Las preguntas honestas del teatro independiente

Las preguntas honestas del teatro independiente

“Tácito imperfecto” combina el absurdo y la filosofía en un monólogo que desacostumbra nuestra forma de pensar el tiempo ¿Cuántas paradojas puede abrir el teatro? ANCCOM lo piensa junto a Enrique Federman y Mauricio Kartun.

Un hombre temeroso aunque de muchos saberes entra en una peluquería venida a menos. La luz es tenue y el lugar, a priori, no parece el más indicado, pero es el único posible para su loca conferencia. En el centro, una mesa pequeña con varios objetos, algunos evidentes y otros escondidos: un cuaderno, un vaso con dados, una carta, silbatos de distinto tenor. El hombre ensaya con rapidez y pide al espectador que tome nota, porque la obra ha comenzado y el tiempo se escurre en más de una dirección. Escrita e interpretada por Enrique Federman con el asesoramiento de Mauricio Kartun, Tácito imperfecto es una paradoja constante que combina el absurdo con la filosofía, la tesis con el teatro, citas apócrifas con preguntas honestas: ¿Cómo se calcula el porvenir? ¿Quién determina lo que es fugaz? ¿Realmente puede medirse el tiempo?

 

Del papel a las tablas

Acostumbrado al teatro y con mucha experiencia en el ámbito clown, escribir cuentos, poesías y disertaciones que circulan en Tácito imperfecto fue para Federman algo absolutamente novedoso. Todo ese material tomó la forma de un «ensayo apócrifo», donde un hombre con supuestos saberes expone sus interrogantes e ideas sobre el tiempo, con todas las paradojas, contradicciones y fracasos que nuestro lenguaje permite. En diálogo con ANCCOM, el autor revela que al principio pensó en hacer de este ensayo un libro, pero que el reconocido dramaturgo Mauricio Kartun (con quien comparte una amistad de años y algunos proyectos como Perras y No me dejes así) le sugirió convertirlo en una obra de teatro unipersonal. «Entre todos los textos que tenía encontré un hilván, la idea del tiempo, y decidí llevar aquél ensayo a la práctica como una conferencia, una clase dada en un lugar absurdo para tal fin, como lo es una peluquería», añade.

Pero en Tácito imperfecto lo absurdo no se limita a esta primera disonancia. De hecho, para dar forma al peculiar protagonista que él mismo interpreta, Federman pone en juego diversos elementos del clown, un estilo del cual es referente: «Yo me considero un pre-clown. La movida del clown en Argentina comenzó a mediados de los ochenta, y yo ya trabajaba de payaso antes, cuando ‘payaso’ era casi una mala palabra. Pude organizar el primer festival de clown en Argentina: «El Narizazo«, que era algo así como una explosión de narices. Hacía un teatro sin palabras, con pitidos, que me permitían comunicarme en Japón, Singapur, en Italia, donde fuera», recuerda. Con el tiempo se distanció de la práctica, y fue también Kartun quien le aconsejó que retome aquellos trucos para interpretar los textos de su nueva producción: «Entonces fui a la vieja valija de esos años, que tenía muy guardada, y me encontré con pequeñas cosas que me permitieron darle un tono personal a la ‘formalidad’ que tiene el texto, por más absurdo que sea, atravesarlo con lo que yo llamo la clownidad«.

«Todo lo que el teatro independiente disfruta lo consiguió a partir de la movilización. Perderlo sería una tragedia y la única forma de defenderlo es la resistencia», dice Mauricio Kartun.

En las salas y en la calle

Consultado por las posibilidades del arte independiente, en un contexto donde el gobierno nacional muestra claras intenciones de desfinanciar la cultura, Federman no olvida que el teatro tiene capacidad de resistencia: «El teatro siempre estuvo del otro lado. Durante la dictadura del 76, un momento más difícil que este, existió el Teatro Abierto, un espacio donde podíamos encontrarnos quienes estábamos en contra de lo que sucedía. El teatro siempre está ahí, siempre tiene una opción; se puede hacer en una casa con diez personas, sin escenografía, sin vestuario, sin música, en cualquier lugar. En ese sentido es como inmortal, invencible».

Mauricio Kartun también compartió su punto de vista con ANCCOM y expresó que «todo lo que el teatro independiente disfruta lo consiguió a partir de la movilización, de la insistencia. Por ejemplo, La Ley de Teatros fue largamente peleada y se dio a partir de un dificultoso consenso. Perderlo sería una tragedia y la única forma de defenderlo es la resistencia, que está en las salas, en los escenarios y, por supuesto, en las calles».

La paradoja

La música, el cine, el teatro y todas las expresiones artísticas peligran bajo la vara del éxito comercial como parámetro definitorio de su calidad estética, su utilidad social y, como se ha visto en el cuerpo de la Ley Ómnibus, su permanencia en la inversión pública. ¿Cómo puede el arte soportar estas presiones?.

Kartun observa que «mientras que el arte comercial responde a exigencias de mercado, y necesita buenos resultados rápidamente con la menor inversión posible, en el arte independiente ocurre definitivamente lo contrario. Mi contador nunca termina de entender por qué si una obra se puede dirigir en dos meses yo utilizo un año entero para montarla. Y es que el arte independiente es escandalosamente antiresultadista, porque sus resultados van más allá del equilibrio de una ecuación. Trabaja en honor a un viejo concepto que vale la pena recuperar: ‘por amor al arte’».

