“Hoy sólo puedo tocar la música que amo”

“Hoy sólo puedo tocar la música que amo”

Presentación del disco de Ignacio Montoya Carlotto en la Biblioteca Nacional.

Cuando hace una semana Ignacio Montoya Carlotto presentó su nuevo disco –Todos los nombres, todos los cielos-  se encontró haciendo eso que más le gusta hacer en uno de los lugares que más magia le ofrece para hacerlo: una biblioteca. De chico, Ignacio decía que si alguien le regalaba una máquina de escribir, sería escritor. Quizás, bajo las mil llaves que escondían su ser más íntimo por entonces había un eco que le exigía reservar sus manos, el contacto más tangible de su piel, para cuando se le despertara la pasión por la música. Mucho quedó de ese niño que, en Olavarría, adoraba las letras: el nieto restituido de Estela de Carlotto -presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo-, el hombre que desde 2014 consolidó su identidad al ser reconocido como hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar “Puño” Montoya. Ese músico y compositor disfruta, en cada una de sus presentaciones, de introducir sus piezas con palabras, de darles sentido a su vez desde allí. La elección de las palabras que van a nombrar sus piezas instrumentales y poblar sus canciones también son un arte que fascina al pianista nacido en 1978. Letras y músicas son sus lenguajes preferidos que conforman el ecosistema perfecto -junto a su mundo en Olavarría, su hija Lola y su compañera Celeste- desde donde Montoya Carlotto se expresa y da vida a su discografía. Todos los nombres, todos los cielos, este último trabajo junto a Nicolás Hailand (en contrabajo) y Samuel Carabajal (en batería), le permitió desafiar musicalmente la formación del trío, le valió una nominación a los Premios Gardel 2019 y lo llevó a dar un paso más allá en esa nueva historia que viene reescribiendo con su identidad desde hace cinco años.

¿Cómo empieza la escritura de las piezas que forman tus discos?

Todos los días compongo, porque es un ejercicio medio autoimpuesto. Y, además, porque es lo que más me gusta y naturalmente me sale. Diariamente anoto algo, me pongo a escribir. Me encierro un poco ahí, empiezo a tocar cosas que quizás no van a ninguna parte, hasta que en un momento entro en calor… pero llegar ahí me puede llevar muchos días también. Entonces empiezo a entender por dónde va la música y ahí arranco fuertemente a escribir, a armar, hasta esa instancia más difícil, la de ponerle un fin y decir ´llegamos hasta acá’. Es un momento súper complejo, que llega cuando entiendo que ya no puedo reformular más la obra, sin que pierda la esencia que me hizo prestarle atención.

¿Tu música convive con tu vida o necesitás abstraerte de algún modo?

No… Aunque lo que sí me pasa, cuando siento que estoy llegando a algo de lo que estaba buscando, cuando empiezo a ver el horizonte, es que optimizo mi tiempo. Me levanto más temprano y me acuesto más tarde, trato de suspender ensayos para quedarme componiendo. Son días en los que me acuesto con esas cosas en la cabeza y después me levanto otra vez con eso encima. Estoy todo el tiempo ahí. No es que me encierro… pero trato de ser disciplinado.

¿Cómo?

Tengo la misma rutina que tiene mi vecino de enfrente, que trabaja en una fábrica: él se levanta a las 8 y media de la mañana, se va y yo me voy arriba, donde está mi estudio, bajo a comer cuando él vuelve, a eso de las doce o una, llevo a Lola al jardín y después la traigo, me acuesto un rato a la siesta y sigo hasta las siete, ocho, que es cuando me vengo al Conservatorio. Y cuando estoy en ese estado en donde me van saliendo las cosas, llego a casa y sigo dándole hasta la madrugada. Mi rutina laboral es bastante aburrida, en realidad, pero me sirve ser bastante disciplinado.

Dijiste que, en la previa de este trabajo, en el origen de la idea, el formato trío te resulta un poco intimidante, ¿por qué?

