¡Macho tiembla!

¡Macho tiembla!

Extensas hileras de mujeres se convocan en las calles de la ciudad de Trelew, empoderando el feminismo.

El 33° Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) fue multitudinario. Las participantes se alojaron en colegios, clubes, hospedajes y carpas. Participaron de 73 talleres sobre múltiples temas. Las marchas de Ni Una Menos, el Paro Nacional de Mujeres y las vigilias por el aborto legal, consiguieron que este año muchas mujeres asistan por primera vez. “Cuando te encontrás con el feminismo, te rompe la cabeza –dice una adolescente con dos trencitas–. Me emociona ver a chicas de diferentes edades, sin importar la ideología partidaria, unidas por la misma causa”.  Otra chica, que también participó del Encuentro expresó: “Se siente algo hermoso, tienen que venir todes, una siente seguridad y que puede debatir y luchar por sus derechos”.

Sábado

De a poco, las callecitas de Trelew se llenan de mujeres, por el asfalto, por la vereda, por donde se mire. “¿Sabés dónde es Plaza Centenario?”, pregunta una chica. “¿La Escuela 5 dónde queda?”, consulta otra.  Así todo el día, un constante reconocerse, sonreír y compartir.

Mujeres de todas las edades y sin importar ideología partidaria viajaron al encuentro nacional.

Las aulas y los SUM de los colegios desbordan y en diferentes comisiones se debate sobre el patriarcado, la deconstrucción, el sistema, se relatan experiencias personales, hay aplausos, gritos, discusiones, ovaciones, lágrimas y risas. Así, entre todas, se teje un hilo de unidad y libertad.

La noche es cálida y corre una brisa. Hay fiestas, peñas, pibas amontonadas en las esquinas, la cerveza viene y va, los brillos en la cara, los pañuelos verdes… En la Festitorta se baila al ritmo de las bandas de mujeres que suben al escenario, una tras otra, y las tetas libres, destapadas, resplandecen con glitter y sudor. Se respira alegría. “Mi cuerpo es mío”, se lee en la piel desnuda. La música se escucha desde cualquier punto de la ciudad y en los kioscos hay colas para calmar la sed.

Domingo. Hay que madrugar. Fila para el baño, fila para calentar el agua del mate, fila para todo, pero no importa: miles de mujeres están juntas.

Las callecitas de Trelew se llenaron de mujeres, por el asfalto, por la vereda, por donde se mire. Así todo el día, un constante reconocerse, sonreír y compartir.

Pasan los talleres de la mañana. Plaza Centenario se llena. El viento sopla fuerte. Hay feria gastronómica, artesanos, vendedores ambulantes, emprendedoras y puestos de organizaciones. Un grupo de pibas canta “si el Papa fuera mujer, el aborto sería ley”. Otras debaten sobre lo que charlaron más temprano. En ronda y con amigas, una chica dice: “Yo no sé si podría abrir mi pareja”. Más allá, otra afirma que “lo importante es amarse a una misma”.

El ENM es intergeneracional y transversal: abuelas, madres, hijas, afrodescendientes, lesbianas, trans, gordas, morochas y con rulos. La emoción crece a cada momento. Las miradas son cómplices y abundan las carcajadas. No hay varones violentos ni nadie que juzgue ni amenace. “¡Macho tiembla!”, dice un grafiti en la pared.

A las 17, la calle Sarmiento empieza a recibir a colectivos feministas, organizaciones sociales, militantes, movimientos artísticos, sindicatos y mujeres no agrupadas. La marea verde se prepara para marchar y hacer oír sus reclamos. Los pañuelos al cuello, en el pelo, en la muñeca, en la mochila, en los monumentos y hasta en los perros. La multitud se tiñe de verde y violeta. Purpurina, piercings, pelucas, brujas, tetas al aire: “Somos miles y nos van a escuchar”, gritan.