Cambio y adaptación, resultadismo y antiresultadismo son algunas de las paradojas que circulan por la obra de Federman. Él mismo reconoce su lugar en el péndulo: «Uno hace las cosas para intentar vivir de esto, que llegue a más gente, que se expanda. Muchos intentos salen mal y mueren en el camino, algunos duran un poco más. El resultado está en la continuidad… el resultado sigue siendo la incógnita».

Tácito imperfecto está disponible todos los viernes hasta el 26/04, a las 22:30 en Beckett teatro (Guardia Vieja 3556, CABA)

 

«Tenemos que pasar a la ofensiva artística»

«Tenemos que pasar a la ofensiva artística»

La amenaza de cierre del Instituto Nacional del Teatro y el Fondo Nacional de las Artes movilizó a la comunidad de trabajadores teatrales contra el DNU y el proyecto de Ley Ómnibus del Gobierno de Milei. Los referentes expresan su repudio.

La comunidad de trabajadores de la cultura se encuentra en alerta ante la amenaza de cierre del Instituto Nacional del Teatro (INT) y del Fondo Nacional de las Artes (FNA). El proyecto de Ley Ómnibus busca derogar la Ley Nacional del Teatro y  el Decreto-Ley 1224 que contemplan la creación de estas instituciones y tienen décadas de vigencia. Distintas personalidades repudiaron la medida, así como miles que se movilizaron el 30 de diciembre a las sedes de los organismos.

“Es un avance brutal y acelerado de la derecha. Lo que quieren hacer con la cultura me resulta muy doloroso sobre todo porque es el lugar donde se construye el sentido más profundo de la identidad nacional”, declaró Pompeyo Audivert en diálogo con ANCCOM. Además, sobre la organización del sector opinó que “esto va a generar más unidad y potencia, tenemos que pasar a una ofensiva artística. Ya nos ha pasado, durante la dictadura. Teatro Abierto (movimiento cultural de resistencia a la dictadura, iniciado en 1981) fue una fuerte respuesta a políticas parecidas. Estamos en emergencia, pero lo vamos a resolver desde el arte, nuestra forma de operar sobre la realidad y la expresión de lo humano, lo que el capitalismo quiere  lapidar”.

Por su parte, también se expresó en su cuenta de Facebook el director y dramaturgo Mauricio Kartún quien afirmó que “hay que recordar cómo se luchó hace 26 años durante el menemismo, con Lito Cruz a la cabeza, para conseguir La Ley Nacional del Teatro. Hay muchos que empezaron a hacer teatro hace 15 años con la institución como algo natural, nacieron institucionalizados. Es tiempo de volver a pensar y renovar los votos”.

«Lo que quieren hacer con la cultura me resulta muy doloroso sobre todo porque es el lugar donde se construye el sentido más profundo de la identidad nacional”, dice Pompeyo Audivert.

La Ley 24.800 fue promulgada en 1997 y establece el apoyo del Estado nacional a la actividad teatral «por su contribución al afianzamiento de la cultura”. “Apunta específicamente a la promoción del teatro independiente, a su profesionalización. Es fundamental su carácter federal porque da igualdad en un campo donde a priori no existe: la diferencia de recursos, de llegada a los espectadores, de posibilidad de hacer y de divulgar lo que uno hace en el marco de la Ciudad de Buenos Aires, es abismal con respecto al resto del país”, puntualizó Mónica Berman, crítica de teatro y coordinadora del Área de Comunicación y Artes Escénicas (UBA). 

En el Artículo 7, la ley define la creación del Instituto Nacional del Teatro como su autoridad de aplicación. Se encarga de brindar subsidios a salas, grupos independientes y producciones, promover festivales y publicar libros. Recientemente trabajadores del instituto emitieron un comunicado oficial con las razones por las que rechazan la Ley Ómnibus. Se refieren, entre otras cosas, al impacto que tendría sobre la generación de trabajo directo e indirecto: “Las actividades teatrales apoyadas no solo benefician a la comunidad receptora sino que generan un impacto positivo en el sector gastronómico, logístico, técnico, publicitario y de medios”. 

“Hay mucha incertidumbre, pero no bajamos los brazos y nos organizamos. Es insólito que quieran desarmar en dos minutos algo que fue una conquista de la sociedad, comenta Paula Beovide, actriz y trabajadora del INT desde hace 15 años en la gestión de la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, como otros compañeros, se encuentra en una instancia previa a la planta permanente “ya con el DNU la idea es que tengamos tres meses de contrato sujeto a una firma del director ejecutivo para que podamos seguir“. Además, agregó que “el Instituto es un ente autárquico, por lo que manejamos nuestro propio ingreso de dinero, más allá del financiamiento estatal”.

“La fuerza viva del arte teatral está en el teatro independiente, es una barbaridad querer achicar o cerrar el INT. Espero que los legisladores sean responsables y no lo aprueben”, comentó en conversación con ANCCOM Javier Daulte, director y dramaturgo. Sobre los efectos que tendría el cierre agregó que “además del recorte económico, me preocupa el golpe anímico, que esto desanime a los artistas que están empezando a desarrollar su vocación, sería un daño muy grande”. 

 El Fondo bueno

En cuanto al Fondo Nacional de las Artes (FNA) que data de 1958, tiene como objetivo “promover y desarrollar la producción de los artistas de todo el país financiando su formación y la creación de sus obras.A lo largo de su historia brindó incentivos a reconocidas figuras, tales como María Elena Walsh, Antonio Berni, Astor Piazzolla y Leonardo Favio, entre otros.

En el comunicado publicado por los trabajadores del FNA señalan que su vía de financiamiento es el “dominio público pagante, que se cobra por las obras una vez vencido el plazo de protección del derecho de autor (en la mayoría de casos a los 70 años de la muerte del autor)”. Sumado a los ingresos por multas previstas en la Ley de Propiedad Intelectual y aportes extraordinarios.

