“Prima el derecho a la propiedad absoluta por sobre la función social de la propiedad”

“Prima el derecho a la propiedad absoluta por sobre la función social de la propiedad”

Las premisas que Arturo Jauretche denominaba ‘zonceras argentinas’, históricamente avaladas y convertidas en irrefutables, han posibilitado que extraños intereses conduzcan el destino del país, sus recursos y riquezas. El contexto que se configura a partir de la pandemia deja al desnudo las más dramáticas y paradójicas consecuencias que de allí derivan. El paso del coronavirus por los barrios populares evidenció las condiciones de extrema criticidad en la que viven casi un millón de familias en un país altamente rico en tierras, recursos y mano de obra. Ana Pastor, trabajadora social, vicepresidenta de la organización social Madre Tierra y representante de América Latina en la Coalición Internacional del Hábitat y Jaime Sorín, Decano de Arquitectura en la Universidad de Avellaneda, arquitecto, docente e investigador analizan la situación habitacional de la Argentina, una deuda histórica en materia de derechos.

“La pandemia devela la enorme desigualdad socio-territorial que tenemos en nuestras sociedades –afirma Pastor-. Hay dos recomendaciones fundamentales que se dan en este tiempo: quédate en casa y lávate las manos. Es evidente que estas cuestiones mínimas son condiciones que muchas personas de las villas y asentamientos no pueden cumplir”. Según el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP), en Argentina hay un total de 4.461 villas y asentamientos, donde viven aproximadamente cuatro millones de personas. Los datos respecto a los servicios básicos e infraestructura son allí desalentadores: el 93,8% no cuenta con acceso al agua, el 98,8% no accede a la red cloacal, el 98,4% no está conectado a la red formal de gas, y el 70,6% no tiene energía eléctrica formal. En el país, el déficit habitacional afecta a 3,8 millones de hogares, de los cuales 1,6 millones necesitan una nueva vivienda y 2,2 millones precisan refacciones para poder alcanzar el umbral mínimo de la casa digna.

En este escenario, el programa Argentina Construye, del Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat, se propone como una respuesta inicial a estos déficits. Se planificaron viviendas nuevas, refacciones y microcréditos y se prevé la generación de miles de puestos de trabajo. Es incipiente y los resultados se verán sobre la marcha. Vivir con los derechos de acceso al hábitat digno vulnerados trae aparejado un sinfín de problemas ligados en gran medida a la salud, por lo que, para gran parte de los barrios más postergados, la emergencia sanitaria que hoy atraviesa al país entero es una problemática constante. Lo acontecido en Villa Azul, Buenos Aires, grafica esta desigualdad: “Han sido más las víctimas en la parte no urbanizada (Quilmes) que en la urbanizada (Avellaneda) –destaca Pastor-. De ahí sacamos dos saldos: la importancia de entender cuánto más saludable es un barrio que está urbanizado y la importancia de un Estado presente”.

Al respecto, Sorín agrega que “el Estado -y no así el mercado- es fundamental si se quiere tener una política de vivienda que abarque a todos los sectores y, si no actúa, de alguna manera lo que está haciendo es posibilitar esa desigualdad estructural”. En este sentido, Pastor sostiene que “el neoliberalismo lo que ha instaurado es que el apoyo del Estado se riega por arriba, es decir, se riega a las grandes empresas que son las que supuestamente van a desparramar trabajo: ya estamos viendo que mucho no derraman. Si los patrones logran segundas y terceras viviendas, ociosas, y sus empleados no tienen ni lo mínimo para lograr un techo seguro donde vivir, evidentemente algo se está haciendo mal”.

 

El 93,8% de las personas que viven en villas y asentamientos no cuenta con acceso al agua, el 98,8% no accede a la red cloacal, el 98,4% no está conectado a la red formal de gas, y el 70,6% no tiene energía eléctrica formal.

Trabajo y vivienda

El déficit habitacional ha sido y es el correlato directo de la desigualdad social y estructural de nuestro país y de la región. En Argentina, los barrios de emergencia comenzaron a surgir a mediados del siglo XX y, a lo largo de los últimos 40 años, han crecido y empeorado a la par de las sucesivas crisis económicas. Tras una década de una fuerte -aunque insuficiente- iniciativa en materia de hábitat, enmarcada en un contexto económico más favorable para los sectores populares; el aumento de la pobreza y la indigencia durante el gobierno de Mauricio Macri tuvo su duro impacto en la situación habitacional.

