad

El Isauro Arancibia quiere legalidad

Para que una escuela sea escuela necesita de algunos ingredientes indispensables. Para que una escuela brinde educación y desarrolle personas con un proyecto de vida hacia el futuro necesita de un edificio, necesita de maestros y estudiantes, necesita bancos y sillas, necesita materiales como pizarrones, tizas y libros de lectura. Pues bien, la escuela Isauro Arancibia, a pesar de contar con todos estos ingredientes, no es reconocida como tal por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El instituto tiene todo pero aún le falta un componente fundamental: el reconocimiento legal.

El Isauro Arancibia da clases a chicos en situación de calle. Se encuentra ubicado en la avenida Paseo Colón al 1318, en el barrio porteño de San Telmo, en un edificio imponente, de tres pisos, con trapos de diferentes tamaños y escritos con diversas tipografías, pero con un mensaje en común: visibilizar el conflicto. Es que el Gobierno porteño se hace el desatendido, tal como explica su directora Susana Reyes, ante el reclamo por el reconocimiento estatal. “La respuesta que recibimos es puro silencio”, dice Reyes.  Asimismo, Evangelina Aguilar, maestra de primer ciclo, se explaya en el mismo sentido: “La reacción del gobierno es contradictoria: por un lado, destina fondos y maestros como cualquier escuela pública y hasta las autoridades que nos visitan reconocen el proyecto que armamos, pero después no avanzan en la firma de la normativa”. Y enfatiza: “Se avanza y se reconoce la experiencia como valiosa, pero no se firma la reglamentación que nos ampare legalmente”.

Frente a este conflicto, el Isauro está preparado porque sabe de luchas. La institución, fundada en 1998, no siempre funcionó en la actual dirección, ya que siempre era trasladada de un lado a otro, hasta que en 2011 quedó instalada en Paseo Colón. Ese año, la Legislatura porteña aprobó un presupuesto de 14 millones de pesos para refaccionar el colegio pero pasó un lustro hasta que comenzaron las obras, porque en el ínterin apareció una seria amenaza: la demolición para dar lugar al Metrobus. Sin embargo, la comunidad educativa resistió con fuerza y logró en 2014 la suspensión del trazado del transporte público sobre su territorio.

Una mujer con una guitarra y un niño junto a ella la mira.

El Isauro Arancibia da clases a chicos en situación de calle. Se encuentra ubicado en la avenida Paseo Colón al 1318, en el barrio porteño de San Telmo.

Pero el Isauro no tuvo paz. Las obras que se iniciaron en febrero de 2016 para remodelar la escuela se congelaron en abril de ese año ante una nueva amenaza de demolición, debido al resurgimiento de la idea del Metrobus. Frente a ello, el Isauro consiguió el triunfo definitivo, al menos en ese tema. No obstante, las malas noticias continuaron: en julio de 2016, la puerta del edificio fue violentada para causar destrozos y robos dentro de él. Allí, se llevaron materiales del jardín maternal como ropa, leche, pañales y juguetes, y también maquinarias del emprendimiento gastronómico autogestionado por los jóvenes que concurren al Isauro.

Consultada sobre qué problemáticas sufre el instituto, la directora indica la inestabilidad de los trabajadores: “A mí me intiman a jubilarme, pero si me jubilo, acá no queda nadie porque pueden mandar a un coordinador externo. Nos ha pasado de tener compañeras que se jubilaron y que nunca fueron reemplazadas. Necesitamos que seamos escuela para que se tomen maestros capacitados”. Reyes cuenta que también esta situación es alarmante para los chicos que asisten al Isauro, quienes la mayoría viven en situación de calle. “Acá vienen a estudiar, a formarse como trabajadores en distintos niveles educativos”, comenta con contundencia.

Una muejer hablando por un micrófono y junto a ella dos mujeres más levantando los brazos.

“A mí me intiman a jubilarme, pero si me jubilo, acá no queda nadie porque pueden mandar a un coordinador externo», comentó la directora.

