Los vuelos de la vida

Los vuelos de la vida

El helipuerto Baires Madero se encuentra en la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors, a metros de la Reserva Ecológica de la Ciudad de Buenos Aires y al lado del barrio Rodrigo Bueno. El camino a la entrada parece no tener final, las veredas comienzan a achicarse, el humo de los camiones inunda el ambiente. Se observan montañas de basura y unos cuantos autos abandonados. Desde Avenida España al 3200, se llega a ver la central Helicenter, y allí, subiendo una escalera, está el despacho donde se alojan los médicos y operarios del Escuadrón Aéreo del Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME).

La tripulación está formada por el piloto Eduardo Forgan; Javier Revilla, técnico operativo que durante el vuelo y en la escena colabora con el médico al momento de la asistencia; Pablo Martínez, médico emergentólogo, y la médica aeroevacuadora María Sol Budic. Además, de cada operativo participa Juan Noir, uno de los coordinadores del SAME, jefe del equipo médico y, a la vez, enlace del Escuadrón Aéreo con el resto del SAME. Es el encargado también de la programación de los servicios, el control de las habilitaciones y licencias del personal, la realización de los cursos, la documentación y el contacto entre otras áreas o instituciones para que la operación sea fluida y sin inconvenientes. El equipamiento con el que cuentan incluye capacidades de Unidad de Terapia Intensiva Móvil y asistencia primaria para el paciente politraumatizado.

El SAME se creó en 1991 como una fusión entre lo que era el Centro Informativo y Permanente para Emergencias y Catástrofes, la Dirección General de Material Rodante (ambulancias) y la Dirección General de Atención a la Salud (coordinación médica). Hoy depende del Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad, específicamente del Área de Emergentología. El SAME aéreo tuvo su primera atención el 8 de diciembre de 2010 y desde ese momento a la actualidad realizó más de 3.500 auxilios. Dispone de dos helicópteros que pertenecen a la empresa privada Modena Air Service –que brinda mantenimiento y tripulación–, mientras que el SAME aporta equipo médico, insumos y combustible.

Asimismo, posee bases operativas para aterrizar en diversos hospitales porteños: Santojanni, Pirovano, Tornú, Fernández, Rivadavia, Argerich, Penna, Vélez Sarsfield y Durand. Sin embargo, la idea de operar con helicópteros sanitarios en la Ciudad no fue fácil: muchos establecimientos no tienen todos los elementos para asistir a un paciente, el recurso humano es escaso y los problemas de tránsito complejizan todo. “Llegábamos a un incidente en la autopista y no nos identificaban como un recurso sanitario, pero con el tiempo las personas se fueron acostumbrando y se los fue capacitando, al punto que hoy cortan el tránsito para que podamos bajar”, cuenta Juan Noir.

 

La mayor virtud del SAME aéreo es la rapidez de los helicópteros: el tiempo promedio entre el ingreso del llamado hasta el despegue es de tres minutos y el máximo para cruzar la Ciudad de extremo a extremo es de cuatro, o sea que en un máximo de siete minutos arriba al lugar del incidente.

El SAME aéreo tuvo su primera atención el 8 de diciembre de 2010 y ya realizó más de 3.500 auxilios.

Un día de trabajo

Son las 7 y la tripulación chequea el helicóptero. Se comprueba el equipamiento médico y se verifica qué hospitales cuentan con todas las condiciones para recibir traslados ese día. La misión comienza con el llamado de auxilio al 107, la central operativa interroga sobre todos los datos y ubicación mientras, en simultáneo, se transmite el requerimiento a la Base Baires Madero. Se activa la alarma, el piloto pone en marcha la nave, el técnico geolocaliza el punto de aterrizaje y el médico recaba datos del auxilio pertinentes para la operación. “Tiene que estar en vuelo dentro de los tres minutos que se hace el llamado. A partir de ese instante, el personal presente en la escena corta el tránsito y allí descienden el médico y el técnico para atender a la persona. Pasa de todo: aparecen motociclistas que ayudan a parar el tráfico, gente que no se corre cuando ve que estamos por aterrizar y hasta pacientes que se han negado a subir, todo ocurre en cuestión de minutos”, comenta Eduardo “Bugy” Forgan, el piloto de helicóptero con más experiencia del país.

