Alertan sobre las violencias en las infancias

Alertan sobre las violencias en las infancias

Los niños, niñas y adolescentes son un sector de la sociedad prácticamente olvidado por las políticas públicas. En Argentina, el 62.9% de ellos se encuentra hoy en situación de pobreza, según el último informe de Unicef. El número representa a 8.3 millones de infantes y la vulneración de derechos se agrava entre quienes viven en contextos violentos. Durante la cuarentena, varios de ellos se han encontrado encerrados con sus abusadores, sin poder concurrir a las escuelas o clubes de barrio, lugares clave a la hora de detectar estas situaciones. “En este momento y en contexto de pandemia, la verdad es que hay una preocupación muy grande en todos los organismos de infancia, tanto sea gubernamentales como no gubernamentales, porque es muy difícil el acceso a los chicos”, cuenta Nora Schulman, presidenta del Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño (CASACIDN).

Según un informe realizado por el Organismo Provincial de la Niñez y Adolescencia de Buenos Aires, el registro de casos de abusos sexuales, de maltratos físicos, psicológicos y de negligencia ha disminuido: pasaron de abordar 23.238 casos en 2019 a 22.102 casos en 2020. Estos números no indican necesariamente una disminución de las situaciones de violencia, sino que se estima que lo que disminuyó fueron las denuncias. Schulman expresa: “Si están viviendo con el violento o el abusador dentro de su casa, no tienen posibilidad. No van a la escuela ni pueden contárselo a alguien de confianza, sino que están, justamente, viviendo en más riesgo. La mayoría de los casos se están “perdiendo” porque nadie se entera”. Aunque se intenta incentivar que los niños se comuniquen telefónicamente, es muy difícil que un chico cuente lo que le pasa a una persona extraña. Es por esto que los adultos y su presencia atenta se vuelven fundamentales. Tanto las Secretarías de Niñez como de Justicia habilitaron dos líneas telefónicas, la 137 y la 102, para que los niños, niñas o algún adulto puedan realizar las denuncias correspondientes. Estas líneas están abiertas las 24 horas y las denuncias pueden ser anónimas.

 Los juzgados siguen trabajando presencialmente en algunos casos, pero se encuentran colapsados o prácticamente no funcionan. Las cámaras Gesell están detenidas, la precarización laboral de los trabajadores sociales y de hogares infantiles está agravada y como consecuencia existe una gran dificultad a la hora de escuchar a los niños. “Los organismos de protección han sido destruidos realmente en los últimos años, tienen poco financiamiento con profesionales que no están preparados para atender determinados casos. Se ha producido un agravamiento de la situación junto con un poder judicial cada vez más machista y más encerrado en cuestiones de poder. Cuando un chico llega a una instancia judicial hay un manejo perverso acerca de lo que cuenta el niño que sufre, no se lo escucha, no se toma en cuenta su palabra. De cada diez denuncias de abuso sexual, sólo una avanza. En las demás sus abusadores son sobreseídos, generalmente”, afirma la presidenta del CASACIDN.

“Los organismos de protección han sido destruidos realmente en los últimos años», dice Schulman.

Analía Caccavo es trabajadora social y realiza intervenciones junto al equipo local de protección y promoción en los barrios Olmos y Etcheverry de La Plata. Su trabajo nunca cesó porque fue considerada una trabajadora esencial. Es la encargada de acercarse a las casas donde se denuncian casos de violencia, abusos o negligencia. Allí evalúa las situaciones para tomar medidas en caso de que sean necesarias. “Siempre que haya una persona que se pueda constituir como adulto responsable y referente afectivo, las situaciones se resuelven mucho mejor”, subraya. Caccavo cuenta que es muy difícil para el niño poner en palabras lo que le pasa porque están amenazados, con miedo, y de por sí es complicado que puedan asumir que quien lo tiene que cuidar es quien le hace daño.