La escuela, sin embargo, había nacido como un proyecto de centro educativo, es decir, como una entidad que albergara a un número reducido de alumnos, con pocos maestros y solo dos horas diarias para brindar las materias básicas (Matemática, Lengua, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales). Pero algo trastocó los planes: la llegada masiva de estudiantes, bajo una extrema vulnerabilidad social, con necesidades particulares para poder llevar adelante su formación primaria, obligó a transformar el proyecto y convertir, por lo tanto, el centro educativo en una escuela. “Esta transformación tiene que ver con más horas de clase, con una formación integral, donde además de las materias básicas, se dictan talleres de arte y comunicación”, cuenta la maestra Aguilar. Al mismo tiempo, se pueden cursar, en el colegio, oficios a contraturno. El objetivo, cuenta Aguilar, es ayudar a los chicos y jóvenes “a pensarse a futuro, construir su proyecto de vida y cambiar la situación de vulnerabilidad en la que viven”, y agrega que “lo que se busca es garantizar el derecho a la educación, a la vivienda, al trabajo y a la salud”.

Se ve en primer plano un niño sentado

El objetivo es ayudar a los chicos y jóvenes “a pensarse a futuro, construir su proyecto de vida y cambiar la situación de vulnerabilidad en la que viven”, afirmó una de las maestras.

UN ACTO PARA RECLAMAR

Frente a este conflicto que padece el Isauro Arancibia, el pasado miércoles 20, la comunidad educativa del colegio organizó un festival tendiente a visibilizar el reclamo y recaudar fondos para hacer frente a los gastos corrientes. Un humilde escenario fue montado sobre la calle Cochabamba, donde en su intersección con la avenida Paseo Colón, se levanta la casa de estudios. Allí, diferentes estudiantes tocaron algunos instrumentos y se dieron el gusto de cantar ante el público que apoyaba la iniciativa. También se exhibieron los productos de los talleres: fotografías, avioncitos de madera, libretas, ruedas de bicicleta,  y también cosas ricas como bizcochos y cuernitos, hechos en el taller de panadería. En el festival también se hicieron presentes los chicos más pequeños, acompañados por una maestra de nivel inicial, quien con dinamismo y simpatía, los asistía hábilmente. A su vez, una cantante invitada tomó el micrófono hacia las cinco para alegrar aún más la tarde. Luego, la profesora de música y algunos alumnos, entonaron unas breves estrofas, compuestas por ellos previamente. “Esta escuela es una construcción colectiva. Fue la forma de organización y la potencia del proyecto lo que permitió en estos 19 años que no solo funcionemos, sino que hayamos crecido”, señaló Aguilar, mientras se iban sirviendo pizzas y gaseosas en la puerta del colegio. “Esta construcción colectiva se logra con los estudiantes, con los docentes, con la comunidad educativa y con un vínculo muy estrecho entre ellos, tanto en la construcción como en la resistencia y en la lucha por este proyecto educativo”, sentenció.

Un grupo de chicos aplaudiendo.

La comunidad educativa del colegio organizó un festival tendiente a visibilizar el reclamo y recaudar fondos para hacer frente a los gastos.

El Isauro sabe que el no reconocimiento por parte del Gobierno de la Ciudad como una escuela más constituye otra problemática a la que deben enfrentar con entereza. Es una lucha más en su larga experiencia, impregnada de triunfos y derrotas. Es un objetivo más, un paso más, para que la escuela sea escuela y no sufrir, por tanto, las condiciones que atraviesan en la actualidad. “Nosotros no tenemos una planta orgánica funcional que diga que tal maestro es de este colegio. Entonces, lo pueden mandar a trabajar a otro lado y este proyecto, desarmarse legalmente y muy rápido”, expresó Aguilar.

Desde aquel lejano 1998, la historia del Isauro Arancibia está plagada de conflictos, luchas y desatinos. Pero también, de muchas otras que alegran a cientos de chicos, jóvenes y adultos, que encuentran en esta escuela, un lugar de refugio ante tanta marginalidad social. También, su historia cuenta con resistencias y victorias. La solidaridad es un valor implícito que se explicita en el festival, donde los alumnos bailan con los maestros mientras Karina, La Princesita, suena de fondo. “Esta es una situación de extrema urgencia que no puede seguir sucediendo. El Isauro Arancibia es una escuela pública que se viene construyendo desde hace 19 años y que necesita de una ley que la reconozca como tal”, concluyó la cálida maestra Aguilar. Es una necesidad no solo de este colegio, con sus chicos y maestros, sino también de la sociedad en su conjunto. El Isauro necesita ese último ingrediente, la pata legal, para alegrar aún más su singular historia.

Un hombre sentado en una tarima cantando. y tocando la guitarra.

Un escenario fue montado sobre la calle Cochabamba, allí tocaron instrumentos y cantaron ante el público que apoyaba la iniciativa.