El ENM es intergeneracional y transversal: abuelas, madres, hijas, afrodescendientes, lesbianas, trans, gordas, morochas y con rulos.

Una hora más tarde avanzan y los vecinos de la ciudad observan desde los techos, las ventanas y las veredas. “Mujer, escucha, únete a mi lucha”, canta un coro. Las columnas bailan al ritmo de los bombos y platillos, entre pancartas y banderas. Se pide que el aborto sea legal, por la Ley de Educación Sexual Integral, que paren los femicidios, la paridad salarial, la liberación de Milagro Sala, la soberanía del cuerpo y sobre todo la libertad. Se grita “¡no están perdidas, están desaparecidas para ser prostituidas!”.

El cielo del sur se tiñe de rosa mientras abajo flamean pelos y banderas. El agite y el baile continúan hasta Plaza Centenario, escenario del acto central. La noche cae pero las voces, cansadas y desafinadas, siguen cantando: “Nos tienen miedo / porque no tenemos miedo”. Ya tendrán tiempo de descansar hasta el año próximo, cuando el 34º Encuentro Nacional de Mujeres se lleve a cabo en la ciudad de La Plata.

Resistencia gorda

Resistencia gorda

Mujer parada en una esquina con los brazos cruzados mirando a la cámara.

Una mujer gorda mirándose en un espejo, atravesada por rayas de colores que rozan la psicodelia habita la tapa del libro Gorda vanidosa y sintetiza con precisión lo que transmite cada página. Así, con toda la carne y sobresaliendo sin pudor entre todas las demás, Lux Moreno –en su primer libro- expone a la vanidad como herramienta de resistencia desde el activismo gordo, en una sociedad que propone e impone corporalidades a las que nunca se llega. Sabe lo que le costó construirse, y por eso la gorda vanidosa no agacha la cabeza, te mira fijo y te grita que de este sistema especialista en expulsar no se salva nadie.

En el camino nada fue fácil. Atravesó distintas corporalidades, llegando a la anorexia y crisis anímicas por una nula autoaceptación. Pero en 2013 dijo “basta para mí” y pateó los mandatos. Astutamente no los dejó ir muy lejos, porque en esta mixtura de autobiografía con un vasto marco teórico los desmenuza con una precisión no apta para condescendientes sociales.

¿Cómo comenzó el proceso de escritura?

En realidad me vinieron a buscar de la editorial Paidós. Me pidieron que escribiera un proyecto de libro sobre Crossfit, entonces lo hice desde una perspectiva de diversidad corporal y les gustó tanto que me terminaron pidiendo que escribiera sobre identidad corporal. La idea no era hacer un libro, ya que al venir de la Facultad de Filosofía, trabajo en un registro que es bastante académico. Por eso había que tomar algunas decisiones. Una fue armar un híbrido entre la perspectiva crítica del activismo gordo y el fat body positive, que es la parte más tibia de aceptación corporal que a mí no me interesa. Entonces lo que hice fue partir de mi experiencia, usando la primera persona para ir armando teoría al mismo tiempo. Así, la hilvané con una serie de dispositivos de control, que tienen que ver con el modelo médico hegemónico, los estereotipos de belleza, las tecnologías sobre el cuerpo como el deporte y los modos de reconocimientos: el gran problema del sistema de consumo.

La intersección de esas variables es la brújula que guía todo el libro, y demuestra que su relato no se puede considerar universal. ”Más allá de que haya varios libros sobre experiencias personales de gordas, el tema es que el hecho de ser una gorda que vive en Latinoamérica, en Argentina y de determinada clase social, también dice un montón de otras cosas”, amplía la autora. Por estos motivos, su relato impulsó a que otros quieran contar sus historias desde sus particularidades, o le agradezcan por “al fin” hablar del tema desde este enfoque, convirtiéndolo en una herramienta liberadora.

La autora con los brazos cruzados mirando a la cámara de frente, con una foto de una niña detrás.