Porque hay mucha referencia: los que hemos escuchado jazz y nos hemos formado a través de esa música, conocemos muchísimos tríos: el de Bill Evans, el de Keith Jarrett, millones… Todos los grandes pianistas de la historia del jazz han hecho tríos que la han roto toda. Si voy a hacer un disco en trío, ¿qué puedo aportar yo tocando en ese formato? Desde ahí te intimida un poco. Y, además, es una formación que te expone como pianista: te interpela, te desafía técnica y musicalmente, pero es un desafío que hay que asumir.

En Todos los nombres, todos los cielos se cruzan el jazz y el folclore, como en otros trabajos tuyos. ¿Cómo surgió aquí esa relación?

Sucedió en el proceso, no premedité que el disco resultara con tintes folclóricos. Cuando diseñamos la sonoridad del trío, tomamos como referencia muchos tríos de jazz nórdico, de Noruega y Suiza, y quizás hasta por una cuestión de geografía había algún parentesco con la música de raíz jazzística argentina. Había una cercanía con lo que nosotros hacíamos. Cuando empezamos a trabajar la música, empezaron a aflorar cosas y, recién cuando terminamos el disco, me di cuenta de que había quedado así, con ese toque folclórico.

Hablaste de la instancia de creación y de la materialización del disco y a eso se suma la presentación ante el público, ¿cómo vivís esos tres momentos de tu laburo?

El primer momento es el más de uno: escribir la idea, armar, probar, en solitario. En ese sentido, me considero un compositor en el estilo clásico: ese que está en la buhardilla, encerrado, componiendo. Por ahí no tan encerrado, pero sí con esa disciplina. Después viene una etapa que, para mí, es siempre la mejor: la primera vez que tocás la música con los músicos, cuando ya sacaste eso que tenías adentro y lo ponés para que lo toquen. Generalmente, la primera vez no se toca muy bien, pero esa sensación es lo mejor de todo para mí: sentís sorpresa, no sabés qué va a pasar, escuchás por primera vez eso que te imaginaste, modificás las cosas… Es una sensación única. Después, ensayás, probás, grabás. Y el momento de grabación es un poco más tenso, porque la realidad es que se paga por hora, y convive en uno el querer estar relajado y con onda, y a la vez tocando todas las notas que tenés que tocar, para que salga todo como lo que lo planeaste. El encuentro con el público es el momento de soltar.

¿En qué sentido?

Cuando presentamos el disco, ya nos dedicamos a disfrutarlo. Ya lo soltaste, ya no depende de vos: está hecho y, por más que vayas y lo toques de nuevo o improvises, la idea ya la soltaste. Es cuando llega el intérprete, tu otro yo, ese que aparece y disfruta la música, y en mi caso inclusive casi pensando que no la escribí yo. Cuando toco mi música, pienso que la escribió otro, que yo me la sé, porque si pienso que es mía, tiendo a cambiarla.

En el teatro, el hecho artístico no existe sin el espectador. ¿Cómo vivís la presencia de ese otro cuando hacés música?

Es muy difícil no pensar que otro va a escuchar tu música. Hace unos años, quizás cuando no tenía tanta exposición, pensaba que lo que escribía, quedaba ahí. Ahora, de toda la música que compongo me consta que se escucha, recibo devoluciones, y entonces es muy difícil no pensar en ese oyente al escribir. Como dice Horacio Quiroga, en el Decálogo del perfecto cuentista, uno no tiene que pensar en el efecto que va a causar la obra cuando la está escribiendo, la tiene que escribir y basta. Hay que olvidarse un poco. Pero cuando pasa al vivo, es otra cosa.

¿Por qué?

Porque la música pasa con la gente. En apariencia, parece que no hacen nada, que están ahí escuchando, pero esa energía que está ahí recibiendo eso que vos le estás dando, hace que la música funcione o no. Uno puede ponerle todo de sí, pero para mí la música se termina de armar ahí, al ladito de la gente. Una idea que me gusta mucho, que es del Negro Aguirre y de otros músicos, es que la música no se arma al lado de los instrumentos, sino que la música sucede, como un efecto sonoro, a varios metros del escenario, justo donde empieza el público.

Y cuando pensás en quien te va a oír, mientras componés, ¿qué sentís?