Si bien se busca minimizar los tiempos y atender a todas las vidas humanas, los helicópteros pueden transportar dos pacientes y uno para asistir en el momento. La tripulación pone en riesgo su vida. “Uno de los eventos más fuertes fue la explosión de la perfumería Pigmento en Villa Crespo: dos bomberos murieron y otros dos resultaron gravemente heridos, esa fue la que más nos afectó porque las víctimas eran parte de nuestro equipo”, recuerda María Sol Budic. Según Javier Revilla, copiloto del equipo, “la tragedia de Once en 2012 fue muy complicada también”. En aquel accidente, 52 personas murieron, hubo más de 600 heridos y muchos de los pasajeros atrapados fueron trasladados por el SAME aéreo. Fue un antes y un después para el escuadrón ya que los centros asistenciales más cercanos estaban ocupados y se vieron obligados a organizar a los pasajeros. La rapidez con la que llegó el equipo de rescate fue vital.

Ese miércoles 22 de febrero, a las 8.29, entró la llamada del 107. “Base aérea ¿me escucha? –dijo el operador–. Tenemos un accidente en la terminal de Once, parece haber colisionado una formación de tren con principio de incendio y gente atrapada”. “Estamos yendo con varias unidades”, respondió un minuto después el director del SAME Alberto Crescenti. Automáticamente, desde el Móvil 1 se cursó la alerta roja a todos los hospitales porteños y las camas se agruparon para atender los heridos. “Nos encontramos con múltiples víctimas en el hall, en los andenes de la terminal, pero fue peor cuando entramos: el grueso de los heridos, 120 personas atrapadas en 6 metros”, rememoró Revilla. De inmediato, colocaron en la estación una bandera roja para pasajeros de atención inmediata, amarilla para monitoreo hasta el lugar de traslado y verde para equipos de psicólogos y psiquiatras. A las 8.36, llegó el SAME aéreo.

Desde el llamado de emergencia hasta que llega al lugar del incidente, el helicóptero tarda como máximo siete minutos.

La pandemia intensificó el trabajo de la tripulación. “Es más incómodo por el equipo de protección personal y el trabajo invade parte de nuestras vidas. Hubo médicos que prefirieron no convivir con la familia por temor a contagiarse, pero se trabajó igual”, afirma Noir. Durante el año pasado, el SAME se adaptó a nuevos protocolos: se asistió a pacientes en hospitales y ambulancias y se evacuaron geriátricos con las medidas de higiene, pero no estando vacunados. El emergentólogo Pablo Martínez menciona que se incorporó la telemedicina: “Es una asistencia mediante video que puede valorar signos del paciente para darle solución a su necesidad, se pueden dar instrucciones hasta el arribo del móvil, indicaciones de RCP, asistencia psicológica, o en casos de incidentes con múltiples víctimas, dar un mayor panorama a la central operativa para el manejo de la escena”. Según la página oficial del SAME, en 2020 recibieron cerca de 800 mil llamados de los cuales 296 fueron derivados al servicio de telemedicina.

En los primeros 100 días de 2021, con un promedio diario de llamadas de entre 2200 y 4500, el escuadrón aéreo realizó más de 100 operativos asistenciales, aunque más allá de los números que avalan la alta capacitación de sus integrantes, hay que destacar su calidez humana. Pero ya no hay tiempo para más preguntas. Suena el teléfono y el equipo tiene que salir volando.

Cada vez más gente vive en la calle

Cada vez más gente vive en la calle

“Cada vez vemos más gente, no solamente por los que vienen a dormir acá, sino también los que duermen afuera. Porque aunque estamos en el hogar, conocemos lo que es andar sin techo”, cuenta Jorge Franco Daniel, coordinador del Centro de Integración Monteagudo y uno de los 114 hombres en situación de calle que viven allí. “Son muchos los que vienen a buscar refugio pero ya no tenemos más lugar”, se resigna.

El presidente de Médicos del Mundo de Argentina, Gonzalo Basile, habla de un incremento del 15 al 20 por ciento en los últimos dos años. Desde 2002, mediante el proyecto “Salud en la calle”, la organización brinda atención básica a la gente que vive en la calle (o de ella) como única opción, que no tiene una vivienda permanente o que está en riesgo de desalojo. Llevan contabilizadas más de 16 mil personas sin techo pero aún no pueden dar un número final.