“La Ley Ómnibus es devastadora, deslegitima nuestra labor artística y desmerece la función del arte, sus implicancias políticas, sociales y culturales”, declaró al respecto Lynx Tironi, bailarín y performer, que recibió una beca del FNA en el marco de un proyecto de investigación de danza y sexualidad. “Si bien no cubre todos los gastos, contar con apoyo lo hizo posible. Para nosotros como personas trans vivir del arte es muy complejo, esto nos permitió poder dedicarnos a la creación”.

“El intento de desaparición del FNA y el INT atenta contra el imaginario cultural propio y acalla las voces de toda la nación”, denuncia Guillermo Rafel Roigh, gestor cultural en “Espacio Disparate”, que  integra la Red Teatral Sur. Tal como otros colectivos y artistas independientes, saben que el tiempo apremia y se organizan en asambleas para dar la resistencia al apagón cultural.

 

Doce actores en busca de una identidad

Doce actores en busca de una identidad

Una nueva edición de Teatro por la Identidad se desarrolla en el MultiTabaris, todos los lunes de junio. Esta vez con el formato de micromonólogos dirigidos por Mauricio Kartún.

Con un humor que lleva a reflexión, “Idénticos” presenta un ciclo de doce micromonólogos interpretados por otros tanto actores, distintos pero idénticos en lo que generan en el público. 

Una luz azul, cálida, cubre a los protagonistas al entrar en escena. Los envuelve mientras esperan su turno y ayuda a destacar a quien interpreta su papel. Con una duración máxima de cuatro minutos, los emotivos monólogos son acompañados por aplausos interminables, risas, silencios y coronados por los intérpretes con la ya tradicional la frase: “Mi nombre es (…) y puedo decirlo porque se quién soy”. 

En esta ocasión, participan Gabo Correa, Alejandro Mazza, Mercedes Funes, María Onetto, Daniel Fanego, Victoria Carreras, Maiamar Abrodos, Stella Gallazzi, Malena Figo, Gonzalo Urtizberea, Pablo Seijo y Martín Salazar.

Teatro por la identidad (Txi) surgió en los años 2000 y es uno de los brazos artísticos de Abuelas de Plaza de Mayo para llegar a las personas que dudan de su identidad. Un movimiento de actores, dramaturgos, directores y coreógrafos aportan a la misión para identificar a aquellos que aún viven con su identidad sustraída.

La risa, la reflexión y la música inundaron el MultiTabarís el último lunes de junio. La obra mantiene viva la incesante búsqueda por aquellos nietos y nietas que aún no restituyen su identidad y la eterna pregunta ¿dónde estás?  

“Es importante que lo sigamos viendo desde este lado con alegría, con esperanza, pero a la vez con la profundidad que se merece. Recordando la lucha, a las Abuelas que son las que nos han enseñado el camino y a las que seguimos siempre para ver para dónde vamos”, describió la nieta restituida Claudia Victoria Poblete Hlaczik, en diálogo con ANCCOM

A su vez, destacó el papel de lo artístico como otra vía para impulsar la búsqueda de nietos y nietas, atravesar las barreras de lo documental para que el lado artístico interpele a aquellos jóvenes adolescentes que pueden ser hijos o hijas de los nietos y nietas de las Abuelas, y puedan sembrar la pregunta en sus casas. 

La audiencia mayoritaria de TxI, actualmente son las nuevas generaciones. Viviana Rivero es profesora de Historia y el lunes se acercó a la función con sus estudiantes del programa Jóvenes y Memoria de la Escuela de Educación Secundaria Nº4 «Alicia Moreau De Justo” de Ingeniero Maschwitz, Provincia de Buenos Aires. “Traemos un grupo de Jóvenes y Memoria. Es un programa de la Comisión Provincial por la Memoria que reconstruye la historia reciente de la última dictadura”, explicó y describió qué hace con sus alumnos y alumnas: “Los chicos están trabajando sobre la identidad y sobre el racismo estructural que hay dentro de nuestra escuela. Y este tipo de actividades los ayuda a entender y comprender en profundidad estos temas que tanto nos interpelan a los argentinos”.

En la mitad de la función irrumpe la guitarra de Esteban Morgado y el público canta y se conmueve, teletransportado “a una guitarreada en la playa o a un fogón en un atardecer en Santa Teresita”, como él mismo describe, mientras interpreta canciones nacionales de Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, Soda Stereo, entre otros temas que llegan al alma. “Hoy fue maravilloso, increíble. Creo que vibramos todos en la misma frecuencia. Hoy hubo mucha conexión”, expresó Morgado al salir del teatro.  Y remarcó el papel de los actores involucrados en la lucha: “Todo esto lo hacemos con una actitud militante, nadie cobra un peso, no hay carteles. Estamos todos poniendo el hombro porque queremos recuperar a esos nietos que han sido apropiados por la dictadura genocida cívico militar, eclesiástica que azotó al país y destruyó a tantas familias.”

La escena del cierre de la jornada es cálida, amigable, el público se entremezcla con actores y actrices que van saliendo de la función, conmovidos ellos también por el testimonio de la nieta que completa el sentido del ciclo al explicar la importancia del arte y de la presencia de todos en la sala.