Para resaltar la importancia de acercarse a los niños, recuerda el caso de cuatro hermanitos que vivían con una mujer que decía ser su tía, pero en realidad no tenía ningún vínculo con ellos. “Esta señora los explotaba laboralmente todo el día y los golpeaba muchísimo. Caímos en la cuenta cuando fui al domicilio, encontré situaciones complejas y cuando ellos se animaron a hablar, ese día se tomó la medida de abrigo y los cuatro chicos fueron adoptados por una familia”. Aunque nunca pudieron encontrar a sus padres biológicos, Caccavo considera que fue una situación exitosa: “Estaban aterrados, tenían pánico absoluto y muchísimo miedo de hablar. Cuando entendieron que si nos contaban lo que pasaba los podíamos sacar más fácilmente de la casa, fue todo mucho más sencillo”.

El rol de socialización que cumplía la escuela en estos casos de escucha, hoy disminuyó por la cuarentena. Silvia Piceda, referente del colectivo independiente y autogestionado Adultxs por los Derechos de la Infancia, manifiesta la importancia del rol de la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas: “Todos debemos estar atentos al sufrimiento, al cambio o los signos de un niño, considerando que el 20% de la población ha sufrido abuso sexual. O sea, de cada diez chicos que tenés en el aula, hay dos que van a estar sufriendo abuso. Es mucho más probable que los abusos sexuales o los malos tratos que los niños reciben en su casa sean realmente revelados con la información brindada en las escuelas”.

La Ley de la ESI fue aprobada hace décadas, pero existe mucha resistencia a que realmente sea llevada a cabo. Piceda advierte: “Esto muestra cómo los adultos en verdad damos leyes en papel, pero después no nos animamos a hacer los verdaderos cambios para cuidar realmente las infancias. En la cuarentena los pibes no están yendo a la escuela ni a los clubes, pero en verdad las escuelas, los clubes, el sistema de salud, la familia, ¿están preparados o informados para detectar los abusos?”. Desde el 2018, el abuso sexual infantil es de instancia pública. “Antes hacías la denuncia y necesitabas que fuera el padre, madre tutor el que debía continuar con ella para que fuera efectiva. Si la mayoría era abusada dentro de la casa, era ridículo pensar que iban a denunciar desde ahí. Hoy cualquiera puede hacer la denuncia”.

Piceda resalta la enorme responsabilidad que los adultos tienen en estos casos: “La mayor complicidad con el abuso es el silencio. Si tenés una sociedad adulta que está atenta, vamos a tener diferentes miradas. Ahora, si los adultos vamos hacer como que no pasa nada, seguimos siendo cómplices de los abusadores”. El adultocentrismo y el sistema de maltrato cotidiano que denuncia la referente de Adultxs por la Infancia es, según ella, la verdadera causa de daño hacia las infancias y adolescencias. “La prevención se construye todo el tiempo desde el discurso, los medios de comunicación, cómo se comportan con un abusador condenado y cómo escuchan a las víctimas. Seguimos admirando modelos donde el éxito es lo que nos parece el modo de vida espectacular, y en una sociedad así el que siempre pierde es el niño o la niña, porque no tiene nada de poder, y el abuso tiene que ver con una relación de poder”.