La autora Lux Moreno presenta su primer libro Gorda vanidosa, en el que se posiciona en el activismo gordo y propone la vanidad como resistencia.

¿Qué es en tu vida el activismo gordo?

Ser activista gordo tiene que ver con denunciar los estereotipos corporales, y de hecho mi preocupación casi obsesiva sigue siendo el registro del cuerpo, no ser más o menos gorda. También qué pasa socialmente con esas representaciones que tenemos del cuerpo, que hoy en día lo que tenemos es el cuerpo como mercancía, y la idea es preguntarse ¿cómo llegamos a eso, si es un tipo de alienación súper violenta y solo valida una serie de jerarquías? En este caso es: si no sos súper delgado no accedés a la categoría de éxito. Mucho tiene que ver con que yo soy gorda desde que tengo uso de razón. Me hacían mucho bullying. Pasé por lugares más sombríos y oscuros como la anorexia y la bulimia, y quizás fue cuando tenía un cuerpo “correcto” y la presión era terrible. De hecho, ahora me tuve que hacer un bypass gástrico, por la enfermedad de reflujo y bajar de peso no es para mí algo cómodo. Bajo de peso y digo “ay la puta madre, la ropa me queda grande”. Yo voy a ser gorda hasta el día que me muera, aunque baje de peso, porque tengo la marca de la ex gorda. Es una identidad en la que yo me pude reafirmar subjetivamente. Recuerdo que en una nota me preguntaron qué hacía cuando salía de mi casa para sentirme bien. Y yo no hago nada: lo único que hice fue mandar a la mierda todos los mandatos. Por eso la figura resistencial es la gorda vanidosa. Un día me di cuenta de que no había que hacer nada, yo era genial así como era, no me tenía que andar disculpando por ser gorda, o pidiendo perdón por sacarte un poco de asiento en el colectivo. ¿Por qué no ser un gordo vanidoso? ¿Tengo que ser la gorda simpática, la gorda buena onda? ¡Ni en pedo!

El libro lo escribió a gran velocidad trabajando en una oficina full time. Gran parte fue llevada al papel en viajes rutinarios de colectivos o huecos temporales entre las obligaciones. En solo dos meses Lux le dio el cierre a su primer libro. Ella lo relaciona con lo aceitada que tiene la problemática ya que da clases y está escribiendo su tesis de maestría sobre identidad corporal. De todas maneras, no deja de ser poco tiempo, como si de transmitir un mensaje urgente y necesario se tratase. ”La idea era que fuese un texto amigable para quien hace teoría, pero también para quienes no y tengan ganas de acceder a una temática como es la diversidad corporal y el activismo gordo. No quería algo que fuera críptico enunciativamente, y la verdad que lo que es difícil es escribir fácil”, explica la escritora y sin dudas lo logra. El texto llega en su totalidad a quienes se dejan atravesar por sus relatos personales que interpelan y desnaturalizan la cultura, como también a quienes se aferran a autores como Gilles Deleuze y Michel Foucault, porque el marco teórico es el que sostiene y hace crecer todas sus experiencias narradas.

Mujer mirando a la cámara con las manos en la cintura.

«Yo voy a ser gorda hasta el día que me muera, aunque baje de peso, porque tengo la marca de la ex gorda», dice Lux Moreno.

¿Cuáles fueron las expectativas a la hora de escribirlo?

Aunque suene medio berreta, pasó eso de tirar un mensaje en una botella al mar y ver qué pasa. Y siento que por ahora muchas cosas. No tenía la expectativa de que me reconozcan por el libro que hice, pero yo no me achico ante ninguna crítica porque siento que mi opinión es algo válido. Aunque sea conjetural teórica o lo que fuere, siento que construí una voz dentro del activismo gordo y desde un lugar muy particular. Quizás era eso lo que más me interesaba: empezar a atravesar fronteras. Porque el gueto es re-cómodo y divertido pero llega un punto que te hincha las bolas.