“Quisimos ponerle poesía al texto, sacarle el humor y llevarlo a una cosa más romántica y de amor. Del recuerdo de eso que te duele en la piel, que no lo podés decir. No es una herida que se ve, que está dentro, que es más profunda”, describió la actriz Maiamar Abrodos sobre el monólogo “Tenía un gusto distinto”, de Alejandra Toronchick y dirigido por Pablo D’ Elía, en el que dialoga con la ausencia. “Había que poner el cuerpo y el alma porque lo que se estaba diciendo es el ser quien soy”, concluyó.

La velada del lunes cerró con Morgado junto a su hija Julia que cantó “Soy todo lo que recuerdo”, de Gabo Ferro y estremeció el rincón de público que quedaba por conmover.

¿Dónde y cuándo?

La obra ‘Idénticos’ bajo la coordinación dramatúrgica de Mauricio Kartun, música en vivo de Morgado y dirección general de Daniel Veronese dará su última función el lunes 4 de julio a las 20, en el Teatro Tabarís, Av. Corrientes 831, con entrada gratuita.

Una historia bíblica para leer la realidad

Una historia bíblica para leer la realidad

actores en escena en la obra de teatro TerrenalDesde su estreno en 2014, Terrenal. Pequeño misterio ácrata suma más de 700 presentaciones y reconocimientos en el país y en el exterior. En la reapertura de la sala Caras y Caretas 2037, en la Ciudad de Buenos Aires, la obra de Kartun conmovió a quienes regresaron a verla y a quienes la admiraron por primera vez.

En un momento perdido en el tiempo, Caín -el actor Claudio Martinez Bel- se convierte en un terrateniente cuya preocupación es su cosecha de morrones y Abel -Tony Lestingi- en un feliz proletario errante vendedor de carnadas que disfruta de sus domingos libres, ambos bajo la mirada de “Tatita” -Rafael Bruza-, un padre-dios gauchesco que los ha ubicado allí.

La gracia de los diálogos es potenciada por la conexión entre la dramaturgia y su ambiente: un maquillaje que rememora el cine de Chaplin y una puesta en blanco y negro que combina a la perfección con las imágenes de la revista “Caras y Caretas” –tan popular por los años ´20– que hay en el lugar. Emplazada en el edificio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), la casa de estudios creada por el SUTERH, la sala se llenó de aplausos al término de la función y el propio Kartun aprovechó para destacar: “Una obra que crece en el seno de una universidad permite que el teatro se encuentre protegido pero que además se produzca el fenómeno más atípico, que esa universidad crezca en el marco de una organización gremial, un círculo virtuoso porque entonces ya no hay organización gremial, no hay universidad, no hay teatro, hay algo superador y bello, hay un proyecto. Agradecemos mucho ser parte”, subrayó.

Entrevistado por ANCCOM, Kartun evocó cómo surgió Terrenal: “Un día, hace unos siete años, leí en un libro de mitos hebreos que en realidad el enfrentamiento entre Caín y Abel era entre dos grandes patrones étnicos, las tribus nómades y las sedentarias. Fue una inspiración porque esos dos arquetipos constituyen dos formas que se repiten en el mundo de hoy: el que anda ligero de equipaje, que no acumula, disfruta, vive al día, aprovecha el tiempo. Y el otro modelo, el que termina ocupando el gran capital del tiempo destinándolo a proteger lo que acumula, mide, cuida, valúa”.

“Esta obra parecería ser lo suficientemente maleable para que se lea la realidad de hoy –añadió Kartun–. Dicen que el arte se adelanta a los tiempos, no estoy demasiado convencido de su carácter mágico, pero creo que el público lo lee dándole su significación. En este momento, en San Pablo, se está presentando la versión brasileña. Los actores me dicen que el público la interpreta en relación al gobierno de Bolsonaro, lo reconocen en el cambio que produce en la obra la presencia de un arma. El arte se intenta como una pantalla en la que alguien pueda proyectarse. Tiene su virtud de entretenimiento y su sentido, pero el que cava en la profundidad es el espectador”.

Terrenal se presenta los viernes, sábados y domingos en la sala Caras y Caretas 2037, Sarmiento 2037.

“El arte es la respiración de los pueblos”

“El arte es la respiración de los pueblos”

Mauricio Kartun tiene una triple labor como dramaturgo, director de teatro y maestro de dramaturgia y es hoy uno de los autores argentinos más premiados y referente a nivel nacional e internacional en su campo. Su obra Terrenal. Pequeño misterio ácrata, que se estrenó en 2014 sigue en cartel y va por la tercera temporada en el Teatro del Pueblo en la Ciudad de Buenos Aires, a sala llena.
En paralelo, dicta seminarios en toda Latinoamérica y es un maestro de maestros: posee una experiencia y un acervo cultural inmenso que transmite con la retórica y la modestia de los sabios.

En la versión conurbana del mito de Caín y Abel, los hermanos intentan convivir sin éxito en un terreno luego de ser abandonados por su padre, “Tatita”, un folclorista amante de las peñas y con una particular visión filosófica de la vida. Para crear Terrenal, Kartun se sirvió de diferentes recursos y fuentes de investigación, retomó el mito bíblico y seleccionó fragmentos del historiador Flavio Josefo: “El mayor se llamaba Caín, nombre que traducido significa posesión y el pequeño Abel, que significa nada (…) Mientras Abel, el más joven, procuraba ser justo y se dedicaba a la vida pastoril, Caín pensaba únicamente en la riqueza y por ello fue el primero que tuvo la ocurrencia de arar a la tierra”. Basándose en esta imagen Kartun creó a los personajes.  El elenco está conformado por un trío de Claudios multipremiados con extensa trayectoria actoral: Da Passano (Abel), Rissi (Tatita) y Martínez Bel (Caín). En escena, trabajan con un guión excepcional y, con formas de varieté, reflexión filosófica y política, generan un microclima cómplice y elocuente que no da respiro a los espectadores.