Caccavo expresa que a las situaciones de precarización laboral que sufren los trabajadores y trabajadoras sociales, muchas veces se suma el estigma de ser considerados los “saca pibes”, de alejar a los niños de la familia, pero esa es en realidad la última opción, una medida de urgencia cuando se agotaron todos los recursos anteriores. “Es necesario a veces, porque hay padres que son naturalmente vulneradores, pero es algo a lo que no me quiero acostumbrar”, dice. La última medida de abrigo tomada por ella se trató de un padre que tenía a cargo a sus cuatro hijas y había sido denunciado porque vivían junto a un basural a cielo abierto, sin agua, en una vía abandonada. Las chicas estaban sin bañarse, sin ropa, llenas de barro y así se acercaban al jardín. “Para mí –confiesa- fue terrible, toda la experiencia profesional se fue al tacho en un segundo porque yo también apostaba por ese padre”. La trabajadora social cuenta que siguen trabajando en la revinculación del mismo. “El problema es que el padre es muy negligente, pero porque se crió así. Las niñas vivían desnudas, mugrientas arriba de un carro, pero él jamás las había dejado solas. A donde iba, era con ellas. Pero por tenerlas arriba del carro todo el día y no querer dejarlas con nadie, no iban al jardín. Teníamos que hacerle entender que esa forma de quererlas no era saludable”, describe Caccavo. El padre está trabajando actualmente junto a un equipo de dirección de niñez para aprender prácticas saludables de crianza. “Es un papá que cambió muchísimo, incluso pudo poner en palabras todas las cosas terribles que había vivido de niño, con lo cual muchas cosas las hacía por desconocimiento”, explica la trabajadora social. Caccavo destaca que muchas de las situaciones de extrema vulnerabilidad de los niños, ocurren más cerca de lo que pensamos. “Sucede a cuarenta minutos en micro de la ciudad de La Plata. Hay muchísimas cosas que trabajar. Si no es por algún vecino o la escuela, el Estado no se entera que esas cosas suceden”, subraya.

Caccavo resalta el papel fundamental de la escuela a la hora de detectar situaciones de violencia ya que allí los niños pueden informarse acerca de sus derechos y trabajan con equipos de orientación. Por eso destaca que cuando llegan denuncias desde la escuela, intentan no exponerla: “Si el niño o niña deja de ir, ya es un caso que perdimos. Muchas veces los padres se asustan y lo dejan de mandar, por eso tratamos de buscar las estrategias para que eso no suceda, les proponemos tratamiento psicológico gratuito en los centros de salud del barrio y si se puede a nivel familiar porque muchas veces la madre también es atravesada por violencia extrema y necesita estar más fortalecida”.

La presencia del Estado en los casos de abusos y violencias también es fundamental: la escuela y organismos estatales, al estar constantemente atentos a la detección de casos, hace que la ayuda muchas veces sea más rápida que en aquellos niños y niñas de clases más acomodadas, donde la endogamia familiar se ve acrecentada por el hecho de vivir en barrios cerrados y de difícil acceso. “El abuso es horizontal: no hay diferencia de clases. En la villa probablemente hasta el cura puede estar mirando al niño y ver que algo le pasa. En cambio el pibe de clase alta que vive en el country no tiene a quién pedir ayuda y nadie puede estar atento a algún signo de violencia”, señala Piceda de Adultxs por la Infancia.

María José Cano, trabajadora del Organismo Provincial de Niñez y miembro del Foro por la Niñez, plantea que las denuncias sobre estas situaciones no reflejan a toda la sociedad. “La mayor estadística va a pertenecer a los sectores más desfavorecidos. Este tipo de situaciones, si se dan en otras clases sociales, se recurre a los ámbitos privados, o psicólogos y demás. Es muy raro que se denuncien y que haya datos en estos casos porque no se publican o no son compartidos, y por eso no permite diseñar una política que dé cuenta de las distintas problemáticas en todos los contextos”.

La situación de los trabajadores de los servicios locales viene siendo crítica. Caccavo denuncia que muchas veces provoca impotencia: “Hay una desidia importante, somos trabajadores súper vapuleados, precarizados, es un espanto nuestro salario”. Y añade: “Mientras no haya una decisión política de poner a la niñez en la agenda vamos a seguir atravesados por todo esto. Muchas veces nos excede, y es trágico que dependa de la buena voluntad de los profesionales que intervenimos, no debería ser cuestión de buena voluntad. Si hay vulneración tendríamos que estar ahí, es más, tendríamos que estar antes en prevención, pero nunca hacemos tiempo”.