UN MIMO A LA LUCHA

La valentía que exhiben día a día los trabajadores del Arancibia en su proyecto de resguardar a los chicos y adultos en situación de calle, tuvo su merecido reconocimiento el 14 de agosto pasado, cuando la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) le otorgó la distinción en el marco de la 2da Edición del Premio Iberoamericano de Educación en Derechos Humanos “Óscar Arnulfo Romero”. La escuela fue premiada en la categoría de educación formal por su intensa labor de generar propuestas a las necesidades de los estudiantes, con el objeto de mejorar sus posibilidades de integración social. Asimismo, destacaron el proyecto de vida que elabora la institución “para que cada persona pueda imaginar un futuro y armar articulaciones con otros establecimientos que alojen a este sujeto educativo”.

Actualizada 27/09/2017.

 

“Se está perdiendo el alma del Mercado de San Telmo”

“Se está perdiendo el alma del Mercado de San Telmo”

El antiguo Mercado de San Telmo está sufriendo modificaciones edilicias y culturales, a pesar de haber sido declarado Monumento Histórico Nacional en el año 2000. Los vecinos están preocupados por el presente y el futuro de un lugar emblemático de Buenos Aires.

Los vecinos de San Telmo crearon una página de FacebookSan Telmo – El Mercado NO es un Shopping” para defender entre todos la integridad del Mercado y de sus trabajadores ante el avasallamiento de quienes son dueños desde 1978, la familia Delait.  La consigna “el Mercado no es un shopping” surgió a partir de la circulación de un proyecto que pretende convertir al lugar en un polo gastronómico que ni siquiera sería  de comidas tradicionales argentina, sino que estaría conformado por cadenas extranjeras.

“Nos enteramos al principio como un rumor pero enseguida comenzamos a ver los cambios físicos. De repente, vimos instalarse muy bien en el centro del Mercado un puesto de café chiquito que se llama Coffe Town, donde antes funcionaba un puesto de flores, y en poco tiempo comenzó a expandirse comprando otros locales, llegando a ocupar casi toda un ala del mercado. El pasillo también fue copado por las mesas y sillas del local, por donde antes podía transitar la gente. Para que Coffe Town se apropie de estos espacios fue necesario desplazar a comerciantes que desarrollaban sus actividades desde hace 30 años”, cuenta Juan D´ambrosso mientras recorre el Mercado.

El antiguo Mercado de San Telmo está sufriendo modificaciones edilicias y culturales.

Coffe Town fue el primero pero no el último local que comenzó siendo un pequeño negocio para luego avanzar sobre los antiguos. Sobre Carlos Calvo se levantó una panadería francesa llamada Merci. La esquina que ocupó funcionaba como basurero, había volquetes donde todos los puestos tiraban sus residuos. Ahora tienen que salir a la calle y usar los contenedores del Gobierno de la Ciudad. Pero todos los comerciantes y vecinos tiran la basura ahí, a la media mañana ya se llenan, lo que provoca la acumulación, olores fétidos y la presencia de roedores. Merci empezó siendo una panadería, actualmente abrió un bar y  un patio de comidas. No le bastó con adquirir otros locales para su expansión, ahora está construyendo una segunda planta. Juan denunció que en el entrepiso pusieron un tanque de agua y dijo que eso no solo está prohibido, sino que es peligroso. Así como ésta hicieron varias modificaciones, rompieron unas piletas grandes que había en el lugar para que las verdulerías lavaran la mercadería, las parrillas, los platos y cubiertos. “No existe más nada, lo tiraron todo abajo. Esas piletas estaban desde que se inauguró el Mercado, Ahora los demás comerciantes no tienen donde ir a lavar”, expresó con indignación Juan.

La Ley  27103 de Monumentos y Lugares Históricos establece que los bienes protegidos en los términos de esta ley no podrán ser vendidos, ni gravados ni enajenados por cualquier título o acto, ni modificado su estatus jurídico, sin la intervención previa de la Comisión Nacional.

Juan reconoce dos estrategias llevadas a cabo por la administración del Mercado para concretar su negocio inmobiliario. Por un lado, dice que les aumenta las rentas todos los meses. “El jueves me encontré con el ayudante del carnicero y me contó que les aumentó a 3.000 pesos la luz. Tal vez ellos puedan pagar, pero algunos locales que venden menos, como el de antigüedades, que no ganan lo suficiente, no sé cómo van hacer”. La administración aumenta los impuestos todos los meses porque no existen contratos ni nadie que los regule. Maggie Hermosilla, española, vecina de San Telmo, dijo que una mesera le comentó que venían pagando 400 pesos de expensas, pero que este mes les cobraron 1.200 y que para pagar tuvieron que aumentar la cantidad de días de trabajo.