“Detrás de esto está la cuestión de por qué en un país tan grande y con tan poca población para el territorio no hemos podido garantizar nunca que toda persona que pise suelo argentino tenga un lugar mínimo pero adecuado donde vivir –sostiene Pastor-. Y esto tiene que ver con el tipo de normativa que nos hemos dado para vivir en sociedad, en la que prima el derecho a la propiedad absoluta por sobre la función social de la propiedad”.  Cavando más profundo, no se trata sólo de un problema de acceso a la vivienda sino también de acceso al suelo urbano. “Si nosotros entendemos que el suelo es un bien de cambio y aceptamos eso con naturalidad, siempre va a quedar una mayoría cayéndose del mapa y una muy minoría con mucho territorio”, agrega.

En este sentido, Sorín entiende que a esta problemática se la empieza a atacar equilibrando con políticas fiscales que sean equitativas: “Esto no significa de ninguna manera que hay que sacarle al que tenga más, sino que, una vez establecido un piso de propiedad privada, hay que empezar a cobrar impuestos para aquel que utiliza la vivienda o el suelo como si fuera una caja de seguridad”.

Por otro lado, otra de las razones tiene que ver con la falta de comprensión cabal de cuáles son los componentes que pesan en la realidad de quienes habitan los barrios. La cuestión habitacional no refiere únicamente al aspecto material o de infraestructura de las viviendas, sino que apunta al acceso a todos los derechos, empezando por el trabajo. De allí la necesidad de pensar la acción pública de manera tal que incorpore componentes de vivienda y trabajo y no reducirla sólo a construcción de viviendas o regulación dominial. “No podemos pensar -expresa Sorín- que solamente con dar una vivienda vamos a resolver el problema: nadie tiene sólo un problema de vivienda, este aparece porque no hay trabajo primero”.

“Si el suelo es un bien de cambio, siempre va a quedar una mayoría cayéndose del mapa», anuncia Pastor.

Organización y participación

En este contexto, el programa Argentina Construye supone una iniciativa de enorme importancia. El proyecto busca brindar soluciones al déficit habitacional financiando, en distintos puntos del país, más de 40 mil refacciones, 5.500 viviendas nuevas, equipamiento público -especialmente sanitario y de higiene- y 200 mil microcréditos para materiales de construcción. El programa es entendido, en este contexto, no sólo como una respuesta necesaria en materia de hábitat, sino también y en igual medida como un aporte para la reactivación económica ya que las obras pensadas estiman un total de 750 mil puestos de trabajo.

Además, cabe resaltar el espíritu federal y participativo, tan necesario para la prosperidad de los programas o las normativas que se establezcan en materia de hábitat y territorio. A la luz de la extensa lista de obras que concluyeron en soluciones temporales o incluso derivaron en nuevas problemáticas relacionadas a la salud, la seguridad o el medio ambiente, se torna necesario que “las normas tengan como objetivo final llegar a un territorio que sea económicamente equitativo, socialmente incluyente, espacialmente integrado, ambientalmente sostenible, culturalmente identitario, democráticamente planificado y eficazmente gestionado. Esos son los siete puntos a los que apunta una ley de hábitat integralmente aplicada”, explica Ana Pastor.

Al respecto, Sorín sostiene que sin la intervención del Estado es absolutamente imposible resolver el tema, pero que también se tiene que permitir la acción de aquellas organizaciones de pueblos que tienen sus propias políticas “ya que la vivienda no es un tema sólo económico, es un tema cultural también. Nuestro país es multicultural y con una diversidad regional enorme, por ende las distintas comunidades tienen sus distintas maneras de vivir y de encarar el problema. El Estado debe tener políticas abarcadoras y diferenciadas y permitir que cada sector, de algún modo, intervenga en la definición de cómo quiere resolver su problema”. En este sentido, la vicepresidenta de Madre Tierra afirma que “participación no es juntar a los vecinos y decirles qué es lo que se va a hacer en su barrio: es generar la información y las condiciones necesarias para tomar decisiones en conjunto”.

“Producción social del hábitat es ir logrando de manera auatogestiva un barrio con todas las infraestructuras, los equipamientos, las centralidades, los accesos y las viviendas seguras que deben tener”, cuenta Pastor. En este sentido, la organización social Madre Tierra ha realizado durante 30 años, y a base de trabajo comunitario, 17 barrios con servicios y un gran número de mejoras en viviendas y soluciones cloacales y de agua potable en el conurbano bonaerense, generando en el camino experiencias de organización y participación más que interesantes. Desde ya, esto requiere mucho del apoyo estatal. “Acá la combinación entre acción estatal y organización social es fundamental ya que el Estado solo no puede y, fundamentalmente, no debe. Creo que es lo único que nos va a permitir salir de esta situación”, concluye Sorín.