Me gustaría que le pase lo mismo que me pasa a mí mientras estoy haciendo esa música. Porque cuando estoy componiendo, mi yo se modifica, se emociona, se cuestiona cosas, y se mete en ese universo que yo mismo me propongo. Y me gustaría que esa persona que escuche, pase por ese universo y se modifique de la misma manera. Que lo que escuche le cambie en algo, le aporte en algo. Es lo que me ha pasado a mí: he escuchado discos que me han cambiado la vida y me gustaría hacer eso con mi música.

Hablando justamente de tu música, ¿siempre te gustó el jazz?

Sí, siempre, pero casi como un defecto profesional. Me resultaba más fácil inventar sobre la marcha que sacar de oído cosas que ya estaban. En Olavarría, siempre hubo una movida de jazz bastante importante y, siendo bastante pendejón, hubo muchos músicos a los que pude escuchar en vivo. Cuando los escuché, entendí que eso que pasaba ahí, mientras tocaban, era algo que me resonaba a mí. No entendía nada, pero me encantaba la sonoridad y todo lo que pasaba. Me gustaba cómo todo sucedía con tanta libertad. Ahí, desde pibe, empecé a tocar y escuchar. También el medio ambiente me ayudó bastante: acá hay muchos jazzeros. Si hubiera querido tocar tango, me habría resultado más difícil.

*****

En la entrevista, el músico dirá que, por momentos, hay algo de nostalgia que se le viene encima, cuando recuerda su vida antes de 2014, cuando su rostro recorriera el país y el mundo. Por eso, quizás, prefiere hablar de la consolidación de su identidad y no de la restitución. “Cuando se dice recuperar la identidad, parece que nunca la tuviste”, reflexiona. La música, incluso el jazz, es algo que conecta esos dos tiempos de su vida. De hecho, hasta eligió destacar ese detalle en la biografía de su sitio web: “Curiosamente -se puede leer allí-, al conocer su origen biológico, se anoticia de que en su familia la música ocupa un importante lugar: su padre era baterista, su abuelo paterno saxofonista y su abuelo materno, un melómano, amante del jazz”.

Cuando aquel viernes 8 de agosto de 2014, en la conferencia de prensa en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, un periodista le dijo a Ignacio que estaba cubriendo la noticia más importante de su vida, eran millones los que se alegraban y querían bucear la historia del nieto 114. Y allí apareció “Para la memoria”, una bella canción que Montoya Carlotto había compuesto y sentía “tan propia”, hasta entonces sin saber por qué. 

La música, ese amor constante en su vida, le permite ahora, de la mano de Todos los nombres, todos los cielos, significar su propia historia, cinco años después de aquel momento. “Los títulos son muy importantes, sobre todo en la música instrumental -explica-. Es el momento en el que tenés la posibilidad de plantear palabras, más concretas, sobre la música, tan abstracta: son como un microtexto que tiene que sintetizar lo que va a venir después. En este disco traté de replicar un poco aquel destinatario o aquella destinataria de la música que estaba componiendo y también las sensaciones que se me venían a la mente cuando estaba escribiendo. El primer tema, que se llama ‘La mujer que tenía todos los nombres del mundo’, es como una pequeña semblanza de mi mamá biológica, porque, cuando estaba en la clandestinidad, antes de que la detuvieran, tuvo varias identidades para intentar sobrevivir. Y el último tema, ‘El misterioso aviador de todos los cielos del mundo’, es una semblanza de mi padre biológico, que era piloto. De esos dos títulos sale Todos los nombres, todos los cielos, el nombre del disco”.

¿Cómo llegaste a este momento en que te nació hacer dos piezas dedicadas a tus padres biológicos?

Pasó, producto de cinco años de pensar, de cinco años fuertes de terapia… Es todo un proceso interno muy difícil. Era la necesidad también de cerrar una etapa, más que de abrirla. De decir: esto es lo que estas personas representan, para mí, en música. Con dos canciones, además, que son las que más me han gustado del disco. Y si tuviera que elegir diez de mis mejores canciones, elegiría entre ellas, estas dos.

¿En qué cosas creés que estos cinco años modificaron tu música?