¿Creés que Terrenal dialoga con la realidad actual política, económica y social del país?

Creo que el proceso es inverso. Creo que las obras no dialogan con la realidad. En verdad lo que sucede es que la realidad dialoga con ellas. La obra tiene una morfología inmodificable, es algo preexistente a cualquier otra cosa. Lo que sucede es que como cualquier material poético metafórico, emite sentidos de manera múltiple.

Se resignifica…

Se resignifica. Cada vez que cambia el fondo, el contexto, las energías que la rodean, la percepción de esas metáforas es diferente. Esa es la gracia multívoca que tiene la metáfora: dice un montón de cosas de una sola manera. Nosotros efectivamente sentimos que pasa algo con el espectador por ejemplo a partir de diciembre del año pasado, que no pasaba. La obra Terrenal siempre tuvo muy buena recepción, pero hay en los últimos meses más complicidad, una sensación de que hablarán de esto a las dos horas cuando salgan de la sala y se sienten a comer una milanesa. Ese efecto no es una voluntad de la obra. Es más, en los últimos meses yo le estoy pidiendo a los actores que mesuren mucho cualquier tono melonero, cualquier tono heroico, cualquier tono declamativo, habida cuenta justamente que eso ya lo está poniendo el contexto. El riesgo es ponerse sobre enfático. Siempre hay algo de cierto patetismo en el sobre énfasis. Yo les estoy pidiendo a los actores que dialoguen menos, que dejen que sea el espectador el que saque sus propias conclusiones.

¿Recordás algún “diálogo” que se haya dado entre los actores y la platea?

Dialogan de manera múltiple, el gran atractivo del teatro justamente es su condición viva. En cada función sucede algo que siempre es distinto a lo anterior. Hace poquito nos pasó algo: había cuatro señoras sentadas manifiestamente fastidiadas con la obra. Se abanicaban, y no hacía tanto calor como para abanicarse de una manera tan ampulosa. Y cuando llegó la escena de la muerte de Abel, que se supone, es la escena donde el villano consuma la tragedia, una de esas señoras aplaudió. Y por supuesto, los actores estaban recibiendo la energía de todo lo que estaba pasando: eso es lo extraordinario del teatro. A nosotros nos pone muy felices con esta obra ver cuánta gente viene a verla dos, tres veces, vuelven a buscar algo que saben, es lo mismo, pero va a ser diferente porque es otra función y tiene otro marco.

¿Cuáles fueron las particularidades del proceso creativo de Terrenal?

Yo te puedo decir que escribirla me llevó un mes. Pero sería falso decir esto, si yo no te explico que esa idea estuvo dando vueltas adentro mío 20 años. Por un lado, una imagen de dos hermanos que habitaban un baldío y que no se hablaban y yo cada tanto volvía con la idea pero lo pateaba. Pero por otro lado, la lectura de Flavio Josefo, que estaba en mi cabeza. De pronto un día se juntaron y descubrí que las dos cosas eran una sola y la comencé a escribir. Tardé un mes en escribir el primer borrador, pero después vino un largo proceso de un año de corrección. Si yo tengo que tomar el proceso completo en mi cabeza, te diría que son muchos años.

Hijo de madre española y padre argentino, Mauricio Kartun nació en San Martín en 1946. Si bien en su casa no se leía mucho, cuando sus padres notaron que le gustaba leer le abrieron una cuenta corriente en un quiosco de libros y revistas y empezó a seleccionar lo que le gustaba de forma caótica, leyendo de todo y seleccionando azarosamente los títulos. Kartun trabajó desde chico en el mercado con su padre. A los 19, aún en la escuela secundaria, dedicaba las horas de la clase de italiano para escribir. Con su primera producción ganó un premio literario que lo orientó sobre el rumbo que seguiría su vida.

Empezó a trabajar muy joven de manera sistemática en el campo de la literatura y en ese momento un mentor literario le señaló –paradójicamente-: “Kartun, tus problemas son los diálogos, tenés que practicar escribiendo teatro”. Casi de manera automática se anotó en un seminario de dramaturgia de Nuevo Teatro, una de las instituciones de teatro independiente más importantes. A principios de los 70, ingresó en la Asociación de Estudiantes de Teatro.

Las ideas, lo popular, los mitos, la cultura, la política y la ideología trazaron la personalidad del dramaturgo dejando una fuerte impronta en cada una de sus obras. “Hace muchos años me desmoldé –reflexiona Kartun-. Muchas veces los artistas producimos dentro de un molde, en el baldecito con el que se hacen castillos de arena. Hay autores que no salen nunca de eso: aceptan un molde prestigioso, trabajan en ese marco y se transforman en el mejor repetidor de un modelo. Pasa mucho, y cuando esto sucede, el artista se siente ahogado. En cambio, desmoldarse es ser arena y que el propio viento haga algo con vos. Cuando ya no está el balde contenedor, lo que le pusiste adentro es lo que empieza a valer. Yo me desmoldé el día en que me di cuenta que solamente podía ser poeta de las imágenes que verdaderamente me conmovían, que tenían que ver con mi universo y mi universo es popular. Encontré la felicidad como creador cuando reparé en que todo lo que yo había vivido en mi barrio, en mi familia y en mi militancia, podían tomar forma en el teatro que yo hacía. Que no necesitaba salir a buscar algo prestigioso, o salir a buscar modelos que ya estuvieran aceptados por la sociedad de consumidores de teatro para poder hacerlo.”