Para la libertad

Para la libertad

Hombres y mujeres charlando alrededor de una mesa

Encuentro de la agrupación Yo No Fui.

Ya es miércoles y aunque todavía es temprano, el solcito que llega desde afuera calienta al frío comedor en esta casa de habitaciones gigantes del barrio porteño de Flores.

Hoy hay taller de periodismo y todas las mujeres, sentadas alrededor de la mesa, escriben acerca de su identidad, de la libertad, de como todas comparten la experiencia de haber estado privadas de su independencia, en un penal o bajo arresto domiciliario.

Pasan juntas los lunes, los martes y los días que como hoy se sientan a redactar, esos días en los que la organización social Yo No Fui brinda talleres de serigrafía, poesía, escritura, talleres de producción en oficios que buscan según María Medrano, la que dio el puntapié inicial, «sortear esa dificultad que surge en las pibas una vez que están afuera: la de no tener un mango para parar la olla».

Para María, que ahora va y viene, llevando mate y bizcochitos, todo surgió cuando, trabajando en Tribunales, allá por el 2002, conoció a una bielorrusa que cayó detenida. Durante el tiempo que ella pasó en el penal, siguieron viéndose y estando en contacto.

Mujeres y un hombre escuchan a una mujer leer.

Yo No Fui brinda talleres de serigrafía, poesía, escritura y de producción.

Fue a partir de todo esto que María empezó a preguntarse cosas que no entendía y en ese tiempo escribió un libro de poesía que retrataba los saltos que daba su vida entre los Tribunales y la cárcel.

Y con esto, quizás para unir un poco esas dos partes, arrancó a dar un taller dentro del penal de Ezeiza, donde hasta hacía unos meses solo iba de visita.

Con el tiempo se extendieron a más unidades y a más chicas, a hacer festivales de poesía, a buscar abrir la cárcel… y también a mezclarla con ese ‘afuera’, ese lugar que desde adentro ve tan distante, en esa institución que carga con tantos prejuicios.

“Buscábamos eso, queríamos apertura -retrata María-, que las pibas salgan, que entre gente y que lea, que se junten”. Piensa, toma un mate y pone el énfasis en entender que la necesidad de Yo No Fui es también creer “que las personas que están en la cárcel están adentro de la sociedad, en el lugar que la sociedad eligió para ellas. No es que se fueron, la sociedad es también esto y la cárcel es parte de la sociedad”.

Mujer mirando de frente a la cámara.

María Medrano, fundadora de la organización.

María mira alrededor, mira a las chicas que todavía escriben: “Por eso no hablamos de reinserción, no nos gusta esa palabra, porque significa que en algún momento estuviste afuera”.

Desde lejos, sentada en la otra punta de la mesa, Marlee mueve la cabeza. Hace tres meses que llegó a la Argentina para estudiar sobre nuestro sistema penitenciario y cómo el género y el racismo encastran ahí adentro, después de haber analizado lo mismo en Australia durante casi un año.

Esta socióloga que vino desde muy lejos, ya bien podría pasar desapercibida entre las calles de Buenos Aires con su pañuelo verde colgado en la mochila y su pelo rapado de costado.

“Hay cosas que voy entendiendo, de a poco”, afirma, con su acento estadounidense, que parecería no poder abandonarla nunca. “No tenía prejuicios, no formé opiniones previas. Pero me intrigaba saber por qué en la Argentina la última dictadura seguía siendo todavía un tema tan recurrente… eso y qué pasaba con los derechos humanos en la cárcel”, dice, la mira a María, y agrega: “Creo lo estoy descubriendo”.

