Fotos para llevar

Fotos para llevar

Hay apenas un centímetro de diferencia entre el tamaño estándar de una foto impresa y los libros de la Colección Pequeño Formato que presentó, por tercer año consecutivo, la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA). Los nuevos ejemplares de 11 x 15 cm que salieron a luz el último sábado en el Palais de Glace son La vaca atada, de Santiago Hafford; Retratos, de Eduardo Grossman; y Kosteki y Santillán-Masacre de Avellaneda, con fotos de Mariano Espinosa, Pepe Mateos, Martín Lucesole, Sergio Kowalewski, y prólogo de Claudio Mardones. “El tamaño fue resultado de la posibilidad”, contó Diego Sandstede, coordinador del proyecto. Cada año, ARGRA edita un Anuario correspondiente a la Muestra de Fotoperiodismo que recoge las imágenes más representativas del período anterior. “Del pliego de tapa del Anuario sobraba papel con el que podíamos imprimir las tapas de los libritos, y así empezamos”, detalló Sandstede. El anhelo de publicar los trabajos fotográficos de los reporteros encontró, así, la oportunidad de concretarse.

La serie comenzó a gestarse en 2012 como una necesidad de dar a conocer la labor de recuperación del archivo fotográfico de la revista Veintiuno, que alguien rescató de la basura. “Cada vez que contábamos sobre ese proyecto, cada vez que salía una nota, algo se movía, se sumaban voluntarios o conectábamos con algún actor que ayudaba a que fluyera el trabajo. Así fue que pensamos en hacer un librito”, recordó Sandstede. Y explicó que la intención es presentar cada año tres líneas de trabajo como parte de la Colección Pequeño Formato. La primera consiste en dedicar un libro al ganador del concurso de los socios de ARGRA y difundir, de este modo, sus producciones. El segundo objetivo es homenajear a un referente del fotoperiodismo y poner en valor su trayectoria. Y, por último, destacar la importancia de los archivos fotográficos a partir del rescate del patrimonio que guarda la Fototeca de ARGRA, integrado principalmente por material de las muestras de fotoperiodismo argentino que organiza la asociación desde 1981. En la Fototeca, además, se pueden consultar registros de los acontecimientos más importantes ocurridos en nuestro país en los últimos 50 años.

“Es una colección que uno desea que no se termine nunca, que haya cientos de estos libritos que puedan llevarse en el colectivo, hojearlos, comprarlos por poco dinero. Los libros de arte suelen ser extremadamente caros y son unos mamotretos imposibles de manipular”, reflexionó Eduardo Grossman a propósito de su libro.

Los nuevos ejemplares de 11 x 15 cm que salieron a luz el último sábado en el Palais de Glace.

Premio: La vaca atada, de Santiago Hafford

Santiago Hafford es reportero gráfico desde sus veinte años, es decir, desde hace veintidós años. Cuando tenía ocho, todavía vivía en Comodoro Rivadavia y coleccionaba caricaturas e historietas de los diarios mientras Argentina sufría la Guerra de Malvinas. “Las fotografías de soldados embarrados con la mirada perdida me quedaron grabadas –cuenta en el prólogo–. Esas imágenes de la vida política mezcladas con esas otras de la realidad caricaturizada son el prisma desde donde miro el paisaje social siempre cambiante de nuestro país”.

Con sus fotos, que se valen del humor y la ironía para poner en primer plano las contradicciones cotidianas de “la argentinidad” y de la historia reciente, Hafford ganó el Premio Pequeño Formato, el concurso que busca difundir la labor de los socios de ARGRA. “Es un recorte de un trabajo más amplio en distintos países de Latinoamérica. En este caso, La vaca atada son sólo fotos hechas acá en Argentina, en el conurbano y en el interior del país”, resumió. Y destacó la decisión de la Asociación de ofrecer estos libros a un precio económico para que puedan circular fácilmente: “Si a uno le gusta, agarra la billetera y se lo lleva, a diferencia de otros libros de fotografía que cuestan mucha plata”.

Homenaje: Retratos, de Eduardo Grossman

“Este pequeño libro es hermoso”, dijo Eduardo Grossman mientras señalaba el ejemplar que lleva su nombre y sus fotos: una selección de su serie de retratos, que se suceden en blanco y negro y sin ningún tipo de orden. Sólo están, aparecen, se mezclan. Y desafían los límites del formato chico en que fueron impresos. Las manos de Borges en 1974. Las manos de Pappo en 1993. El tiempo ha pasado, es ingenuo advertirlo. Pero a los retratos de Grossman los envuelve un halo de atemporalidad. Arturo Illia llena un vaso con agua. Atahualpa Yupanqui abraza su guitarra. Los ojos de Goyeneche sonríen rodeados de fotos y muñecas. Gasalla juega con los rayos de sol que entran por la persiana. Federico Moura, con lentes oscuros, admira al día que se le escapa del otro lado del vidrio. “No es más que una ilusión pero en la fotografía es tan fuerte que creemos que capturamos el tiempo y efectivamente cuando vemos una foto creemos que no es una foto, que no son sales de plata o tinta sobre un papel, sino que es un hecho concreto que sucedió”, observó Grossman.