Desde 1973 hasta la fecha, Kartun escribió alrededor de veinticinco obras teatrales: Chau Misterix, La casita de los viejos, Niño Argentino, Ala de criados, Salomé de chacra y Terrenal, son tan sólo algunas.

Si bien sus obras marcaron hitos en la historia del teatro nacional y fueron multipremiadas, el dramaturgo subraya que el prestigio es siempre una trampa: “Soy muy etimológico –dice- y me sorprendió descubrir que la palabra “prestigio” –prestium- significa juego de manos. Me resultó elocuente pensar que el prestigio en realidad es un truco de magia: no es nada, es una ilusión, es algo que te hacen creer sobre algo”.

¿Y qué sucede con los numerosos premios por tu labor? ¿No te dan prestigio?

En la jerga teatral tenemos una expresión que es “cortar entrada”, que significa que trae público. Los premios, por un lado tienen inevitablemente una lamida al ego, vienen a chuparle las medias a tu narcisismo. Pero por otro lado, cortan entradas. Cada vez que aparece un premio se tiene la posibilidad de hacer prensa y eso trae espectadores. Al principio ellos son una zona de confirmación. Con el paso del tiempo se empieza a encontrar el mecanismo utilitario: si nos están dando premios es porque lo estamos haciendo bien, pero nosotros los tenemos que transformar en calorías. Ya no son más la simple excusa para emborracharse una noche -que está muy bien y solemos hacerlo- sino que se transforman en una forma más sustanciosa: es gente que viene y apoya la obra, es una temporada que se alarga.

¿Qué diferencias hay entre el teatro independiente y el comercial a la hora de montar una obra?

No tengo prejuicios sobre el teatro comercial. Pero elijo el teatro independiente porque en sus condiciones generales de producción me permite trabajar concretando mi deseo creador. Puedo tomarme todo el tiempo que quiero, cosa que en el teatro comercial no podría hacer: los ensayos cuestan mucha guita, no podés ensayar ocho meses como hago yo, tenés a lo sumo dos. Yo, en dos meses, ni empecé a verle la forma a la obra.  También puedo llamar a los actores que quiero, sin necesidad de que haya una producción que me diga “mirá, estos actores no cortan entrada por lo tanto traé a alguien de televisión”. Y es lógico que pidan eso, en una sala de 500 butacas, si no tenés un actor que convoque a esa cantidad de personas por función, la sala es una lágrima. Es razonable en relación al teatro comercial, pero no en relación a mi deseo. Por supuesto que si alguna vez una sala grande me ofreciera hacer todo lo que yo quiero en ese espacio, lo haría. Pero probablemente también debería poner como condición que bajen el costo de las entradas porque en general el público que sigue mis producciones está constituido por una clase media de cierta ambición cultural pero no necesariamente un gran potencial económico. Por lo cual sería muy raro que se diera.

Volviendo al tema de los ensayos ¿por qué te llevan más tiempo?

Porque trabajo de una forma muy intensa y meticulosa. Recorro caminos, abandono cosas, nunca me quedo con lo primero, que en líneas generales, suele ser el lugar común. Yo trabajo con el objetivo puesto en la obra.

Utilizás muchos recursos como la metáfora, el humor, la reflexión política ¿Por qué creés que son importantes estos recursos en tus obras?

Son tres cuestiones diferentes. La metáfora, porque creo en la esencia poética del teatro. En el último siglo debió competir con el cine, que es su hermano naturalista, realista y exitoso. Al que le iba y aún le va mejor que al teatro, es al cine. Lo poético era inseparable del teatro, hasta que el teatro tomó este rumbo más realista.
Luego, soy un ser político. No creo que toda mi producción teatral esté vinculada con lo político pero sí con las ideas. Toda obra construye una idea y no siento ningún deseo de crear una obra que no la contenga. Mis obras las tienen, en algunos casos de carácter social y en otros casos de carácter más metafísico, filosófico o psicológico. Siempre está la idea como carozo: la sensación que busco es la de una fruta que debe ser deliciosa para que el espectador la coma, se refresque con ella, la disfrute, la recomiende y quiera comerla mañana de nuevo. Pero se tiene que comer el carozo. Adentro tiene que crecer algo. Si no crece nada, te quedaste con el solo gusto como recuerdo de algo rico y nada más. Una buena obra empieza cuando termina la función.
En cuanto al humor, soy una persona de buen humor y a la hora de escribir no se me va. Creo en la seriedad del humor y en la trascendencia de la risa. Me parece que siempre lo cómico vive una zona de crítica injusta. Lo cómico está siempre impugnado porque te aleja de la zona seria y solemne. Sin embargo, cuando tenés algún contacto con el fenómeno poético descubrís que es al revés: la risa es parte del universo trascendente. Entonces, mis espectáculos buscan la risa y, para lograrlo, el mecanismo es el humor.

Tus espectáculos buscan la risa, pero ¿es una risa diferente a la que busca el teatro comercial?

Sí. Puede que se diferencien en el grado de complicidad con el espectador. Sin embargo, todas mis obras tienen alguna zona de manifiesta vulgaridad, a veces más escatológica incluso que la del teatro de revistas. Si yo hago arqueología personal te diría que seguramente eso viene de mi experiencia en la adolescencia de ir a ver teatro de revista con mi padre, donde de alguna manera había una complicidad entre esa masculinidad incipiente mía y el gusto de mi padre por ir a ver mujeres semi desnudas y actores que decían guarangadas horribles. Después nos íbamos a comer y repetíamos los chistes. Y seguro debe haber una cadena de herencias porque mi hijo es actor cómico y hace exactamente lo mismo, trabaja también en cierta zona del humor vulgar, escatológico.