El actual contexto permite anticipar una situación complicada e incierta para cuando finalice la pandemia: “Es un trabajo que habrá que llevar a cabo muy despacio porque es como una resocialización para los chicos en lo social y lo cultural. Cuando termine la pandemia, vamos a tener que reconstruir todo un tejido no sólo social sino también económico para los niños y sus padres. Hay un problema muy serio que si no lo pensamos ahora en términos de políticas públicas después se va a tornar en una situación muy complicada”, finaliza Schulman. 

De eso no se habla

De eso no se habla

El 14% de las denuncias de maltrato a niños, niñas y adolescentes, son por abuso sexual infantil.

El abuso sexual infantil es el más escondido de los maltratos y del que menos se habla. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se trata de la utilización de un niño, niña o adolescente en una actividad sexual que no comprende, para la cual no está preparado por su desarrollo físico, emocional y cognitivo ni capacitado para dar su consentimiento. Desde el año 2000, se conmemora el 19 de noviembre el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual Infantil. El Artículo 19 de la Convención Universal de los Derechos del Niño reconoce como obligación del Estado la protección de todos los niños de cualquier forma de violencia o maltrato.

El ámbito más frecuente donde se produce es el intrafamiliar, lo que implica que cuanto más cercano a la familia es el acto de abuso, más difícil es trabajarlo. También sucede en ambientes extrafamiliares, además de que puede haber abuso, aunque no haya acceso carnal. Su diagnóstico no es fácil y, como suele pasar desapercibido durante mucho tiempo, deja marcas emocionales que cuanto más antiguas, más complicadas son de tratar. Los agresores no tienen un típico perfil y es difícil reconocerlos, por lo que se debe estar siempre alerta.

Los niños, niñas o adolescentes que son víctimas de este delito no suelen poder contar lo que les sucedió. Sí son notables en ellos ciertos cambios de conducta repentinos, tales como pesadillas o problemas para dormir, enojos injustificados, decaimiento físico y emocional, ansiedad, dificultades para relacionarse con su entorno, no querer quedarse solos con una persona en particular, entre otros indicios.

Los motivos por los que un niño, niña o adolescente tiene dificultades para hablar sobre la agresión pueden ser la vergüenza, el miedo, las amenazas por parte de su abusador, el temor a que no le crean. El menor puede sentirse responsable y culpable por haber sido abusado, por lo que los padres deben estar atentos al comportamiento de sus hijos e hijas.

El ámbito más frecuente donde se produce el abuso infantil es el intrafamiliar.

Según datos oficiales, en la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) alrededor del 14% de las denuncias de maltrato a niños, niñas y adolescentes, son por abuso sexual infantil. En 2018, de 18.900 demandas a la Secretaría, unas 2.600 correspondieron a casos de abuso sexual, lo que implicó un aumento con respecto a 2017. Por otro lado; según el programa de investigación «Fuera de las sombras: arrojando luz sobre la respuesta al abuso y la explotación sexual infantil», elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, un ranking que evaluó la capacidad de respuesta de 40 países del mundo frente al delito, determinó que la Argentina está en el puesto número 35.

Nora Schulman, directora del Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño en la Argentina (CASACIDN), sostiene que aún no se toma consciencia de la grave dimensión que implican el maltrato y el abuso sexual infantil. Remarca la importancia del tratamiento que se le debe dar a cada situación, porque “cuando surge una denuncia no siempre se hace la debida evaluación a la familia del niño o niña que sufre el abuso”.

Schulman afirma que hay un retroceso en materia de defensa de los derechos de los niños: “La justicia ha tomado una incidencia muy fuerte en la vida de los mismos, volviendo a un patronato y produciendo una revictimización”.