Un cambio muy significativo es la relación que entablo con mi repertorio. Antes, podía agarrar una banda de salsa y tocar salsa sólo porque lo podía hacer, porque me divertía y me gustaba la música. Ahora siento que sólo puedo relacionarme con músicas que me son cercanas desde lo afectivo, y me sucede hasta con las mías inclusive, de hecho algunas han quedado descartadas… Algunos dicen ‘yo solamente toco tango’; bueno, yo solamente toco cosas que realmente me enamoran. Tiene que haber un resorte, algo que se mueva, y eso es plenamente afectivo. Es algo que antes no me pasaba y creo que tiene que ver con todo ese proceso. Cambió fuertemente mi relación con la música: quizás, desde afuera no se nota, pero para mí es determinante. 

¿Por qué ahora esa necesidad de que lo que toques te atraviese tanto?

Y, por el sopapo que pasó… Uno va caminando por la vida y se le van agarrando cosas y, de golpe, esa misma vida te sacude y quedan adheridas a uno sólo las cosas que son importantes. Creo que tiene que ver con eso. No digo que me tomo las cosas más en serio, pero sí con otro nivel de responsabilidad: uno sólo puede estar con las personas que ama, construir con la gente que quiere y tocar la música que ama. Lo entendí así, pero antes de entenderlo, empecé a sentirlo.

En estos cinco años, ¿hubo algo que te sorprendió de vos mismo y de cómo atravesaste todo lo que te tocó vivir?

Si me hubieran dicho por todo lo que iba a tener que pasar, habría pensado que me iba a quedar en la mitad del camino, ahí, roto. Me asombró la capacidad de aprendizaje que tiene una persona estando en situaciones extremas, y no solamente por mí: creo que le pasa a todos. Me asombró todo lo que uno puede cambiar sin cambiar, mirándose al espejo y siendo la misma persona, pero internamente viviendo mucho. Me asombró cómo uno puede vivir tantos años en un año solo. Y me asombro cuando me encuentro con el recuerdo de lo que yo era antes del 2014, y siento a veces un poco de nostalgia… Me agarra una sensación como de inocencia perdida. Siento que gané en experiencia, pero que me resultó muy cara. No ha sido gratis. Así y todo, es maravilloso: un viaje increíble que me propone la vida. Pero cuesta, no es fácil en lo más mínimo.

Entre tanto cambio, el arte es una constante en tu vida. Si tuvieras que elegir un lenguaje como más tuyo, ¿elegirías la palabra o la música?

Es una pregunta difícil… De chico, cuando era pendejo, quería ser escritor. Tenía siete u ocho años, recién empezaba a escribir y leer. Leía mucho y siempre decía que, si alguien me regalaba una máquina de escribir, iba a ser escritor. No sé por qué me figuraba que no se podía escribir a mano. Después vino la música y, bastante después, llegó la música con la palabra, que es la canción. Y ahí está todo. Yo me siento un músico, pero también me siento muy bien con la palabra, cantada, dicha… Soy un tipo de hablar. Entiendo que la palabra es muy sanadora y creo que esa es la palabra que le cabe a la palabra: no sólo transmite, sana heridas. Y la música también, pero en otro estadío, en una situación más compleja, más allá, porque ataca cosas que en la palabra se diluye con la razón. En este momento, siento que no podría hacer otra cosa que hacer música y ponerle palabras a eso.

La incesante lucha de las Abuelas

La incesante lucha de las Abuelas

Familiares de detenidos desaparecidos, amigos, militantes de los derechos humanos, algunos legisladores y muy pocos funcionarios participaron del homenaje. Como contrapartida, estuvieron muchos de los 121 nietos recuperados que, con diversas formas, expresaron su gratitud a la institución que brega por restituir la identidad de los cerca de 500 chicos nacidos en cautiverio y apropiados por los represores. El más explícito fue Manuel Goncalves, quien tuvo a su cargo la conducción del acto: “Estamos acá –dijo- porque estas mujeres nos han buscado con enorme amor, y nos han encontrado”. Salud.