 

La otra estrategia es la mudanza de puestos, que Juan califica como una estafa. “Movieron un local de choripán al paso, que funcionaba en el mismo espacio desde hace 18 años, a otro lugar que queda, en el mismo Mercado, a la vuelta  donde se encontraba una verdulería. La excusa era que en el primer local la hija del dueño iba a instalar un bar, lo que no ocurrió. Para el traslado al parrillero y al verdulero les cobraron 30.000 pesos para reubicarlo, con la excusa de que quedarían en un local más grande.

Una vecina de San Telmo, que pidió reserva de su identidad, contó que hay un almacén que está hace treinta años en el Mercado, y está siendo hostigado por el Gobierno de la Ciudad. “Vienen, lo clausuran y lo mantiene un tiempo cerrado. Estamos hablando de gente honesta que trabajó toda su vida en el lugar y que jamás tuvo problemas. Nos preguntamos por qué clausuran ese local y no le exigen a los nuevos que den ticket. La panadería Merci no entrega comprobantes de venta, no tiene baños propios, hay montón de cosas que tienen que estar en regla para que funcione como bar y no se están cumpliendo, pero sigue abierta. Eso nos lleva a pensar que hay una cierta protección hacia los locales nuevos, o bien un acoso de parte del Gobierno de la Ciudad a los antiguos puesteros”.  Además, aclaró que no es que están en contra de los extranjeros, ella considera que el barrio es cosmopolita, con convivencia de gente de todos los lugares del mundo y eso es lo que lo hace interesante. “Cuando llegó la panadería francesa, todos fuimos a comprarle, pero cuando vimos que empezó a expandirse y desplazar a otros puesteros dijimos: ´Bueno, hay un límite´. Queremos que la gente del barrio no quede afuera. Hay un vecino del edificio donde vivo que les provee de carne al Mercado y que si desaparecen los puestos históricos, él se queda sin trabajo”.

El Mercado fue declarado Monumento Histórico Nacional en el año 2000.

No solo se ve afectada la fisionomía del edificio sino el bienestar y la integridad de sus trabajadores. La dueña de una mercería que tiene 60 años tuvo que mudar ella sola su local que estaba bajo la cúpula, donde estuvo toda su vida, hacia las periferias del mercado, a un pasillo con escasa iluminación. Terminó exhausta y le dijo a Maggie: “Otra mudanza o aumento de alquiler no puedo soportar, si ocurre cierro y me voy”. Juan cuenta que al dueño de uno de los bazares le dio un infarto luego de que le notificaran que iban a dividir su local, es decir achicarlo para alquilar la otra mitad.

Maggie vivió buena parte de su vida en Europa y ha visto este mismo sistema de transformación en los mercados españoles. Ella sostiene que se está produciendo una segregación de los clientes locales, porque ya no pueden pagar los precios pensados para los turistas. Ver que ahora se está repitiendo ese proceso en Argentina, donde eligió vivir junto a su marido oriundo de San Telmo, le causa tristeza: “Yo soy inmigrante, pero me duele ver el deterioro de un lugar con tanta carga histórica y cultural. Me acuerdo que un día pasé por el Mercado y vi como estaban rompiendo con una masa los mármoles y me generó mucha impotencia”.

Juan explicó lo que siente cada vez que va al Mercado: “Es entrar y querer largarse a llorar. El Mercado era el lugar en donde iba con mi mamá a comprar todo. Tenías la carnicería, al lado la pollería, en frente la verdulería. Donde antes había treinta carnicerías, hoy solo hay dos. Yo llevo 69 años en el Mercado, cuando mamá estaba embarazada de mí, venía a comprar con Estercita, la madre del pollero, que ahora tiene 88 años”. Juan parece una celebridad, todos los saludan mientras transita por los pasillos del Mercado. “Los puesteros no quieren hablar, no reclaman, ni denuncian las irregularidades, porque tienen miedo de perder su fuente de trabajo, los entiendo. Sin embargo, me he peleado con muchos, porque sus abuelos y padres trabajaron su vida entera en el Mercado y ahora ellos se están dejando pisotear por la administración, están dejando que los corra sin hacer nada”, manifestó con rabia Juan.