La Convención de los Derechos del Niño, que el 20 de noviembre conmemorará su aniversario número 30, establece a los niños como sujetos de derecho: a ser oídos y ser tenidos en cuenta en sus opiniones. Nora Schulman afirma que esto es lo que no se está respetando y que se desconocen las medidas de los organismos de protección. “La educación sexual integral -agrega- es imprescindible para que niños y niñas, desde el jardín, puedan empezar a tener noción del cuidado de su cuerpo y entender que debe ser respetado. De esta forma, podrán detectar y destapar situaciones de abuso o violencia que permanecían ocultas porque no sabían cómo decirlas”.

«Basta de pensar que los niños son ingenuos, hay que aprender a decodificar”, dice María Cecilia López.

El desafío de romper el silencio

Sebastián Cuattromo fue abusado a los 13 años por un docente religioso del Colegio Marianista del barrio de Caballito, entre 1989 y 1990. Diez años después del abuso, pudo contar su historia y realizó la denuncia. En 2012 dio a conocer públicamente su caso y se llegó a juicio oral y público. Su abusador, Fernando Enrique Picciochi, fue condenado a 12 años de cárcel por corrupción de menores calificada reiterada.

Silvia Piceda, abusada durante su infancia, fue a quien acudió Romina, la hija mayor del padre de su hija, en 2009. La niña le contó que había sido abusada por él y Silvia de inmediato concurrió a la justicia para preservar a la niña y a su propia hija. Aunque su denuncia y la de Romina fueron archivadas, Silvia conoció a otros adultos que habían padecido los mismos abusos y lo que en principio transitó en soledad, se transformó en una lucha colectiva. Junto con Sebastián Cuattromo, su actual pareja, crearon la ONG Adultxs por los derechos de la Infancia, una organización sin fines de lucro y un colectivo independiente conformado por adultos comprometidos con la defensa de los derechos de niños y adolescentes.

Silvia cuenta que cuando se habla con adultos no se diferencia el abuso, sino que se comparten los daños. Sostiene que a la sociedad le hace falta escuchar: “El problema del abuso es del adulto, el niño es la víctima”. Piensa que la comunidad adulta debe cambiar para poder entender sus propias infancias y abandonos, para lograr empatía con el niño que sufre abuso.

“Tengo la esperanza de que mi historia pública pueda trascender colectivamente y ayudar a los demás, de darle un sentido colectivo a mi experiencia de dolor y lucha”, dice Sebastián, además de remarcar la obligación de la comunidad adulta y del Estado de garantizar los derechos de la infancia: “Debemos pensar en la infancia de hoy y del futuro”. Silvia sostiene que la salud mental, física, psicológica y afectiva debe estar separada de la suerte judicial, ya que asegura no representa un ámbito de protección hacia víctimas de este delito y apaña a los agresores: “Mi liberación fue la verdad, así pude tomar medidas y proteger a mi hija”.

En Adultxs por los derechos de la infancia llevan como bandera el lema “Para criar un niño hace falta una aldea”. Invitan a acercarse porque es un grupo en el que se favorece el hablar: “a quienes vienen se los escucha y no se los juzga, vivimos en una sociedad moralizante hacia la víctima, quien debe cargar con la mochila de la vergüenza es el abusador”. Silvia es contundente al decir que lo que daña más es una sociedad que obliga a callar, por lo que como pares, comparten recursos, contactos de psicólogos, abogados u oficinas públicas que brindan ayuda y asesoramiento.

Ambos están convencidos de que en las escuelas se tiene que dar la plena aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral, la que posiciona a los niños y niñas como sujetos de derecho. “El abuso sexual contra los niños intrafamiliarmente aflorará mucho más si les generamos las posibilidades de tener a quien recurrir en las escuelas”, afirma Sebastián. 

Camila tiene 25 años y es de Santa Fe. Cuenta que entre sus 11 y 12 años empezó a sufrir agresión verbal y psicológica por parte del papá de su hermana menor. No solo era violento con ella sino también con su mamá. Como parte del abuso, su agresor intentaba tomar fotos a partes de su cuerpo, a lo que Camila se resistía.