Mujer parada sobre la escalera mirando al horizonte

Retomando ese primer impulso, el del inicio del taller de poesía en el penal de Ezeiza, surgió Yo No Fui.  Así se llamó, también, el primer libro que editaron. Lo titularon de esta manera porque “es lo primero que se dice, ¿no? Yo no fui, yo no estuve, yo no sé…”, revela María, hablándole a las chicas, que asienten y se ríen. “Pero después empezamos a hacer una lectura más crítica de eso, aparece todo lo que no había dejado de ser por haber estado presa. Y ahí salieron el «yo no fui silenciada», «yo no fui desmemoriada», «yo no deje de ser persona por haber estado en la cárcel”.

Y para cuando publicaron la revista en el 2014 tuvieron que dar vuelta todo, dejar de hablar por la negativa. Entonces, la nombraron Yo Soy. Y con este proyecto a cuestas, trabajando también desde el taller de periodismo que hoy las une, comenzó el colectivo editorial que ahora lleva todo esto adelante: Tinta Revuelta.

Como parte de un proceso que se expande a medida que pasan los años, la organización ahora funciona de lunes a viernes entre Flores y Palermo, donde está la cooperativa, y en los penales de Ezeiza, en José C. Paz, en La Pampa y en el de José León Suárez también. Se financian con los planes de diferentes ministerios que fueron cambiando con los años y con algún que otro donante individual.

Mujer mirando de frente a la cámara

Liliana Cabrera, miembro de la organización que coordina talleres de poesía y de herramientas digitales en distintos penales.

Y María agrega, ahora quieren llegar a las unidades de La Plata. Pero entienden la necesidad de “hacerlo armando una red sólida… porque si empezamos, lo hacemos sabiendo que podemos sostenerlo, si no ni lo intentamos…”.

María hace una pausa y la mira buscando complicidad con Liliana Cabrera. Para ella haber llegado a Yo No Fui fue como “haber encontrado una ventana a mi misma, me dio la posibilidad de poder conocerme más y de poder hablar de temas de los que muchas veces hablar no es fácil”, admite.

Después de pasar ocho años presa en Ezeiza, ahora coordina talleres de poesía y de herramientas digitales en los penales en donde estuvo y en los de José C. Paz.

Mujeres sonriendo mirando de frente a la cámara.

«Queríamos apertura, que las pibas salgan, que entre gente y que lea, que se junten», dice María Medrano, fundadora del proyecto.

Y agrega que estos años compartidos también le dieron “la posibilidad de ir creando pensamiento crítico a partir de profundizar esos temas y no solo por la situación de detención, sino también el afuera, el discutir cada tópico que nos atraviesa como sociedad”.

Y ya terminando con las escrituras, reflexionando sobre eso que las une y sobre lo que vivieron, sobre lo que son y lo que entienden, empiezan a percibir en voz alta, que la libertad es un cúmulo de cosas que va más allá de estar encerrada detrás de una reja. Para ellas es tener un proyecto y poder realizarlo, tener las herramientas y el acompañamiento, porque “muchas veces la libertad es mucho más que salir en libertad, vos podes salir y sentirte presa en muchas otras cosas y estar afuera, con toda una vida sin haber pasado por la cárcel y estar condenada en un montón de situaciones”, dice Lili tomando un mate. Y sigue: “La libertad, para mí, es tener la posibilidad de enfrentar todo lo que te atraviesa con cierta autonomía de cualquier dependencia y a su vez teniendo el acompañamiento de lo colectivo. Porque la salida es colectiva y la libertad también, una no puede ser feliz o estar contenta en medio de un montón de personas que no lo están”.

“No nos van a disciplinar más”

“No nos van a disciplinar más”

Ayer a la tarde se celebró por cuarto año consecutivo la marcha feminista Ni Una Menos. Esta vez fue bajo la consigna “¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos!” y reunió a miles y miles de mujeres en todo el país que reclamaban el fin de la violencia machista y estatal, la implementación de la ESI (Ley de Educación Sexual Integral) en las escuelas y que este año sumó el impulso a la ley por la legalización del aborto, gratuito y seguro.