Con respecto a los mitos con los que trabajás, ¿cómo es tu mecanismo de producción? ¿Cómo conseguís ponerlos en escena?

Hace muchos años que investigo por gusto, interés, curiosidad sobre el campo de los mitos. Es parte de lo que se conoce como inteligencia narrativa: el hombre lo ha hecho desde siempre, en su capacidad de poder explicarse y entenderse a través de relatos. Los mitos son sabiduría concentrada en un pequeño relato, en una parábola. Cuando se descubre esto, también se acepta la hipótesis de que el mito es una estructura que se repite y que por lo tanto, trabajar sobre un mito no es perder un campo de originalidad. Si trabajás sobre Caín y Abel, ¿dónde está tu originalidad? El mito del enfrentamiento entre hermanos está presente en toda la historia del mundo, es Caín y Abel y también es Rómulo y Remo en la mitología de Roma. Cuando se descubre la fuerza de estos mitos se puede trabajar sobre ellos con absoluto desprejuicio, porque ya no se trata de cambiarles el rumbo, sino de crear un nuevo relato en términos de la singularidad estética con la que uno los encara, pero aprovechando la vieja energía. En Terrenal tomo el mito de Caín y Abel pero digo lo mismo que los viejos historiadores del pueblo hebreo decían sobre ellos.

¿Qué continuidades y rupturas técnicas observás, comparando Terrenal con otras obras de tu autoría?

Continuidades, muchas. Seguramente en el orden del campo humorístico, político e ideológico. Seguir con cierta tradición del cómico popular, presente en todas mis producciones. Y discontinuidades o rupturas en cada obra las hay. A mí me resulta muy angustiante la hipótesis de repetir, la sensación de ponerme a escribir y que empiece a aparecer algo que ya hice, es muy agobiante. La ruptura es un mecanismo saludable, terapéutico. La energía que uno tiene que poner para escribir una obra y dirigirla es muy grande. Si no aparece un eros muy fuerte, no lo sostenés. Es como en las parejas, en la convivencia: si no hay un eros muy fuerte, se arruina todo, se transforma en nada. Convivir con la indagación de un mundo y la corrección de la obra, si no te genera un  estado de cierta calentura, no funciona. Yo necesito renovar este estado de romance, de pasión con el proyecto. Ahí hay una nueva vida. La energía se renueva de obra en obra.

¿Cuáles son tus pasiones además del teatro, la dramaturgia?

Una es dar clases: creo que es la manera de aprender. Y otras dos son el archivismo y la jardinería. Con el tiempo empecé a descubrir que en realidad todo conformaba una misma energía, que todo tenía que ver con todo: lo mismo que te pasa con una planta -de la que esperás que la flor se seque para que aparezcan las semillas y plantarlas-  es lo que hacés con tus propias imágenes, con la idea de que algo que está en tu cabeza se transforme en el generador de un nuevo. Todo se vuelve una argamasa. Es muy placentero. Por eso también me gusta mucho leer objetos antiguos, fotos, adornos, papeles: tienen la pátina, el discurso que el tiempo y el desgaste produce sobre ellos. Un objeto viejo tiene un discurso escrito: los cajones de un viejo archivo están unos más gastados que otros, y uno podría pensar por qué abrían este, qué había acá dentro.

¿Una lectura más semiótica?
Absolutamente. No del origen de los objetos sino de su materialidad misma.

Sobre tu pasión de ser docente, Jorge Dubatti -historiador de teatro argentino- dice que tenés “una capacidad extraña de ayudar a tus discípulos a concretar sus poéticas”. ¿Cómo enseñás dramaturgia?

En principio, enseñar es un acto egoísta. Enseñar es una fuente de aprendizaje extraordinaria. Cuando te ponés a enseñar algo verdaderamente lo aprendés y cada vez que termino una conferencia, un curso, un seminario, un taller, sé muchísimo más que antes de empezarlo. Después está lo otro, que es el concepto de servicio, sobre todo para aquellos que creemos en una vida más militante con cierto compromiso sobre algunas causas que también nos produce una sensación de encontrarle sentido a la vida. Dar clases y formar a alguien para que él empiece a generar sus propias calorías, en realidad toma un sentido profundo y trascendente de la vida. Vos le diste a alguien las mismas herramientas que alguien alguna vez te dio a vos.

Y también transmitir la experiencia propia…

La experiencia propia y la experiencia propia del contexto en el que estás enseñando, que también es muy pedagógica. Cuando eso se cumple, se vislumbra la hipótesis del círculo virtuoso: por un lado sos artista y producís, por otro lado enseñás porque aprendés cosas que te hacen mejor artista, y además transmitís algo que trasciende en la vida de otro. Otro toma algo de eso y empieza a generar su propio campo expresivo y su vida, su profesión, su oficio. Cuando esto se da, desaparecen las necesidades espectaculares de ganar mucha guita, tener mucho éxito. Lo que sentís es que te realizás y eso, en sí mismo, es el fenómeno de la felicidad: la pasás bien, ganás lo que necesitás para vivir y lo que estás haciendo trasciende, como artista -en la cabeza del espectador- y como maestro, en la cabeza y el cuerpo de tus discípulos. Ese es el sentido de la vida. No hay mucho más.

 

Kartun y su mirada de la coyuntura actual

Hace muchos años advertís sobre la decadencia del Complejo Teatral de Buenos Aires conformado por los teatros San Martín, De la Rivera, Presidente Alvear, Regio y Sarmiento, ¿Cuál es para vos el motivo de la decadencia? Y ¿Qué la subsanaría?