Al mudarse a otra casa, a sus 14 años, fue cuando se concretó el abuso sexual. Mientras la violencia psicológica persistía, su abusador la culpaba de que su mamá quiera separarse de él: “Siempre había que pedirle perdón por todo, el problema era yo”. Camila cuenta que parte del sistema de manipulación que ejercía su agresor para llegar al abuso era acusarla de estar enferma: “Me decía que lo provocaba y me olvidaba, que él me quería ayudar, que el tratamiento era caro y que para que mi mamá no se ponga mal no había que contarle”.

A sus 15 años su mamá se separó del agresor, pero pasaron 6 años para que Camila pudiera poner en palabras lo que le sucedió. Su psicóloga y Adultxs por los derechos de la infancia fueron de gran ayuda para hablarlo. En febrero de 2016 hizo la denuncia, cuenta que en el allanamiento incautaron pornografía infantil en la computadora de su agresor, aunque no fue suficiente para meterlo preso. Es decir, el abusador continúa libre. Asegura que sintió vergüenza, culpa, responsabilidad. Su vida era paralela, en el colegio era normal, pero en su casa sufría todo tipo de abusos: “Para mí, mientras menos se notaba era mejor”. Camila cuenta que darse cuenta de que su hermana podía pasar por lo mismo le dio temor: “Lo mío no sé si se va a resolver, ojalá que sí, pero si mi hermana no hubiese estado quizá yo hubiese hablado, pero la denuncia no la hubiese hecho”, concluye.

Cómo detectar y prevenir

María Cecilia López, licenciada en Psicología, cuenta que el abuso sexual en los niños no es fácil de detectar ya que, en general, los chicos abusados no hablan: “Se encuentran bajo amenazas tanto directas como subliminares por parte de su abusador, muchas veces nenes chiquitos hablan de la mirada de asesino”.

Por otro lado, sostiene que en algunos casos el abuso sucede a niños en etapa de jardín, los cuales no saben que lo que les están haciendo es abuso sexual, porque no tienen la conciencia suficiente para entenderlo. “El abuso no siempre empieza de forma carnal, sino que el abusador comienza estimulando ciertas partes erógenas a través de ‘cosquillitas suaves’, les hacen un entrenamiento para luego abusar de ellos carnalmente”. La especialista describe al agresor: “Los abusadores, que ahora son nombrados depredadores, no tienen goce sexual genital propiamente dicho, es un goce por atrapar y engañar al niño”.

López indica que el abuso sexual infantil puede ser detectado a través de señales en la sintomatología corporal del niño, en sus juegos y dibujos, incluso cuando dibujan mamarrachos, que suelen ser en color negro. “El sol es un indicador, el niño dibuja uno amarillo y otro negro, hablamos de que está transmitiendo una figura masculina que se comporta de doble manera, con una cara oscura”.

Afirma que los niños no siempre dibujan genitales o los pueden borrar. Otro símbolo pueden ser las nubes, varias chimeneas en una misma casa o manchada con tinta roja: “No son casualidades, basta de pensar que los niños son ingenuos, hay que aprender a decodificar”.

María Cecilia López cuenta que con niños abusados trabaja terapias más prolongadas, de dos a cuatro años. Señala que el abuso sexual infantil es una cuestión de género, ya que generalmente es por parte de alguien cercano a quien el niño tiene idealizado. “Debe considerarse a los niños como personas que sienten y saben expresar”, sentencia.

No hay edad específica para hablar de sexualidad, se trata de un tema que atraviesa todos los ámbitos. Es importante crear espacios de diálogo, aprendizaje y confianza para fortalecer a niños y adolescentes. De esa forma, podemos ayudarlos a cuidarse, a darse cuenta cuando algo no les gusta, a saber cómo pedir ayuda en caso de que no puedan resolverlo por sí mismos. Los niños no mienten, hablar es empezar a prevenir.