La convocatoria tuvo lugar desde el colectivo por el cual la marcha lleva su nombre y adhirieron partidos políticos, colectivas defensoras de diferentes reclamos, la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, distintos sindicatos y personas autoconvocadas, quienes marcharon en la Ciudad, desde Plaza de Mayo al Congreso.

Ya desde la salida de Av. de Mayo de la línea C del subte cientos de manifestantes se agrupaban para llevar bombos y redoblantes mientras cantaban. En la 9 de Julio la bandera de la campaña fue la que llegó primero y ocupaba toda la calle. Los preparativos para el recorrido estaban empezando: chicas que se pintaban los ojos de violeta y los labios de verde, pañuelos que dejaban de estar en las mochilas y empezaban a estar colgados en el cuello, amigos que no paraban de tomar mate.

De a poco fueron llegando otras agrupaciones políticas: MuMaLá, Pan y Rosas, el PTS, Patria Grande, La Cámpora, y distintos colectivos que representan diferentes luchas: la de las trabajadoras sexuales y la de las abolicionistas, la de las discapacitadas, la de las desempleadas, que se mezclaban con las familias que también necesitaban gritar “Ni Una Menos”.

A pesar del frío y de la lluvia, las calles se llenaron de mujeres, travas, trans, niñas, niños y hombres, que agitaban banderas, pañuelos y pancartas festejando, cantando lemas como “Si no hay aborto legal, que quilombo se va a armar”, “Macri, basura, los ñoquis son los curas” o “Somos malas, podemos ser peores”, mientras iban avanzando.

Marcha de Ni Una Menos. Se lee en un cartel "No estamos todas. Faltan las asesinadas".

La primera marcha #NiUnaMenos se realizó el 3 de junio de 2015 en 80 ciudades del país.

Y ya en el Congreso, poco después de las siete de la tarde con Ana Tijoux sonando de fondo, decenas de mujeres arriba del escenario se agrupaban para leer el documento final.  

Laura Omega, de la organización Matamba Afrodescendientes, primera oradora del acto, aseguró que la convocatoria tenía lugar “por aquellas que en todos los rincones del mundo se revelan. Somos las mujeres, trans, villeras, migrantes, las putas, las sindicalistas, las trabajadoras que no queremos ser explotadas… vinimos a decir que no nos van a disciplinar más”.

Y cerrando la jornada, que concluía pacíficamente con todos los pañuelos verdes en el aire, Norita Cortiñas, madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, expresó la necesidad de estar el 13 de junio en el Congreso para que la ley de aborto, seguro, legal y gratuito se apruebe, agregando al final del discurso que se sentía «feliz, porque ya no nos para nadie, ya no somos invisibles”.

Alina Sánchez presente, ahora y siempre

Alina Sánchez presente, ahora y siempre

Con un clima feminista y el auditorio de ATE lleno de pañuelos verdes, con banderas kurdas colgadas en las paredes y fotos de Alina Sánchez en el escenario, el domingo pasado se llevó a cabo el homenaje a Lêgerîn Çiya (su nombre de guerra), la joven médica argentina fallecida el 17 de marzo en Hasaka, al norte de Siria. El acto fue conducido por Melike Yasar, representante del Movimiento Internacional de Mujeres Kurdas (MIMK) y empezó con un minuto de silencio por ella y por Norma Vermeulen (Madre de Plaza de Mayo que falleció el domingo).

Alina tenía 32 años. Nació en Neuquén, pero se crio en Córdoba y estudió medicina en Cuba. Durante los últimos ocho años fue parte de las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ) en el Kurdistán Sirio y allí falleció en un accidente automovilístico. Entre las muchas voces que se escucharon en la tarde en el anfiteatro de la  Asociación de Trabajadores del Estado, una de las presencias más importantes fue la de Nora Cortiñas, co-fundadora de Madres de Plaza de Mayo, que recordó el momento en que conoció a Alina en un viaje a Medio Oriente, un par de años atrás.