La solución es ideológica y económica. En lo ideológico, lo fundamental es que las autoridades de cultura entiendan qué es la cultura. Yo creo que, en líneas generales, no terminan de entenderlo. Al menos, no con claridad. Se siguen repitiendo ciertas formas, hay algo de la cultura o el arte como manifestación ornamental, como zona de lo lindo y lo entretenido y también el lugar común de que “los gobiernos deben sostener al teatro porque está dentro de su obligación mantener ciertas tradiciones”. Todo eso es una pelotudez de tamaño global.

La cultura y el arte son otras cosas extremadamente más importante, más trascendente y más compleja. El arte es la respiración de los pueblos. El arte es esencia de una sustancia que es la cultura. La cultura: las costumbres, lo que el pueblo hace, su desarrollo, su tradición, todo esto, que es una sustancia, toma una especie de estado volátil, etéreo, se vuelve esencia en el arte. El arte genera la posibilidad de que el hombre se repiense: en películas, en obras de teatro, en relatos, en cuadros, en fotografías, en coreografías, en músicas. El hombre que se repiensa e incorpora conocimiento a través del arte tiene extremadamente más posibilitada cualquier tipo de inclusión. El arte es incluyente.

Si, en principio, nuestros gobernantes no entienden esto, hay algo donde toda la actividad artística, sigue siendo una obligación de mantener una tradición y la posibilidad de mantener un campo ornamental que es una absoluta banalidad. Hay que sostener a la cultura igual que se sostiene la educación. La cultura y la educación deben ser públicas. El problema que tienen estas salas sobre las que yo vengo bregando hace años es que siempre les falta algo: cuando tienen conductores que parecen entender su función, no les alcanza la guita, y los que tienen guita no saben cuál es su función. Esto ha creado un círculo vicioso: las salas se deterioran, no importa la programación, no importa tener cerrado -como en el Complejo Teatral de la Ciudad de Buenos Aires- cuatro salas. ¿Cómo no va a importar? Es lo mismo que tener cerrados cuatro colegios.

¿Cuándo comenzó este deterioro del Complejo Teatral de Buenos Aires?

Desde que hubo -hace como ocho años atrás- cambios en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires las gestiones del Complejo fueron empeorando sistemáticamente y vemos que hay una decadencia y un desbarranque manifiestos, ediliciamente y también en la falta de programación. Todo está ligado a lo mismo, a qué mirada tiene quien está a cargo de la sala sobre el fenómeno cultura, qué decisión tiene de ir a romperse los cuernos contra una pared para pedir guita. La plata para la cultura hay que pelearla, hasta jugándose el lugar.

¿En qué situación se encuentra la sala del Teatro del Pueblo?

Esta sala pertenece al Instituto Movilizador Fondos Cooperativos y la administra la Fundación SOMI (Fundación Carlos Somigliana) integrada por un grupo de dramaturgos que desde hace muchos años la gestiona como sala dedicada al autor nacional. En los últimos meses, el Instituto Movilizador comenzó a reclamar la decisión de programar por su cuenta. Esto creó un conflicto con la Fundación SOMI. Y terminaron acordando, en principio, que SOMI tendrá un plazo de dos años para seguir gestionándola, y luego la entregará para que siga con la programación a cargo del Instituto. Mientras tanto la Fundación está tratando de encontrar un lugar en el que crear una nueva sala.

En clave humorística, sobre tu nombre ¿Qué te produce llevar el mismo nombre que nuestro actual Presidente?

Nada. Yo reivindico mi nombre. De lo que no estoy muy seguro es que nuestro Presidente pueda sentirse tan orgulloso como yo. Mauricio fue el nombre que adoptaron al llegar a la Argentina muchos inmigrantes que se llamaban Moisés. Por otro lado, el origen latino de Mauricio es de Mauritania, es moro, es “negrito”. No estoy seguro ni que el origen judío ni el de negrito sea algo que enorgullezca especialmente a nuestro Presidente.

¿Actualmente estás trabajando en otro proyecto?

Estoy amasando. Amasar no es escribir todavía: estoy uniendo imágenes, anoto, y pienso. Por ahí hago pequeñas pruebas. Por momentos creo vislumbrar solución para algún proyecto, y entonces anoto cuál sería. Igualmente nosotros los dramaturgos no tenemos tiempos, estás siempre trabajando, siempre con la cabeza metida en eso. Lo que sucede es que dicho así parecería una especie de obsesión. En realidad es todo lo contrario. En mi casa se decía algo que a mí me gusta repetir: “El que trabaja en lo que ama cumple el sueño de vivir sin trabajar”. Yo no veo lo que hago como un trabajo, un sacrificio, resignación, a mí me encanta hacer esto. Vivo con una notebook abierta sobre las rodillas en la que estoy escribiendo o googleando algo que tiene que ver con esto, voy manejando un archivo de imágenes, todo absolutamente va a parar a las obras. Alguien puede decirme por ejemplo que yo trabajo 12 horas, y eso parecería agotador. Pero yo no lo vivo como tal, porque tengo la sensación de que son 12 horas de juego, de concreción del deseo. Es una decisión. No es que el destino me tocó con esta fortuna sino que acepté la hipótesis de resignar otras maneras de vida para quedarme con esta.

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Funciones de Terrenal. Pequeño misterio ácrata: TEATRO DEL PUEBLO  Av Roque Sáenz Peña 943 (CABA)

Domingo y Jueves – 20:00 hs
Viernes y Sábado – 21:00 hs

Actualizada 19/04/2016