Estos tiempos deberían ser el puntapié a una reflexión -y acción- profunda tanto para los decisores políticos como para la sociedad toda. Los primeros deberán abocarse a la planificación de políticas públicas que, de manera integral, busquen corregir la diferencia socioeconómica existente. Pero además, y considerando que toda desigualdad se sostiene sobre las decisiones de pocos y la indiferencia de muchos, el pueblo argentino en general deberá pensar cuánto más tolerará esta inequidad. “Espero que esta pandemia nos deje ver la importancia de que si pierde uno pierden todos y que nuestros sectores medios abran los ojos y se den cuenta que nunca los sectores concentrados van a intentar beneficiarlos –concluye Pastor-. En Argentina, lo popular ha tenido grandes pérdidas y siempre ante los intereses de unos pocos”. Intereses de aquella ínfima minoría que, decía Jauretche, son dueños de la tierra (o de lo que fuere), “pero su mayor poder es el de ser dueños de la cabeza de miles de argentinos de clase media que, sin tener más tierra que la de los canteros del patio, se comportan como fieles defensores de un modelo que no les pertenece”. Descubrir y truncar las zonceras que se llevan dentro es, al decir del escritor, un acto de liberación.

Feminismo y hábitat: diversidades en los territorios

Feminismo y hábitat: diversidades en los territorios

Las mujeres y disidencias en las calles organizadas en cada lugar del mundo instalan cada vez con más fuerza la necesidad de atender sus derechos; cuestionan todos los sitios donde se manifiestan las desigualdades y las violencias, particularmente sobre los cuerpos propios de las mujeres y los cuerpos disidentes y también sobre los territorios donde trabajan y viven. ANCCOM dialogó con distintos actores sociales que luchan por un hábitat digno para todos, todas y todes. ¿Cómo se piensa el hábitat desde una mirada feminista? ¿Cómo combatir las violencias y las desigualdades de géneros en el espacio?

A partir de referentes en la lucha por los derechos de las mujeres y disidencias a la ciudad como las arquitectas Ana Falú y Zaida Muxí, empieza a repensarse la planificación de la misma desde una mirada feminista y popular. “Hay una cosa que no podemos dejar de pensar y trabajar que es la división entre el espacio público y privado que tenemos internalizada como estructural de la ciudad, que es parte de la división patriarcal y patrimonialista que hace que los problemas privados queden en lo privado y los problemas públicos sean públicos. Entonces incorporar la vivienda y el espacio público en las discusiones de urbanismo feminista es estructural para poder transformar las condiciones en que se desarrolla la ciudad”, explica la arquitecta Teresita Sacón de Proyecto Habitar.

Hay distintas formas en las que las desigualdades de clase y de géneros se presentan en el hábitat, tanto en la vivienda como en el barrio y en la ciudad. Sacón expresa que “estas desigualdades se manifiestan en las violencias que sufren las mujeres en sus viviendas. También cuando en barrios donde el suelo está contaminado, donde no hay infraestructura, donde el camión de los residuos no pasa entonces tenés a los niños jugando alrededor de la basura, donde los suelos son más bajos y se inundan, son problemáticas que tienen que resolver las familias que transitan más tiempo en ese barrio”.

Las ciudades históricamente han sido pensadas según la división sexual del trabajo que el sistema patriarcal y capitalista asigna a hombres y a mujeres. La mirada feminista viene a romper con esta lógica binaria en todos los sentidos.. “Hay otra cuestión muy relevante que aporta a la idea del urbanismo feminista que es la de recuperar las diversidades de las personas y de los territorios para incorporarlas en los procesos de programación y proyección haciendo que se constituya un proceso más democrático e igualitario, en la posibilidad de que todes sean parte de la toma de decisiones”, continúa la arquitecta.

Sacón forma parte de Proyecto Habitar, una organización de estudiantes de arquitectura, arquitectos, arquitectas y urbanistas que trabajan desde la reflexión, la construcción y la programación de la transformación social del espacio. Forman parte de Habitar Argentina, una iniciativa multisectorial que tiene por objetivo generar un marco normativo para garantizar el derecho a la vivienda, a la tierra y al hábitat digno para todos. Otra de las organizaciones que forman parte de esta red es la Asociación Civil Madre Tierra, de la zona oeste del Conurbano.

 

Esta institución surge en 1985 con un equipo de técnicos profesionales constituido por trabajadores sociales, arquitectas, psicólogos, abogadas y personal administrativo que en conjunto con organizaciones barriales con mucha participación de las mujeres trabajan desde la temática del acceso justo al hábitat en los barrios populares de la zona oeste del conurbano bonaerense. “Trabajar desde esta perspectiva incluye un montón de aspectos no solo en la vivienda sino en todo lo que hace a un barrio y a una comunidad para que pueda desarrollarse” explica Cintia Rizzo, de Madre Tierra.

Ella agrega: “Trabajamos con distintos programas como de mejoramiento habitacional, de lotes con servicio, tenemos un área de incidencia en las políticas públicas donde promovemos programas y formamos parte de muchos colectivos, entre ellos el Foro de Organizaciones de Tierra, Infraestructura y Vivienda de la Provincia de Buenos Aires que en el 2012 después de muchos años de trabajo colectivo logramos la sanción de la ley 14.449 de Acceso Justo al Hábitat y desde ese momento que estamos peleando por su plena implementación”.