 

Ramiro Menna: “Es pelado y tiene barba como yo”

Ramiro Menna: “Es pelado y tiene barba como yo”

“Tengo que comprarme un manual de hermano mayor”, pensó Ramiro Menna el lunes por la tarde, luego de conocer la noticia que había esperado durante casi 40 años: habían encontrado a su hermano, nacido en cautiverio durante la última dictadura militar. Entre sonrisas y lágrimas, Ramiro participó de la conferencia de prensa realizada en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo para anunciar la restitución del nieto número 121.

En junio, tras investigaciones llevadas a cabo por la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad CONADI y Abuelas, el hombre -de 40 años- había sido convocado a realizarse estudios en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Finalmente, el lunes se conocieron los resultados, y se anunció el hallazgo. “Qué mejor que encontrar a nuestros nietos, los desaparecidos con vida, los que nos están esperando”, dijo Estela de Carlotto, titular de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo.

Alba Lanzillotto con Ramiro, hermano del nieto aparecido.

Alba Lanzillotto con Ramiro, hermano del nieto aparecido.

Dos generaciones de lucha

Ana María Lanzillotto nació en La Rioja 1947 junto con su hermana melliza María Cristina. Tenían otra hermana 19 años mayor, Alba. Las mellizas decidieron irse a Tucumán a estudiar. Ana estudió derecho y Cristina, escribanía. Ambas tomaron contacto con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y comenzaron su militancia. Más tarde, formaron pareja con compañeros de la agrupación.

Ana conoció a Domingo “el Gringo” Menna, quien había estado radicado en Tres Arroyos y, luego, viajó a Córdoba para estudiar Medicina. “El Gringo” participó del Cordobazo y de la fuga del penal de Rawson.

En 1974, Ana María y Domingo tuvieron su primer hijo: Ramiro. Ana María, embarazada de ocho meses, fue secuestrada junto a su pareja y otros compañeros militantes del PRT el 19 de julio de 1976 en Villa Martelli. Este operativo trascendió en los medios de la época como “un éxito en la lucha contra la subversión judeo-marxista”. Según testimonios de sobrevivientes, estuvieron detenidos en Campo de Mayo, y Ana también fue vista en el centro clandestino Puente 12.

Carlos Mario Lanzillotto, tío de Ramiro, desde La Rioja comenzó a averiguar dónde se encontraban los tres. Junto a su esposa Nidia viajaron el 8 de agosto de 1976 hacia Buenos Aires en busca de su sobrino, quien estaba en una guardería. Hasta ese momento, nada se sabía sobre Ana, Domingo y su bebé.

Ramiro vivió con sus tíos como si fueran sus padres, hasta que de a poco se fue informando sobre su verdadero origen. Creció y se formó en el movimiento juvenil de salesianos,  decidió hacerse cura y viajó a Etiopía. Luego se separó de la congregación y formó una pareja, con quien vive actualmente en Chepes, La Rioja, junto con cuatro hijos. Nunca supo nada sobre su hermano, incluso llegó a pensar que podría ser una mujer. Nunca, hasta el lunes.

La primera denuncia sobre el hecho la hizo Irma Ferrer de Menna, exiliada en México, en 1982. Denunció que su nuera había sido secuestrada embarazada.

La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo incorporó el caso y, más tarde, la hermana de Ana, Alba, pondría en marcha la búsqueda. Desde 2004 se investigó sobre la denuncia de su sobrino. Al mismo tiempo, la CONADI estaba realizando una investigación en colaboración con el Juzgado N° 3 de La Plata en el marco de una causa en la que Abuelas es querellante, sobre actas de nacimiento.

De común acuerdo entre Abuelas y CONADI, se decidió que la Comisión se contactara con el hombre, quien accedió voluntariamente a realizarse los estudios.

Así, el lunes se dio a conocer la noticia que Ramiro, Alba y el resto de sus familiares esperaban desde hacía años: la aparición del hijo de Ana y “El Gringo” nacido en cautiverio. “Es como que los chicos nacen de nuevo, porque nacen como debe ser, como personas libres”, expresó Alba.

40 años después

La conferencia de prensa comenzó con emoción y aplausos cerca de las 13 en la sede de Abuelas, ubicada en el centro porteño. Contó con la participación de Estela de Carlotto, Ramiro Menna, Alba Lanzillotto, el secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj, Leandro Despouy  -embajador extraordinario plenipotenciario y representante especial para los Derechos Humanos-, abuelas y nietos restituidos, entre otros.