El pasado 8 de junio, Radio Nacional consultó al funcionario de la Subsecretaría de Fortalecimiento Familiar y Comunitario de la Ciudad, Maximiliano Corach, sobre un censo realizado en abril por el gobierno porteño. Corach sostuvo que “desde hace cinco años la cifra se viene manteniendo estable, entre 800 y 850 personas”. Este número, que ya había sido repetido en varios medios, corresponde a una circular emitida desde el Área de Prensa del Ministerio de Hábitat y Desarrollo Humano que conduce Guadalupe Tagliaferri. El documento no reúne los requisitos mínimos para ser considerado un censo, a pesar de que la ley N° 3706, que ampara los derechos de las personas en situación de calle o en riesgo de serlo, prevé que deben realizarse relevamientos anuales con información desagregada que posibilite un diagnóstico y fijar políticas puntuales para los distintos subgrupos.

“Son muchos los que vienen a buscar refugio pero ya no tenemos más lugar”, se resigna Jorge Franco Daniel, coordinador del Centro de Integración Monteagudo.

El Centro de Integración Frida alberga 40 mujeres con sus hijos. Su coordinadora, Florencia Montes Páez, aclara que lo que hace el Gobierno “no es un censo sino un conteo”, y explica: “Es sesgado porque preguntan si la persona tiene un consumo problemático, lo cual es irrisorio porque nadie va a contestar sinceramente. Y además no contempla la categoría de la ley, porque no se censan a los que están en hoteles, hogares o paradores”. Esto último lo confirma el propio informe del censo 2014, emitido por el Ministerio de Hábitat y Desarrollo Humano: “No serán relevadas aquellas personas y/o grupos familiares que se encuentren alojadas en alguna de las entidades gubernamentales y no gubernamentales que atiendan a esta población (léase Hogares y Paradores)”.

En el lanzamiento del Operativo Frío, a principios de junio, el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta anunció la participación de 700 profesionales (más la asistencia de Defensa Civil, el SAME y la Cruz Roja) y la disponibilidad de 1.800 plazas para albergar a la gente en situación de calle. Todo ello supondría un trato casi personalizado para las 850 personas que mencionó Corach y más de dos camas para cada una, además de la frazada, el plato de comida y el lugar seco y caliente donde higienizarse que supuestamente ofrece el Operativo.

La voz de los sin techo

“El Operativo Frío se pone en marcha a partir de los cinco grados. O sea señor indigente, si usted está en la calle y hay seis grados de sensación térmica se puede morir de frío y no lo van a recoger hasta que haga un grado menos”, ironiza Fernando Romero, conductor de La voz de la calle, un programa de radio realizado por personas en situación de calle que ejercen su derecho a comunicar.

El programa se transmite desde hace más de cuatro años por Radio Sur, una emisora comunitaria de Parque Patricios ubicada a cuatro cuadras de la sede del Poder Ejecutivo porteño y a dos del hogar Monteagudo, donde duermen todos los miembros del equipo de La voz de la calle.

Es lunes y dentro del estudio la temperatura supera los 20 grados. A las 21 puntual la operadora le hace una seña a Romero, quien saluda a la audiencia y a la mesa que lo acompaña. Son Carlos Etcheverry, Gerardo Luis Salinas, Celso Alicaye y Juan Deal. Afuera hace cada vez más frío. Por el micrófono se filtra alguna tos. Es radio en vivo y todo vale.

La voz de la calle es un programa de radio realizado por personas en situación de calle que ejercen su derecho a comunicar.

Todo comenzó cuando Etcheverry y Salinas decidieron hacer un curso de periodismo y allí participaron en la realización de la revista Nunca es tarde, de la ONG Proyecto7, produciendo sus propias notas a lo largo de las siete ediciones que se lanzaron. Después se siguieron capacitando en un taller de radio y finalmente, el 5 de enero del 2012, comenzaron con La voz de la calle.

En sus inicios mezclaban noticias con radioteatros. Así fue como se sumó Alicaye, guionista de una de las piezas y escritor de algunos textos que se leen al comienzo del programa. “Es mi primera experiencia en radio. Como yo escribo poesías, se las daba a Fernando (Romero) y él las leía. Así empecé a participar. Y ahora me estoy animando un poco más porque empecé a hacer un taller de radio”, cuenta.