Rizzo es licenciada en Trabajo Social y Maestranda en Estudios Urbanos con especialización en Hábitat y Géneros y cuenta que desde hace más de diez años que en Madre Tierra trabajan con perspectiva de géneros. “Siempre trabajamos sin nombrarlo quizás con esa mirada. Lo que nos pasaba es que nos encontrábamos en los comedores comunitarios, en las ollas populares, en todos los lugares con las organizaciones con las que trabajábamos en los territorios que eran presididas por las mujeres y los proyectos también. Eso no estaba visibilizado ni valorizado, entonces empezamos a darle un lugar y a reflexionar en conjunto con ellas”.

En ese sentido, puntualiza: “También pasaba que cuando había que ocupar lugares más públicos o de tomas de decisiones terminaban haciéndolo los varones que muchas veces no eran los que estaban involucrados en el proyecto y no sabían tanto de las necesidades de la comunidad, pero se les otorgaba ese rol a ellos porque a ellas les daba vergüenza ocupar ese espacio y creían que no podían hacerlo. Por eso formamos grupos de mujeres para fortalecerlas”.

Rizzo describe otras de las formas en que se hacen presentes las relaciones de poder y las desigualdades de géneros en el territorio y cómo las trabajan: “Respecto de los proyectos de mejoramiento habitacional uno se empieza a meter con qué pasa con los vínculos al interior de las familias y de las viviendas, porque ahí también nos encontrábamos con un montón de situaciones de violencia que nos parecía que teníamos que empezar a abordarlas y a fortalecer y darles herramientas a estas mujeres» porque si no mejorábamos el espacio físico de la vivienda pero construíamos cárceles para que ellas vivieran ahí”. En ese sentido, explica que “nos empezamos a interiorizar más sobre el tema y a empezar a tener herramientas para trabajar con ellas estas situaciones. Lo mismo con lo que tenía que ver con los lotes con servicio, que poníamos a la vivienda a nombre de la familia o del marido y no estaban casados, entonces cuando se producía una situación de violencia ellas tenía muy pocas herramientas para poder disponer del lugar donde vivía y no ser expulsadas”.

En el Barrio 6 de Enero de la localidad de Cuartel V del Partido de Moreno, uno de los proyectos que realiza Madre Tierra es el taller de mujeres constructoras. “La idea del taller aparte de capacitarse y aprender, es ir mejorando las viviendas de cada una de las que participa, cansadas de esperar que los varones en algún momento resuelvan o algunas no tenemos quienes en nuestra familia nos den una mano con eso. Participamos entre cuatro y quince mujeres, depende el día. Participamos también porque lo que nos pasaba cuando intentábamos saber, los padres, los tíos, nos mezquinaban la información o te sacaban la herramienta de la mano, no te dejan hacer. En cambio con Juana (la maestra mayor de obras) nada que ver, nos explica y hacemos nosotras, así aprendemos un montón”, relata Mariana Canicoba, vecina del barrio.

Muchas de las mujeres transitan este taller no solo como el aprendizaje de un oficio sino como una experiencia que las interpela en muchos sentidos. Mariana afirma que “la participación en los talleres fue absolutamente transformadora. Hoy por ejemplo terminamos el contrapiso de mi vecina que hace un montón que le dice al marido y no lo hace, y nosotras lo terminamos en horas. Hace un año no podíamos levantar una bolsa de cemento y ahora hacemos cosas que ni nos imaginábamos que podíamos. Yo ahora estoy con exámenes y no puedo levantar las paredes que quiero en mi baño, pero sé que cuando termine nos organizamos y lo hacemos. Ya no estamos esperando. Te hace sentir tan bien que podés”.

Las viviendas, los barrios y las ciudades expresan relaciones de poder y de género. Estas injusticias territoriales deben pensarse y trabajarse porque son espacios que hacen a la calidad de vida de las personas y es donde se construye lo que puede hacerse y lo que no. Las mujeres y disidencias han logrado instalar temas en la agenda política que tiene como eje central la igualdad, el desafío es continuar con esta incidencia hasta que todos los espacios sean dignos de vivir para todos, todas y todes.

“Lo que soñé siempre es que todas las familias pudieran avanzar lo más parecido posible, que todos tengamos acceso a una casa a la que tengamos ganas de llegar. Donde abrís una canilla y puedas lavarte las manos, lavar los platos, la ropa, sin que todo sea un esfuerzo y un trabajo impresionante, y que te lleve tanto tiempo. Que el barrio sea un lugar donde todas las familias pueden crecer, porque por más que vos estés avanzando no te puede dar felicidad que hay un montón de gente que está viviendo mal”, concluye Canicoba.