Carlotto leyó un comunicado sobre la historia de la familia Lanzillotto-Menna, y resaltó: “El Estado es el responsable de reparar lo que hizo la dictadura. Van a haber respuestas, y hay que esperarlas y acompañarlas”.

Ramiro manifestó su alegría, aunque expresó que su hermano tiene que procesar toda la información. “No esperaba este resultado, tiene que hablar con su familia”, dijo, y contó los detalles del momento en el cual se enteró de la noticia. “El lunes a las 6 de la tarde estaba en Chepes haciendo cosas de mi laburo. Me llaman de Abuelas y me dicen ‘Ramiro, encontramos a tu hermano’. Así, ¡boom!”, explicó el flamante “hermano mayor”. “Me quedé helado. Me tiraron dos datos: es pelado y tiene barba como vos. De ahí, salí corriendo a contarle a mi mujer”.

Alba Lanzilloto, hermana de Ana María, conmovió al público con sus anécdotas sobre su familia, y se refirió a Domingo Menna: “’El Gringo’ era divino. Se complementaba perfectamente con la Ani”.

Cerca del final, ambos dedicaron unas palabras hacia el nieto: “Acá hay una familia que tiene 40 años de amor acumulado para darte, te queremos abrazar, te estamos esperando”, dijo su hermano.  

Estela de Carlotto remarcó la presencia de funcionarios del Estado en la conferencia y subrayó: “Estamos muy preocupadas por muchas cosas que están pasando, en relación a la violación a otros derechos humanos, como el trabajo y la vivienda, y hay que empujar para que se hagan las cosas”. Sin embargo, afirmó que la relación con el secretario de Derechos Humanos es “buena y constante”. Avruj, por su parte, expresó: “Estamos celebrando la vida. Esto nos hace crecer cada día más, como sociedad, como democracia”.

Dibujos que hablan

Hace cuatro años, el ilustrador Matías Trillo -hijo del reconocido guionista de historietas y escritor argentino, Carlos Trillo- había sido convocado por Abuelas de Plaza de Mayo para realizar con dibujos la historia de la familia Menna-Lanzilloto en el marco de “Historias por la identidad”, un proyecto que compiló treinta historias de hermanos que buscan a hermanos nacidos en cautiverio y que fueron editadas en un libro por el Archivo de Historietas y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional.  

En una historieta, Matías representó la vida de esta familia, resaltando el aparato represivo que hizo desaparecer a Ana María, Domingo, su bebé y a “decenas de miles de obreros, estudiantes, profesionales, docentes, amas de casa…”. En diálogo con ANCCOM, Trillo habló sobre la particularidad de realizar este tipo de ilustraciones: “Si vos me preguntás sobre ilustración, me puedo poner a hablar, pero en estos temas trabajás con gente real, con historias de verdad, es muy difícil”.

 

El hijo de la pareja Lanzillotto- Menna –el nieto número 121- nació luego del secuestro de su madre. “Vos podrías ser la hermana o el hermano que Ramiro está buscando”, dice la historieta.

Matías explicó cómo fue su contacto con Ramiro en ese momento: “Él acababa de ser papá, de lo único que me hablaba era de los ‘enanos’, y se me ocurrió poner a los chicos en la historieta, porque si no lo iba a encontrar el padre por ahí lo encontraban los chicos”.

En la última parte, la historieta dice: «Ellos también te buscan. Acércate a abuelas». Y ahora Matías agrega: «Que se arrimen a Abuelas sin ningún miedo. Y que se arrimen más allá de las ideologías políticas que tengan o que hayan construido porque eso no tiene nada que ver con esto. Esto es un realidad tremenda que nos tocó vivir como sociedad y que ahora hay que reconstruir. Nadie debería irse de este mundo sin saber de donde viene. Ramiro está recontento, me dio una alegría…”. Luego de casi 40 años de búsqueda, el hijo de Menna y Lanzillotto fue encontrado. A partir de hoy, esta historia se reescribe.

 

Actualizado 06/10/2016