El libro editado por ARGRA es el primero de este fotógrafo, quien, durante sus más de cuarenta años de trayectoria, trabajó para la Editorial Perfil, para los diarios Noticias y Clarín, y para las revistas El Periodista, Humor Registrado y Ñ, entre otros medios gráficos. En el 2009 se retiró del fotoperiodismo para dedicarse a exponer y fotografiar series por el puro placer de conectar el corazón y el obturador: “No hay una mera decisión racional en el momento de sacar una foto. Es nuestro dedo conectado con nuestro ojo, conectado con un aparato y conectado con nuestro corazón”, definió.

Claudio Mardones, Santiago Hafford, Eduardo Grossman, Diego Sandstede y Pepe Mateos en la presentación de la colección en el Palais de Glace.

Claudio Mardones, Santiago Hafford, Eduardo Grossman, Diego Sandstede y Pepe Mateos en la presentación de la colección en el Palais de Glace.

Archivo: Kosteki y Santillán-Masacre de Avellaneda

Pasar las páginas de Kosteki y Santillán es angustiante, es tener en las manos un documento de la brutalidad. La última foto muestra el gorro de lana y la sangre arrastrada. Darío y Maxi ya no respiran. Los policías festejan una hazaña: a Darío le dispararon por la espalda mientras intentaba ayudar a Maxi, que agonizaba en el hall de la Estación de Avellaneda. Los cartuchos son rojos, las balas son de plomo. Sin embargo, si volvemos a las primeras páginas, Darío y Maxi están marchando, igual que la multitud de piqueteros que aquel 26 de junio de 2002 cortaron los principales accesos a la Ciudad de Buenos Aires para reclamar el pago de planes sociales; aumentos en los subsidios de desempleo; insumos para centros barriales; el desprocesamiento de los luchadores sociales y el fin de la represión.

“Este librito es muy doloroso porque encierra concretamente los momentos más amargos de lo que se llamó la Masacre de Avellaneda”, señaló Claudio Mardones, el periodista que aporta un detallado contexto político y social en el prólogo del libro. La producción reúne cronológicamente las imágenes tomadas por los fotógrafos Mariano Espinosa, José Pepe Mateos, Martín Lucesole y Sergio Kowalewski durante la represión policial en Puente Pueyrredón. Este registro –junto al trabajo de fotógrafos de medios alternativos y camarógrafos de televisión– evidenció la planificación del operativo represivo, precipitó el llamado a elecciones que pondría fin a la presidencia interina de Eduardo Duhalde, y fue clave para reconstruir ante la justicia los hechos que culminaron en los asesinatos con balas policiales de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, ambos militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón.

En 2003, la Universidad Nacional de La Plata otorgó a Pepe Mateos el premio “Rodolfo Walsh” a la Labor Periodística por su cobertura de la Masacre de Avellaneda para el diario Clarín. “Sabemos lo que pasó cronológicamente, los hechos, todo, pero lo que nos pasó internamente a veces cuesta un poco más entenderlo –analizó Mateos–.  Lo he pensado muchas veces durante mucho tiempo. Quedamos envueltos dentro de una especie de espiral violento: sucedía lo que estábamos viendo y, a la vez, lo que estábamos pensando sobre lo que estábamos viendo. Y, paralelamente, no podíamos creer que estuviera sucediendo. No podía creer que Maximiliano estuviera muerto tirado en el piso de la estación. No podía creer que ese cuerpo que llevaban sangrando, el de Darío, era una persona que estuviera muriendo. Es algo muy extraño porque si uno piensa en la gravedad de lo que está sucediendo baja la cámara y toma otro tipo de reacción”.

Mariano Espinosa, por su parte, recibió el premio TEA por la secuencia tomada para la agencia INFOSIC. Seis meses antes, Espinosa había registrado también los acontecimientos de diciembre de 2001. “Después de diciembre y lo de Avellaneda, a la noche llegué a casa y me puse a llorar”, contó.

Mardones señaló que el rescate de este archivo permite valorar la tarea de los fotoperiodistas que pusieron el cuerpo para seguir de cerca la violencia institucional. Pero alertó sobre un proceso de “amnesia colectiva” que, a catorce años de los hechos, pone en peligro la memoria y el reclamo de justicia: “El esfuerzo que tenemos que hacer es rebelarnos ante la amnesia colectiva y poder comprender claramente que a partir de las fotos que ARGRA rescata en estos libros nos encontramos con un cachetazo muy duro, un documento muy doloroso. Pero ese dolor tiene que ser no solamente para hacer memoria sino también para reclamar justicia y para impedir que en la narrativa de estos tiempos nuestros compañeros sigan ausentes”.

 

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La Colección Pequeño Formato se completa con 19 y 20. Diez años. Fotoperiodismo en la calle; Archivo 21. Recuperación y puesta en valor; Fotografías, de Pablo Zuccheri; El diario, de Daniel Ramón Baca; Fotografías, de Carlos Bosch; y Archivos Incompletos. Todos los libros editados por ARGRA se pueden comprar online en www.argra.org.ar y en librerías especializadas. Además, están disponibles para consulta pública en la Biblioteca Nacional; en las bibliotecas de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Nacional de La Plata; y en las bibliotecas del CDF en Montevideo, del Centro de la Imagen en México DF y del ICP en Nueva York.

 

Actualizada 10/08/2016