Otra madre de Plaza de Mayo, Mirta Acuña de Baravalle, también fue invitada a hablar y recordó a los 30.000 desaparecidos y a los jóvenes como Alina, que se entregaron a un sueño siguiendo sus ideales y sus deseos de cambiar al mundo: “Alina tiene más vida que nunca, porque va a estar permanentemente en cada discurso –dijo-. Nos tenemos que sentir alegres y orgullosos de nuestros hijos”. Ambas Madres fueron acompañadas por el público para gritar por los 30.000 compañeros desaparecidos y por Alina, quienes están presentes, ahora y siempre.

Alina con un pañuelo en la cabeza haciendo la V corta con sus dedos.

Alina tenía 32 años, crió en Córdoba y estudió medicina en Cuba.

La madre, el padre y el hermano menor de la activista tomaron después el micrófono y recordaron anécdotas, charlas y momentos con ella, haciendo hincapié en su humildad, en su inteligencia y en su amor por ayudar a los demás. De fondo, en una pantalla se transmitía un video con fotos de Alina de su niñez, de su juventud y de su trabajo como médica.

Rodolfo, padre de Alina, explicó que ella “encontró en ese pueblo su lugar, estaba feliz ahí. Cuando decía algo era un compromiso para ella misma; ella se comprometió con un sistema de salud y luchó incansablemente, permanentemente. Trabajó con ONGs internacionales. Los años que vivió junto a ese pueblo fueron un ejemplo de vida y de gran felicidad”.

“Alina era absolutamente humilde –comentó Patricia, su madre, en diálogo con ANCCOM-. Se recibió con medalla de oro en Cuba y decía que en Cuba ponen mal las notas, se restaba importancia. Y cuando estaba en Kurdistán, ella estaba a cargo de la Media Luna Roja, que es como la Cruz Roja, no decía nada; sólo decía que estaba armando un hospital, y aunque no atendía a los pacientes, tenía la última palabra. No me imaginaba la tremenda trascendencia de todo lo que hizo; conocía su inteligencia y su corazón, pero nunca que había hecho tanto, quedé impresionada”.

En el norte de Siria, la situación de las mujeres es muy grave y compleja: “La sociedad de Medio Oriente no acepta a las mujeres, no permiten su existencia –explicó Melike Yasar-. Matan mujeres en nombre del honor, las venden a los hombres que tienen sesenta, setenta u ochenta años. Nosotras luchamos para vivir, por los logros que tuvieron las mujeres en todo el mundo, por el objetivo, por construir una lucha de las mujeres y de las sociedades libres”.

En lo que siguió del homenaje, diferentes mujeres subieron al estrado para leer cartas y hablar sobre sus vidas compartidas con Alina. Entre ellas estaba una de sus compañeras de facultad en Cuba, que la recordó por su alegría de todos los días; las Feministas de la Abya Yala, que leyeron tres poemas; Adriana Guzmán del movimiento Feminismo Comunitario de Bolivia, que habló sobre la lucha de las mujeres en América Latina; y María del Carmen Verdú, fundadora de Correpi. Mujeres que, algunas aún sin conocerla personalmente, pudieron generar empatía con su trabajo y con su lucha libre dentro de una sociedad que en cada discurso era descrita como capitalista y patriarcal.

Hoy a Alina la recuerdan con amor, alegría, humildad y libertad. Como una referente de los derechos humanos, una mártir que dio todo por ayudar a los demás y un ejemplo de vida que luchaba por crear una sociedad digna. Su amor por los pueblos se vio reflejado en cada discurso en su honor. El homenaje finalizó con guitarras y música Kurda, y luego Yasar se sumó a cantar dos temas, para después cerrar la tarde con Bella Ciao.

«Los años que vivió junto a ese pueblo fueron un ejemplo de vida y de gran felicidad”, dijo su padre.