El programa vuelve después de la tanda. Cada integrante del equipo tiene entre manos información para aportar pero esperan la iniciativa del conductor que maneja con naturalidad los tiempos del aire. “Me llaman calle, calle de noche, calle de día”, canta Manu Chao cada vez más bajito.

Desidia estatal

Un informe de 2014 de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad (DGEyC)  revela que 2.915 personas sin techo recibieron ese año asistencia habitacional. Sin embargo, no detallan nada en concreto acerca de la gente que quedó en situación de calle. Desde la DGEyC comunicaron que no tienen datos censales porque el programa Buenos Aires Presente (BAP) no los proporciona.

Trabajadores del BAP, mientras tanto, afirman que ellos “solamente lo ejecutan”. “La información la tiene el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porque es el organismo que tiene la obligación de llevarlo adelante todos los años. El censo de este año lo hicimos en abril y todavía no hay resultados porque no los publican”.

Todo comenzó cuando Etcheverry y Salinas decidieron hacer un curso de periodismo y allí participaron en la realización de la revista Nunca es tarde, de la ONG Proyecto7, produciendo sus propias notas .

También sostienen que “la encuesta que utilizan todos los años para el censo sirve para recabar datos sobre la persona y criminalizar la pobreza. La idea parece estigmatizar a la persona que vive en la calle y no preguntarle, por ejemplo, qué asistencia recibe cuando ingresa a un hospital público o cómo se siente cuando regresa a un parador”. Sobre el censo de este año, cuentan que debió realizarse bajo lluvia en tan solo tres horas en todo el territorio de la Ciudad de Buenos Aires. “Los que trabajamos con esta población sabemos que estos días son especiales porque la gente busca un techo en donde resguardarse”.

La normativa establece que es deber del Estado trabajar en conjunto con las instituciones de la sociedad civil “en la elaboración, diseño y evaluación continua de la política pública”. No obstante, este año no se convocó a ninguna. “Fueron pocas las veces que llamaron a alguna organización”, señalan desde el BAP.

“Hay sólo cinco móviles para atender la situación de calle de toda la ciudad. El BAP es un servicio de emergencia pero no está funcionando como tal. Una persona puede esperar tres días hasta que un móvil llegue hasta ahí. El programa es criticado porque se labura mal y eso es una realidad. Está vaciado, han despedido compañeros y no cuenta con los recursos necesarios para afrontar esta problemática”, explican sus trabajadores.

“Nosotros nos llevamos bien con personas del BAP, pero como institución no es eficiente. Por ejemplo, para que atiendan a uno de nuestros pibes tiene que estar en la calle, porque no entran a la escuela. Los pibes nos dicen `no quiero estar más ahí afuera, hace frío´, entonces llamamos al BAP y el pibe tiene que esperar a lo mejor cinco horas en la vereda hasta que vengan”, cuenta Lila Wolman, maestra del Instituto Educativo Isauro Arancibia para chicos y chicas en situación de calle.

Por el Isauro Arancibia pasan un promedio de 300 chicos y chicas por día. “En los últimos años incrementó la cantidad. A pesar de las políticas públicas que hay como la Asignación Universal, por ejemplo, a nuestros pibes no les toca porque no tienen documento, no pueden formalizar el pedido. Muy poquitos logramos que lo cobren. La realidad que nosotros vemos es que no hay políticas públicas destinadas a esta población”, reflexiona Wolman.

Un informe de 2014 de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad (DGEyC) revela que 2.915 personas sin techo recibieron ese año asistencia habitacional.

Para Florencia Montes Páez, la coordinadora del hogar Frida, la problemática de la situación de calle está asociada a muchas otras: “También está la pobreza, el consumo de sustancias, la violencia de género, la explotación sexual. Nosotras trabajamos el fortalecimiento de las compañeras, pero hay mucha discriminación. Algunas logran salir adelante pero después quieren buscar laburo y no hay. O quieren alquilar y nadie les alquila. Por eso, cuando logran salir y armar algo nuevo, el acompañamiento tiene que ser muy fuerte para amortiguar la violencia de afuera”.

 

Actualizada 19/07/2016