“El Mercado es de todos, hay una parte histórica, cultural y social que trasciende a los puesteros. Por eso salimos a defenderlo, aunque los comerciantes no quieran hablar. Se está perdiendo el alma del Mercado de San Telmo. Si antes se servía locro, choripán y asado, ahora comes `boeuf bourguignon´ escuchando una radio francesa”, dijo Maggie mientras pasaba por Merci.

Los vecinos están preocupados por el presente y el futuro de un lugar emblemático de Buenos Aires.

Irregularidades y problemas edilicios

Maggie contó que el miércoles mientras hacía las compras se cortó la luz. “Están poniendo locales que necesitan una mayor cantidad de energía  y las instalaciones del edificio no están preparadas. En cualquier momento puede haber un incendio”, agregó. Juan dijo que el sistema eléctrico es muy antiguo y está en pésimas condiciones, por lo cual estaría colapsando.

Cuando a los franceses le dieron la habilitación para abrir Merci hubo un problema con el gas. El dueño de Merci le contó a Maggie que estuvieron a punto de explotar, porque los que le pusieron el gas lo hicieron mal. Sumado a estos problemas de instalación eléctrica y de gas, aparece la cuestión de los baños: solo existen dos, uno de mujeres y otro de hombres compartido por todos los locales y visitantes.

Según Maggie se está produciendo una gentrificación en San Telmo, es decir que se está dando la compra de edificios históricos por parte de grupos que poseen un gran poder económico y están cambiando poco a poco la fisonomía del barrio, expulsando a los habitantes históricos. Para ella el Gobierno es cómplice, ya que los organismos que  tienen que regular y controlar que se cumplan las reglas y normas de sanidad, que haya una instalación eléctrica y de gas apropiadas, que haya contratos que protejan a los trabajadores, que se den recibos de alquiler y facturación para los clientes, no lo están haciendo. “No solo pasa con el Mercado, en el barrio han aparecido muchos carteles de venta en edificios y locales, falta que nos pongan un cartelito a nosotros”, ironizó Maggie.

No solo se ve afectada la fisionomía del edificio sino el bienestar y la integridad de sus trabajadores.

La primera vez

El desplazamiento de los antiguos comerciantes empezó hace cuatro años con un bar notable “La Coruña”, actualmente sigue en funcionamiento bajo el mismo nombre, pero según sus más antiguos clientes cambió su estilo y esencia. El espacio que se encuentra en la esquina de Estados Unidos  y Bolívar fue fundado por la familia Moreira cuando recién llegó de La Coruña, España, y se instaló en San Telmo hace 60 años. Vivían en un altillo, arriba del bar. “Yo iba ahí cuando tenía 6 o 7 años.  Con Carmen, la hija de los dueños, prácticamente nos criamos juntos”, contó Juan. Ella siguió con el negocio familiar después de que fallecieron sus padres. Juan recordó con una sonrisa una anécdota de ese lugar: “Una noche Manu Chao visitó el bar y se puso a tocar la guitarra. Carmen lo echó por ruidos molestos. Cuando los clientes le advirtieron que a quién acababa de echar era Manu Chao ella les respondió, y qué, yo soy Carmen Moreira. Era una persona muy querida en el barrio, con un carácter muy fuerte, por eso podía llevar adelante a La Coruña”.

En el 2013 la administración le aumentó el alquiler en un monto tal que la obligó a cerrar. Además del aumento le exigió hacer una serie de reformas cuyos gastos correrían por cuenta de ella. “Era un bar que tenía mucha historia arquitectónica, cultural y social para el barrio, era un lugar de encuentro”, expresó Juan. Fue declarado notable por el Gobierno de la Ciudad. “Los vecinos quedamos muy tristes, atónitos y amargados. A los ocho meses del cierre, Carmen falleció. Sé que murió por eso, fue un golpe muy duro”, asevera Juan, con tristeza.

La Coruña se transformó en un restaurante que nada tiene que ver con la gastronomía que caracterizaba al lugar, actualmente sirven comida vietnamita. “Modificaron la estética tratando de poner algo antiguo en un lugar que no lo necesitaba. Los nuevos dueños del local abrieron una nueva puerta y tiraron abajo el altillo, no sabemos si tenían autorización para hacerlo. Estos cambios hablan de un descuido por parte de las autoridades, los declaran lugares notables, pero nadie los defiende de estos arrebatos. Entonces nos queda pensar que lo hacen por publicidad o marketing”, concluyó la vecina que pidió reserva de identidad.

 

Actualizada 18/07/2017